Capítulo 8

Durante un largo periodo estuve como traductor en lo que mucho después pasaría a llamarse la escuela de traductores de Toledo y que no era otra cosa que un grupo de sabios y eruditos de todas las religiones, al más puro estilo alejandrino, llevando a cabo una gran labor cultural en Toledo, sede del reino, por orden del rey Alfonso X, gran amante de la cultura, polifacético monarca que también escribía y componía canciones. Pero, a pesar del ambiente cultural que allí se respiraba, nunca estuve en mi hogar, la muerte de Maddie seguía reciente en mi corazón y eso impedía que me realizara en cualquier lugar. Aun así, entré en contacto con la incipiente literatura y presencié el nacimiento oficial de los romances tradicionales puros, de los mesteres de los clérigos y de los cortesanos, de las cantigas, de la picaresca y los romances de ciego; todo evolucionado de la tradición oral y de aquellas primitivas moaxajas de Yusuf. Me dediqué a viajar por las aldeas y las villas recogiéndolos y acercándolos a otros lugares, incluso a Toledo.

Cuando tomé la decisión de cambiar de oficio, emprendí de nuevo mi viaje por la península. Viajé por Salamanca, Palencia y Valladolid. Visité la naciente universidad. Allí conocí las estaciones o librerías, que se encontraban dentro de ella y a cuyo cargo se encontraba el estacionario: un bibliotecario y organizador. Dejé algunos de mis códices a cambio de copiar otros de los que allí tenían, interesándome, sobre todo, por los bestiarios medievales. Era un pago exigido, yo accedía a copiar sus códices y hacía un trueque que beneficiaba a la universidad y al estacionario. El hecho de que los libros aumentaran sus demandas y dejaran de estar en los monasterios hizo que los copistas dejaran de ser monjes y se crearan gremios de pergamentarios, al cual yo pertenecía desde que llegué a Cuenca. Mis códices pronto fueron apreciados y los vendía por toda Castilla, bien durante mis viajes o bien mediante las visitas a la villa en la que me encontrara entonces, a la que acudían algunos encargados de las universidades y de las escuelas catedralicias. Incluso entré en contacto, a través de Yusuf, con los eruditos de Al- Ándalus y me enseñaron por primera vez el uso del papel, que yo pude introducir en las universidades a las que asistía y que fue el material que desbancó definitivamente al pergamino, generalizando su uso por todo el mundo, permitiendo la copia masiva y el abaratamiento, facilitando el acceso a los libros de muchas más clases sociales. La cultura empezaba a abrirse camino con paso firme.

Pero fueron siglos oscuros para mí en los que viví sin Lilith y en los que solo disfruté de una luz real de felicidad con Ambrose y Maddie.