Capítulo 18

Llevábamos varios meses en Nueva York y estaba realmente cómodo, me gustaba la ciudad. Una mañana como otra me levanté temprano y me dispuse a desayunar en la terraza, el tiempo empezaba a ser más benigno, pero yo aún llevaba puesta la bata de seda, al más puro estilo americano, que Cynthia me había regalado. Observaba las diversas flores que se habían plantado por consejo de Lilith en nuestro jardín, cuando Walter se acercó, me sirvió el chocolate y me entregó el periódico del día. Mientras lo extendía para ojearlo, entró mi condesa, había madrugado esa mañana, posiblemente la desperté al levantarme.

—Has madrugado —le dije, invitándola a acompañarme.

—Me he desvelado. Tráeme un café, Walter, por favor.

—Sí, milady.

Cynthia colocaba la servilleta en sus rodillas cuando mi semblante cambió al leer la primera plana del New York Evening Sun, ella vio transmutarse mi expresión.

—¿Qué pasa? —me preguntó.

No podía responder, la noticia central me dejó sin habla.

—¿Qué ocurre? —insistió, más preocupada.

—El Titanic se hundió anoche.

—¿Cómo?

—Al parecer chocó con un iceberg. Según pone aquí no ha habido muertos, los pasajeros fueron rescatados por el Carpathia y el Parisian, y la tripulación va a permanecer en el barco mientras lo remolcan hasta Halifax.

Nos miramos fijamente, no hizo falta que nos dijéramos nada, pero a la mente de los dos llegó el día en que ella nos anunció que había cambiado los pasajes del Titanic por los del Lusitania.

—Parece cosa del destino, como si una vocecita te hubiera dicho que no fuéramos en ese barco.

—Fuiste tú la que decidió cambiarlos.

—Menos mal que no hay víctimas.

Estábamos solos, Evan dormía en casa de Lilith y Natalie con una amiga, lo hacía a menudo últimamente, no vendrían hasta la noche a la cena que iba a celebrar Cynthia.

Durante el resto del día no dejaron de llegar noticias cruzadas sobre lo ocurrido, cualquier lugar de la calle era un hervidero de datos nuevos, desde las oficinas de la White Star Line tranquilizaban a los familiares. A pesar del ajetreo, la cena se serviría a las siete de la tarde y fue a esa hora, ya con todo preparado, cuando llegaron los invitados. Natalie entró sin decir palabra y se dirigió a su habitación, mientras Evan y Ly se sentaban con nosotros.

—Dicen que al Carpathia solo rescató a setecientos pasajeros —nos informó Evan.

—¿Cuántos? —pregunté, incrédulo.

—Setecientos.

—Entonces... —se atrevió a decir Cynthia.

—Si es cierto, Cynthia, debe haber más de mil muertos —le confirmé—. Pero ¿no decían que no había víctimas?

—No hay nada confirmado, sin embargo, todo indica que sí las ha habido —dijo Evan.

Yo miré a Lilith, suponía que Evan le habría contado nuestra aventura con los pasajes y que posiblemente ellos estaban vivos gracias a ese cambio. Cynthia miró a su sobrino.

—¿Cómo está Natalie?

—Ya la has visto —dijo él.

—Voy a verla.

—No, querida, iré yo.

Entendía que yo era el más indicado para tranquilizarla, después del enfrentamiento que habíamos tenido por motivo del desaparecido transatlántico y de los meses que ella me había evitado desde entonces. Seguro que se sentiría culpable y enfada consigo misma, pero lo que no esperaba era lo que encontré cuando entré en su habitación. Estaba asustada y temblaba, al borde de un ataque de nervios. Me acerqué a ella y la abracé, ella se aferró a mí y rompió a llorar.

—Perdóname —me dijo balbuceando.

—No hay nada que perdonar.

—Ha muerto tanta gente, podíamos haber sido nosotros si me hubierais hecho caso.

—Nadie podría haberlo sabido, fue una casualidad.

—Algunos de los pasajeros eran conocidos y ni siquiera sabemos si están entre los supervivientes. ¡Qué muerte tan horrible! Cierro los ojos y vienen a mi mente, los imagino sumergiéndose en el mar para nunca más salir.

—No debes pensar en eso, solo en que estás bien.

—Si no hubiera sido por ti y esa exposición, ahora...

Volvió a llorar con fuerza.

—Cálmate, mandaré que te traigan unas hierbas para dormir.

—Por favor, quédate conmigo, no me dejes sola.

—Está bien, me quedo aquí un rato, pero prométeme que descansarás.

Ella asintió, me miró fijamente y, entre lágrimas, me besó. Fue un beso intenso, en el que descargó la presión que sentía en ese momento. Yo la dejé hacer, si eso era lo que necesitaba en ese momento, no me importaba consolarla; noté sus manos acariciando mi espalda y su aliento en mi cuello, pero no iba a ir más allá. Cuando me dispuse a apartarla, fue ella la que se detuvo, dándose cuenta de lo que estaba haciendo.

—Lo lamento, no..., no sé qué me ha pasado.

Yo le sonreí y le di un suave beso.

—Es la tensión y la pena. No ha pasado nada.

—Gracias por todo. Me alegro de tenerte aquí.

Se acurrucó entre las sábanas y pronto noté acompasarse su respiración, ya dormía; la arropé y volví al salón, por lo menos descansaba.

En la cena decidimos no comentar la tragedia, había tantas noticias cruzadas que era mejor esperar el desenlace en los días siguientes. Cynthia y Lilith hablaban sobre los nuevos centros comerciales en los que querían invertir, sin mucho ánimo, y yo comentaba con Evan el último descubrimiento del Valle de los Reyes. La relación entre el vizconde y Lilith se consolidaba y ya formaba parte de la familia, aunque ella no se decidía a casarse con él. Esa noche nadie abandonó la casa y todos dormimos inquietos.

La mañana siguiente The New York Times confirmó la tragedia: publicó una lista de los supervivientes y anunció la llegada del Carpathia el dieciocho de abril. Gran parte de los conocidos de los Tilman estaban entre los vivos y eso contribuyó a levantar el ánimo de todos, sobre todo el de Natalie, que ya había olvidado el incidente de la noche anterior y me trataba de forma mucho más cordial. Yo intentaba unir las caras que conocía del verano anterior con los nombres que Cynthia me daba, pero recordaba a poca gente de aquellas veladas.

Durante meses se habló del Titanic. La tragedia afectó a la compañía, lo ocurrido fue un cúmulo de desgracias que sacaron a la luz, durante la investigación posterior, nuevos datos, nuevos informes negativos sobre las actuaciones erróneas en esa noche y nuevos fallos en la construcción del barco; todo hizo que cayeran las reservas de pasajes en otros transatlánticos, como el Olympic, el cual sufrió cambios drásticos para salvaguardar la seguridad de los pasajeros, sobre todo en cuanto a botes salvavidas se refería, la carencia principal del Titanic; les costó mucho recuperar la confianza de la gente. Además, también se vio afectada la moral de los ingleses, hasta ese entonces superiores en todo, y que hacía pocos meses habían llorado también el fracaso y la muerte del equipo del explorador Robert Falcon Scott en su llegada, por primera vez, al polo sur terrestre.

A pesar de la tragedia, nuestras vidas fueron a mejor, ya que Natalie cambió radicalmente su actitud con nosotros, el haber mirado de frente a la muerte la había hecho recapacitar sobre la vida. Cualquier cosa que hiciera la consultaba conmigo y me pedía consejo para todo, incluso cuando, un tiempo después, llegó un joven interesado en cortejarla. Yo quería que se enamorara y para eso debía conocerlos y juzgar por ella misma, le dije que consultara también a su tía y a Lilith, que eran las que mejor la comprenderían. Y así, dos años después, estaba casada con un heredero americano, enamorada, embarazada y feliz.

Mi relación con Cynthia se mantenía estable a pesar de su insistencia en formalizar nuestra situación; mientras que Evan y Lilith parecían cada vez más convencidos en dar el paso. Los cuatro frecuentábamos cafés lujosos de la ciudad y paseábamos por sus calles adoquinadas y entre sus rascacielos, que me hacían recordar aquellos del siglo XIII en Cuenca, ajenos a los acontecimientos que azotaban el mundo. Pero la tranquilidad se vio truncada.

—¡Extra, extra! Austria-Hungría invade Serbia, se inicia el conflicto en Europa.

Compré el periódico a un niño que los vendía en la calle y lo leí en el café. La Gran Guerra había comenzado. Las relaciones diplomáticas entre las potencias europeas se habían complicado un mes antes con el asesinato del heredero austro-húngaro en Serbia y ahora, la primera invasión, daría paso a más. Los intereses políticos no iban a pasar desapercibidos y dos bandos claros se perfilaban en el conflicto, uno formado por Francia, Reino Unido y Rusia, y otro por Austria-Hungría, Alemania e Italia; con un poco de suerte la guerra se desarrollaría fuera de nuestras fronteras. ¡Qué ingenuo fui!

—Voy a alistarme, es mi deber.

Evan me miró, esperaba que yo siguiera sus pasos, juntos hasta el final. Estábamos sentados en el sillón de la biblioteca, tomando un brandy.

—No me mires, ni se me pasa por la cabeza.

—Deberías hacerlo por tu patria.

—¿Qué patria? No tengo patria, he vivido en demasiados sitios, no me siento de ninguno.

—El deber es defender nuestra forma de vida ante los que intentan...

El discurso de siempre para convencer, estaba harto de oírlo y lo detuve.

—Ante los que creen en cosas distintas o intentan apropiarse del poder de otros o buscan intereses propios en otros países. Siempre es lo mismo: extender el imperio, más territorios; llevar la religión a otros lugares, conseguir comercio y más riquezas, orgullo y poder. No, gracias.

—Eres un cobarde, todo el mundo...

—¿Por qué? ¿Por no morir por los ideales de otros? ¿Por no involucrarme en guerras ajenas? ¿Porque no considero que las luchas sean la solución? Cuando lo sean, avísame.

No sabía qué contestarme, pero no iba a permitir que un joven me diera lecciones sobre conflictos humanos; hacía milenios que decidí no meterme en guerras entre hombres, ya tuve bastante por estar en el lugar equivocado durante la Revolución francesa. Había vivido tantas que no me importaba si se luchaba por una cosa o por otra, al fin y al cabo, siempre era lo mismo. Quien lo pagaba era el pueblo, con hambres, epidemias, muertes y pobreza extrema. Todos perdían.

Esperaba que Evan desistiera de su postura, nos encontrábamos aún en Nueva York y la lejanía, así como la neutralidad de los americanos entonces, posibilitaban que no ingresase en filas, pero él cada vez estaba más intranquilo e incluso huraño, sobre todo conmigo; ya no sacaba el tema en las conversaciones porque conocía mi opinión al respecto y por consideración con Cynthia, que se ponía nerviosa cada vez que pensaba que su sobrino quería ir a esa guerra. Después me hacía participe de sus miedos y los dos sabíamos que la única que podría frenar sus deseos de alistamiento era Lilith.

—Tienes que convencerle, evitar que vaya a Europa —le pedía Cynthia.

—Es muy difícil sacarle la idea de la cabeza, no me hace caso, está convencido de que es su deber de inglés.

—Hay que tomar medidas drásticas. Prueba a amenazarle con algo relacionado contigo. Dile que lo abandonarás si lo hace.

—Me ha pedido que me case con él antes de... No sé qué hacer.

—Te vas a casar y posiblemente enviudarás enseguida. Un buen negocio.

—¡Aidan, por favor!

—Lo siento, Cynthia, estoy enojado. Es que me fastidia que vaya a morir y crea que es por honor. No pienso que sea un cobarde, es muy valiente ir a morir allí, pero hay cosas más importantes que ir a luchar por otros. Qué más da quien gane, todos pierden.

—¿Puedes utilizar el casamiento para convencerle, Lena? Podrías decirle que solo te casarás con él si se queda contigo —le insistió Cynthia.

—Tal vez.

—Inténtalo, dale un ultimátum.

—Hablaré con él esta noche y mañana os cuento el resultado.

—Gracias, querida.

Lilith se fue y cumplió su palabra. Al día siguiente vinieron a informarnos del inminente casamiento de los vizcondes de Tenston que se celebraría en un mes. A la ceremonia acudieron la flor y nata de la sociedad neoyorkina y disfrutaron de una gran fiesta posterior, los ánimos parecían calmados y, por unos días, todo el mundo se olvidó de las desgracias europeas. Lilith era ahora la flamante vizcondesa y Evan estaba radiante de felicidad.

Conseguimos retenerlo un año, pero el siete de mayo de 1915 un torpedo alemán provocó el hundimiento del Lusitania y fallecieron ciento veintitrés americanos. Eso hizo que el Partido Intervencionista Americano consiguiese el ingreso de América en la Gran Guerra y, por consiguiente, fuera imposible detener a Evan, convencido de que el apoyo americano haría que la guerra terminase más rápidamente a favor de los aliados. Era curioso que el mismo barco que lo trajo hasta el nuevo mundo fuera el detonante de su vuelta a Europa.

Recuerdo nuestra última conversación antes de irse, en la misma puerta de la casa, vestido de soldado y con la mochila al hombro.

—¿No vas a desearme suerte? —me preguntó.

—No creo que sea la suerte la que marque tu destino, sino la decisión de alistarte.

—Eres increíble. Ahí plantado con tu orgullo intacto. Me resulta admirable el desapego que demuestras hacia las normas sociales; en el fondo, te envidio. Pero yo no puedo permitirme el lujo de ser tachado de cobarde o traidor a la nación. Es la gran guerra de la que todo el mundo hablará.

—Es una guerra más ni la primera ni la última. Así son los conflictos entre hombres. No busques excusas, los dos sabemos que quieres ir, a pesar de todo lo que vas a perder.

—Quizás tengas razón y para mí no sean suficientes nuestras visitas a la biblioteca.

—Ni, por lo que se ve, los paseos con Lena o los eventos con tu familia.

—¡Me estás dando por muerto demasiado pronto!

—Vas al campo de batalla, a las trincheras, posiblemente acabarás acribillado en una incursión.

Fui demasiado cruel, pero él sonrió, entendía mi enfado. Extendió la mano en símbolo de fraternidad, yo la aferré con fuerza.

—Adiós —me dijo.

—Cuídate —le dije.

—Me vale. Encárgate de las chicas, que no les falte nada en mi ausencia.

Nos abrazamos con fuerza y salió, aunque aún giró la cabeza antes de subir al coche que lo esperaba y, con un gesto de asentimiento, se marchó.

Y ocurrió, Evan murió en el frente, de forma honorable, pero murió. Ya no habría más celebraciones de Acción de Gracias y de Navidad. Ya no habría más paseos, más cafés ni más noches de amor con su esposa. Ya no pondría mala cara cuando le obligara a esperar mientras consultaba algún libro en la biblioteca y no frunciría el ceño ante los guisantes de la cena. Pero debíamos estar contentos, ya que, como nos dijeron cuando vinieron a informarnos, había muerto por honor y ¡pensaban que nos consolaríamos con eso! Yo era el que ahora enfrentaba el desconsuelo de mi familia y el vacío que dejó un amigo. Las veladas se volvieron soledad y apenas entablábamos conversación, Lilith pasaba gran parte del tiempo con nosotros, no quería estar sola y ni el bebé de Natalie ni el final de la guerra, a favor de los aliados, consiguieron arreglar la situación. Yo empezaba a cansarme de ese tipo de vida estancada y de nulo esfuerzo, sabía que mi tiempo allí se agotaba, pero no quería dejarlas solas. Esperé un año más y me decidí.

Lilith había perdido el interés por la vida pública y Cynthia estaba preocupada por ella y sabía que solo yo sería capaz de consolarla, así como también sabíamos lo que pasaría si iba a su casa a hacerlo.

Entré en la habitación y la encontré llorando, ella se aferró a mí y me besó apasionadamente y de repente nada importó, ni la guerra ni la sociedad ni la muerte ni el paso del tiempo; de nuevo éramos ella y yo y nada más ocupaba nuestro espacio. Nos fundimos como siempre e hicimos el amor como hacía siglos.

Estábamos en su jardín, nos mecíamos en un balancín para dos, rodeados de los aromas de nuestro primer hogar, creado allí por ella, desnudos y ajenos a los ruidos de la ciudad. Ya le había comentado mi intención de marcharme y que Cynthia lo sospechaba.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—Me iré, no puedo volver con Cynthia.

—Ella te perdonaría lo ocurrido aquí, creo que se lo imagina.

—Pero yo no. Además, necesito un cambio y, por una vez, me voy antes.

—La vas a dejar sin hombres de la casa.

—Yo nunca fui el hombre de la casa. Ella es fuerte y te tiene a ti.

La miré, tan fuerte, tan bella, aún con los ojos enrojecidos.

—¿Dónde irás?

—He pensado visitar la Biblioteca del Congreso en Washington, es una de las más grandes del mundo. He visto cómo trabajan aquí en el taller de restauración y creo que puedo ir y conseguir un empleo, ya no soy de clase alta, no se verá mal que trabaje. Y no sé si volveré a Europa cuando todo esto se estabilice, me interesan los nuevos sistemas de clasificación alfanumérica de los libros y quiero conocerlos. Hay mucho a mi alcance gracias a tantos avances.

—A veces pienso que son los libros los que te han mantenido cuerdo y en este mundo. Aunque el tuyo siga perdido.

—Júrame que permanecerás con Cynthia hasta el final.

—Te lo juro, ahora es mi familia. Pero te echaremos de menos, mucho.

—Y yo a vosotras.

—Nos veremos en otro tiempo y, entonces, solo seremos tú y yo.

—No prometas nada que no podrás cumplir.

—La próxima vez sí.

—Ya veremos. Mañana me iré. Dile a Cynthia que la quiero.

—¿Tienes dinero?

—No.

—Llévate lo que necesites.

Y nos besamos y volvimos a amarnos hasta el amanecer, hasta el momento de mi partida.

Por la mañana salí de la habitación y recogí mis cosas, que había llevado a casa de Lilith y que seguían siendo escasas, la bolsa de viaje pesaba menos sin el Libro de Thot. Pero cuando me dispuse a salir por la puerta me encontré a Cynthia y a Natalie, Lilith las había avisado sin que yo me diese cuenta. Mi condesa lloraba.

—¿Te ibas a ir sin despedirte? —Bajé la cabeza, no quería mirarla a los ojos—. ¿Llevas todo lo que necesitas?

—Sí.

—¿Te lo ha dado Lena?

—Sí.

—¿No quieres nada de mí?

—Ya me has dado bastante.

Me ofreció un fajo de billetes, yo los rechacé.

—Cógelo, por favor, hazlo por mí, no soportaría pensar que en algún momento lo necesites y no lo tengas, son tiempos difíciles.

—Sí, cógelo. —Natalie se mantenía en la distancia—. Es poco para todo lo que nos has dado.

Ella también lloraba, al final había conseguido quererla y que me quisiese. Acepté el dinero y les di un suave beso, me detuve más en Cynthia.

—Te quiero —me dijo.

—Lo sé y yo a ti. Tened cuidado y sed fuertes, apoyaros en Lena.

—Nunca te olvidaremos —dijo Natalie con los ojos llorosos.

—Ni yo a vosotras.

Estaba hecho y, mientras me marchaba, pensé en lo pequeño que era su nunca comparado con el mío, miré atrás y vi a Lilith sonreír, ella sí esperaba volver a verme, el nunca no existía para nosotros, lo habíamos aprendido hacía milenios.

Al morir Evan en el frente, Lilith heredó todos los bienes de él y al final los de Cynthia. Estuvieron juntas hasta el final.

Durante la Gran Depresión, supe que Lilith no tuvo problemas con sus posesiones e inversiones, más bien los afianzó, siempre se mantuvo fuera de los conflictos económicos de forma magistral, protegiendo también los de los Tilman.

Después, una segunda gran guerra sacudió el siglo y nuevos intereses conmocionaron a la humanidad. Esa vez los genocidios estuvieron a la orden del día y los jefes militares tuvieron que hacer caer un régimen basado en las ideas nacionalistas, expansionistas y xenófobas de un solo hombre.

Pero yo, todos esos años los dediqué a conocer América del Sur. Su cultura, sus civilizaciones perdidas y sus tesoros. Sin embargo, cada vez más pensaba en Lilith, anteriormente había pasado siglos sin verla, ahora llevaba pocos años sin ella y la echaba de menos más que nunca.

Así, alrededor de los 50, volví a América del Norte...