La caída de Troya
(399 - 575)

Ovidio

Las Metamorfosis, libro XIII


     El vencedor de Hipsípila a la patria y del claro Toante
 y a las tierras infames de la matanza de sus viejos varones, 400
 sus velas da para traer de vuelta, del Tirintio las armas, las saetas.
 Las cuales, después que a los griegos, con su dueño acompañándole, las reportó,
 impuesta le fue al fin la mano última a esa fiera guerra.
 Troya y a la vez Príamo caen. De Príamo la esposa
 perdió la infeliz después de todo aquello de humana 405
 su figura y con un nuevo ladrido aterró auras extrañas,
 por donde en angostura se cierra largo el Helesponto.
     Ilión ardía, y todavía no se había asentado el fuego
 y del viejo Príamo el ara de Júpiter el exiguo crúor
 había bebido, y arrastrada de sus cabellos la sacerdotisa de Febo, 410
 que no habían de aprovecharle, tendía al éter las palmas.
 A las dardanias madres, a las imágenes de sus patrios dioses
 mientras pueden abrazadas, y sus incendiados templos ocupando,
 las arrastran vencedores los griegos, envidiosos premios.
 Es lanzado Astíanax desde aquellas torres de donde 415
 luchando por sí mismo, y sus atávicos reinos guardando,
 muchas veces ver a su padre, mostrado por su madre, solía.
 Y ya a la ruta persuade el Bóreas y son su soplo favorable
 los linos movidos suenan: ordena el marinero que se aprovechen los vientos.
 «Troya, adiós, nos roban», gritan, dan besos a su tierra 420
 las troyananas: de su patria los humantes techos atrás dejan.
 La última ascendió a la flota, triste de ver,
 en mitad de los sepulcros encontrada Hécuba de sus hijos.
 Abrazando sus túmulos y a sus huesos besos dando
 la arrastraron unas duliquias manos. Aun así del único sacó 425
 y en su seno las cenizas consigo se llevó sacadas de Héctor.
 De Héctor en el túmulo de su cana cabeza un pelo,
 ofrendas funerarias pobres, un pelo y sus lágrimas dejó.
     Hay, donde Troya estuvo, a la de Frigia contraria una tierra,
 habitada por los varones bistonios. De Poliméstor allí 430
 el real rico estaba, a quien a ti te encomendó para que te educara
 a escondidas, Polidoro, tu padre y te apartó de las frigias armas,
 un plan sabio si, del crimen botín, grandes riquezas
 no hubiera añadido, aguijada de un espíritu avaro.
 Cuando cayó la fortuna de los frigios coge el impío su espada, 435
 el rey de los tracios, y en la garganta la hunde de su ahijado
 y como si quitarse junto con el cuerpo sus culpas pudieran,
 exánime por una peña lo lanzó, a ellas sometidas, a las ondas.
     En el litoral tracio su flota había amarrado el Atrida
 mientras el mar pacificado, mientras el viento más amigo le fuese. 440
 Aquí súbitamente, cuan grande cuando vivía ser solía,
 sale de la tierra anchamente rota, y cual si amenazante
 el rostro del tiempo aquel volviera a llevar Aquiles,
 en el que fiero al injusto Agamenón buscaba a hierro y:
 «¿Olvidados de mí partís», dice, «aquivos, 445
 y sepultada ha sido conmigo la gracia de la virtud nuestra?
 No lo hagáis, y para que mi sepulcro no sea sin su honor,
 aplaque a los manes de Aquiles, inmolada, Políxena».
 Dijo y obedeciendo sus compañeros a la despiadada sombra,
 arrebatada del seno de su madre, a la que ya casi sola calor daba, 450
 fuerte e infeliz y más que mujer esa virgen,
 es conducida al túmulo y se la hace víctima de una siniestra hoguera.
 La cual, acordada ella de sí misma, después que a las crueles aras
 acercada fue y sintió que para ella unos fieros sacrificios se preparaban,
 y cuando a Neoptólemo apostado y el hierro sosteniendo 455
 y en su rostro vio que fijaba él sus ojos:
 «Utiliza ahora mismo esta generosa sangre», dijo,
 «ninguna demora hay: tú en la garganta o en el pecho tu arma
 esconde mío», y su garganta a la vez y pecho descubrió.
 «Claro es que a nadie servir yo, Políxena, quisiera. 460
 No merced a tal sacrificio a divinidad aplacaréis ninguna.
 La muerte mía sólo quisiera que a mi madre engañar pudiera:
 mi madre me estorba y minora de la muerte mis goces, aunque
 no mi muerte para ella, sino su vida de gemidos digna es.
 Vosotros, sólo, para que a los estigios manes no acuda no libre, 465
 idos lejos, si cosa justa pido, y de mi contacto de virgen
 apartad vuestras manos. Más acepta para aquél,
 quien quiera que él es, a quien con el asesinato mío a aplacar os disponéis,
 libre será mi sangre. Si a alguno de vosotros, aun así, las últimas palabras
 conmueven de mi boca -de Príamo a vosotros la hija, del rey, 470
 no una cautiva os ruega- a mi madre mi cuerpo no vendido
 devolved, y no con oro redima el derecho triste de mi sepulcro,
 sino con lágrimas. Entonces, cuando podía, los redimía también con oro».
     Había dicho, mas el pueblo las lágrimas que ella contenía
 no contiene. También llorando e involuntario el mismo sacerdote, 475
 su ofrecido busto rompió, a él lanzado el hierro.
 Ella sobre la tierra, al desfallecer su corva cayendo,
 mantuvo no temeroso hasta sus hados postreros el rostro.
 Entonces también su cuidado fue el de velar sus partes de cubrir dignas,
 al caer, y la honra salvar de su casto pudor. 480
 Las troyanas la reciben y los llorados Priámidas recuentan
 y cuántas sangres diera una casa sola,
 y por ti gimen, virgen, y por ti, oh ahora poco regia esposa,
 regia madre llamada, de la Asia floreciente la imagen,
 ahora incluso de un botín mal lote, a la que el vencedor Ulises 485
 que fuera suya no quería, sino porque, con todo, a Héctor de tu parto
 diste a luz: un dueño para su madre apenas halla Héctor.
 La cual, ese cuerpo abrazando inane de alma tan fuerte,
 las que tantas veces a su patria había dado, e hijos y marido,
 a ella también da esas lágrimas. Lágrimas en sus heridas vierte, 490
 de besos su boca y rostro cubre y su acostumbrado pecho en duelo golpea,
 y la canicie suya, coagulada de sangre barriendo,
 más cosas ciertamente, pero también éstas, desgarrado el pecho, dice:
     «Hija mía, de tu madre, pues qué resta, el dolor último,
 hija, yaces, y veo, mis heridas, tu herida: 495
 y, para que no perdiera a ninguno de los míos sin asesinato,
 tú también herida tienes. Mas a ti, porque mujer, te pensaba
 del hierro a salvo: caíste también mujer a hierro,
 y a tantos tus hermanos el mismo, a ti te perdió él mismo,
 destrucción de Troya y de mi orfandad el autor, Aquiles. 500
 Mas después que cayó él de Paris y de Febo por las saetas,
 ahora ciertamente, dije, miedo no se ha de tener de Aquiles: ahora también
 miedo yo le había de tener. La ceniza misma de él sepultado
 contra la familia esta se ensaña y en su túmulo también sentimos a este enemigo.
 Para el Eácida fecunda he sido. Yace Ilión, ingente, 505
 y con resultado grave finalizado fue de nuestro pueblo el desastre,
 pero finalizado, aun así. Sola a mí Pérgamos restan
 y en su curso mi dolor está, ahora poco la más grande de su estado,
 de tantos yernos e hijos poderosa, y de nuera, y esposo,
 ahora se me arrastra desterrada, pobre, desgarrada de los túmulos de los míos, 510
 de Penélope el regalo, la cual a mí, los pesos de la lana dados arrastrando,
 mostrándome a las madres de Ítaca: «Ésta de Héctor aquélla es,
 la brillante madre; ésta es», dirá, «de Príamo la esposa»,
 y después de tantos perdidos tú ahora, la que sola aliviabas
 de una madre los lutos, unas enemigas hogueras has expiado. 515
 Ofrendas fúnebres para el enemigo he parido. ¿Para qué, férrea, resto
 o a qué espero? ¿Para qué me reservas, añosa senectud?
 ¿Para qué, dioses crueles, sino para que nuevos funerales vea,
 vivaz mantenéis a esta anciana? ¿Quién feliz pensaría
 que Príamo se podría decir después de derruida Pérgamo? 520
 Feliz por la muerte suya es, y no a ti, mi hija, perecida
 te mira y su vida al par que su reino abandonó.
 Mas, creo yo, de funerales serás dotada, regia virgen,
 y se sepultará tu cuerpo en los monumentos de tus abuelos.
 No tal es la fortuna de esta casa; como regalos de tu madre 525
 te tocarán los llantos y un puñado de extranjera arena.
 Todo lo hemos perdido: me resta, por lo que vivir un tiempo
 breve sostenga, retoño muy grato a su madre,
 ahora él solo, antes el menor de mis hijos varones,
 entregado al rey ismario en estas orillas, Polidoro. 530
 ¿Qué espero, entre tanto, para sus crueles heridas con linfas
 purificar y asperjado de despiadada sangre su rostro».
     Dijo, y al litoral con su paso avanzó de vieja,
 lacerada en sus blanquecientes cabellos: «Dadme, Troyanas, una urna»,
 había dicho la infeliz, para sacar líquidas aguas. 535
 Contempla, arrojado en ese litoral, de Polidoro el cuerpo
 y hechas por las armas tracias sus ingentes heridas.
 Las troyanas gritan, enmudeció ella de dolor
 y al par sus lágrimas y su voz hacia dentro brotadas
 las devora el mismo dolor, y muy semejante a una dura roca 540
 se atiere y, a ella opuesta, clava ora sus ojos en la tierra,
 a veces torvo alza al éter su rostro,
 ahora abajando el suyo contempla el rostro de su hijo, ahora sus heridas,
 sus heridas principalmente, y se arma y guarnece de ira.
 De la cual, una vez se inflamó, tal cual si reina permaneciera, 545
 vengarse decide y del castigo en la imagen toda ella está,
 y como enloquece, de su cachorro lactante orfanada una leona
 y las señales hallando de sus pies sigue a ése que no ve, a su enemigo,
 así Hécuba, después que con el luto mezcló su ira,
 no olvidada de sus arrestos, de sus años olvidada, 550
 marcha al artífice, Poliméstor, del siniestro asesinato
 y su conversación pretende, pues ella mostrarle quería,
 dejado atrás, oculto para él, que a su hijo le devolviera, un oro.
 Lo creyó el Odrisio y acostumbrado del botín al amor,
 a unos retiros viene. Entonces, artero, con tierna boca: 555
 «Deja las demoras, Hécube», dijo. «Dame los regalos para tu hijo.
 Que todo ha de ser de él, lo que me das, y lo que antes diste,
 por los altísimos juro». Contempla atroz al que así hablaba
 y en falso juraba, y de henchida ira se inflama,
 y así cogido a las filas de las cautivas madres 560
 invoca y sus dedos en esos traidores ojos esconde
 y le arranca de las mejillas los ojos -la hace la ira dañina-
 y dentro sumerge las manos y manchada de esa sangre culpable
 no su luz -pues no la había-, los lugares de su luz saca.
 Por el desastre de su tirano de los tracios el pueblo irritado, 565
 a la troyana con lanzamiento de armas y de piedras empezó
 a atacar, mas ella a una lanzada roca con ronco gruñido
 a mordiscos persigue, y con sus comisuras, para las palabras preparadas,
 ladró al intentar hablar. El lugar subsiste y del rey
 el nombre tiene, y de sus viejas desgracias mucho tiempo ella memorativa, 570
 entonces también aulló, afligida, por los sitonios campos.
 A los troyanos suyos, y a los enemigos pelasgos,
 la fortuna suya a los dioses también conmovido había a todos,
 así a todos, que también la propia esposa y hermana de Júpiter,
 que esos sucesos Hécuba había merecido negaría. 575