Un trompo que da vueltas es sólo eso: un trompo que da vueltas. Nada más. Este sencillo y minúsculo artefacto (así lo habría llamado Julito Cortázar, un vecino de esta cuadra en la que habito) no podría alterar ninguna existencia ni trastocar ningún mundo. Bastaría con contemplar cada uno de los actos que preceden su girar para comprobarlo: una cuerda que se enrolla a su alrededor, una mano que lo lanza y... ¡zas! se inicia su armónica danza.
Lo dicho: un trompo que da vueltas es sólo eso... ¿De dónde provienen, entonces, la ansiedad y el extravío que se apoderan de mí con cada nuevo giro?