Un hombre cualquiera le señala en la calle. Es apenas un gesto, tal vez fortuito, pero lo cierto es que no puede evitar cierto temor.
Visiblemente preocupado, regresa en seguida a casa, y allí se encierra sin atender a nadie. Asegura puertas, ventanas, descuelga el auricular.
Por las noches, la imagen del hombre que le señala se hace más nítida, lo obsesiona, no le permite conciliar el sueño.
El miedo se apodera de él, y lo lleva a una desesperación tan insoportable que toma, entonces, la decisión de quitarse la vida.
Otro día, en medio del espeso rumor de cuerpos que van y vienen por la calle, el hombre vuelve a señalar a alguien, que le responde con una sonrisa. Mientras camina, este último piensa: “Aún queda gente simpática por estos lados de la ciudad”.