–– ¡Déjenla! –– dice con resuelta determinación la voz. Después, habituada a dar órdenes, agrega:
–– Esta mujer no lo sabe, pero desde algún remoto e ignorado lugar otra mano (menos piadosa, para su infortunio) la estruja a ella lentamente, acercándola cada vez más a ese abismo que es el olvido, a la Nada.
(Lo primero que se ve al comenzar la escena es bastante trivial como para haber querido empezar esta historia por allí: hastiada del monótono paso de los días, la mujer arranca la hoja del calendario. Con rabia, con un desespero inocultable que le descompone el rostro, la estruja; luego, la arroja lejos de ella.)