Del dictador que prohibió las palabras

…y después de haber tomado aquella terminante decisión, congruente con su papel de forjador de una remozada república, se paseó por las abandonadas y tranquilas calles de las ciudades del país que estaba ayudando a edificar y comenzó a admirar con embeleso el silencio absoluto que reinaba en ellas, tras lo cual soñó que pasaba a la Historia que se escribe con mayúscula como un grande benefactor; pero que, caída la noche en la suntuosa casa presidencial, ciego de rabia y de celos, previa colocación del silenciador a su pistola de grueso calibre, se pegó un tiro en la sien al sentir que su mujer había dejado de amarle, pues ya se le hacían muchas e insoportables las noches en que la Primera Dama se entregaba sin musitar a sus oídos siquiera una tímida, una dulce palabra de amor que le ayudara a apretar un poco el lazo que, dicen, le mantiene a uno atado a la vida.