Como ya he anticipado en el capítulo anterior al hablar de la evolución histórica de la magia, un aspecto muy importante de esta disciplina es la relación que se establece de manera natural o provocada entre el hombre y las entidades sobrenaturales.
Este aspecto tiene una doble connotación: por una parte nos muestra la relación que se establece con la divinidad y, por la otra, la relación de otras entidades menores llamadas genéricamente espíritus.
Desde este punto de vista, la magia está relacionada con la religión, por lo menos en los límites de lo que se entiende normalmente por religión, es decir: la fe en la existencia de uno o más seres espirituales dotados de poder (ya se trate de un solo dios o de varios dioses) que se relacionan de manera decisiva con las vivencias humanas y con los que el creyente puede comunicarse mediante un conjunto de prácticas orientadas a entrar en gracia con tales entidades (culto).
En los tiempos más remotos, las mismas personas que se encargaban del culto religioso también llevaban a cabo las prácticas mágicas que se creían convenientes; este uso persiste todavía en la actualidad en sociedades primitivas que todavía no han desarrollado una cierta distinción entre las funciones de los sacerdotes, brujos, chamanes, profetas, curanderos, etc.
En general, a medida que iba evolucionando la mentalidad y la estructura social se iba haciendo mucho más compleja y especializada, la religión fue separándose progresivamente de la magia hasta mediar entre ellas un auténtico abismo llegando a convertirse en la mayoría de los casos en su enemiga. En efecto, este antagonismo es explicable en parte por el hecho de que tanto la religión como la magia se ocupan del mundo invisible; unidas por este contenido, no podían ignorarse y tenían que convertirse necesariamente en aliadas o enemigas irreconciliables.
Los párrafos que siguen pretenden describir de una manera más concreta la naturaleza de las relaciones que ha habido entre la magia y la religión en las culturas que tuvieron, en este sentido, un papel relevante en la historia de la propia magia.
Los estrechos lazos de unión existentes entre magia y religión en el antiguo Egipto son muy conocidos; ya he hablado de ello en el capítulo «Algunos datos sobre la historia de la magia». Incluso la Biblia (Libro del Éxodo) atestigua la existencia de tales relaciones cuando describe cómo los grandes sacerdotes, presentes en la corte del faraón, consiguieron imitar con la ayuda de la magia algunos de los prodigios realizados por Moisés con la ayuda de Dios.
«Moisés y Aarón fueron a casa del faraón y actuaron tal y como el Señor se lo había mandado.
»Aarón lanzó su bastón delante del faraón y de sus ministros, y el bastón se transformó en serpiente.
»Entonces, el faraón llamó a los sabios y a los adivinos. También ellos, los magos de Egipto, hicieron lo mismo con sus encantamientos: cada uno lanzó su propio bastón que se transformó en serpiente. Pero el bastón de Aarón se tragó sus bastones.»
Un segundo ejemplo, sacado también del Libro del Éxodo, describe el prodigio de la transformación del agua en sangre:
«Moisés alzó el bastón y golpeó el agua del Nilo bajo la mirada del faraón y de sus ministros.
»El agua del río se transformó en sangre, de forma que los peces murieron y el agua se pudrió. Los egipcios ya no pudieron beberla y en Egipto había sangre por todas partes.
»Los magos egipcios, con sus encantamientos, consiguieron hacer lo mismo.»
Y también la invasión de las ranas:
«El Señor dijo a Moisés: “Manda a Aarón que extienda su mano con el bastón sobre los ríos, los canales y los estanques, y las ranas invadirán Egipto”.
»Aarón extendió las manos sobre los cursos de agua y una cantidad enorme de ranas recubrió las tierras de Egipto.
»También los magos con sus encantamientos hicieron lo mismo y de esta forma en Egipto el número de ranas aumentó de forma increíble.»
Pero por muy hábiles que fueran los magos egipcios, tuvieron que rendirse al final ante la potencia de Dios:
«El Señor dijo a Moisés: “Manda a Aarón que extienda su bastón y golpee con él el suelo.
»El polvo de la tierra se transformará en mosquitos en todo el territorio de Egipto”.
»Así lo hicieron: Aarón extendió la mano con el bastón y golpeó el suelo: el polvo de la tierra se transformó en molestos mosquitos para los hombre y para los animales [...].
»También los magos con sus encantamientos intentaron que la tierra se convirtiera en mosquitos, pero no lo consiguieron. Mientras tanto, los mosquitos continuaban molestando a los hombres y a los animales.
»Los magos dijeron al faraón: “Se trata realmente de una intervención de Dios”.»
Este episodio es muy indicativo de la potencia de la magia, pero también de cómo se vuelve nula si no coincide con la voluntad de Dios.
El león y la osa que se apoyan en la hoguera simbolizan la fusión de la parte femenina y masculina del alma
Además de la Biblia, otras obras antiguas describen prácticas mágicas y doctrinas esotéricas junto a cuestiones de naturaleza religiosa. El antiguo texto griego La profetisa Isis y su hijo, contenido en el Codex Marcianum, por ejemplo, representa con un mito la forma en que los conocimientos esotéricos, astrológicos, mágicos y alquimistas se habrían transmitido a los hombres.
La protagonista de la obra es Isis, la poderosa diosa, la gran Luna misteriosa, receptáculo de la sensibilidad y de la intuición, que narra que se retiró a Hormanouthi, la ciudad del arte sagrado, cuando su hijo Horus fue a luchar contra el dios destructor Seth.
En un cierto periodo del año, cuando los astros asumieron aspectos propicios para Isis, vio un ángel que le pidió que fuera suya. Ella no quiso, pero con amabilidad le interrogó sobre los secretos del arte sagrado. El ángel respondió que no podía desvelar un misterio tan grande, pero que al día siguiente pediría ayuda a Amnael, un ángel mucho más sabio que él, que podría satisfacer sus dudas.
Representación simbólica de la parte masculina y de la parte femenina del hombre
Así, al día siguiente al mediodía se presentó Amnael que, seducido por su belleza, deseó poseerla.
Isis se resistió también a él, pero consiguió que le confesara la tradición mágica y todos sus misterios.
Pero para obtenerlos, tuvo que jurar solemnemente al ángel Amnael que no revelaría nunca los misterios aprendidos a nadie en todo el mundo, a excepción de su hijo y su amigo más íntimo.
«Juro en nombre del Fuego, del Agua, del Aire y de la Tierra;
»juro en nombre de la cumbre del Cielo y de la profundidad de la Tierra y del reino de los muertos;
Típica representación de la fusión de los opuestos perseguida en numerosas operaciones alquímicas y mágicas
»juro en nombre de Hermes y de Anubis, del aullido de Kerkoros y del dragón guardián;
»juro en nombre de la barca y del barquero Caronte;
»y juro en nombre de las tres necesidades, de los látigos y de la espada.»
Este relato, aunque muy sintético, aporta elementos significativos y aclara una serie de aspectos importantes.
Ante todo confirma, como ya he dicho, que el conocimiento mágico tiene un origen divino. En segundo lugar, podemos ver también cómo se revela el secreto a la parte femenina del alma, es decir, a la dimensión depositaria de la sensibilidad, de la emotividad y del sentimiento mientras que la parte masculina, en cambio, está ocupada y distraída por los asuntos cotidianos (la guerra contra el destructor Seth, que es de todos modos un símbolo de la lucha para poner orden en el caos).
Sin embargo, para aportar lo mejor, las dos partes tienen que reunirse y colaborar: únicamente de esta forma alcanzarán la perfecta armonía necesaria a cada ser humano y sobre todo al que pretende ocuparse más adelante de la magia.
Además, no se trata de un hecho casual que en el relato el ángel revele sus conocimientos a Isis en un momento preciso, cuando la disposición de los astros en el cielo es la más propicia: este pasaje indica claramente la estrecha relación entre los astros y la magia.
Además, es muy significativo que el misterio no pueda divulgarse de forma indiscriminada, sino únicamente a las personas que han alcanzado una íntima armonía con los iniciados (recordemos que Isis puede transmitir la revelación únicamente a su hijo y a su amigo más íntimo).
También es muy importante subrayar el hecho de que la revelación se hace posible sólo después de la sublimación del instinto: Isis no cede a la tentación de la carne y no se deja poseer por ninguno de los dos ángeles que la habían puesto a prueba. De hecho, este motivo es uno de los temas más recurrentes en muchas prácticas de iniciación esotérica, ya que se supone que es posible utilizar las energías propias de las pulsiones sexuales para aumentar la fuerza mágica del iniciado.
Esta palabra evoca la imagen de muertos misteriosos, de cadáveres ambulantes o de ceremonias tan secretas como cruentas.
En realidad, el Vudú, en su significado más noble, no es otra cosa que una suma de creencias y de ritos de origen africano unidos a prácticas católicas. Tales creencias están bastante difundidas en el campo y entre las clases más pobres de la República de Haití y de las regiones del Caribe en general.
La historia del Vudú se inició en la segunda mitad del 1600, con la deportación de esclavos a la isla de Santo Domingo.
Los esclavos provenían de varias partes de África, en especial de Dahomey y Nigeria. Una vez deportados, entraron en contacto con un sistema social y religioso distinto y más organizado, el cristianismo, que ya practicaban sus amos.
Estos esclavos crearon a partir de entonces una religión propia que fundía las tradiciones de sus antepasados con el nuevo culto que habían acabado de aprender.
Nació de esta forma una nueva fe, impregnada de valores místicos, que se basaba en plegarias, rituales, cantos y danzas que tenían la intención de provocar el éxtasis, es decir la condición que permitía entrar en contacto con lo divino de la mejor forma.
Estas prácticas misteriosas y llenas de simbolismos, fueron confundidas a menudo por los europeos con la magia negra, de origen demoníaco; algo completamente equivocado, ya que incluso los loa, los espíritus invocados en el Vudú, tienen una naturaleza esencialmente divina. Entre ellos, el más importante es Legba, el dios intérprete de los demás dioses, que posee las llaves del mundo espiritual (se trata de una extraña síntesis entre las figuras del dios griego Mercurio y de nuestro san Pedro).
También forman parte del Panteón Vudú:
— Aguè-Taroyo, dios del mar y protector de los marineros;
— Damballah-Wedo, dios serpiente identificado también con el arco iris (una serpiente del cielo) y con el rayo; se trata del dios de la plata que reparte riquezas;
— Ogu, dios guerrero representado en la vestimenta de un soldado;
— Ezili-freda-Dahomey, diosa sensual, amante del lujo y del placer, comparada con la griega Afrodita.
Existen luego los guede, dioses de la muerte que poseen una naturaleza ambivalente, a veces espantosa y a veces ridícula. Los representantes más ilustres de esta estirpe divina se llaman Baron-Samedi, Baron-La Croix, Baron-Cimetière, Guede-Nibo y Brigitte.
La tradición popular ha atribuido a Baron-Samedi el aspecto de un lúgubre empresario de pompas fúnebres, que va vestido siempre de negro y cuyo emblema es un ataúd con una cruz negra rematada por un cilindro.
Además de los guede, existen también loa crueles, que podemos comparar con nuestros diablos.
Me he limitado a estos pocos ejemplos para proporcionar por lo menos una idea aproximada sobre la naturaleza de las divinidades adoradas en el culto Vudú, cuyo panteón es extraordinariamente rico y complejo.
Los rituales Vudú son muy particulares; para su descripción confío en el sugerente informe de una ceremonia redactada por Métraux,[2] un estudioso francés que, gracias a sus oportunos conocimientos, tuvo la extraordinaria posibilidad de asistir al ritual en la noche de Navidad de un año impreciso entre 1940 y 1950.
«La fiesta empezó con la preparación de una enorme hoguera que debía arder durante toda la noche. El lugar donde se tenía que colocar la hoguera se había señalado anticipadamente con un vevé (un dibujo simbólico que representa los atributos de una divinidad).
»Se trataba de un círculo cortado con ocho radios, cuyas líneas se prolongaban más allá de la circunferencia.
»Los troncos de árbol dispuestos sobre los radios irradiaban desde el centro, donde se habían amontonado brasas y troncos de pino.
»El hungan o sacerdote escupió kimanga (una especie de brebaje elaborado con hierbas) siguiendo el siguiente orden: tres veces por encima del hombro, manteniendo el brazo doblado, cuatro veces sobre la hoguera, tres veces en el aire y de nuevo tres veces sobre el fuego.
»Un mortero de grandes dimensiones se trasladó en ese momento bajo la pérgola y fue colocado sobre una estera.
»El hungan lo consagró trazando en el interior y en el exterior vevés y luego lo cubrió con una tela blanca, como se hace a veces con algunos tambores.
»Después, sentado sobre una silla delante de los tambores, salmodió una serie de padrenuestros, ave marías, credos y otras oraciones, entremezcladas con las respuestas de los asistentes.
»Pasando luego de Dios y de los Santos a los loa, recitó una larga plegaria acompañada de estridentes silbidos. La plegaria duró aproximadamente una hora y media.
»Al final empezó a retumbar el ritmo rápido y sincopado de los tambores. Aparecieron dos hombres que se habían cubierto la parte inferior de la cara con un pañuelo blanco y otro rojo.
»Avanzaron hacia el mortero y, cogiendo el almirez, empezaron a triturar las hojas.
»El coro de los presentes cantó himnos de alegría a los loa porque los espíritus acuden con mejor talante cuando se canta y se baila para ellos.
»De pronto se escuchó un ruido confuso entre los presentes que parecía ser una pelea.
»En realidad, la excitación colectiva había llegado hasta tal punto que varias personas estaban a punto de caer en trance y ser “poseídas” por las divinidades, una forma típica de relación entre hombres y dioses en la religión Vudú.
»En esa ocasión en particular, dos mujeres fueron poseídas por el dios de los bosques.
»Una, que se llamaba Docelia, y que estaba dotada de una musculatura particularmente robusta, en un cierto momento de la fiesta asumió una expresión particularmente malcarada.
»De pronto, saltó sobre el mortero con una agilidad de gacela manteniendo el equilibrio de pie sobre los bordes y con las manos sobre los lados. Se contoneaba al ritmo de los tambores, gritando y cantando a voz en grito y exhortaba a viva voz a los dos hombres que trituraban las hojas para que lo hicieran más rápidamente.
»En un momento dado, Docelia saltó al suelo y tumbándose sobre una estera hizo que le apoyaran el pesado mortero sobre los riñones para demostrar su fuerza.
»Después de esto se vació el mortero y el sacerdote vertió dentro un potente licor al que prendió fuego con un tizón.
»Los trituradores de hojas sacaron del mortero con calabazas el líquido inflamado y se lo bebieron, luego sumergieron las manos en el brasero y se frotaron brazos y cara.
»Mientras tanto, el hungan se acercó a cada uno de los presentes con una calabaza llena de polvos misteriosos y distribuyó un poco a cada uno de ellos.
»La segunda parte de la ceremonia empezó con cantos en honor de los loa. En aquello ocasión, se invocó de forma particular a Baron-Cimetière.
»Docelia se agitó mucho hasta que cayó pesadamente, derrumbándose sobre una silla. El dios de los bosques que la había poseído, la había abandonado de improviso.
»Luego, de repente, cayó al suelo con la mirada fija y los miembros rígidos. En ese momento había sido poseída por Baron-Cimetière, que hacía que su cuerpo pareciera un cadáver.
»Otros bailarines tuvieron la misma suerte, pero además de este loa, terrorífico por definición, se presentaron algunos guedes burlones que obligaron a las personas que habían poseído a caminar con las piernas completamente rígidas y a declamar de forma escandalosa increíbles obscenidades.
»Los poseídos, bailando con mucha agilidad al ritmo de los tambores, se acercaron al fuego saltando en medio de las llamas.
»Sin embargo, a pesar del aparente delirio, eran muy habilidosos colocando los pies únicamente sobre los troncos que las llamas todavía no habían atacado.
»La fiesta continuó con la danza. Docelia, abandonada por Baron-Cimetière, fue víctima de otro dios y empezó a bailar con los brazos extendidos y los dedos de la mano derecha en forma de cuerno.
»Otra mujer empezó a dar vueltas por el suelo con violentas convulsiones. Se arrancó la parte superior del vestido mientras iniciaba un baile endiablado.
»La música se volvió cada vez más frenética. Únicamente con la llegada del alba los bailarines extenuados cayeron todos sobre las esteras.
»La noche siguiente se repitieron los mismos ritos.»
Operación alquímica llamada separación en la que se destaca la duplicidad de los símbolos al lado de las figuras
El ciclo de estas ceremonias, que acaba con gran pompa la noche de Navidad, tiene como objetivo esencial aportar suerte y permitir que los sacerdotes preparen con la mayor solemnidad posible los polvos mágicos que podrán utilizar luego en los distintos tratamientos terapéuticos o, por lo menos, por cada tipo de filtro de amor, de odio, de acercamiento, de alejamiento, de riqueza, de protección, etc.
La fiesta que describe el estudioso francés no tiene nada que ver con la Navidad cristiana; lo que pone en común a las dos ceremonias no es más que la coincidencia de fechas. La ceremonia Vudú es una ceremonia mágica que tiene como objetivo captar esa fuerza difusa que se llama fortuna y preservar sortilegios. El único parecido con la Navidad cristiana sólo estriba en la participación de todos los fieles en la ceremonia, algo que, por otra parte, es común en todos los rituales y ceremonias, sea cual sea su confesión religiosa.
Este aspecto es típico de las formas de magia más cercanas a la religión que generalmente se expresa con ceremonias populares y colectivas (podemos pensar en las antiguas fiestas del sol como en la Santa Misa Católica, las hogueras de San Juan, etc.).
De todos modos, en las prácticas mágicas, el practicante puede celebrar la ceremonia en solitario o en grupo.
Lo que es indispensable, si decide que alguien le asista, es que todos los participantes celebren el ritual con la intención de que se cumpla el mismo deseo. Además, debe existir una perfecta confianza entre los participantes, a menos que queramos fracasar o, peor aún, desencadenar energías negativas. Si, por lo tanto, se tiene la más mínima duda sobre los colaboradores, será mejor actuar solo.
En el año 1622, unas manos desconocidas colgaron por las paredes de París un manifiesto en el que se podía leer unas declaraciones enigmáticas.
«Nosotros, diputados de nuestro colegio principal de los Hermanos de la Rosacruz, residimos de forma visible e invisible en esta ciudad gracias al Altísimo, hacia el que se dirigen los corazones de los justos.
»Nosotros enseñamos sin libros y sin signos y hablamos las lenguas del país donde queremos estar, para alejar a los hombres, nuestros prójimos, del error y de la muerte.»
Unos pocos días después apareció un segundo manifiesto no menos enigmático que el anterior.
«Si alguien quiere vernos aunque sólo sea por curiosidad, no se comunicará nunca con nosotros; pero si la voluntad lo lleva realmente y de hecho a inscribirse en el registro de nuestra confraternidad, nosotros, que juzgamos a través del pensamiento, les haremos ver la verdad de nuestras promesas; no señalamos dónde se encuentra nuestra morada en ningún lugar porque los pensamientos, unidos a la voluntad real del lector, serán capaces de hacérnoslos conocer y hacer que él nos conozca.»
La confraternidad de los rosacruces es quizá la más misteriosa que se ha formado en Occidente.
Las menciones de tal confraternidad se atestiguan a partir del año 1400. Según una leyenda, los adeptos abandonaron luego y de forma definitiva Europa en la época de la guerra de los treinta años (hacia el 1648) y se establecieron en la India.
La existencia y las prerrogativas de los rosacruces se han encontrado, desde los orígenes de la confraternidad, en el centro de polémicas y de una serie de leyendas, que les han sobrevivido.
Según la tradición, los adeptos habrían descubierto el secreto para detener el envejecimiento: de hecho, algunos de entre ellos habrían vivido un número considerable de años.
Incluso el origen de su nombre no es seguro. Según una hipótesis, derivaría del fundador de la confraternidad, un tal Christian Rosenkreutz. De todos modos, la mayor parte de los historiadores piensan que se trata sólo de un personaje legendario y que su nombre no deja de ser una alegoría de lo que debía de ser para los adeptos el ideal humano.
Según otra teoría, en cambio, el origen etimológico del nombre proviene de un compuesto entre las palabras ros (rocío) y crux (cruz).
Pero la hipótesis más acreditada, e incluso la más obvia, explica el nombre afirmando que la rosa es desde siempre el símbolo de la belleza, de la vida y del placer, mientras la cruz es el símbolo del ascesis y del sacrificio que llevan hasta Dios. La cultura medieval había privilegiado de forma muy clara la cruz, es decir el sacrificio, mientras que el Renacimiento había sancionado la victoria de la rosa, es decir de la belleza, sobre la cruz. La elección del nombre, según esta hipótesis, era significativa del trabajo que la misma confraternidad se imponía: armonizar las dos instancias, sintetizar la dimensión ascética y las exigencias estéticas.
La doctrina de la Rosacruz fusionaba las instancias más puras y altas del cristianismo con la tradición esotérica. Los hermanos de la cofradía se consideraban médicos de los cuerpos y de las almas y anunciadores de la llegada del Espíritu Santo. Su teología, basada en el Evangelio y en la Biblia, se enriquecía también con una serie de teorías sacadas, entre otras cosas, de la alquimia y de la magia.
El lugar en que, según la hipótesis más adoptada, trabajaban los rosacruces era el denominado laboratorio hermético.
Este laboratorio se dividía en tres partes:
— el laboratorio propiamente dicho, utilizado para las prácticas alquímicas y mágicas;
— el oratorio, utilizado para la plegaria y la meditación;
— un local en el que se encontraba una mesa cubierta de instrumentos musicales, símbolo del ideal de la armonía humana y universal.
El oratorio estaba iluminado únicamente con una lámpara que siempre estaba encendida. Los adeptos de la confraternidad manifestaban allí su fe que, me parece correcto confirmarlo, se basaba en una síntesis de doctrinas cristianas y teorías generalmente místico-esotéricas de procedencia muy diversa. El fiel se dirigía al oratorio e invocaba a Dios para que enviase a Hochmael, el ángel de la sabiduría, para iluminarlo y alentarlo en su camino de perfección.
La plegaria, entre otras cosas, se consideraba indispensable para tener éxito en las prácticas alquímicas: únicamente abandonándose a Dios y cargándose con la cruz de Cristo era posible obtener el conocimiento necesario.
El trabajo del devoto iluminado solitario resultaba bien aceptado por Dios, como el humo de un incienso suave.
Por lo que se refiere al aspecto más propiamente mágico, los rosacruces adoptaban varias ceremonias que también tenían en cuenta la utilización de encantamientos y fórmulas para cargar de energía las piedras, las gemas, las plantas, y para someter a su voluntad a los animales y a los espíritus.
Representación de una operación alquímica, la sublimación, que simbolizaba el trabajo realizado del investigador sobre sí mismo para alcanzar la perfección interior
Conocían la cábala y utilizaban varios tipos de alfabetos mágicos; preparaban fármacos portentosos, para cuya fabricación tenían en cuenta conocimientos mágicos y médicos, tal como se hacía normalmente en aquellos tiempos.
Pero lo que a mi parecer es importante subrayar es su concepción de la magia, expresada claramente en esta frase de Fludd, un filósofo y alquimista del año 1600:
«El solo y único objetivo de la magia, igual que el de la verdadera cábala, no es otra cosa que el conocimiento de la Verdadera Sabiduría, el Verbo y la naturaleza de Cristo.
Operación alquímica llamada «exaltación». Cabe destacar la duplicidad de muchos símbolos (hombre-mujer, sol-luna, dos leones con una única cabeza) para representar la doble naturaleza humana
»Y no hay otro nombre que debamos invocar que el de Jesús, puesto que no existe nombre sobre la tierra y en el cielo para el cual podamos ser salvados, excepto el nombre de Jesús, bajo el cual todas las cosas están reunidas, puesto que Cristo Jesús es todo y está en todos.»
Nunca está de más subrayar que, por mucho que las ideas que han ido marcando nuestra cultura hayan ido cambiando a lo largo de la Historia, esta actitud de profunda religiosidad se ha mantenido invariable hasta nuestros días: la mayor parte de las ceremonias mágicas empiezan con una invocación a Dios para obtener su protección y su intervención, sin las que, como ya he dicho anteriormente, nada es posible.
Igual que los dioses, los espíritus son entidades inmateriales dotadas de inteligencia, voluntad y poder. Pero no es necesario incurrir en la equivocación de quien considera espíritu las entidades de los muertos evocados por los médium.
La diferencia entre dioses y espíritus consiste en el hecho de que mientras los dioses no están nunca al servicio de los hombres (salvando poquísimas excepciones), los espíritus pueden, en mayor o en menor grado, someterse a quienes los invocan de la manera correcta. Por esta razón, los dioses pueden ser exclusivamente invocados por la plegaria: podemos dirigirnos a ellos para obtener el socorro y la bendición, pero ellos responderán únicamente por condescendencia o misericordia. En cambio, los espíritus pueden ser, en algunas condiciones, incluso fieles servidores y ayudantes.
La creencia en los espíritus se encuentra más o menos desarrollada en todas las tradiciones mágicas. Aunque son sobre todo los pueblos más primitivos y antiguos los que recurren con frecuencia a ellos, todos los magos, incluso en la actualidad, conocen diversas invocaciones para pedir su ayuda. Supongamos, por ejemplo, que una persona iniciada en la magia quiere obtener los favores de Barbatos, uno de los setenta y dos espíritus citados por Salomón en su conocido tratado Clavicula Salomonis, dada la predisposición de esta entidad a la reconciliación entre las personas y al restablecimiento de la serenidad y del clima amistoso.
Después, se dirigirá al espíritu de forma decidida y con tono de mando, llamándolo para proponerle sus deseos.
«Oh Barbatos, te mando llamar para que salgas de las tinieblas y vengas a mí para ayudarme a traer la serenidad y la armonía entre [nombre de la persona] y [nombre de la segunda persona], que necesitan tu ayuda.
»Ven en mi ayuda y sírveme como serviste un día a Salomón y como correctamente sirves a todos los que te llaman.
»Realiza a la perfección todo lo que te pido porque es justo y correcto y porque te lo pido en el nombre sagrado de Dios, de Adonai, nuestro Creador y Patrón.»
Al final del ritual, el mago que lo invoque tendrá que despedirse del espíritu no sin antes recordarle que su relación se mantiene en pie.
«Ahora que has obedecido mis órdenes, vuelve al lugar de donde procedes y permanece siempre a mi disposición cada vez que te necesite.
»Te pido, te mando y ordeno que todo esto se haga de la mejor manera posible y con la mayor prontitud.»
Los términos de la invocación pueden incluso no coincidir completamente con los que acabo de presentar. De hecho, la forma que acabamos de describir es sólo un ejemplo para proporcionar un camino a seguir. Cada iniciado, como no me cansaré de repetir, tiene que realizar sus rituales siguiendo reglas precisas, pero tendrá que integrar estas últimas con la propia experiencia y sensibilidad. De hecho, no hay nada en la magia que esté establecido rígidamente, sólo el respeto de sí mismos y de lo que se cumple. Una de las primeras cualidades que se deben adquirir, una vez que nos hemos decidido a emprender seriamente el estudio de esta materia, es la capacidad de percibir las propias sensaciones íntimas y de dejarse llevar por la propia imaginación, sin perder de vista una cierta actitud mesurada.
El animismo
En su forma primordial, la creencia en los espíritus está unida al animismo, es decir la idea de que todos los seres, incluidos los minerales y los vegetales, poseen una forma particular de alma.
Más exactamente, la mentalidad animista está convencida de que, más allá de las diversas formas con que se presentan sobre la tierra los seres vivos y los objetos inanimados, existe una realidad mística única, presente en todos, contemporáneamente material y espiritual.
Según las poblaciones, asume nombres distintos (Mana, Imunu, etc.), pero sus características son comunes.
Esta realidad mística única se mueve continuamente a través de los distintos seres, que pueden poseer cantidades distintas, y provoca la existencia, la actividad, los cambios, la vida y la muerte en el universo.
Pongamos un ejemplo para entender mejor cómo se expresa esta fe animista. Una persona guiada por esta creencia no pasará al lado de una piedra o de una roca cualquiera sin prestar atención, como haríamos nosotros. Si hay algo que llama su atención o afecta de alguna forma su imaginación (podría tratarse de la forma, el color, la luz, la dimensión), este mineral asumirá inmediatamente a sus ojos un carácter particular y se definirá con el nombre de la sustancia mística: la piedra se convertirá ella misma en Mana o Imunu. Investida de fuerza, la piedra podrá ejercer una influencia benéfica o maléfica sobre el futuro de las personas o de sus familiares. Él intentará alejar de sí, conciliarse o aprisionar este poder; si consigue apropiarse de él, creerá que ha aumentado su propio Mana. Un ejemplo concreto, que demuestra claramente cómo influye esta convicción sobre la vida práctica, está formado por el papel que en Nueva Caledonia se atribuye a las piedras sagradas, que se consideran indispensables para el éxito de los cultivos. Su forma tiene que parecerse a la del producto que se quiere cultivar, ya se trate de grano, patatas, cereales, calabazas, etc. En el momento de la siembra se entierran en los campos con una ceremonia solemne; al acabar la recolección se desentierran y se conservan hasta la estación siguiente. Su fuerza, según la creencia, se comunica a la tierra y de esta a las plantas, que crecen más lozanas. Sobre este mismo principio se basan los amuletos, tan apreciados en la actualidad. La antropología considera que el animismo está unido a un preciso estadio evolutivo de la humanidad, en la que el desarrollo de la conciencia individual era todavía muy incipiente. Pensemos, por ejemplo, en las tribus en las que la persona se consideraba sólo en función de la colectividad. En ellas el ser humano por sí mismo tenía mucho menos valor en comparación con el pueblo considerado como conjunto.
Esta concepción que atribuye valor al soltero sólo en cuanto está introducido en una comunidad podría explicar quizás el sentido de los sacrificios humanos practicados por muchos pueblos del pasado: el bienestar del pueblo, de la sociedad, se consideraba mucho más importante que la vida de la víctima.
Esta tradición, que actualmente consideramos cruel y bárbara, es en realidad mucho más cercana a nuestra cultura de lo que podamos pensar. El fundamento del cristianismo es precisamente el sacrificio de Jesús, el hijo de Dios hecho hombre y muerto para lavar a la humanidad entera del pecado original.
Sobre el plano psicológico, la mentalidad colectivista lleva al soltero a sentirse parte de una realidad más grande que él, que se extiende a todo el universo. En los albores de la evolución humana, de hecho, todavía no se encontraba completamente desarrollada la conciencia del «sí» o, mejor todavía, la del «yo». Para aclarar posteriormente el concepto, es suficiente pensar como el niño pequeño que, al no ser consciente de la propia individualidad, habla de sí mismo en tercera persona, tal como hacen los adultos. Además, durante la primera infancia, atribuye a realidades externas (el osito de peluche, la muñeca, etc.) sus propios sentimientos y sus propias exigencias.
Según Ernesto De Martino (1908-1969), gran historiador de las religiones y estudioso de la parapsicología y de la antropología, que se ha ocupado durante mucho tiempo del problema de los poderes mágicos, en los pueblos primitivos el sentimiento de la individualidad era tan lábil que podía crear una verdadera angustia: como si la persona pudiese desaparecer de un momento a otro. Para sostener esta hipótesis, narra que en una área geográfica que comprende Siberia, el norte de América y Melanesia se ha observado que los indígenas caen a menudo en una condición psíquica singular.
En un estado tal, pierden el control de las propias acciones y, sin darse cuenta ni poder prescindir de ello, empiezan a imitar de forma automática las posturas y el movimiento de quien está frente a él, sea cosa o persona.
Para el animista puro, además, no existe un límite preciso de la persona: forman parte del cuerpo no sólo los miembros sino también el cabello, los pelos y las uñas cortadas o caídas, las lágrimas, la orina, los excrementos, el esperma, el sudor y la sangre perdida.
Por lo tanto, basándose en esta teoría, cada práctica mágica realizada sobre estos fragmentos es como si se ejerciera sobre la misma persona. Todavía más, los límites de la persona se extienden también a las huellas de los pies, a los vestidos, a los escritos, a los objetos utilizados habitualmente, etc.
Por ejemplo, en un relato popular de la Guyana, se habla sobre una mujer a quien habían asesinado a su hijo y el ritual que lleva a cabo para vengarlo.
«La madre examinó el rastro y dijo: “Aquí tenemos al hombre que ha matado a mi hijo”.
»Excavó enseguida en el suelo para sacar un poco de la tierra que llevaba la huella fresca de los pasos, la envolvió con una hoja que ató con un pedazo de cuerda y la colgó de una rama, luego se fue a buscar madera para quemar [...].
»Cuando volvió, la mujer encendió un gran fuego y tiró en él el paquete diciendo: “¡Maldita sea la persona de la que quemo los pasos! ¡Que la persona de la que quemo los pasos pueda caer en el fuego!”.
»Creía que quemando las huellas de los pasos, la sombra (es decir, el alma) de la propia persona sería atraída por el fuego. Pero, mientras la mujer había ido a buscar la madera para la hoguera la huella que había recogido había sido sustituida por su propia huella: así que fue ella misma la que se sintió atraída por el fuego.
»Fue atraída hacia el fuego dos veces contra su voluntad y consiguió resistir.
»Pero a la tercera vez no pudo resistir: cayó en el fuego y quedó reducida a cenizas.»
Es interesante destacar cómo todavía en la actualidad estos principios son la base de algunas prácticas mágicas corrientes.
Algunos magos necesitan prendas íntimas, cabellos, uñas y un escrito para llevar a cabo el hechizo; otros utilizan líquido seminal o sangre menstrual para realizar rituales particulares, ya sean positivos o negativos, en los que la persona deseada quedará a su merced.
La alquimia
También los alquimistas creen en un espíritu de la materia, análogo al Mana de los primitivos, que se siente vivo en el interior de la piedra y del metal.
Así pues, la búsqueda de la piedra filosofal, conducida a través de operaciones químicas complejas sobre las sustancias materiales, no es más que una investigación espiritual en pos del conocimiento de los procesos de creación y destrucción de la materia en el universo.
Para aclarar mejor el concepto, propongo leer el párrafo inicial de una receta para la preparación de la piedra.
«La materia de la obra es mineral, animal y vegetal; es por esta razón que, una vez purificada, se convierte en la medicina de los tres reinos.
»Es tan común como secreta; todos la conocen, jóvenes y viejos, ricos y pobres.
»Su único precio es el de recogerla y la preparación puede llevarla a cabo un adolescente, si está bendecido por Dios.
»La materia lejana es una cierta humedad bastante rica en fluidos universales [...] sólo señalada [...] por un espíritu metálico que recibe de la madre tierra.
»Este espíritu universal que desciende sobre la tierra se reviste de sal y de azufre volátil y de mercurio [...]; así pues, se puede llamar a esta materia caos o tierra caótica.»
Los espíritus del Clavicula Salomonis
Como ya se anunciaba en el apartado «Magia y espíritus», Salomón, en su conocida obra Clavicula Salomonis («Las clavículas de Salomón»), hizo una lista de setenta y dos espíritus, a cada uno de los cuales atribuyó un nombre, unas características y unos poderes muy precisos.
Aquí solamente daré el nombre y las características de algunos de estos espíritus, para ser breve y por el deseo de respetar esa regla que ya he definido como esencial para el mago: la discreción. Entre los setenta y dos nombres, de hecho, existen algunos que son peligrosos y que no es el momento de citar sin más.
• Aini o Aym: se presenta con cuerpo de hombre y tres cabezas: una de serpiente, otra humana y otra de gato. Ayuda a desarrollar la memoria y la inteligencia (y por lo tanto a superar exámenes y concursos). Sus colores son el azul y el rosa. Agradece que se le quemen hojas de acebo.
• Allocer o Alloien: se presenta en forma de caballero subido a la grupa de un caballo, con la cabeza de un león. Ayuda a encontrar armonía y serenidad en la familia. Sus colores son el rosa, el negro y el azul celeste. Agradece las ofrendas de ortiga seca.
• Buer: se presenta en forma de estrella de cinco puntas. Tiene poderes para mejorar la salud y favorecer las curaciones. Su color es el blanco. Agradece que se queme, en su honor, orégano.
• Foras o Forcas: tiene semblante humano y posee el poder de hacer encontrar las riquezas perdidas y proteger de la pobreza en general. No tiene color ni agradece hierbas en particular, pero prefiere que se le invoque el sábado.
• Gusion o Gusayn: no tiene una forma definida. Tiene el poder de favorecer el avance social, la realización profesional y los encuentros con personajes influyentes. Su color preferido es el verde. Agradece además la ofrenda de albahaca y paja.
• Orobas: puede presentarse en forma humana o de caballo. Ayuda a alejar engaños y mentiras y a aclarar las situaciones delicadas (en las relaciones humanas y profesionales). Sus colores son el marrón y el amarillo. Agradece que se le queme saúco.
• Raum o Raymi: se manifiesta en forma de pájaro negro. Su poder es el de ayudar y facilitar el amor. Sus colores son el rosa y el azul celeste. La hierba que se debe quemar es la acetosa.
• Saleos: no tiene una forma precisa. Favorece el nacimiento de los amores, por lo que es muy indicado para la fabricación de talismanes y pentáculos, también se puede utilizar para la celebración de rituales dirigidos a facilitar la vida afectiva. El color es el rojo. La hierba que se debe quemar es la genciana.
Deseo concluir esta primera parte del libro, más teórica que práctica, con estas dos citas sobre las que invito a reflexionar al lector sobre el sentido y la responsabilidad que exige la magia.
«El objeto se expande más allá de los límites de su apariencia, en virtud del hecho de que sabemos que la cosa es más de lo que su aspecto exterior revela a nuestros ojos.»
«Un objeto suscita nuestro amor precisamente porque se manifiesta como portador de unos poderes más grandes que los nuestros.»
Estas frases no pertenecen a antiguos brujos, sino a dos artistas modernos, Paul Klee y Jean Bazaine, exponentes de la corriente artística que valoraba los objetos de uso común uniéndolos de forma original o insertándolos en un contexto insólito.