PRÓLOGO

 

 

 

 

Querido lector: si has pensado que un libro como este no necesita un prólogo estás tan equivocado como el funcionario que aconsejó a Kennedy no poner capota al coche. Porque para entender bien este libro debes conocer primero al personaje que lo ha escrito, en adelante, «el autor». Miguel Sosa, «Sosa». para los amigos.

Este ínclito personaje fue director de comunicación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico a los veintisiete años, siendo director de la misma Adolfo Marsillach. Formar parte del equipo directivo de Marsillach a esa edad tan temprana supongo que además de una responsabilidad es una excelente oportunidad de desarrollo. Antes ya había sido fundador del Festival de Otoño de Madrid y si hay una persona que sabe de teatro, ése sin duda es Sosa.

Es un lector impenitente, capaz de devorar cualquier libro de una sentada, y se nota, vaya si se nota. Es incapaz de leer un libro y no encontrar una errata, que por supuesto comunica a la editorial de inmediato para que la corrijan, él es así.

Lo conocí siendo director del Teatro Bulevar de Torrelodones. Yo era un incipiente mago y trabamos buena amistad. Él me contrataba para hacer reír al personal y la verdad es que lo conseguía con creces... salvo una rara excepción: siempre había una persona en el patio de butacas que me miraba impertérrito sin esbozar sonrisa alguna. ¿Quién podía ser aquel extraño personaje al que le costaba sonreír?: el amigo Sosa.

Años más tarde descubrí que Sosa es como Buster Keaton, con su solemne cara de palo, no es que no le guste sonreír, es que le gusta observar hasta el más mínimo detalle y yo creo que si sonríe seguro que algo se le escapa.

Esa pasión por el detalle la lleva hasta sus últimas consecuencias y por supuesto la vas a ver reflejada en este libro.

Por cosas del destino empezamos a trabajar juntos y es mi mano derecha, de hecho a él le gusta definirse como mi «avatar»; nada más empezar a trabajar juntos le dije que lo iba a alejar del mundo de la cultura porque la cultura no lo iba a sacar de pobre. Después de tantos años de relación laboral se puede decir que no sólo no he conseguido alejarlo de la cultura sino que he sido fagocitado por él.

Es imposible hablar con Sosa y no aprender algo. Como él dice, está lleno de conocimientos inútiles, pero siempre tiene la palabra exacta en el momento adecuado. Al principio piensas que lo hace por vacilar, pero no, lo hace porque sencillamente no sabe utilizar una palabra que no sea exacta para definir una situación, un sentimiento, un objeto.

En su afán de culturizar a los amigos creó un grupo de Whatsapp titulado «palabras raras como Sosa», y es que un tipo que se ha leído el diccionario en varias ocasiones, no nos engañemos, es raro de narices. Así pues, cada día nos regalaba una palabra «rara». Palabras de uso normal para él, pero ininteligibles para nosotros.

Con el tiempo nos acostumbramos a sus palabras, no eran palabras tomadas al azar del diccionario, eran palabras que en muchas ocasiones tenían que ver con una noticia de actualidad o con una situación concreta.

Un día alguien puso en el grupo una foto en un barco y casi instantáneamente apareció la palabra singladura, que es la distancia que recorre un barco en veinticuatro horas.

Otro día le dije que estaba en un cóctel y al momento tenía en mi móvil un mensaje diciéndome que tuviese cuidado con el luquete que no es otra cosa que la rodaja de limón que se echa en la bebida.

Dando una charla comenté que hacía ciento cincuenta años Darwin había publicado El origen de las especies y me aconsejó que utilizase la palabra sesquicentenario» que es la palabra exacta para definir esos ciento cincuenta años.

Un buen día decidió cerrar el grupo de Whatsapp y nos dejó huérfanos de sus palabras. Probé a buscar en el diccionario, pero no era lo mismo. Nunca encontraba la palabra que quería, siempre eran palabras aleatorias.

Más tarde comentó que iba a hacer una edición para los amigos y le dije: «no seas egoísta, este conocimiento tienes que compartirlo» y esa fue la gestación de este libro.

Lo que lo convierte en un gran libro es la selección de citas literarias que acompañan a cada una de las palabras. Entre esas citas encontrarás a más de doscientos autores y doce premios Nobel. Casi nada.

Las citas en la mayoría de los casos salen de su portentosa memoria, y es que es increíble que alguien al ver una palabra recuerde el autor, la editorial y el libro donde la leyó hace años. Ese es Sosa. Un hombre cuya memoria sólo ha sido superada por la de Napoleón, hasta el punto de que se han llegado a levantar monumentos a la memoria de Napoleón. Tal es la inteligencia de Sosa que si hubiera nacido en Estados Unidos... hablaría inglés.

Una hebdómada después (período de siete años) debo decir que soy un poquito más culto gracias a Sosa. Y gracias a este libro tú también lo vas a ser, o al menos lo vas a parecer, porque ya sabes que lo importante no es ser más culto sino parecerlo.

Si no quieres acabar como mi madre diciendo alcánzame el «éste» que está en el «ése», cuando en realidad quieres decir «alcánzame el cartapacio que está en el anaquel» debes leer este libro.

Este es un libro para leer y releer, para disfrutar y para regalar, porque ¿qué otra cosa más bonita se puede hacer que culturizar a todo tu entorno?

No seas misoneísta (hostil a las novedades) y zambúllete en la lectura de esta joyita que sin duda disfrutarás, y si no lo haces al menos estarás mucho más preparado para ir a Pasapalabra.

Gracias Sosa, porque gracias a ti soy mejor persona, mejor profesional y muchísimo más culto. Gracias por regalarnos parte de tu sabiduría.

 

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