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daifa

 

(Del ár. hisp. ḍáyfa, señora, y este del ár. clás. ḍayfah, huéspeda).

 

1. f. concubina.

2. f. ant. Huéspeda a quien se trata con regalo y cariño.

 

Si ansí fueran todos

a ver a sus daifas,

fueran ahorrados

y horros de la paga;

que aunque de sus uñas

hicieran tenazas,

estuvieran libres

que los denudaran.

 

FRANCISCO DE QUEVEDO, Hero y Leandro en paños menores

 

 

debelar

 

(Del lat. debellāre).

 

1. tr. Rendir a fuerza de armas al enemigo.

 

¡Oh!, señor Salastano —replicó Critilo—, que ya hemos visto algunos déstos en otras partes, que han procurado con christianísimo valor debelar las oficinas del veneno rebelde a Dios y al rey, donde se habían hecho fuertes estas ponzoñozas sabandijas!

 

BALTASAR GRACIÁN, El criticón

 

 

delicuescente

 

(Del lat. deliquescens, -entis, part. act. de deliquescĕre, liquidarse).

 

1. adj. Dicho principalmente de una costumbre o de un estilo literario o artístico: Inconsistente, sin vigor, decadente.

2. adj. Quím. Que tiene la propiedad de atraer la humedad del aire y disolverse lentamente.

 

Eran tiempos delicuescentes, algo como chocolate muy fino o pasta de naranja martiniquesa, en que nos emborrachábamos de metáforas y analogías, buscando siempre entrar.

 

JULIO CORTÁZAR, Rayuela

 

 

deliquio

 

(Del lat. deliquĭum).

 

1. m. desmayo (|| desfallecimiento).

2. m. Éxtasis, arrobamiento.

 

Vos sois la culpa, vos la causadora

deste deliquio y amoroso exceso:

tanto vuestra hermosura me enamora.

 

LOPE DE VEGA, Rimas humanas y divinas

 

 

denegrir

 

(Del lat. de y nigrĕre, ponerse negro).

 

1. tr. ennegrecer. U. t. c. prnl.

 

Entró la Cariharta, que era una moza del jaez de las otras y del mismo oficio: venía descabellada, y la cara llena de tolondrones, y así como entró en el patio, se cayó en el suelo desmayada: acudieron a socorrerla la Gananciosa y la Escalanta, y desabrochándole el pecho, la hallaron toda denegrida y como magullada.

 

MIGUEL DE CERVANTES, Rinconete y Cortadillo

 

 

deprecación

 

(Del lat. deprecatĭo, -ōnis).

 

1. f. Ruego, súplica, petición.

2. f. Ret. Figura que consiste en dirigir un ruego o súplica ferviente.

 

Concluida mi deprecación mental, corro a mi habitación a despojarme de mi camisa y de mi pantalón, reflexionando en mi interior que no son unos todos los hombres, puesto que los de un mismo país, acaso de un mismo entendimiento, no tienen las mismas costumbres, ni la misma delicadeza, cuando ven las cosas de tan distinta manera.

 

MARIANO JOSÉ DE LARRA, El castellano viejo

 

 

derrelicto

 

(Del lat. derelictus).

 

1. m. Mar. Buque u objeto abandonado en el mar.

 

Subían y bajaban al unísono la nave y el derrelicto, se enturbiaba la mar de repente y parecía que los abismos, por fin, se habían tragado al infeliz.

 

FRANCISCO RIVAS, El banquete

 

 

descomer

 

(De des- y comer).

 

1. intr. coloq. exonerar el vientre.

 

Diome gana de descomer, aunque no había comido, digo, de proveerme, y pregunté por las necesarias a un antiguo, y díjome:

—Como no lo son en esta casa, no las hay. Para una vez que os proveeréis mientras aquí estuviéredes, dondequiera podréis; que aquí estoy dos meses ha y no he hecho tal cosa sino el día que entré, como ahora vos, de lo que cené en mi casa la noche antes.

 

FRANCISCO DE QUEVEDO, La vida del Buscón llamado Don Pablos

 

 

deshambrido, da

 

(De des- y hambre).

 

1. adj. Muy hambriento.

 

No al gusto le es sabrosa

así a la corderuela deshambrida

la yerba, ni gustosa

salud restituida

a aquel que ya la tuvo por perdida,

como es a mí sabroso

mostrar en la contienda que se ofrece

que el dolor riguroso

que el corazón padece

sobre el mayor del suelo se engrandece.

 

MIGUEL DE CERVANTES, La Galatea

 

 

despearse

 

(Del lat. despedāre).

 

1. prnl. Dicho de una persona o de un animal: Maltratarse los pies por haber caminado mucho.

 

Allí se ven las fieras del Retiro, el Museo de Pinturas, el Naval, la Armería; nada de teatros ni de bailes que aún son más peligrosos que en Vetusta: correr calles, ver mucha gente desconocida, despearse y a casa.

 

LEOPOLDO ALAS «CLARÍN», La Regenta

 

 

dicacidad

 

(Del lat. dicacĭtas, -ātis).

 

1. f. Agudeza y gracia en zaherir con palabras, mordacidad ingeniosa.

 

Hablaba con quevedesco conceptismo y dicacidad.

 

RAMÓN PÉREZ DE AYALA, Troteras y danzaderas

 

 

dicterio

 

(Del lat. dicterĭum).

 

1. m. Dicho denigrativo que insulta y provoca.

 

Bosteza de política banales

dicterios al gobierno reaccionario,

y augura que vendrán los liberales,

cual torna la cigüeña al campanario.

 

ANTONIO MACHADO, Del pasado efímero

 

 

dilacerar

 

(Del lat. dilacerāre).

 

1. tr. Desgarrar, despedazar las carnes de personas o animales. U. t. c. prnl.

2. tr. Lastimar, destrozar la honra, el orgullo, etc.

 

Ana sentía deshacerse el hielo, humedecerse la aridez; pasaba la crisis, pero no como otras veces, no se resolvería en lágrimas de ternura abstracta, ideal, en propósitos de vida santa, en anhelos de abnegación y sacrificios; no era la fortaleza, más o menos fantástica, de otras veces quien la sacaba del desierto de los pensamientos secos, fríos, desabridos, infecundos; era cosa nueva, era un relajamiento, algo que al dilacerar la voluntad, al vencerla, causaba en las entrañas placer, como un soplo fresco que recorriese las venas y la médula de los huesos.

 

LEOPOLDO ALAS «CLARÍN», La Regenta

 

 

dilúculo

 

(Del lat. dilucŭlum, crepúsculo matutino).

 

1. m. Última de las seis partes en que se dividía la noche.

 

El boticario le respondió que allí tenía una recepta de purga que el día siguiente había de tomar el enfermo. Dijo que se la mostrase, y vio que al fin della estaba escrito: Sumat dilúculo; y dijo: Todo lo que lleva esta purga me contenta, si no es este dilúculo, porque es húmido demasiadamente.

 

MIGUEL DE CERVANTES, El licenciado Vidriera

 

 

dingolondango

 

1. m. coloq. Expresión cariñosa, mimo, halago, arrumaco. U. m. en pl.

 

La mozuela, que era sacudida, casi casi estuvo para envedijarse con ella, y levantar una cantera de todos los diablos. Ella se resolvió en decirla que para qué eran tantos arremuescos, y dingolondangos, siendo todo un papasal; y sepa que ya estoy el agua hasta aquí.

 

FRANCISCO DE QUEVEDO, Cuento de cuentos

 

 

diserto, ta

 

(Del lat. dissertus).

 

1. adj. Que habla con facilidad y con abundancia de argumentos.

 

Los que en el diserto y tranquilo seno de las sesiones ordinarias de la Real Academia Española le vemos sacar de su bolsillo vocablos y acepciones directamente extraídos del habla castellana sabemos bien cómo en el alma de Marañón late, incesante y obradora, la pasión de una convivencia española.

 

PEDRO LAÍN ENTRALGO, Ocio y trabajo

 

 

donillero

 

(De donillo, dim. de don, dádiva).

 

1. m. Fullero que agasaja y convida a aquellos a quienes quiere inducir a jugar.

 

Reposterías y alojerías rebosaban de gente; abundaban donilleros que cazaban incautos jóvenes para los solapados garitos; iban de un lado a otro, pasito y cautas, las viejas cobejeras, con su rosario largo y sus alfileres, randas y lana para hilar.

 

AZORÍN, Castilla

 

 

dragomán

 

(Cf. truchimán).

 

1. m. p. us. Intérprete de lenguas.

 

Dígolo a tanto de que pudiera ocurrir con algunos economistas lo que con ciertos filólogos que estudian un idioma, pongo por caso, el chino o el árabe, tan por principios, con tal recondidez gramatical y tan profundamente, que luego nadie los entiende, ni ellos se entienden entre sí, ni logran entender a los verdaderos chinos y árabes de nacimiento, contra los cuales declaman, asegurando que son ignorantes del dialecto literario o del habla mandarina, y que no saben su propio idioma, sino de un modo vernáculo, rutinario y del todo ininteligible para los eruditos: pero lo cierto es que por más que se lamenten, quizás con razón, no sirven para dragomanes.

 

JUAN VALERA, Un poco de crematística

 

 

dromomanía

 

1. f. Inclinación excesiva u obsesión patológica por trasladarse de un lugar a otro.

 

Esa psicosis se le revelaba en forma de dromomanía mitomaníaca, caminaba, caminaba y bailaba por las noches de Viena, en seguimiento de dólmenes viriles.

 

JOSÉ LEZAMA LIMA, Paradiso