ABZURDO DE UZAR ZAPATOZ

Mírese los pies. ¿Qué ve? Si está usted vestido, es casi seguro que no vea sus pies, sino una costra de cuero—negro, marrón, amarillo, blanco o de dos tonos con huequitos—que los cubre de los tobillos a la punta de los dedos. Al frente, sobre el empeine, la coraza tiene una doble hilera de agujeros unidos por un tramo de cuerda ensartada, que pasa en cruceta por entre estos ojos de buey ciegos. Debajo de esta trama inestable (los extremos de cada cuerda parecen ser alternativamente muy cortos o demasiado largos) aparece una cuchara blanda en forma de signo de admiración incompleto, sacando eterna su lengua de cuero crítico al lazo más o menos artístico con que invariablemente se completa el trenzado. (En ocasiones la trenza es sustituida por una lengua de piel desmesurada o por una tira de cuero y una hebilla que parecen un cinturón decapitado, y, como ciertas alimañas a las que se parece, espera uno ver crecer al gusano de cuero una nueva cola, otra cabeza.) Por debajo de la cubierta acorazada corre una línea de flotación o de frote: es una base de cuero aún más duro que termina en un contén casi siempre saliente. Hacia el extremo posterior de dicha base se levanta una plataforma invertida y corta, formada por varias capas de cuero petrificado. Este estrado aspira siempre a la condición de madera y muchas veces es de veras un taco de tabla. Base y coraza están unidas por una sinuosa fila india de puntos acerados, a veces cubiertos por una pudorosa película. (En las mujeres el absurdo de estas prendas ha sido, como otras veces, asumido: entonces adquieren las más inesperadas formas y terminan, en ocasiones, como interrogaciones últimas—o primeras.) Tales carapachos hay que tener cuidado de levantarlos siempre al caminar, ya que son muy delicados, amenazados como están por toda clase de accidentes y plagados por una vida corta: los acaba tanto el uso como el desuso. Comienza entonces la muda de pieles y de pies y, como era de esperar, sus sucesores producen siempre el incómodo de las amistades nuevas. En tiempos remotos nuestros pies debieron cometer un pecado original (que nuestras manos ignoran) y caer muy bajos para merecer la condena de estos cepos que una memoria perdida hace creer voluntarios. Hay sin embargo reos contentos que se felicitan al creer a la naturaleza sabia: ella se cuidó de formar nuestros pies de manera que pudieran cargar con facilidad, como perlas preciosas, la externa ostra irritante del calzado.