Las religiones, todas, hablan del alma inmortal, del más allá espiritual, de la subida al cielo o de la caída al infierno y de la ronda eterna de las almas en pena pero es el espíritu que muere primero. El ánima: el alma: el ser: el élan vital, según Bergson, o el prajna, según Buda, muere antes que el cuerpo, que por lo menos queda ahí inerte/inerme pero no mucho más indefenso que en el sueño o en un desmayo o en estado de coma, y se va pudriendo la carne, sí, se la comen los gusanos, pero lentamente, y pueden pasar meses, años, siglos sin que el cuerpo se acabe si no interviene el fuego. Mientras que el espíritu se acaba así, ¡zas!, de pronto, como se apaga un bombillo que está encendido ahora, alumbrando intenso este minuto y al minuto, no: al segundo, al instante siguiente está apagado para siempre y como un bombillo yo estoy vivo y —hey presto!—me acabo, termino, finis, fuit!, me voy al car