POLONIO. — ¡Todavía aquí, Laertes! ¡A la mesa, a la mesa! ¡Qué descortesía! El viento sopla ya sobre la sopa de tu ave, y sólo aguardan tu llegada al convivio. Acércate. ¡Que mi apetito sea contigo! Y procura imprimir en la memoria estos pocos preceptos prandiales. (POLONIO suspira o tal vez eructa.) Como aperitivo: jerez seco, seco madeira o champán; en los hors d’oeuvres: jerez o vino blanco seco; con las ostras siempre has de pedir borgoña blanco o mosela; para las sopas no olvides que vienen muy bien el jerez seco y el madeira, aunque no debes repetirlos si los has tomado como aperitivo: en ese entonces debías insistir, si no cenas con los Montresor, en cuyo caso sería peligrosa semejante insistencia, en un amontillado, o un clarete, o tal vez un macharnudo, que es menos riesgoso, pero cuidando siempre que sea seco; para el pescado y las aves, borgoña blanco, champán, alsacia o mosela, algún blanco español, bien frío, y seco no vendría mal tampoco; para la caza y las carnes rojas: clarete, tinto español, borgoña rojo, burdeos rojo y un Rhone rojo, de diez años y de cosecha impar; con los dulces (si puedes, evita los dulces: engordan y hacen mal a las buenas dentaduras, como la tuya, joven y fuerte), con los dulces, repito (aunque es de mala mesa repetir los dulces y es mala educación repetir lo comido, cualquier comida, en la mesa, a menos que cenes con Faruk o con Feisal), un sauternes, barsac o champán (sin que tengas que preocuparte por la fecha: como a las mujeres, al champán nunca se le pregunta el año; si lo haces, es que eres rudo o mal conocedor de vinos y mujeres); para el queso, que es el postre de nuestra nobleza, oporto cocinado a fuego lento o jerez dulce o borgoña; para otros postres, como frutas, si las tomas, usa el oporto, un jerez rico o un madeira nunca seco; para el café, que jamás has de beber en cenas de medianoche: has de saber que desvela (a menos que estés luego de guardia, como ahora estará Bernardo o tal vez Marcelo, el compañero de su guardia), para el café, pues, vienen bien el coñac o, si a la inglesa, el brandy, también un armañac caliente o bien licores; recuerda en toda ocasión que los rosés, que no has de confundir con los claretes, son vinos situados, como políticos uruguayos oportunistas, entre los rojos y los blancos, y pueden tomarse en comidas informales. El champán viene bien con todas las comidas y puede beberse a través de la cena y del almuerzo; no olvides tampoco que con ensaladas muy, muy aderezadas (cuídate de España y del sur de Francia y de Italia, tanto al norte como al sur), es preferible que ahorres tu dinero y no lo emplees en vinos de fina calidad o caros a la bolsa, porque sería tirar tus sueldos o tu sueldo, si para entonces has aprendido a ganarte la vida, ya que la fuerte sazón o gusto barroco de tales platos acabarían por sofocar los nobles atributos del caldo. Si te doy estos consejos, hijo mío, es porque este desgraciado doble reino en el que sirvo (y me refiero tanto a la Dinamarca del rey Claudio como a la Inglaterra de ese bastardo bardo que ha hecho de mi figura y mi dicción epítomes físicos del viejo molesto, cortesano, conceptuoso, vano y fastidioso), de estas dos cortes, buen Laertes, las costumbres del comer son reputadas de bárbaras allá en ese continente aislado de nosotros por la lengua y por la niebla tanto como por la mesa. ¡Adiós! Que mi bendición haga dar frutos opimos en ti de todo esto.
LAERTES. — Apabullado me despido, señor.
POLONIO. — El apetito insta. Márchate. Tus invitados te esperan. LAERTES. — ¡Adiós! (Sale. O más bien: entra.)