Al amanecer, Jim Conrad se acercó a Neko para interesarse por su estado. Laura le había contado la milagrosa curación del muchacho y el coronel parecía querer comprobarlo por sí mismo.
Neko se puso en pie y con tono burlón dijo: “¡Tachan!”.
—Pero sigues llevando esa cosa ahí prendida...
—Pero ya es inofensivo, así que se ha debido de morir el condenado. Bicho que me pica, la palma entre horribles sufrimientos. Ya se desprenderá. Dime, coronel, ¿has contado las horas de sol a sol?
—Veinticinco horas y tres minutos —dijo Jim—. Tenías razón.
—Si hay que añadirle al día un segundo cada 62.500 años... —musitó Neko, calculando mentalmente a toda velocidad—, eso significa que estamos en el año 236 millones. Bienvenido al remoto futuro de la Tierra, coronel.
—No es posible —musitó Jim como si quisiera convencerse a sí mismo. Un espacio de tiempo de 236 millones de años era algo inimaginable.
—Puedes apostar la perilla a que sí, coronel. Los números no mienten.
Mientras tanto, María Wasser había abierto una de las cajas de supervivencia del ejército y estaba repartiendo las raciones del desayuno. Se acercó a ellos y le entregó a cada uno un paquete que contenía dos sobres de café soluble de dos gramos, un bote pequeño de leche condensada, copos de avena, y un paquete de ochenta gramos galletas dulces. Además de una pastilla de combustible sólido para calentar la leche, y tres pastillas depuradoras de agua.
—De momento no son de ninguna utilidad —dijo la teniente señalándolas—, pero guardadlas para cuando encontremos una fuente de agua.
Neko se quedó mirándolo todo con una mueca apreciativa.
—No está mal —dijo—. En casa no solía desayunar tan bien. Imagino que el almuerzo estará a la altura.
—No esperes milagros —dijo Jim—. Tendrás un sobre de caldo concentrado, habichuelas con carne de res, pescado en aceite, pan galleta, y una lata de algo indeterminado en almíbar. Con las raciones de campaña que llevamos podremos sobrevivir durante una semana.
Neko alzó la vista y vio que los Delta recibían sus raciones en paquetes de lona que introducían en sus mochilas. Iban pertrechados con el equipo completo, incluyendo en chaleco de kevlar, y tenían sus armas junto a ellos, customizadas con todo tipo de accesorios, desde lanzagranadas a visores para diferentes condiciones ambientales. Se estaban preparando para salir.
—¿Van en busca del menú alternativo? —le preguntó al coronel.
—Entre otras cosas. ¿Has oído ese tableteo incesante que ha sonado en el bosque durante toda la noche?
—¿Que si lo he oído? —dijo Neko estremeciéndose—. Claro que sí.
—Creemos que puede ser algún tipo de ave. Dios sabe qué clase de bichos pululan por esa selva, pero seguro que alguno de ellos es comestible.
—No me parece una buena idea ir al encuentro de esas cosas.
—Neko, necesitamos renovar nuestras reservas de comida y agua, Como ya te he dicho las cajas de supervivencia no duraran mucho.
—No, si tienes razón… Hay que ir a buscar alimentos en este entorno, pero... me preocupa ese sonido... No sé, algo me dice que es peligroso.
Jim parpadeó desconcertado por las palabras del muchacho.
—¿Algo te dice?
En pocas palabras, Neko le explicó al coronel el vívido sueño que había tenido, y el miedo con el que había despertado hacia ese sonido.
—Esa cosa que se te ha pegado a la espalda debe de ser alguna especie de parásito. Seguro que te ha causado una infección, fiebre, y esa es la razón de las pesadillas... Le diré a Dick que te eche otro vistazo.
—Deje a Buckmanster tranquilo, que yo estoy bien y no tengo fiebre.
—Como quieras chaval —dijo Jim encogiéndose de hombros y poniéndose en pie—. Pero los Delta se tienen que poner en marcha. También necesitamos encontrar una fuente de agua potable, y... ¿Qué pasa?
Neko se había quedado paralizado, como si de repente hubiera recordado algo importante. Se volvió hacia donde estaban los Delta.
—Hawk Castro… necesito hablar con él —dijo.
Jim le hizo una señal, y el capitán se acercó a ellos.
—¿Pasa algo, coronel? Estábamos ya listos para partir.
—Capitán —dijo Neko muy nervioso—, creo que sé dónde puedes encontrar una fuente de agua. Está un poco lejos, es verdad, pero donde hay agua también hay animales que van a beber, así que…
—Neko, ¿cómo puedes saber...? —exclamó Jim—. No nos hagas perder el tiempo, chaval.
—No, coronel, se lo ruego —intervino Hawk Castro—, permítame escuchar lo que el muchacho tiene que decirnos.
Neko asintió y con una ramita trazó un círculo en el suelo, y en el centro del círculo dibujó uno más pequeño, que rayó para simular que era negro.
—Esto es la Geoda —dijo—, y esto la zona deforestada de alrededor. Nosotros estamos aquí, en la linde de la selva, al oeste de la Geoda —Neko avanzó un paso en esa misma dirección, y dibujó en el suelo dos líneas paralelas y sinuosas—. Y aquí hay un río tan grande como el Amazonas. Agua en abundancia para olvidarnos para siempre de pasar sed.
—¿Y cómo puedes saber tú eso? —preguntó Jim mirando el diagrama con escepticismo.
—Verá, coronel —dijo el capitán de los Delta—, la verdad es que he aprendido a respetar las ideas de este muchacho, aunque no las comprenda la mayor parte de las veces. Y esta vez, podemos hacer algo para comprobarlo.
Llamó a Boykin y le dijo que trajese la maleta con los mandos del minihelicóptero. El soldado se acercó a ellos y la desplegó en el suelo.
—Veamos de nuevo esa grabación —le dijo Castro—, pero ve directamente a la parte final, cuando está en lo más alto y enfoca hacia la selva.
Boykin obedeció, y en el pequeño monitor aparecieron los planos de la jungla vista desde una considerable altura. El movimiento del pequeño aparato hacía que la imagen se oscilase de un lado a otro.
—Ahí, ahí está —exclamó Hawk Castro señalando la pantalla.
La imagen no mostraba ningún río, pero sí una línea sinuosa que marcaba un cambio en la coloración de la selva. Aquella línea era asombrosamente parecida a la que Neko había trazado en el suelo.
—Eso es —aseguró el muchacho—. La altura de los árboles no permite ver el agua desde esta distancia, pero ahí, justo ahí, está el río.
—Muy bien —admitió Jim—, te creo. Pero parece que está muy lejos. Dirigiros hacia allí, pero que Kaplan vaya con vosotros y vaya comprobando el terreno. Igual él puede encontrar agua antes, y os ahorra la caminata.
Jim se dirigió hacia el cobertizo para avisar a Kaplan y explicarle el plan. Neko lo siguió a corta distancia. Antes de que llegase le dijo:
—Coronel, creo que lo mejor es que yo también vaya con ellos.
—¿Qué? —Jim se detuvo y se volvió y lo miró extrañado—. Pero si hace sólo unas horas no te podías ni mover.
—Me he recuperado milagrosamente, ya lo ves. Sea lo que sea no me ha dejado ninguna huella.
—Me has dicho que te aterrorizaba ese sonido.
—Precisamente por eso, coronel; si no averiguo lo que es, no conseguiré volver a pegar ojo. Y, además, no sabré hacia dónde tengo que correr cuando aparezca. Piénselo, un físico también les iría bien en la expedición.
El capitán Hawk Castro no tuvo problema con que el joven los acompañase, pero Neko tuvo que apresurarse. Regresó al lugar dónde había dormido y buscó entre su equipaje una camiseta limpia. Eligió una que tenía la foto de un hombre de pelo blanco que parecía estar quedándose dormido, y la frase: “I've seen things you people wouldn't relieve”.
Luego volvió junto a los Delta y les dijo que estaba preparado para partir. A él y a Kaplan les dieron sendos chalecos de kevlar y mochilas con raciones de supervivencia. La de Neko llevaba algo muy pesado en su interior. Abrió las cremalleras y descubrió que era un aparato de radio.
—Eh, eh, un momento —dijo alzando una mano—. ¿Queréis que cargue con esto? ¡Pero si anoche estuve tetrapléjico! ¿Estáis locos?
—Tú le aseguraste al coronel que estabas perfectamente —dijo Castro.
—Para caminar sí, pero no para que me carguéis como a un burro.
—Todos vamos cargados. Larry Kaplan lleva la mochila de los víveres, que es mucho más pesada que esa, y nosotros llevamos las armas y la munición. Así que deja de quejarte, chaval.
—Pero una radio tan grande… ¿Para qué queremos este armatoste teniendo los walkie talkis?
—Es de largo alcance —le explicó el capitán—. La radio del minihelicóptero no logró captar ninguna señal. Tampoco hemos conseguido establecer contacto con ninguno de nuestros satélites en órbita. Así que si encontramos un lugar elevado, usaremos esa radio para contactar con los nuestros.
—¿Los nuestros? —exclamó Neko. Inmediatamente le explicó sus cálculos que confirmaban el remoto futuro en el que se encontraban—. Me temo que nadie va a responder a su llamada, capitán, aunque la emita desde lo alto del Everest, que a estas alturas debe tener la altura de una colina. Y los satélites en órbita... Bueno, hace decenas de millones de años que cayeron o dejaron de funcionar. Ahora somos los únicos humanos en la Tierra.
Hawk Castro sonrió mostrando los dientes y se metió un trozo de puro en la boca.
—Quizá, hijo, pero yo soy de la opinión de que mientras exista este planeta, habrá gente en algún lado. Todo es cuestión de encontrarla. Así que intentaremos ponernos en contacto por radio con ellos. Deja de remolonear y carga la mochila de una vez. Señor Kaplan, nos vamos.
Neko decidió obedecer y se la echó al hombro. Era más pesada de lo que creía, y protestó de nuevo por el hecho de que lo hubieran convertido en porteador. Kaplan lo miró y le ofreció intercambiar las mochilas, si él quería.
Pero Neko recordó que Castro le había dicho que la del geólogo era más pesada, y rehusó.
—No te quejes tanto, chico —le dijo Boykin—, tú no cargas con armas, así que es justo que arrimes el hombro como todos.
—Dadme un fusil de esos y que otro coja la mochila.
—Ni loco —declaró Kreczsinsky al pasar junto a él.