La mediocridad es cara.
Nota del autor
De una manera bien curiosa, la vejez es más sencilla que la juventud por el hecho de que tiene muchas menos alternativas.
STANLEY KUNITZ
En este planeta digital nada pasa desapercibido y cualquier avance que se produce es conocido, valorado, modulado y mejorado casi instantáneamente por esta enorme tribu global de la que todos formamos parte. Es un nivel de exposición no apto para tímidos, que amenaza en ocasiones los límites de la parcela personal, aunque también representa, al mismo tiempo, una ventaja indiscutible que viene a explicar la aceleración exponencial en la velocidad de cambio. Se trata de una democratización del progreso en la que la individualidad pierde peso en favor del trabajo colaborativo y el intercambio de conocimiento, ampliando así enormemente su alcance y dimensión. No conocemos la identidad del primer homínido que descubrió cómo hacer fuego frotando dos trozos de madera. De hecho, lo más probable es que no se tratara de un único sujeto, sino que fueran muchos los que llegaron al mismo descubrimiento de manera fortuita, aleatoria o programada, en distintos puntos del planeta y con una cronología asíncrona.
A lo largo de la historia abundan los ejemplos de inventos que fueron alumbrados sin que sus creadores sospecharan que otras personas habían llegado antes que ellos a sus mismas conclusiones. A veces con siglos de diferencia. Sin referenciarlo directamente, las ideas heliocentristas de Copérnico y Galileo tuvieron un precedente en el griego Aristarco de Samos, quien ya defendía que la Tierra no era el centro del Universo tres siglos antes de Cristo.
También en el mundo del arte; Kandisnky o los suprematistas rusos están considerados los padres del lenguaje abstracto en pintura. Pero treinta años antes de que estos precursores pusieran en el mapa mundial del arte sus ideas, Hilma af Klint ya estaba desarrollando en Suecia un tipo de pintura no figurativa. Esta pintora, que en vida sólo expuso su obra más académica, explicó en su testamento que no quiso dar a conocer sus trabajos abstractos porque consideraba que la sociedad no estaba todavía preparada para recibirlos.
Nada de esto sucederá en esta nueva era, la del ciudadano BETA; en la que más allá de patentes, derechos de explotación y legítimos intereses comerciales, en cierta manera, hablando de conocimiento, «todo es de todos». En este nuevo tiempo, de métodos creativos e innovadores calificados como ÁGILES, raramente la innovación es el producto exclusivo del trabajo o ingenio de una sola persona, sino que, por el contrario, es fruto de la interacción generosa entre talentos, entidades y hasta competidores de muy diversos ámbitos. En la era digital, Guillermo Marconi jamás se habría apropiado del mérito de Nikola Tesla como inventor de la radio, sino que, probablemente, ambos habrían trabajado conjuntamente en su desarrollo.
Son cartas distintas y hay que saber jugarlas.
Es una época donde el adjetivo más común utilizado para calificarla es el de ágil.
Nace en 2001 la idea de «MÉTODOS ÁGILES», cuando un grupo de 17 CEO de las principales compañías del mundo digital y tecnológico, se reunieron en la estación de esquí de Snowbird, en Utah, Estados Unidos.
Consideraban que las antiguas técnicas de desarrollo de software eran demasiado rígidas, lentas. Su objetivo: la creación de un manifiesto denominado «AGILE» basado en cuatro pilares:
• Los individuos y las interacciones entre ellos son más importantes en los procesos de innovación que los propios procesos en sí y las herramientas.
• Tiene más valor un software funcionando, aunque sea en modo beta, que tener mucha documentación exhaustiva.
• Es importante en el proceso de desarrollo la valoración del cliente, mucho más allá que el hecho de llegar a acuerdos contractuales.
• Se valora más la respuesta ante los cambios rápidos que se van produciendo que seguir el plan o la hoja de ruta creada.
En definitiva, aspectos que definen claramente lo que significa, en modo BETA, ser un homo agile.
AGILE se ha convertido en un modo de pensar, donde la flexibilidad y la rapidez son la clave. Es una metodología de trabajo y de aprendizaje.
El llamado Learning agility es la clave de avance del nuevo mono, en cualquier tipo de organización, pública o privada, grande o pequeña, educacional o empresarial.
El nuevo mono quiere aprender rápido, equivocarse pronto, con el menor coste y conseguir ser así mucho más productivo.
Estas metodologías de trabajo y organización ágiles se caracterizan, además, porque cualquier proyecto no se trabajará en sentido lineal, sino que se divide en partes con el objetivo de agilizar los plazos de resolución o entrega. Permitiendo así que si se necesita realizar cambios de última hora se puedan aplicar sólo sobre la parte afectada, implicada, sin que afecte a la totalidad del proyecto o idea.
Por ello, se trabaja normalmente con equipos multidisciplinares.
Learning agility tiene como ventaja competitiva el mix cultural y de conocimientos. Ponemos a crear, a trabajar juntos en un determinado proyecto a un antropólogo junto con un experto en mecánica cuántica, y un crack financiero. Estos equipos de multiexpertos se llaman scrums. Trabajan bajo paradigmas colaborativos, con feedback constante. Realizan muchas reuniones, casi diariamente, pero son breves y muy directas. En ellas se tienen que responder, al menos, a tres preguntas básicas: qué se ha hecho, qué se va a hacer y los impedimentos que se puede encontrar cada uno en sus caminos.
Las metodologías llamadas ágiles permiten una mayor satisfacción final del cliente, interno o externo a la organización, puesto que está involucrado desde el principio en todo el proceso, conoce el proyecto antes de que se dé por terminado. Por otra parte, con esta sistemática de trabajo, se consigue mejorar los motores básicos de la motivación, como son la autonomía, la potenciación del conocimiento, y la consecución de resultados. También, a la vez, aumenta el compromiso con el proyecto y con el equipo.
Por si fuera poco, se produce un ahorro de todo tipo de costes, especialmente de tiempo. Se trabaja o se aprende con un mayor nivel de calidad, a mayor velocidad y de una forma mucho más eficiente, detectando los posibles errores o problemas instantáneamente y de forma proactiva.
Pensar ágilmente, aprender ágilmente, actuar ágilmente, son la clave del nuevo mono.
En este nuevo entorno y cambio de paradigma, el mono-líder juega un papel primordial. El líder BETA lo es porque sabe manejarse con estos nuevos parámetros. Es un líder que domina los entornos digitales, pero que, sobre todo, conoce a la perfección la delicada naturaleza de las relaciones sociales que comportan. El líder, digital y ágil, es muy bueno cuando se trata de lidiar con la tecnología, pero lo es aún más cuando el reto es conjugarla con la voluble y frágil naturaleza humana.
El nuevo mono es ágil.