El futuro ya no es lo que era.
YOGUI BERRA
BETA es la segunda letra del alfabeto griego.
Pero además, en los lenguajes informáticos de programación, se habla de software en modo beta para referirse a aquellas aplicaciones en fase de desarrollo. A versiones preliminares que, si bien ya están hasta cierto punto operativas, se encuentran todavía en ese estado intermedio en el que aún se están testando funcionalidades y corrigiendo posibles errores.
Vivir en BETA es comprender que todo está bajo continuo perfeccionamiento, en estado abierto, sometido a prueba y error.
Así que es a los informáticos (¡quién nos lo iba a decir, con lo que nos gusta criticarles y llamarles «frikis»!), a quienes debemos el concepto de «vivir en BETA».
Una afortunada importación del críptico lenguaje tecnológico al mundo del trabajo y del desarrollo de las personas.
Y digo afortunada porque pocas expresiones reflejan con tanta precisión y de una manera tan visual el nuevo paradigma que rige la vida de los seres humanos en la actualidad y, sobre todo, en el futuro inminente. Trasladado al mundo real y cotidiano, vivir en BETA supone aceptar que, de algún modo, nuestra manera de hacer, de trabajar y de relacionarnos se encuentra en permanente estado preliminar y abierto a mejoras.
Ésos son los nuevos parámetros que marcarán el devenir de la humanidad en los próximos... ¿años?
Sí, años; aunque tal vez sería más apropiado hablar de meses, semanas, días, horas, minutos... Y es que si algo nos ha traído esta nueva vida en BETA es un brutal incremento de la velocidad de cambio.
El cambio ha sido permanente, como ya nos enseñó Heráclito, a lo largo de toda la historia de la vida y del universo.
No, no, no...
No nos confundamos.
Vivir en BETA no es vivir bajo el paradigma del cambio continuo.
No es lo que significa, aunque dependa de ello.
No se trata de que ahora vayamos a descubrir la importancia del estado continuo de cambio... a estas alturas de evolución.
Llevamos transformándonos y transformando nuestro entorno (afortunadamente... creo yo), adoptando nuevas costumbres, tecnologías, maneras de subsistir y relacionarnos entre nosotros, desde el primer homínido (sabemos que existen diferentes teorías sobre el primer homínido reconocido científicamente, pero no es tan importante para este documento), el Australopithecus afarensis; cuyo ejemplar más conocido, la célebre Lucy, fue hallado en la región de Afar, en Etiopía, en 1974.
Lucy, permitidme explicarlo en modo literario no biológico, decidió que ya era hora de abandonar su aburrida existencia cuadrúpeda y se levantó sobre sus patas traseras para empezar a caminar erguida hace tres millones de años. Pedazo de transformación. No sabemos exactamente cuántos siglos le costó...
No, el cambio no es, ni mucho menos, patrimonio de esta generación.
De este momento actual de la humanidad.
Lo que sí es PHA (Patrimonio de la Humanidad Actual) es la velocidad con la que el cambio se produce.
El ciudadano BETA sabe que vive bajo un estado exponencial del cambio. No lineal, como el de sus antepasados. No tan antepasados.
Ahí reside la gran diferencia.
Y hemos de saber, nos lo han enseñado hasta las matemáticas, que el crecimiento lineal es estable, pero el exponencial es explosivo.
Por lo que vivir en BETA es vivir bajo un estado de cambio explosivo.
El cambio avanza a tan vertiginosa velocidad, que los avances de la humanidad alcanzan su nivel de obsolescencia en nada de tiempo y son superados por nuevas tecnologías, metodologías o descubrimientos que los dejan atrás de forma casi inmediata.
El cambio de hoy, en este estado BETA, tiene lugar a un ritmo de crecimiento exponencial nunca visto y que muy pocos visionarios podían imaginarse hace tan sólo cuarenta o cincuenta años.
Los primeros utensilios para cortar y percutir fueron creados por el Homo habilis durante la Edad de Piedra, Paleolítico inferior, hace aproximadamente en términos biológicos del tiempo, unos 1,6 millones de años. Eran piedras sin tallar, rudimentarias, de punta roma, que se utilizaban fundamentalmente para la caza.
De una limitada tecnología, diríamos...
Esos mismos instrumentos, hace tan sólo un millón de años, empezaron ya a tener punta, a tener un filo lateral y a ser sujetados, cuando fuera necesario, a través de fibras vegetales a un palo, para crear así las primeras lanzas.
Las lanzas eran mucho más efectivas para la caza y la defensa.
No se necesitaba acercarse mucho al animal durante la cacería o para defenderse del depredador.
La tecnología había conseguido un gran avance.
Habrás observado, lector, dos aspectos clave:
1. Todo a lo que se ha puesto un palo a lo largo de la historia de la humanidad ha tenido éxito. No os creáis que fue sólo al helado o a la escoba, o más recientemente al teléfono móvil. Ya nuestros antepasados le pusieron el primer palo a una piedra.
2. Se necesitaron unos seiscientos mil años para que se dieran cuenta de que una punta y un filo lateral en la piedra era más efectivo en las funciones del artilugio. Casi nada... Seiscientos mil años. Ya estábamos habitando el Paleolítico superior.
Es verdad que el cerebro del Homo habilis sólo pesaba unos 800 gramos aproximadamente, correspondientes a unos 1.000 centímetros cúbicos. Eso sí, en comparación con sus antepasados se había producido un gran incremento de la masa cerebral.
Tuvo que pasar mucho más tiempo, hasta que el Homo sapiens, ya dotado con un cerebro más grande, unos 1.300 gramos de peso y de mayor capacidad intelectual, perfeccionó el invento de sus antepasados y éste se convirtió en el afilado antecedente directo de los cuchillos actuales.
Querido lector, quédate con la idea de los 600.000 años que tuvieron que pasar para que algo evolucionase y se transformase en otro tipo de objeto (tecnología), con un desarrollo superior importante y para una misma utilidad.
Fuente: Fernando Botella
Otro ejemplo fue Leonardo da Vinci, considerado como el gran paradigma del hombre renacentista y uno de los mayores y más versátiles genios de la humanidad.
Sin embargo, la máquina voladora que diseñó y en la que estuvo trabajando denodadamente durante años, a la que llamó Ornitóptero, nunca llegó a levantarse del suelo.
En 1903 se consiguió volar con globos y dirigibles. Estos últimos equipados con motor: el primer Zeppelin empezó a surcar los cielos en 1900.
Los hermanos Wrigth también protagonizaron una hazaña en 1903, en Carolina del Norte (Estados Unidos) al lograr que el Flyer I volara 260 metros y permaneciera cincuenta y nueve segundos en el aire. El Flyer I solucionó varios problemas clave de la aeronáutica, pero no fue el primero capaz de despegar sólo con la propulsión de su motor, ya que contó con el impulso de una especie de catapulta.
El primer vuelo de un avión totalmente autopropulsado se produjo en París tres años más tarde, en 1906, con el aparato diseñado y pilotado por el ingeniero brasileño Alberto Santos Dumont.
Pero ojo, tan sólo 8 años más tarde, la avioneta triplano para la guerra diseñada por Manfred von Richthofen, el célebre Barón Rojo, ya podía realizar complejas piruetas en el aire mientras derribaba a sus enemigos en Francia... y, además, disponía de una hora y media de autonomía sin repostaje.
Y, aproximadamente cincuenta años después, los norteamericanos ya fueron capaces de enviar un vuelo tripulado a la Luna.
¿Cómo es posible que se haya tardado 600.000 años en perfeccionar un simple objeto cortador y punzante frente a tan sólo cincuenta años en pasar de recorrer unos pocos metros por el aire a llegar hasta la Luna?
Todo es transformación.
Todo es cambio.
Pero hay una gran diferencia: El cambio se produce en un estado de incremento acelerativo a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Si lo vemos gráficamente, la evolución no es lineal. Es exponencial.
El tiempo y la velocidad de cambio viajan juntos bajo una relación directamente proporcional.
La velocidad del cambio es tan espectacular que ha dejado de parecérnoslo. Cualquier smartphone actual es una máquina más potente que los ordenadores que utilizó la NASA para mandar a las expediciones Apolo a la Luna.
Un estudio matemático, basado en modelos de meta-análisis, diseñado en la d.school de la Universidad de Standford, asegura en su primera publicación del año 2015 que el 90 por ciento de todo el conocimiento humano se va a producir en la década comprendida entre los años 2012 y 2022.
Esperemos a los resultados finales del estudio, que se publicarán sobre el año 2024, para saber si, finalmente, se trata de 90 por ciento o menos, pero lo que está claro y ya con mucha seguridad es que será un porcentaje alto.
¿El motivo?
Nunca antes en toda la historia de la humanidad TALENTO y TECNOLOGÍA se habían encontrado juntos con tanta fuerza.
La curva exponencial se queda casi sin pendiente...
Algunos expertos, también los seudopsicólogos y los predicadores del futuro, ya han bautizado a este nuevo escenario como entorno VUCA: acrónimo de Volátil, Incierto, Complejo y Ambiguo.
Efectivamente vivimos en un entorno volátil.
Nuestros antepasados también.
Y en un entorno Incierto. Propio de la vida. Y de siempre.
Y es Complejo. Porque no se entiende con la rapidez que nos gustaría.
Siempre fue así; que pregunten a algún antepasado de la Edad de Piedra.
Y Ambiguo. La evolución elige caminos. Siempre generó ambigüedad a lo largo de todos los periodos conocidos de la vida y el universo.
Podemos hablar de ello como nunca antes. Podemos ahora darle más importancia. Es legítimo. Necesario. Pero siempre fue así...
Podemos llamarle VUCA, fantástico, porque nos permite a todos comprender, bajo una misma denominación, la vida en BETA.
VUCA nos recuerda lo más importante, a mi modo de ver, en la vida en BETA, y es que la inestabilidad es lo normal.
Es la NUEVA NORMALIDAD.
En este contexto, muchos viejos tótems como el valor de los conocimientos en la formación, la planificación a largo plazo o el método del caso (Best Practice), se tambalean.
La única certeza que tenemos acerca de lo que nos espera en los años venideros es que será algo que todavía no conocemos, algo que muy posiblemente ni siquiera exista todavía, pero a lo que tendremos que adaptarnos irremediablemente si queremos sobrevivir.
Y a gran velocidad. Exponencial.
Muchos ya viven este escenario con inquietud, como si se aproximara una época oscura de gran incertidumbre. De hecatombe.
Otros, como el nuevo mono, en cambio, lo vivirán como una emocionante etapa de tránsito hacia una nueva era.
Una era marcada por el trabajo colaborativo, las redes de conocimiento, la iteración permanente, la tolerancia al error, el aprendizaje continuo y la exploración más allá de los límites y las reglas establecidas.
Una etapa de curiosidad infinita y flexibilidad en la que el pensamiento creativo y la capacidad de innovación van a ser grandes protagonistas.
Un periodo de inconformismo, de espíritu crítico y de dejar al margen cualquier tipo de confort.
De cuestionarse de forma cotidiana y perenne el statu quo de las cosas, de los procesos, de las formas de hacer... y de las creencias.
A ese tipo, felizmente osado, al que no le asusta la perspectiva de adentrarse en lo desconocido, en el mundo de lo oscuro, es al que he llamado CIUDADANO BETA.