Si las cosas parecen estar bajo control, es que no vas lo suficientemente rápido.
MARIO ANDRETTI
Año 1999, su santidad el papa Juan Pablo II lanzó al mercado el CD Abbà Pater, en el que cantaba rap. El papa se pasó del canto gregoriano al pop, rodeado de músicos tecno, rock y ambient.
Por esa época, el rapero más admirado era blanco, Eminem. El mejor golfista no era inglés. Terminator se postulaba como gobernador para California. El mejor grupo de música country, así considerado por todos los expertos, era ruso. Dinamarca enviaba un submarino a una guerra en el desierto. Se creaba, en una universidad británica el primer MBA de gestión eclesiástica. El mejor café del mundo ya no era italiano.
El mundo estaba cambiando.
El talento se mezclaba como nunca antes. El mundo empezaba a ser un escenario global. Un mercado global, en el que cualquier espectador, de cualquier parte del mundo podía subirse a cualquier escenario.
Empezaba a ya no ser suficiente con llamarte General Electric, Hermès o McDonald’s.
Kjell Nordström y Jonas Riedderstrale en su Funky Business, a finales de los noventa del siglo pasado, ya nos anunciaban que el mundo, la sociedad, las empresas, los profesionales, bajaban por un tobogán desconocido a toda velocidad, lleno de sorpresas y sin fin.
Y que en ese tobogán se encontrarían las tres grandes fuerzas del cambio. Las fuerzas del bien. A saber, la tecnología, la nueva forma de organizarse las instituciones y el nuevo sistema social de valores.
La tecnología está remodelando el mundo.
Esto ya lo sabemos... Esto ya lo vivimos...
Biotecnología, Nanotecnología, Infotecnología... y un largo etcétera.
La tecnología se ha convertido en la base rítmica de los negocios.
Y también de la vida del ciudadano BETA.
Tom Peters, gurú de la estrategia y la gestión empresarial, lo resumía así: «Los empollones han ganado». Inteligente Peters.
La tecnología no es cuestión de tuercas y tornillos, ni de bits ni bytes.
Es el elemento aglutinador de la masa. Sea en la empresa, sea en tu familia, sea con tus amigos, con tu iglesia, en... Facebook, que si fuera un país ya sería el más poblado del mundo.
Hoy la información fluye libremente, está al alcance de todos.
Y nadie puede evitarlo.
Tu coche, hoy, tiene más sistemas tecnológicos, informáticos, que los incorporados en la nave Apolo que condujo el hombre a la Luna.
Algo tan simple como una tarjeta de felicitación que te cante un « cumpleaños feliz » reúne más medios informáticos que los que se conocían en el año 1970. ¿Quién fanfarronea hoy de tener fax en su casa, o en la oficina? Hoy, 1.000 dólares invertidos en una computadora casera equivalen a la capacidad de computación de 1.000 cerebros humanos.
Airbnb tiene disponibles para ti más de dos millones de habitaciones por todo el mundo sin ser ninguna de todas ellas de tu propiedad. Incluso tu habitación, si quieres, puede formar parte de la oferta.
Algo parecido pasa con Booking.
Más rentabilidad. Nuevos modelos de negocio.
¿Dónde están Hilton y Sheraton? ¿Se han escondido?
Efectivamente, han ganado los empollones. ¡Gracias Tom!
El impulso de las fuerzas del bien es imparable.
Tres leyes, así se han dado en llamar, rigen esta evolución imparable.
La primera es la Ley de Metcalfe.
Nos dice que la utilidad de una red informática aumenta exponencialmente con el aumento del número de usuarios.
Dicho de un modo nada matemático: si hay dos en lugar de uno es más del doble porque aparecerá un tercero con probabilidad cien.
Cuando las redes alcanzan su masa crítica, explotan exponencialmente.
¿No te recuerda la aparición del teléfono móvil... al pasado ya?
¿O al desarrollo de WhatsApp? ¿O quizá... a la evolución que están teniendo las redes sociales?
Compartir con otras personas, vivir en modo colaborativo, es tan divertido que la gente no puede resistirse. Da igual la edad. Da igual la raza. Da igual el país del que hablemos. Da igual la posición económica.
O no da igual... pero ya entiendes mi referencia.
Casi todos disponen de casi todo.
Algunas personas, quizá algún lector en este momento, puedan pensar como Ray Bradbury, escritor estadounidense de misterio y ciencia ficción, cuando afirmaba: «Déjenme en una sala con un papel y un lápiz frente a cien personas con cien ordenadores, y seré más creativo que todos ellos juntos, que cualquiera de los hijos de puta de la sala».
Pero Bradbury, quizá como tú si es que esto lo estás pensando, confundía pensamiento creativo, únicamente humano, con las oportunidades creativas de desarrollar ese mismo pensamiento, esas ideas, gracias a la tecnología.
Cada cierto tiempo las creencias de la humanidad se desmoronan, los cimientos de la sociedad cambian gigantescamente, se quiebran.
Lo viejo desaparece para dejar paso a lo nuevo, desconocido.
Nos guste o no, siempre fue así.
La digitalización exterminará a algunas especies y creará otras.
Como siempre fue.
La transformación digital, si se considera una transformación cultural, no sólo digital, permitirá que no desaparezcan muchas especies, sino que evolucionen disruptivamente hacia nuevas formas de hacer, encontrando nuevos caminos.
Traducción: No confundamos digitalización con transformación digital.
Una vez más quiero destacar y diferenciar estos dos paradigmas que viven juntos, pero no son lo mismo.
Lo digital ya no es un sueño. Es la realidad en continuo movimiento.
La tecnología de la información reduce el tiempo y el espacio.
Si todos sabemos que somos tiempo y espacio. Si la vida es tiempo y espacio ¿cómo no vamos a cambiar?
Éste es el motivo por el que nuestras rutinas han cambiado: compramos el billete de avión online directamente a la línea aérea, reservamos hotel desde el smartphone, felicitamos la Navidad desde la red social, compartimos fotos y vídeos al instante, en tiempo real, según algo está sucediendo, decimos te quiero con un emoticono...
Y un largo etcétera de actividades que ya forman parte de nuestra forma cotidiana e inconsciente de actuar.
El gran bazar ahora está en el ciberespacio. Y el vecindario está en la red. La relación con el tiempo y el espacio ha cambiado, y ha cambiado nuestra vida.
Y esto, tan obvio, afecta a todos y a todo.
La competencia está a tan sólo un clic de distancia. También un nuevo amigo, una entrada de cine, o una noche de sexo.
Todo tipo de sociedades se basan en modelos tecnológicos, da igual que hablemos de la Cruz Roja, de la ONU, de Ikea, del sindicato, de una escuela de barrio o de tu propia familia.
El profesor experto en comunicación del MIT Michael Hawley afirmaba a principios de los años 2000: «Cuando los ordenadores sean tan básicos como un pantalón de deporte, tan sexis como la ropa interior y tan absorbentes como los pañales, habremos llegado a la auténtica revolución tecnológica».
Pues, querido amigo, unos diez años después, aquí estamos, envueltos en una auténtica revolución tecnológica. Bajo las fuerzas del bien.
Dominados por la nueva forma de ser y hacer del nuevo mono.
La segunda ley es la Ley de Moore.
Una visión exagerada de esta ley nos dice que si acabas de comprar un ordenador y al volver a casa abres una página de venta de ordenadores, el tuyo ya se habrá quedado viejo.
O dicho como Moore lo enunció: «La velocidad del procesador y poder de procesamiento de las computadoras se duplica cada doce meses».
Cuando Gordon Moore, cofundador de Intel, propuso esta ley, en 1960, no fue muy popular. Y, sin embargo, el tiempo parece que casi le ha dado la razón. Lo de «casi» es porque la historia ha demostrado que no siempre, de forma lineal, se han cumplido los doce meses.
El gran pensador tecnólogo Ray Kurzweil nos habla de la ley de Moore en estos términos: «La programación y una batería en un teléfono móvil hoy es un millón de veces más barata y mil veces más potente que el ordenador que yo utilizaba como estudiante. Lo mejor, ha aumentado casi mil millones en su rendimiento y esto no va a parar...».
Es una ley que nos habla de velocidad. De velocidad de cambio en todo lo que está bajo el poder de la tecnología. Porque todo avanza, todo cambia, dependiendo del aumento de la velocidad y la capacidad de procesamiento.
Por su parte, Coase nos dejó otra ley que no podemos olvidar en este nuevo mundo donde el mercado es diferente, donde las ideas no son de nadie, donde las ideas son de quienes las llevan a cabo, no de quienes las tienen.
La Ley de Coase nos señala que si los derechos de propiedad están bien definidos y los costos de transacción son cero, la negociación entre las partes nos llevará a un punto óptimo de asignación en el mercado. Los derechos de propiedad indican quién es el dueño o tiene permiso para hacer algo. De acuerdo al teorema de Coase, cuando las partes pueden negociar libremente y sin mayores costos, no importa realmente qué parte tiene inicialmente el derecho de propiedad puesto que al final éste quedará en manos de quien más lo valore.
Dicho más sencillamente, en un nuevo mundo donde los costes de transacción de casi todas las operaciones son cero o tienden a cero, hay que decir adiós a la ley de la propiedad.
Nada es tuyo. Aunque todo te puede pertenecer.
Todo, o casi todo, es copiable en poco tiempo. Y para colmo, la ley dará la razón al copiador. Todo, o casi todo se imita.
Sólo lo más disruptivo, aquello que ocupa un océano azul (referencia del libro El Océano azul de Chan Kin y Renée Mauborgne), se salvará de ser copiado. Ejemplos como el Circo del Sol o Ikea ilustran la idea.
Una triple convergencia social y de desarrollo digital se ha llevado a cabo en esta última década.
Por una parte la digitalización de las redes de telecomunicaciones, que han creado la «red de redes» más potente jamás conocida... y lo que está por llegar con el IoT, el internet de las cosas.
Por otra, el hardware más Smart y accesible ha llegado a nuestras manos. Todos los dispositivos de trabajo, comunicación y ocio se han digitalizado. Y si todos los dispositivos que usamos se han digitalizado significa que todos se mueven con lenguaje binario, cero y uno, es decir, que todos pueden llegar a estar conectados entre sí.
Ya se hablan entre ellos.
Y la tercera convergencia, el software ha permitido digitalizar los contenidos. Al servicio y disposición de todos y para todo, en cualquier momento. Los viejos formatos de contenidos en soporte físico están muriendo. Ya no hay CD que valga. Los contenidos ni siquiera nos valen en un «pincho»... todo está en la red, en la nube. O en el ADN.
El 13 de julio de 2017 se publicaban varios artículos referentes a las experiencias llevadas a cabo con almacenaje de información en discos duros de ADN. Han conseguido almacenar 215 petabytes en 1 gramo de ADN, equivalente a la información que cabría en unos tres millones de CD. La investigación ha sido llevada a cabo por la Universidad de Columbia y el Centro Genoma de Nueva York. Han conseguido un modo de hacerlo a través de un nuevo algoritmo denominado «Código Fountain».
Toca empezar a olvidar el papel.
Suena exagerado. Lo sé.
El autor quiere que así suene, exagerado... y pide disculpas por ello.
Y todo esto tiene una gran consecuencia: Afecta a nuestros valores.
Los de siempre, y los nuevos. Los religiosos, los políticos, los sociales, los de raza, los de cultura, los de familia, los institucionales y corporativos...
Los valores, al cambiar el estado y la forma de convivir con el tiempo y el espacio, se han liberado de sus confines geográficos. Ya no son locales.
Son ME-WE, es decir, Yo y los demás juntos, fusionados. Esto de éste, y esto otro, de ese otro. Todo es mezcla. Mixmanía.
La fusión crea confusión.
Una nueva realidad que se refleja en los negocios, en los modelos de liderazgo, en el nuevo management. Pero también en el mundo del deporte, de la ONG, de la restauración, de las agencias de viajes, de...
Alguien estará comiendo alitas de pollo campero criado en una finca de Albacete, acompañado con salsa tailandesa, con pan de pita árabe y pasta italiana, hechas en una barbacoa fabricada en Canadá, a orillas del lago Leman. Así es nuestra vida.
Creamos Bollywood, una mezcla de Hollywood, del hiphop aderezado de Sinatra y de la música originaria de la India.
Podemos ir un día a la mezquita y otro, a la iglesia. Y tan normal.
Vivir en la India y vestirnos con trajes americanos. O vivir en Los Ángeles y, como hace Richard Gere, practicar el budismo y vestirnos con el hábito del monje tradicional.
La fusión nos hace más fuertes. Nos acerca muchas más oportunidades.
Hemos cambiado el valor de la coherencia por el de la yuxtaposición desconcertante y en continuo estado de cambio.
Hoy es lo de hoy. Mañana podrá ser diferente.
Hoy somos así. Mañana podremos ser diferentes.
Querremos, quizá, ser otros.
Reinventarnos. Renacer. Re-evolucionar. Re-crearnos.
Tenemos ese derecho. Somos ciudadanos BETA.
Un nuevo mono habita esta nueva atmósfera tecnológica, digital, veloz, donde el espacio y el tiempo marcan nuevas rutas vitales, donde la fusión de valores es lo normal...
Pero a su vez, todo ello ocurre en un entorno que todavía no se ha adaptado al futuro necesario. O, al menos así lo creo yo...
Valores que cambian a velocidad de vértigo, cuando el vértigo nos lo tendría que dar el hecho de que los sistemas de educación no hayan casi cambiado, cuya evolución es muy baja en relación a los cambios que socialmente se están produciendo.
Valores que cambian, pero el capitalismo sigue siendo el sistema que rige el mundo social y el económico. Mucha gente en el mundo vive bajo el yugo de un nivel de pobreza insostenible.
Valores que cambian pero las guerras, hoy mucho más tecnológicas, siguen asolando ciudades y países enteros.
Valores que cambian pero consintiendo una sociedad donde más de un millón de niños podrían morir hoy por desnutrición.
Y... añade lo que consideres, querido lector.
Porque yo estoy de tu parte.
Toca, quizá también, renovar el mausoleo social que nos persigue.
Matar ciertas instituciones, al menos tal como hoy se conocen.
Yo, aspirante a ciudadano BETA, y aceptando las nuevas realidades vitales, estoy de tu parte.
Hagamos una revolución, pero a ser posible, que sea de todo.
Permita por favor el lector, en esta parte del documento, expresar al autor sus aspiraciones personales y sociales.
En la nueva normalidad las series tienden a infinito.
Ya no nos vale el 1.0, 2.0, 3.0, 4.0...
¿Vale la pena seguir llamando a este nuevo periodo que llega la revolución 4.0? En la nueva normalidad entender que todo está bajo el continuo cambio acelerado, sin uniformidad adaptativa, es entender que ya no hay límites. Que la profundidad y longitud de cada nuevo conocimiento aparecido busca el infinito.
Que el cambio tiende a infinito.
La innovación es infinita.
La evolución es infinita.
«En un mundo volátil como el de hoy, las organizaciones que estarán mejor equipadas para prosperar serán las que sean capaces de generar, abrazar y ejecutar NUEVAS ideas.»
Tim Brown
CEO de IDEO
...Y, sin embargo, un dato:
Sólo un 5 por ciento de las empresas europeas tienen un CEO digital.
Sólo un 10 por ciento de las empresas europeas tienen en su organigrama el área digital integrada en business y no en IT.
World Economic Forum
Año 2017
Nos enfrentamos a un futuro abierto e incierto. Todo está para ser definido. Y cambiado. Y mezclado.
Blockchain, impresión 3D, realidad aumentada, chatbots, interfaces conversacionales, tecnología biométrica cognitiva, smart robots...
Una lista interminable. Una historia interminable. Listado de nuevas tecnologías y nuevo talento en el que habitan las nuevas fuerzas del bien. Estemos atentos.
¿Y las empresas? ¿Y las instituciones? ¿Cómo van a implementar todas estas nuevas tecnologías en sus procesos? En mi modesta opinión, las empresas no deberían olvidar que el grado de adopción de toda esta nueva tecnología debería ir ligado al impacto que tenga en los resultados, sin mirar por el retrovisor, sino sobre la productividad, eficiencia y rentabilidad futura.
La tecnología deberá, también en el futuro próximo, estar al servicio de la estrategia, y nunca al revés.
Se trata de explorar bien los mercados target, los entornos competitivos, los procesos y los modelos de toma de decisiones, respondiendo siempre a las nuevas necesidades que vayan apareciendo a los clientes. Se trata de ser lo suficientemente inteligentes como para integrar esta nueva tecnología creando ventajas competitivas renovables en el mercado y que vivan, se sostengan, bajo el paraguas de la innovación infinita.
Persona, negocio y tecnología juntos. No como tres entes unidos por una relación necesaria interdependiente, como hasta ahora lo era comercial, IT y recursos humanos, sino en un único cuerpo. Un solo ente.
Según la consultora Gartner, que elabora anualmente el famoso informe de tecnologías emergentes, de esta nueva masa madre, de las nuevas fuerzas del bien, se espera que en dos años se implementen vehículos aéreos autónomos, asistentes cognitivos, nuevo de alta seguridad, IoT, petabytes de almacenamiento y velocidad en red, y machine learning. En cinco años, hardware neuronal, 5G, computación cognitiva, realidad aumentada. Y en diez años, es decir para el año 2030 aproximadamente, impresión 4D, computación cuántica, displays volumétricos, interfaces cerebro-computadora.
En fin... otro mundo. Y en diez-quince años.
¿Estamos preparados?
Los directivos, políticos, educadores, profesionales liberales, el mundo de la salud, los emprendedores... deben tomar esto en consideración.
Deberán traer a su presente los cambios y aprendizajes necesarios para que puedan ser creadores participantes de este futuro tan cercano. No es ciencia ficción. Es realidad. Y, en este caso, no aumentada.
El nuevo mono lo sabe. Y se prepara para ello.