XXIV

La mancha en el suelo

Nunca me había fijado en la mancha que hay en el suelo. Lo invade por completo, aferrándose a la uniformidad de un parquet de roble lijado y esmaltado. Parece un gusano, o un horizonte, no sé. Aunque si me fijo mejor, creo que es el universo diciéndome que salga de mí. Pero ¿de mí de dónde?

¿Esa mancha es problema de Carolina o mío? Vale, supongamos que mío: ¿cómo coño se limpia una mancha en el parquet? Poner una alfombra es tapar el problema con una solución rápida. Qué novedad, como si no hubieses estado tapando marrones toda tu puta vida, Alicia.

La espalda rebota contra la puerta principal y cada golpe hace que el cuerpo se desconche un poco más. Ellas siguen ahí, despidiéndose de una amistad que jamás pensé que podría experimentar. Ni tan siquiera imaginé que existiera, la verdad. Veo sus miradas clavadas en la mía. Las palabras entran y salen de sus bocas. Hay situaciones que tienen la capacidad de quitarle ganas a la vida. ¿Cómo voy a salir adelante con esta mancha en el parquet con forma de gusano mirándome desde el suelo? ¿O con la señal divina del universo diciéndome que me largue lejos de mí, que ya vale de estar así? Esto me lleva a plantearme lo siguiente: si Dios está en todas partes, ¿se estará riendo en alto con esta situación? ¿Será un castigo? ¿Estoy condenada a esto?

Una gota transparente e irregular cae a pocos centímetros de mi ingle y hace que desvíe la mirada hacia mí. La humedad abraza los tejidos del vestido que llevo puesto y que hunde mis huesos. De fondo siguen sonando las voces de aquellas mujeres que se van, se marchan, se esfuman. Las venas se me marcan como ramas bajo la piel y a mí me invade una sensación de nostalgia al recordar lo que fue un día con ellas. Llevamos pocos meses de amistad. Por supuesto, entiendo que al principio todo es más intenso, más denso, más agudo, pero ¿cómo será cuando ya no añadamos más tiempo al conteo? Ya no recuerdo lo que son la rutina, la calma, el equilibrio, la sensación de plenitud al adentrarme en un mundo conocido. ¿Acaso lo echo en falta?

Soy demasiado compleja. Como esa mancha en el parquet que cada vez se hace más grande. Casi tanto como el vacío que siento en este momento.

Me sorprendo: ya he estado aquí, en el principio de los tiempos, en el inicio del ascenso. La noche en la que decidí que ya no más, que ya era suficiente. Sí, estuve aquí, en el lodo. Bienvenida de nuevo, Alicia. Inmersa, reiteradamente, en una crisis de identidad tan profunda que no recuerdo el motivo de mi lucha. De mi rebeldía. No sé quién coño soy. Por qué buscaba tanto. Qué encontraba. Lloro por las noches y me da igual la vida. Me niego que esto pueda estar pasando, hasta que me encuentro en el lodo. No es la primera vez, tampoco la segunda. He estado ahí en varias ocasiones. El lodo siempre trae las mejores verdades a pesar del olor a mierda. Al final es la otra cara de la misma moneda. La sensación que provoca es muy clara. Si estás, sabes que estás. Cuando todo cae y piensas que no hay más fondo... vaya si lo hay. La mierda te llega hasta el cuello y no te deja ni respirar. ¿Y ahora qué?

En este momento me planteo algo tan profundo como mi trascendente —y efímera— existencia. Me vuelvo a hacer la pregunta, la misma que evito cuando el tiempo corre y el reloj asfixia. Esa que el sistema no quiere que responda, no vaya a ser que me encuentre. Esa que me hice hace unos meses. Esa que me hago ahora.

Quién soy.

Y me quedo muda. «¿Que quién soy?» No sé si me da más miedo la respuesta, el silencio o la verdad. En cualquier caso, las tres opciones apuntan a lo mismo: sigo sin tener ni puta idea.