La luz se cuela por las ventanas. Agradezco haber dormido en una cama. No lo aprecias hasta que duermes en una furgoneta durante varios días. Me muevo despacio. Abro los ojos. No hay nadie. ¿Y Ricardo? ¿Se ha ido? Su ropa está en el suelo. Su maleta, en la entrada. Vale, sigue aquí. Alguien entra en casa.
—Buenos días, dormilona.
—¿Qué hora es? ¿De dónde vienes?
—Cuántas preguntas. Son las... —saca el móvil del pantalón y lo mira— ... dos y media. He ido a comprar algo para comer. La nevera está vacía.
—Las dos y media, madre mía. Necesitaba descansar.
—Es normal, muchas emociones. ¿Comemos?
Me levanto y voy a mear.
—El pis de la mañana no te lo ofrezco porque es inhumano.
Ricardo se ríe de fondo. Cierro la puerta del baño. Me miro en el espejo. Me lavo los dientes, la cara y orino. Tengo ganas de cagar, pero si hay alguien en casa no puedo. Seré muy escrupulosa, pero estas cosas me cuestan. Sí, a mis veintiséis.
Me siento en el sofá. Comemos los kebabs que ha comprado. Son de falafel, están buenísimos. Vemos la televisión. No hablamos. Para qué. Estoy en otro universo todavía. Tan cansada que parece que haya empalmado. Será verdad eso que dicen de que cuanto más duermes, más quieres dormir. Ricardo recoge la mesa.
—¿Te vas?
—Sí, es martes. Tengo unos proyectos que presentar.
—Pero si es 18 de agosto, Ricardo. ¿No te dejan respirar?
—¿Acaso a ti sí?
—Ja. Somos autónomos. Vivimos ahogados siempre.
—Pues eso. Ven aquí anda.
Nos abrazamos. Mi boca huele a cebolla. La suya no se queda atrás. Nos besamos. Sonríe.
—Hueles a cebolla.
—Y tú.
Se queda mirándome. Me coloca el pelo bien.
—Me lo paso genial contigo, Alicia. Eres maravillosa. Tengo mucha suerte.
—Lo mismo digo.
—Y no te preocupes por las relaciones y las fusiones. Agradezco que me lo hayas dicho, pero esta no será una más. Estamos construyendo un vínculo que nos hará sentir cómodos. Tal vez la caguemos en algún momento, tal vez superemos todos los obstáculos. Lo importante es que sabemos lo que queremos y lo que no.
—¿Sabes qué me gustaría?
—Dime
—Ofrecerte un trozo de mí y que fuera tuyo. Y viceversa.
—Me gusta el trozo que me das.
Lo vuelvo a abrazar. Este hombre no es real, no me jodas.
—Escríbele a Carmen y me cuentas.
—Sí.
—Pero escríbele, ¿eh?
—Que sí.
Sale por la puerta. Se para. Gira la cabeza. Sonríe.
—Te quiero un trozo, Alicia.
—Y yo.
Desaparece. Me quedo quieta. ¿Es posible tener una relación fuera de la norma? ¿Es factible que yo la tenga? ¿Y si lo consigo? ¿Y si encuentro el equilibrio entre lo que se supone y lo que se superpone? ¿Y si es tan fácil como lo está siendo hasta ahora? ¿Qué puede cambiar? Quiero estar sola. Quiero estar en mí y para mí. Arreglarme, encontrarme, cambiar las piezas que fallan. No depender de otra persona que lo haga. Que nos conocemos, Alicia, y siempre acabas recurriendo al amor romántico para que te lama las heridas, para que te vende los esguinces y, de paso, los ojos. Quiero ver con los párpados bien abiertos ese amor que proclaman ciego. No quiero llenar un vacío en mi vida o en mi soledad.
Me acabo el kebab. Limpio la mesa. Cojo el móvil y le escribo a Irene, el contacto que tengo en la editorial, para pedirle el e-mail de Carmen. Contesto unos mensajes de Leo. El viernes es el día. Me apetece. Las chicas colapsan el grupo. Hago videollamada.
—Hola, zorras.
—¿Dónde estabas? —se preocupa Diana.
—Ricardo se quedó a dormir.
—Vaya, vaya. Con que Ricardo, ¿eh? —comenta Emily.
—Es raro porque lo siento como un amigo, pero es algo más. No sé etiquetarlo. Me pasa como con vosotras. Os amo tanto que no tengo palabras.
—Pero a nosotras nos quieres más, ¿verdad? —vacila Emily.
—Por supuesto.
—Ay, qué pesado estás, Bartolo —susurra Diana.
—¡Anda! ¡Si estás con tu gato!
Diana nos muestra a su gato negro. Maúlla mucho. Mucho.
—Chicas, este viernes viene Rita. Se queda un par de semanas en Madrid. —Diana sonríe.
—¿En serio? ¡Fiestón! Además, tenemos que organizar mi festival de despedida —grita Emily.
Cierto, que se marcha a Estados Unidos. Todavía no me lo creo.
—Tiene que ser épica —añade Diana.
Yo me quedo callada. Me invade un sentimiento de tristeza, nostalgia, vacío. Es extraño. O no. Suena un pitido. Me llega un mensaje. Es Irene.
—Alicia, ¿estás ahí?
—¿Eh? Sí, sí. Perdonad, es que justo ahora me ha escrito Irene, una chica que... En fin, os resumo. Le he pedido el contacto de Carmen, la editora de la que me habló Pablo. Quiero mandarle un e-mail para ver si están interesadas en la novela.
—Girl! Qué emoción —suelta Emily.
—Venga, no te quitamos más tiempo. A ver si hacemos algo este finde, aunque sea tomar unas copas en una terraza.
—El viernes he quedado con Leo —les recuerdo.
—¡Es verdad! Joder, te vas a hartar de comer polla —exclama Emily.
—Voy a echar de menos tus frases sin vaselina —añado.
—Qué dices, pero si hablaremos cada día.
Cambio de tema. No pienso en eso.
—Os digo algo, zorras. Os quiero tanto...
—Y yo.
—Y yo, fuck. Mucho.
Finalizo la videollamada. Me pongo delante del ordenador. Le envío un e-mail a Carmen.
Hola, Carmen:
Soy Alicia Durán, periodista y escritora. Durante años he estado escribiendo libros para influencers y otras celebridades y he decidido salir de la sombra con una novela erótica bajo el brazo. Pablo me habló de ti en Ibiza. Me comentó que te había escrito y que te había gustado la propuesta. Adjunto unos capítulos de la novela. Me gustaría saber si sigues interesada.
Quedo a la espera de tu respuesta. Saludos.
Enviar. No le doy más vueltas al coco. Ya está. Olvídate. Me ducho. Me pongo un vestido corto y unas deportivas. Bajo a comprar algo de fruta y verdura. Mi nevera da asco. Al cabo de una hora, regreso a casa y lo coloco todo sin prisas. Charlo un poco más con Leo. Hoy tiene concierto. «Vente», me dice. Miro la hora. No me apetece. Abro el correo. Lo actualizo. Y delante de mis narices aparece la respuesta.
Hola, Alicia:
Me gustaría charlar contigo. ¿Te parece si tomamos un café el jueves a las cinco en el Café Comercial? Dime si puedes.
Me levanto de un brinco y empiezo a saltar por toda la casa, a bailar, a gritar. Sí, joder. Sí, sí, sí. Hay una posibilidad, una oportunidad. Un café. No quiere decir nada, pero, coño, es un café. Una puerta abierta. Un paso más en este camino.
Confirmo la reunión. La apunto en el móvil aunque no hace falta. Estoy tan emocionada que me siento delante del portátil y leo lo que llevo escrito. De repente, la inseguridad. ¿Esta novela merece la pena?
Mierda.