Me he quedado dormida de una manera extraña. He soñado algo rarísimo. El sol ilumina el salón y hace calor. Yo odio el calor. Me levanto y me tomo un café bien cargado. Cojo el móvil. Son las doce. Veo algunas llamadas perdidas de Ricardo. Un par de mensajes en el grupo. «Alicia, creo que deberíamos hablar.» Sí, yo también lo creo. Les envío un mensaje de voz pidiéndoles perdón varias veces por la despedida repentina de ayer por la noche. No estuvo bien aunque para mí fuera necesaria. Debo aceptar sus caminos. Debo aceptar que estén lejos del mío. Ricardo me vuelve a llamar.
—Ey, hola.
—¡Alicia! ¿Estás bien?
—Sí, sí. Todo bien. Siento haberte llamado ayer.
—No, tranquila. No importa. ¿Qué ha pasado?
—¿Quieres venir a comer a casa? —pregunto.
—Claro, en una hora estoy ahí.
Cuelgo. Preparo algo para comer. Un arroz con verduras. A veces se me olvida que Ricardo es vegano. Me doy una ducha rápida, dejo que el agua sane y limpie. Suena el interfono. Llega antes de lo previsto. Nos abrazamos. Me encanta cómo huele. Lleva una camiseta de manga corta con un estampado curioso. Unas bermudas y unas chanclas de tiras. Está guapísimo.
—Te veo genial —comento.
—Vaya, muchas gracias. Qué bien huele.
—Sí, he hecho arroz con verduras. ¿Quieres comer ya?
—Lo cierto es que sí. No he desayunado nada.
—Yo tampoco.
Nos reímos. Pongo el mantel en la mesita de centro. Comemos en el sofá. Bebemos el poco vino que sobró de mi viaje astral de ayer. ¿Fue real? Charlamos sobre su trabajo. Está agobiado porque le han entrado muchos proyectos de golpe. Yo me alegro de que así sea. Él sigue pensando en cómo coño hará para sacarlos adelante. Le cuento con detalle mi reunión con Carmen y me abraza. Después, coloca mi pelo tras la oreja. Cojo la copa de vino, bebo y lo miro.
—¿Qué pasó ayer, Alicia?
—¿Por qué lo dices?
—Me llamaste.
—Sí.
—Y no es habitual en ti que me llames sin enviar antes un mensaje.
—Lo sé.
—¿Entonces?
—Diana se marcha, Ricardo. Se va.
—¿Cómo? ¿A dónde?
—Ayer quedé con las chicas y nos fuimos a tomar unos mojitos. La idea era salir de fiesta, Rita llegó el viernes a Madrid. Nos apetecía estar juntas. En medio de la conversación, Diana dijo que nos tenía que contar una cosa muy importante. Me preocupé muchísimo, ya sabes. Resulta que tras vuestra conversación retomó esas ganas y ese sueño de viajar por el mundo como mochilera.
—¿En serio? ¡Qué bien! ¿Lo va a hacer?
—Eso parece. Se va con Rita a viajar un año por el mundo. Quiere trabajar para poder costearse la aventura, claro.
—¿Hará lo de Workaway?
—No le pregunté. No pude decir nada. Solo sé que el 13 de septiembre tienen billetes para Bali, los padres de Rita viven allí. Ahí empezará su periplo.
—¿Cómo estás?
—Jodida. Muy jodida, la verdad. No te voy a engañar, a ti no.
—Me imagino.
—¿Sabes? Ayer me encontré con que las dos personas que más quiero en este mundo, bueno, aparte de mi madre, claro, se marchan. Y no sé cómo procesar esto.
—Bueno, cada una ha encontrado su propio destino.
—Sí, y no puedo retenerlas en Madrid. No sería justo por mi parte.
—Siento no haber podido estar ayer, Alicia.
—No te preocupes.
—Lo cierto es que estaba con una chica.
Se me hace un nudo en la garganta. Carraspeo. Bebo un poco de vino. El corazón se me acelera. ¿Qué está pasando? ¿Estoy celosa?
—¿Ah, sí? ¿Y qué tal? Cuéntame.
—Muy bien, nos conocimos en Tinder. Llevábamos un tiempo hablando y justo ayer me dijo de quedar. Fuimos a tomar algo y...
—¿Follasteis?
—Sí, sí. Fue una gran noche. —Se ríe.
Sigo bebiendo vino. Las taquicardias inhiben mis pensamientos. ¿Por qué cojones siento esto? El viernes hice lo mismo con Leo. ¿Por qué no sé gestionar mis celos? ¿Cómo cojones lo hago? ¿Cómo hay gente que es capaz de hacerlo?
—¿Quieres darme detalles?
Y ahí estoy, pidiendo que me dé veneno que quiero morir, como Los Chunguitos.
—¿Quieres que te cuente detalles? ¿Estás bien? —pregunta Ricardo un tanto preocupado.
—Sí, sí.
No, no.
—Tiene unos pies preciosos. Fue muy divertido. Jugamos toda la noche, sin prisas. Estuvo bien. Se quedó a dormir en casa y esta mañana se ha ido a primera hora.
—¿Os volveréis a ver?
—No lo sé, seguramente.
—Qué bien. —Sonrío un poco falsa. Vale, bastante falsa.
—Alicia.
—Dime.
—¿Bien?
—Sí, ¿por qué iba a estar mal?
Eso, ¿por qué?
—No lo sé. Te has puesto tensa, a mí no me engañas. Recuerda cuál es nuestra regla: plena confianza, Alicia. Sabes que puedes contármelo todo.
—Soy gilipollas, Ricardo.
—¿Por qué?
—¿Te puedes creer que me pone un poco celosa?
—¿El qué? ¿Que haya quedado con esta chica?
—Sí, no sé. Sé que es una tontería y que no tenemos nada, pero estoy celosa.
—Comprendo.
—¿Cómo lo haces tú?
—¿Para qué?
—Para gestionar los celos.
—Lo cierto es que nunca he sentido celos, Alicia.
—¡Venga ya! ¿Qué eres? ¿Un cíborg?
—Oye, no te cachondees.
Me empuja. Nos reímos. Me coge de la mano y me acaricia el antebrazo con calma y suavidad.
—Nunca he sentido celos en las relaciones. Lo único que pienso es que las personas son libres de hacer y deshacer lo que quieran. Intento disfrutar cada momento que estoy contigo sin pensar demasiado en lo que tenemos, en lo que sentimos, en lo que puedas estar haciendo antes o después. Para mí solo existe el aquí y el ahora, ¿entiendes? Creo que ya te conozco un poco y que eres una persona que le da mil vueltas a la cabeza. Y no es algo negativo, eh. Eres así y punto. Tú estuviste varios días diciéndome que no querías relaciones románticas y yo insistiendo en que te olvidaras de las etiquetas y vivieras el momento. ¿Acaso has dejado de plantearte nuestro vínculo?
—No, lo cierto es que aún sigo pensando en ello. No quiero perder lo que tenemos, pero tampoco quiero que me limite o me modifique. Tengo que encontrar el equilibrio en todo esto.
—Lo encontrarás, ya verás. Estamos bien, ya te lo dije. No pienses en nada más. En el instante en el que te pese esta relación o no te sientas cómoda, lo hablamos y analizamos qué ha pasado.
—Definitivamente, eres un cíborg —bromeo.
—Ven aquí.
Me abraza. Me acurruco en su pecho. Pienso en la otra chica. Alicia, no. Bloquea ese sentimiento. Justo cuando la intensidad gobernaba el contexto, suena el teléfono.
—Es Diana.
—Cógelo —insiste.
Me levanto. Paseo por el comedor.
—¿Sí?
—Hola, Alicia, ¿cómo estás?
—Lo siento, Diana.
—No te preocupes. Nos vamos conociendo. —Se ríe.
—En serio, perdón.
—Oye, he hablado con Emily. ¿Te parece que retomemos nuestros mojitos esta tarde?
Me aparto el móvil de la cara. Miro la hora. Son las cinco.
—¿A qué hora?
—¿Quedamos sobre las ocho en el mismo sitio de ayer?
Observo a Ricardo. Él frunce el ceño extrañado. Mueve ligeramente la cabeza en un gesto de interrogación.
—Un momento, tía, que estoy con Ricardo en casa.
—¡Ah, Ricardo! Dale muchos besos. Oye, no os habré cortado...
—No, no. Tranquila.
Estábamos a puntito de combustionar.
—Ricardo, ¿te importa si quedo con las chicas esta tarde?
—¿A mí qué me va a importar? ¡Al contrario! Tenéis asuntos pendientes. —Sonríe con esa sonrisa no perfecta.
Vuelvo a la conversación con Diana.
—Hecho, nos vemos esta tarde.
—Te quiero, Alicia.
—Y yo a ti, Diana, muchísimo. —Se me escapa una lágrima. Contengo el llanto.
—Lo sé.
Sonrío. Cuelgo el teléfono.
—¿Bien? —pregunta Ricardo.
—Sí, bueno, ya sabes. Un tanto revuelta, pero bien.
—Son muchas emociones, Alicia. Estás en un proceso muy intenso. Entre la trilogía, las chicas, esto... En fin, sabes que no estás sola, ¿verdad?
—Bueno...
—No, bueno, no. Una cosa es vivir sola y otra muy distinta es estar sola.
—Tienes razón.
—A mí me vas a tener siempre. No me pierdes, Alicia. Nosotros nos encontramos continuamente.
Le beso. Fundimos nuestros labios, que buscan el contacto fácil, plácido, lento. Las lenguas se rozan y los celos que antes me asfixiaban ahora pesan menos. El fuego arde, las pieles se reclaman. Me pongo encima de él. Y ese contacto dulce y sosegado se vuelve salvaje e indomable. Siento su polla dura bajo el pantalón. Aprieta mi culo con las dos manos. Seguimos comiéndonos a besos, amándonos fuera de lo impuesto; a nuestra manera. Le quito la camiseta; Ricardo me mira con pasión.
—Puedes comer si quieres —susurro.
—¿Ahora? Si has quedado.
—Yo no me refería al cuándo, me refería al qué.
—El qué ya lo sé, el cuándo depende de ti.
—Y si reducimos el cuándo al ahora.
—Y si reducimos el qué a tu coño —me suelta.
Sonrío en ese espacio tan íntimo que recuerda a un hogar. Agarra mi trasero con fuerza y se levanta. Casi nos caemos. Soltamos una carcajada. Me tumba en la cama y el resto, joder, el resto suma.