Nicu se encontraba sentado en los escalones que llevaban al sótano donde dormía y donde su madre había sido convertida en ceniza y polvo. Florin y Félix le acompañaban.
–¿Estás triste, tío? –preguntó Florin.
–Mi mamá acaba de ser asesinada.
–Ya. Pero por lo menos te quedan tu padre y tu hermano.
–Nunca más volveré a verla. Nunca más volverá a darme una bofetada. Nunca más tendré que esconderme cuando sus amigas vengan a verla. Nunca más volveré a oír cómo me grita y me dice que ya no soy su hijo.
–Eso está bien, ¿no te parece?
–Pero ella sigue siendo mi mamá. Supongo que estoy triste. Por otra parte, es extraño. Ni siquiera he dormido.
–Deberías hablar con alguien, tío.
–¿Yo?
–Tú no, Félix –dijo Florin–. ¿Y si hablaras con el Hada de los colmillos? Es posible que ella pueda darte un buen consejo.
–No, no va a hacerlo –dijo Nicu.
–Oh, sí. Y ella sigue llamándome gordo –asintió Florin.
–Estás gordo.
–Cállate, pequeño yo.
–Mi mamá está muerta.
–Vale. Lo siento. Pero no me llames gordo.
–No te he llamado gordo –dijo Félix.
–Tú no, Félix. Quizá el asesino pueda volver y cargarse a Félix.
–Me gusta que me maten.
–Deja de tener esa idea de cargarte a Félix.
Florin se cruzó de brazos y dio un resoplido.
–Bien. Nicu, ve a ver a un médico entonces. Uno de estos días él podrá ayudarte. Incluso Félix tiene razón por una vez en la vida.
–¡Ese soy yo!
Nicu se acercó al ataúd vacío de su mamá que había sido su cama porque había sido enterrada en otro ataúd. Puso una mano sobre el ataúd y le dio un golpe. ¡Ay!
–La madera es dura, idiota –Félix comenzó a frotar la mano enrojecida de Nicu.
–Realmente te odio, Félix –Florin se fue dejando a Nicu y a Félix solos.
–No he podido dormir. El doctor debe poder darme algo para esto, ¿verdad Félix? Pero apesta de veras. ¿Por qué todo el mundo aquí apesta?
–¡Yo mastico! –Félix se acercó la mano de Nicu a la boca. Parecía como si fuera a comérsela.
Nicu retiró la mano rápidamente.
–¡Apártate! Uno de estos días voy a dejar que Florin... Déjame solo –Nicu se fue hecho una furia hacia el piso de arriba dejando solo a Félix.
Félix se quedó allí, mirando fijamente delante de él y se rascó el brazo.
–Estoy mejor solo.