Becca estaba terminando ya de guardar sus pertenencias en cajas. Dejaría algunas con libros, fotografías y ropa de verano en la tienda, y se llevaría el resto a The Bluffs. Una mujer sin pasado como ella viajaba ligera de equipaje.
Richard se había ofrecido a ayudarla, al igual que la señora Cavendish, pero Becca se sentía más cómoda despidiéndose en soledad de aquella habitación a la que nunca más volvería. Una habitación alquilada que para la mayoría de la gente significaba bien poco, pero que para ella había constituido un auténtico hogar.
Aunque aquel minúsculo espacio jamás podría compararse con la inmensidad de The Bluffs, había sido suyo. The Bluffs pertenecía a David y al recuerdo de Tasha, quizá incluso a su fantasma. Ciertamente, el espíritu de su prometida parecía habitar aquel lugar. Sí. Había muchas posibilidades de que ese fuera a ser el error más grande de su vida.
—¿Ha llamado a David para avisarlo de que voy a volver a The Bluffs con usted? —le preguntó Becca a Richard mientras se alejaban de la casa de los Cavendish, con el maletero y el asiento posterior cargado con su equipaje.
—Sí. Se mostró muy complacido. Y me dijo que tenía usted un visitante en camino.
—Vaya. Parece que el inspector Megham está decidido a verme.
—Y dice que tiene noticias nuevas.
Becca se estremeció. Noticias nuevas… o una orden de arresto contra David.
Megham se sentó en el borde de la antigua silla de estilo victoriano, en el salón. Parecía incómodo, como si temiera que no fuera a resistir su peso. Becca estaba sentada en el sofá, frente a él. El inspector había expresado su deseo de interrogar también a David, pero el misterioso dueño de The Bluffs se había negado, alegando hallarse ocupado en un experimento de suma importancia. Se había ofrecido, sin embargo, a responder sus preguntas a través del interfono de la mansión.
Resultaba obvio que a Megham no le había gustado nada no poder verlo personalmente. Primero terminó de interrogar a Becca, y después David se puso al interfono. El tono de sus preguntas fue tan cortante como suspicaz.
—Me doy cuenta de que los asesinatos no le importan gran cosa, doctor Bryson, pero me gustaría escuchar su versión de lo que sucedió ayer en la carretera de Old Mountain.
David le describió sucintamente los hechos.
—¿Así que no llegó a ver al conductor del otro vehículo? —le preguntó el inspector, con tono incrédulo.
—Es lo que le he dicho.
—Bueno, al menos estaba usted fuera de la casa. Por lo que tengo entendido, jamás sale de día.
—¿Mi estilo de vida forma parte de su investigación?
—Tal vez. ¿Por qué trajo a Becca Smith a su casa, en vez de llevarla a la suya o al hospital?
—¿Es delito cuidar de una amiga después de que haya pasado una mala experiencia?
—Soy yo quien hace las preguntas aquí, Bryson. Usted limítese a responder —le espetó Megham, rojo de furia—. ¿Por qué se trajo a Becca a The Bluffs?
—Yo puedo responder a eso —afirmó ella.
Megham le lanzó una fría mirada.
—Adelante.
—David y yo somos amigos. Yo estaba asustada. Y él cuidó de mí.
Megham se inclinó hacia delante, frunciendo sus espesas cejas.
—En cuestión de amigos, tiene usted gustos muy raros.
—Sin embargo, vine aquí por propia voluntad.
El inspector sacudió la cabeza, como dudando que estuviera en su sano juicio.
—¿Qué hay de esas noticias que quería darme? —inquirió Becca.
Megham se sacó un cigarro del bolsillo, lo miró durante unos segundos y volvió a guardárselo.
—Hemos encontrado el coche que la sacó de la carretera, o al menos lo que queda de él.
—¿Dónde?
—En las afueras del pueblo.
Becca suspiró, aliviada.
—Bueno, si han encontrado el coche, seguro que podrán encontrar a su dueño.
—Ya lo hemos encontrado. El coche fue robado a una pareja de jubilados, en Armstrong Street. Estaban visitando a su hija en Illinois, y ni siquiera se dieron cuenta de su desaparición hasta que conseguimos su número de teléfono, por medio de un vecino, y los llamamos.
—Pero en el coche debería haber huellas…
—Si ese tipo dejó algunas, no podemos saberlo. Incendió el vehículo. Si pudimos localizar al propietario fue porque la matrícula salió disparada en la explosión. Aterrizó a una decena de metros, casi intacta.
—Así que otra vez estamos sin saber nada… —pronunció Becca, decepcionada.
—En efecto. Y supongo que es usted consciente de lo mucho que se está exponiendo como objetivo.
—¿Qué quiere decir? —estalló David.
—Señor Bryson, usted no es precisamente el hombre más popular del pueblo, ¿sabe? Sinceramente, creo que lo mejor que podría hacer Becca es prescindir de su compañía.
—Inspector, tengo la intención de residir en The Bluffs por una temporada.
—Entonces no puedo menos que advertirla del grave error que está cometiendo —pronunció Megham con tono rotundo—. En este pueblo ya ha sido asesinada una mujer. No me gustaría que usted se convirtiera en la segunda.
—Si lo único que tiene que ofrecernos son esas infundadas y peregrinas insinuaciones, me temo que debo seguir trabajando. Y estoy seguro de que también Becca tiene mejores cosas que hacer con su tiempo. Haré que mi mayordomo lo acompañe hasta la salida.
El rostro de Megham se transformó en una roja máscara de furia, pero no dijo nada. En aquella situación Becca se sentía extremadamente vulnerable, insegura del camino que debía tomar. Pero tendría que madurar rápido. Lo último que deseaba era convertirse en un simple juguete en manos de un asesino.
A primera hora de la tarde del miércoles, dos días después de que Becca se trasladara a The Bluffs, Brie Pierce se hallaba sentada en el porche de los Cavendish, columpiándose en el balancín. Las cadenas chirriaban ligeramente. Claire se mecía en silencio en la mecedora, retorciendo sin cesar un arrugado pañuelo.
Claire la había llamado para pedirle que fuera a verla porque necesitaba hablar con ella. Pero hasta el momento le había dicho muy poco. Aun así, Brie tenía la sensación de que estaba distinta, como si algo hubiese cambiado.
—¿Sigues preocupada por Becca?
—No tanto como antes, pero me sentiría mejor si no estuviera con David Bryson.
—Mi familia dice lo mismo. ¿Has sabido algo de ella desde que se trasladó?
—Ha llamado esta mañana.
—¿Cómo estaba?
—Lo mismo que siempre. Pero sé que se halla bajo el hechizo de David, al igual que le pasó a Tasha. A veces pienso que es la reencarnación de McFarland Leary.
—Yo ni siquiera quiero pensar en ello —repuso Brie—. Claire, necesitabas decirme algo, ¿no?
—Sí —respondió, juntando las manos sobre el regazo—. Creo que estoy empezando a recuperar la memoria de lo que me ocurrió durante el secuestro. Estoy recordando cosas que había olvidado. Imágenes e incluso olores. Y todo con mayor intensidad, como si fuera a vivirlo de nuevo…
—¿Recuerdas algún rostro? —le preguntó Brie, con un nudo en el estómago.
—No, aún no. Pero anoche estaba sola en mi habitación, mirando por la ventana, cuando me vi a mí misma tumbada en una camilla, en una sala oscura. Tenía tubos conectados a los brazos, y uno metido en la garganta. Quería levantarme, pero estaba tan débil que no me podía mover. Abrí la boca para gritar y algo caliente y viscoso, como sangre, borboteó de mi garganta para extenderse por mi cuello…
Brie dejó de columpiarse y se acercó para tomarle las manos entre las suyas.
—¡Es horrible! Déjalo, no sigas hablando…
—Pero tengo que recordar. Quiero recordar. Solo así podré superar el terror y volveré a disfrutar de una vida normal.
—Tienes razón. ¿Sabes? Nunca dejo de pensar en el hombre que te hizo eso. Me pregunto si será el mismo que mató a Sally Evers.
—Yo me pregunto lo mismo, y algunas veces creo que habría sido mejor que también a mí me hubiese matado.
—No hables así. Siempre es mejor estar viva. Te recuperarás. Estoy segura.
—La esperanza no la pierdo.
—No la pierdas nunca. Me alegro tanto de que Geoffrey pasara por el parque la otra noche, cuando Becca y tú fuisteis atacadas…
—Ayer me llamó.
—¿De veras? ¿Qué quería?
—Solo me preguntó cómo estaba. No lo conozco bien, pero parece una buena persona.
—No sé, Claire. Drew no confía plenamente en él, sobre todo desde que el doctor Manning fue arrestado. Desde entonces es como si Geoffrey estuviera siempre molesto, enfadado. Incluso se ha peleado con el padre de Drew. Se ha trasladado a la casa que los Pierce poseen en la playa, y ya no asiste a ninguna reunión familiar.
—En cualquier caso, a mí me salvó la vida, y me gustaría tener la oportunidad de agradecérselo. Aquella noche estaba demasiado asustada para hacerlo.
—No confíes demasiado en él. Es lo único que te digo. Bueno, acerca de esos recuerdos… ¿has hablado de ello con el médico?
—Sí, y está de acuerdo conmigo en que quizá esté a punto de recordar una información vital —Claire volvió a columpiarse en la mecedora, esa vez más lentamente, como si cada movimiento le costara un enorme esfuerzo.
—Ten paciencia. Lo recordarás todo cuando tu mente y tu cuerpo se hayan fortalecido lo suficiente.
—Eso espero. Lo que pasa es que estoy tan preocupada por Becca…
—Lo sé. Todas lo estamos, pero Becca sabe cuidar muy bien de sí misma. Estoy segura de que se lo ha pensado muy bien antes de trasladarse a The Bluffs.
Brie se levantó, dispuesta a marcharse, y le dio un cariñoso abrazo. No podía quedarse más tiempo. Aquella misma tarde Drew iba a dar una conferencia en la asociación de profesores, y quería acompañarlo. Le encantaba estar a su lado. Lo amaba tanto…
Deseaba con todas sus fuerzas que, algún día, Becca y Claire encontraran ese mismo tipo de amor. Pero, mientras tanto, se conformaría con rezar para que estuvieran a salvo de todo peligro.
Becca acariciaba distraídamente los antiguos cortinajes del salón, imaginando cómo quedarían cuando los sustituyera por los que pensaba instalar. Deseaba haber dispuesto de más tiempo para la redecoración, pero con los vestidos que tenía que terminar para La Fantasía de Otoño, solamente podría estar ausente de su tienda durante dos semanas.
Desde que se trasladó a The Bluffs, su contacto con David había sido mínimo. Se pasaba los días enteros encerrado en su laboratorio, y solo lo había visto unas pocas veces, de lejos, al final de algún oscuro pasillo. Aun así percibía su presencia por doquier, la suya y la de Tasha. Y la visitaba en sus sueños todas las noches: sueños que eran cada vez más eróticos, como si su subconsciente la estuviera compensando por sus carencias físicas.
También desde que llegó, la seguridad de la mansión había mejorado en todos los sentidos, con sofisticados equipos electrónicos instalados por toda la propiedad. Y las puertas de acceso a la casa permanecían herméticamente cerradas incluso durante el día. Su llegada había convertido aquella preciosa mansión en una inexpugnable fortaleza. Y esa era la manera que tenía David de protegerla, aunque no se lo había dicho explícitamente.
Caminó por el corredor, subió las escaleras y se detuvo en el lugar exacto donde, hacía varios días, había sentido aquella extraña corriente de aire helado. Seguía sintiéndola. Pero el edificio era muy antiguo. Seguro que tenía que haber una explicación racional para aquel cambio tan brusco de temperatura…
Probó a abrir la puerta. Seguía firmemente cerrada. Aparentemente, era la única de toda la casa que no estaba abierta.
La mujer de la limpieza se hallaba trabajando en la habitación del fondo del pasillo. Desde donde estaba, Becca podía oírla tarareando alegremente una canción. El manojo de llaves estaba en aquella misma puerta, colgando de la cerradura, invitador.
Miró a un lado y a otro. Nadie echaría de menos aquellas llaves en los segundos que tardara en abrir la otra puerta. Como si estuviera en trance, se acercó a la puerta del fondo y se llevó silenciosamente el llavero.
Con manos temblorosas fue probando todas las llaves una a una, hasta que consiguió abrir la misteriosa puerta cerrada. Luego, casi sin atreverse a respirar, giró el picaporte y entró en la habitación. Era un santuario consagrado a Tasha Pierce.
Miró a su alrededor, estremecida. Ofrecía el mismo aspecto que debió de haber tenido cinco años atrás. Ramos de rosas blancas en delicados floreros de cristal. Dos copas de champaña sobre una bandeja de plata, preparados para el brindis. Y el vestido de novia, una maravilla de seda y encaje, extendido sobre la cama; con la larga cola derramada sobre el suelo, coronado por el velo y la diadema. Todo dispuesto para la novia que no había llegado a lucirlo en la boda.
Becca retrocedió, tambaleándose, consumida por el inmenso vacío que acababa de abrirse en su interior. Tanto amor, tanto amor truncado por el destino… David y Tasha, dos almas gemelas destrozadas por una misteriosa explosión.
De pronto fue como si su mente comenzara a viajar en el tiempo, identificándose, enlazándose misteriosamente con la de Tasha. Con los ojos llenos de lágrimas, atravesó la habitación para tocar la exquisita diadema, con el velo. Se la puso. Luego, con infinito cuidado, alzó el vestido y lo sostuvo contra su pecho.
El espejo del otro lado del dormitorio le devolvió su imagen. Cerrando los ojos con fuerza, se imaginó a sí misma bailando con David. Fue un momento increíblemente dulce, mágico.
Se imaginó los labios de David rozando los suyos, enredando los dedos en su pelo, acercándola hacia sí mientras bailaban.
—Te amo —susurró extasiada, ajena a lo que estaba diciendo. Únicamente consciente de la intensidad de la pasión que la invadía.
—¡Tasha!
Sobresaltada, abrió los ojos… y vio a David frente a ella. Era la primera vez que lo veía a la radiante luz del día. Una visión que permanecería grabada para siempre en su memoria.