La advertencia de David llegó demasiado tarde. Becca ya había visto el cuerpo, tendido sobre la hierba, desmadejado, con un cuchillo de mango de plata hundido en el pecho.
Se apoyó en el tronco de un árbol, con las manos en el estómago. Sabía que iba a vomitar, pero no podía evitarlo. David le ofreció un pañuelo.
—La conozco —pronunció Becca cuando pudo recuperarse un tanto—. La conocía.
—¿Quién es?
—No sé su nombre, pero la he visto antes. En el bar Wheels, creo.
—La víctima número dos. Parece que nuestro amigo es un asesino múltiple.
—Al igual que hace veinte años. ¿Pero cómo pudo arrastrar el cuerpo hasta aquí? Habría tenido que subir el cadáver por la valla y traerlo luego hasta este lugar. Y no pudo haber entrado en la propiedad a bordo de un vehículo.
—Más bien sospecho que fue ella la que vino aquí. Por su propio pie.
—No te entiendo.
—La gente salta la valla con mucha frecuencia. Penetra sigilosamente en la propiedad para ver al monstruo en su guarida. De hecho, hay muchos chicos que acampan aquí, en este mismo lugar, en una especie de ritual de adolescencia o iniciación.
—¿Como cuando Claire entró en el mausoleo?
—Algo parecido.
—¿Entonces tú crees que alguien atrajo a la mujer para luego matarla?
—Esa habría sido la manera más fácil. Porque, desde luego, no penetraron en la propiedad por la puerta.
—¿Qué tipo de persona habría hecho algo así?
—El mismo que mató a Sally Evers. No toques nada. A juzgar por su aspecto y su color, yo diría que el cuerpo está aún caliente. Las huellas deben de estar lo suficientemente frescas para poder analizarlas bien.
—A no ser que llevara guantes.
—Aun así sería posible identificar al asesino. Se pueden hacer análisis de ADN a partir de algo tan insignificante como uno de los cabellos del asesino.
—De quien primero sospechará el inspector será de ti, Megham.
—Como siempre. Durante veinte años, he sido el chico expiatorio de todo lo malo que ha sucedido en Moriah’s Landing. Me sorprende que no intentaran culparme de la muerte de mi madre.
—¿Fue asesinada?
—No. Se suicidó con una sobredosis de analgésicos cuando yo tenía diecisiete años. Tenía un cáncer incurable, y ya estaba sufriendo mucho. Creo que eso fue lo único de lo que no me sentí culpable.
Becca empezó a alejarse, pero no pudo evitar lanzar una última mirada al cuerpo.
—Hay algo grabado en su cuerpo. Unas iniciales.
David se agachó para examinarlo.
—M.L.
—McFarland Leary —pronunció, estremecida—. El asesino es la misma persona que me sacó de la carretera el otro día, David. Tiene que serlo. ¿Por qué sino habría llevado esa horrible máscara de Leary?
—Eso es una simple conjetura, Becca. Volvamos a la casa para llamar a Megham. Es mejor dejar todo esto en manos de la policía.
Seguía temblando cuando David se la llevó de allí, del brazo. Tenía el corazón destrozado por la joven cuyo cadáver yacía a unos pocos metros de ella. Hacía tan solo unas horas, seguramente había estado viva, riendo feliz en compañía de un hombre del que quizá incluso se había sentido físicamente atraída. Un hombre sin conciencia, que la había matado sin escrúpulo alguno.
¿Qué clase de hombre podía cometer semejantes actos? ¿Y cómo podrían detenerlo antes de que ella misma se convirtiera en su próxima víctima? Ya la había localizado. La otra noche la había seguido a ella y a Claire desde que salieron de la cafetería. Y el domingo la había echado de la carretera. Estaba segura de ello. No sabía cómo, pero lo estaba.
La entrevista con el inspector Megham transcurrió tal y como David había previsto. Aquel hombre ya había tomado una decisión, y ahora que ya tenía una ligera evidencia que apoyaba sus erróneas y desquiciadas conclusiones, se esforzaría por conseguir una orden de arresto. Número uno: la persona que encuentra un cadáver es el principal sospechoso. Número dos: el cadáver fue hallado en su propiedad. Y, tercero, carecía de coartada para esa mañana, hasta el momento en que se llevó a Becca a montar a caballo.
A David no lo preocupaba la orden de arresto. Podían interrogarlo todo lo que quisieran. Al cabo de veinticuatro horas, a falta de una prueba sólida en contra suya, tendrían que liberarlo. Pero el principal problema estribaba en que mientras Megham se esforzaba por detenerlo, el asesino seguía suelto, y con toda seguridad estaría planeando su siguiente ataque. Que muy probablemente iría dirigido contra Becca.
—Ese hombre está empezando a irritarme de verdad —masculló Becca inmediatamente después de que el inspector abandonara el salón.
—Me temo que eso es precisamente lo que quiere —repuso David.
—Está tan decidido a arrestarte… Ni siquiera ha hecho comentario alguno sobre tu sugerencia de que la víctima probablemente entró en la propiedad por su propio pie, en compañía del asesino.
—Probablemente eso ya lo habrá descartado.
—Yo sé que el asesino es el mismo hombre que intentó atacarnos a Claire y a mí la otra noche, y que después me sacó de la carretera. La máscara, las iniciales grabadas. Todo coincide.
—Pero si es el mismo hombre, entonces contigo está usando un estilo completamente distinto, y eso es algo extraño en un asesino en serie. Es como si te hubiera individualizado. Ha corrido más riesgos para acercarse a ti —sacó una libreta negra del bolsillo y comenzó a tomar notas, sin dejar de hablar mientras escribía—. Curioso. Un hombre, además, que se hace pasar por el fantasma de MacFarland Leary.
—O que a lo mejor es realmente el fantasma de Mcfarland Leary.
—Supongo que tú no creerás en esas cosas…
—Antes no creía, desde luego —pero ahora no estaba tan segura. A veces tenía la sensación de que el espíritu de Tasha rondaba por los pasillos de The Bluffs. Que Tasha había penetrado en su mente, hechizándola hasta el punto de hacerle experimentar sus sentimientos como si fueran los suyos propios, como cuando estuvo contemplando el lugar de la costa en que perdió la vida. O como cuando se puso por encima su vestido de novia.
—El fantasma de McFarland Leary —pronunció pensativo David—. Un montaje perfecto. Sobre todo teniendo en cuenta que mucha gente en el pueblo todavía sigue considerándolo el responsable de los primeros asesinatos.
—Es espeluznante.
—Becca —le apretó las manos entre las suyas—, no quiero que salgas de casa sin que yo sepa adónde vas, y sin las debidas medidas de seguridad. Si yo no estoy aquí para protegerte, Richard se encargará de ello.
—Per, ¿por qué no habrías de estar aquí?
—Si Megham se sale con la suya, estaré encerrado en comisaría. Al menos mientras duren los interrogatorios.
Miedo, terror, furia… todas esas emociones parecían mezclarse y enfrentarse en el corazón de Becca.
—Es como ese cuento en que la muchedumbre fanática y supersticiosa persigue al monstruo porque no lo comprende, porque no encaja en sus esquemas. Solo que tú no eres un monstruo. Los monstruos son ellos. Incluido Megham.
—Yo no soy un asesino. Mientras tú no desconfíes de mí, jamás me importará lo que piensen los demás.
Becca hundió la cabeza en su pecho, abrazándolo con fuerza. Apenas unos días atrás, David Bryson había sido el misterioso desconocido de la colina, el hombre que de día había asaltado su mente y que de noche se había infiltrado en sus sueños.
Ahora se había convertido en su protector. Y aun así ella quería más. A pesar del peligro que la estuviera acechando, quería a David Bryson en su vida.
Claire Cavendish se revolvía en el lecho, presa de la habitual pesadilla que la torturaba. La tumba era oscura, mohosa, pestilente. Las telarañas se le enredaban en la cara una y otra vez, tenaces. Alguien la agarró por detrás. Era lo que siempre sucedía. La repugnante mano en su boca, acallando su grito. El olor a whisky. El acre sabor del miedo.
Un segundo después, desaparecían por un frío y estrecho pasillo subterráneo, que desembocaba en un lugar cercano a los acantilados. Cuando salieron, una ráfaga de viento le azotó el rostro. A lo lejos se oía la desolada sirena del faro.
Sus amigas estaban allá, en el cementerio, haciendo un círculo con las manos entrelazadas. Nunca sabrían lo que le había sucedido. Nunca sabrían que había sido secuestrada por el diablo en persona y arrastrada hasta el mismo infierno.
Claire se despertó con un sobresalto, jadeando. Comprendió al instante que solo había sido un sueño, pero algo había cambiado. Había avanzado un paso más. Había recordado un nuevo detalle.
Intentó recordar lo que había soñado. Tenía que haber algo en aquel hombre que pudiera identificarlo. Una voz. Un olor…
Pero no había nada. Era como si su mente continuara protegiéndose a sí misma de la verdad de lo que había sucedido, durante el tiempo en que el monstruo la mantuvo cautiva.
Se sentó en la cama, encendió la lámpara de la mesilla y tomó su diario. Tenía que escribirlo todo mientras aún estuviera fresco en su mente. Para alguna gente quizá solo fuera un sueño, sin ningún significado…
Pero Claire estaba convencida de que era mucho más. Era su camino de vuelta a la normalidad. Cuando supiera quién le había robado su juventud y su cordura, cuando el responsable estuviera entre rejas, al menos tendría una oportunidad de vencer al terror que parecía haberla matado por dentro.
Deseó poder hablar nuevamente con Becca, pero su amiga se había trasladado a The Bluffs, con un hombre que tal vez ni siquiera era humano.
—Cuídate, Becca —susurró en el silencio de la noche—. Por favor, cuídate mucho.
Una vez que se marchó el inspector Megham, David fue directamente al laboratorio y se quedó allí durante el resto de la tarde. Pero, por primera vez desde que Becca se mudó a The Bluffs, se reunió con ella para cenar. Richard se había ido al pueblo, pretextando una disculpa, aunque ella sabía que su verdadera intención era proporcionarles un poco de intimidad.
Ambos evitaron hablar del asesino y de las circunstancias del último crimen. En lugar de ello, eligieron tópicos mucho más cómodos, como el tiempo o el estado de la casa.
Poco después de terminada la cena, David desapareció de nuevo y Becca no volvió a verlo más. En aquel momento, ya bañada y vestida con uno de sus mejores camisones, se hallaba sentada en la cama hojeando una revista. No podía quitarse de la cabeza el informe sobre Joyce Telatia que había encontrado en la biblioteca de David.
¿Por qué habría recopilado David tanta información sobre un asesinato ocurrido veinte años atrás? ¿Y a qué podría deberse su fascinación por los asesinatos y los crímenes, manifiesta en su gran colección de estudios sobre el tema? Tenía que haber una explicación lógica. ¿O acaso existía una leve posibilidad de que realmente hubiera sido hechizada por un fantasma… o quizá por un mortal con dos personalidades completamente diferentes? Una, la de un hombre torturado por el dolor. La otra, la de alguien capaz de matar a sangre fría sin sentir ningún remordimiento.
—Becca.
Se sobresaltó al oír la voz de David. Había asomado la cabeza por la puerta.
—Vi que tenías la luz encendida y pensé en darte las buenas noches. Espero no haberte despertado.
—No, solo estaba hojeando una revista.
—¿Te importa que entre?
—Es tarde.
—Cierto, pero estás despierta, y yo también —su voz era como una cálida y deliciosa melodía que la hacía estremecerse de la cabeza a los pies. Se sentó en el borde de la cama—. Eres tan hermosa, Becca… —pronunció al cabo de un momento, acariciándole delicadamente el rostro—. Y tan joven, tan tierna…
Los temores que hacía tan solo unos minutos habían asomado a la superficie, quedaron de pronto ahogados en un mar de deseo.
—He intentado mantenerme alejado de ti. Pero no puedo —dibujó con los dedos un sensual sendero a lo largo de su cuello, hacia el escote del camisón—. He ansiado hacerte el amor desde la primera vez que te vi.
—¿Por qué yo, David?
—Me he hecho esa pregunta mil veces. Lo único que sé es que te has apoderado de mi mente, de mi voluntad. No hago más que pensar en ti.
Y la besó. Fue un beso dulce, tentativo, que se fue tornando ávido y apasionado. Pero su deseo no era mayor que el de Becca cuando vio que se tumbaba en la cama, a su lado. Le besó la frente, los párpados, las mejillas mientras comenzaba a desabrocharle los botones del camisón.
Becca estaba inflamada de deseo, sin aliento. El camisón se fue deslizando por sus hombros, exponiéndola completamente a su mirada, a sus manos. Deleitado, David se concentró en acariciarle los senos, la cintura…
—Eres tan perfecta. Tan preciosa… Déjame hacerte el amor, Becca.
No habría podido negarse ni aunque lo hubiese querido. Y no quería. Su cuerpo lo ansiaba. Ansiaba desesperadamente fundirse con él. Gimió suavemente mientras sus dedos amasaban y esculpían cada curva de su cuerpo, deteniéndose en cada seno, excitando con exquisita delicadeza cada pezón antes de llevárselo a los labios. Después fue acariciándole el vientre, moviendo las manos en círculos concéntricos, derritiéndola por dentro.
Se arqueó hacia él cuando fue siguiendo con la boca el recorrido insinuado por sus dedos, arrastrándola a la cumbre del placer. Soltando un gemido de inmenso alivio, poco a poco pudo recuperar el aliento, con el corazón acelerado.
—¿Te ha gustado? —le susurró David mientras la acunaba dulcemente en sus brazos.
—Me ha encantado —lo corrigió, aunque sabía que aquellas palabras no hacían justicia a lo que acababa de sentir. Era algo que jamás antes había experimentado—. Ahora te toca a ti —y comenzó a desabrocharle los botones de la camisa.
—No. Todavía no.
Pronunció aquella respuesta con voz ronca, como si estuviera luchando desesperadamente por apagar su deseo. Becca se disponía a pedirle una explicación cuando se detuvo en seco.
—No pongas esa cara, Becca. Ya te lo dije. He aprendido a vivir con la vida que me deparó el destino. No permitiré que veas sus consecuencias.
—¿Te refieres a tus quemaduras? ¿Es esa la razón por la que no me vas a hacer el amor?
—Es razón suficiente.
—No para mí, David. Y no debería serlo para ti. No me importa el aspecto que tengas.
Se levantó de la cama. Sus rasgos parecían esculpidos en granito. La mirada de sus ojos oscuros era dura y afilada como una espada.
—De acuerdo, Becca. Tú ganas. Y, una vez más, yo voy a perder.
Con un movimiento rápido, casi frenético, se abrió la camisa. Varios botones saltaron al suelo.
—Mírame, Becca, y luego dime que quieres hacer el amor con un hombre así.
Becca se quedó sin aliento y a continuación desvió la mirada, arrepentida de no haber podido disimular el asombro inicial. Una vez que la sorpresa fue cediendo, no fue repulsión lo que sintió, sino una abrumadora tristeza por el dolor que debía de haber sufrido y por la angustia que seguía atenazándolo.
—Como puedes ver, la gente del pueblo tiene razón —se cerró de nuevo la camisa sobre el pecho—. Soy un monstruo —vaciló por un instante antes de mirarla directamente a los ojos—. Lo siento, Becca. Por todo.
Su disculpa le desgarró el corazón.
—Esa quemadura debió de dolerte terriblemente… —pronunció, esforzándose por mantener un tono tranquilo, sosegado.
—Sí. Pero esa clase de dolor se combatía con pastillas. Mirarme en el espejo todos los días me duele mucho más.
—Estoy segura de que te habrás sometido a alguna operación de cirugía estética.
—Varias. Pero los injertos de piel son procesos largos y dolorosos. No he tenido mucha suerte. Mi cuerpo ha rechazado muchos injertos, y he tenido varios problemas con las infecciones que siguieron a algunas de las intervenciones. Es como si después de todo el trabajo que supuso reconstruirme la cara, mi cuerpo se hubiera cansado de que lo operaran. Los médicos se mantienen optimistas, pero por el momento no tengo ninguna seguridad, ninguna garantía de nada.
—En la vida no hay garantía ni seguridad, David. Ni para ti ni para mí, y ciertamente tampoco para las dos mujeres que fueron brutalmente asesinadas. Pero, mientras sigamos vivos, tendremos que seguir luchando.
—Eso dicen —dio media vuelta para marcharse, pero se detuvo en el último momento, apoyando una mano en el marco de la puerta.
—No te vayas, David. Por favor, no te vayas.
—¿Y ver cómo te apiadas de mí? ¿Ver cómo te obligas a tocarme cuando el simple hecho de verme te provoca náuseas? No, gracias.
—Entonces vete. Quédate solo y refúgiate en la autocompasión. Evidentemente, no tienes ni idea de lo que siento.
—¿Me estás diciendo que la visión de mi cuerpo no te repugna? —era más un desafío que una pregunta.
—Es desagradable, y desafortunada. Pero yo te desearía, David Bryson, aunque te hubiesen crecido antenas en la cabeza o te hubiese salido otra nariz.
David sacudió la cabeza, incrédulo.
—¿Cómo es posible que me desees después de lo que has visto?
—Muy sencillo. Porque te amo —no había tenido intención de pronunciar esas palabras, pero no había podido evitarlo. Y, en aquel momento, se alegraba de haberlas pronunciado. Nunca había amado a ningún hombre como lo amaba a él.
Se volvió hacia ella, cubriéndose todavía con la camisa.
—Yo no tengo nada que ofrecerle a una mujer como tú, Becca.
—Yo no he dicho que fuera inteligente, o justo, amarte. Solo he dicho que te amo —se levantó de la cama y se acercó a él. Sin vacilar, le abrió de nuevo la camisa.
—No tienes por qué hacer esto.
—Quiero hacerlo. Tengo que hacerlo por mí —deslizó los dedos por la fina piel de su quemadura, sorprendida ella misma de lo fácil que le resultaba hacerlo. Y del deseo que la anegaba por dentro, como una marea.
David se estremeció ante su contacto y, cuando Becca alzó la mirada hacia él, vio que cerraba los ojos con fuerza, como si estuviera intentando contener las lágrimas. Segundos después la abrazó desesperado, besándola en los labios. Y la levantó en brazos para tumbarla en la cama.
Le besó la boca, los párpados, las mejillas… trazando un ardiente sendero hasta su cuello. Y cada beso inflamaba más y más su deseo. Hicieron el amor con verdadero frenesí, hasta perder el aliento o la cordura. Sentirlo dentro de su cuerpo fue un millón de veces más excitante que cualquiera de sus sueños. Compartieron un placer tan intenso, que se olvidaron de todo lo demás.
Lo único que sabía era que al fin se había fundido en un solo ser con David. Y era perfecto.
El ambiente de la mansión cambió por completo desde aquella noche. A pesar de peligro que seguía acechando, a pesar de saber que Megham estaba trabajando para conseguir una orden de detención contra él, David parecía más satisfecho y relajado que nunca.
Becca no sabía si el cambio se debía a la noche de amor que habían compartido, o al hecho de que al fin se hubiera atrevido a mostrarle sus heridas. Fuera cual fuera la razón de su cambio de humor, en aquel instante no pudo disimular una sonrisa de felicidad mientras cenaban en uno de los elegantes salones.
—¿Te quedarás trabajando esta noche en el laboratorio? —le preguntó.
—No. Pienso dedicarme a repasar algunas viejas notas e informes.
—¿Qué tipo de notas?
—Piezas de un puzzle que nunca acaban de encajar. Un misterioso asesinato ocurrido veinte años atrás. Un terrorista demente. Y antiguas anotaciones de un médico trastornado.
—Es extraño que te interese un asesinato que tuvo lugar hace tanto tiempo.
—El pueblo sigue sintiendo curiosidad por el caso, así como las multitudes de turistas que lo visitan cada año. ¿Por qué no habría de sentirla yo también?
—No sé. No me parece muy… propio de ti.
—Tienes razón. Si estoy interesado en Joyce Telatia y en las otras víctimas es porque creo que existe la posibilidad de que estén relacionadas… con la explosión que mató a Tasha.
—¿Cómo podrían estar relacionadas? —inquirió Becca, incrédula.
—Durante veinte años, en este pueblo han sucedido cosas muy extrañas. Actividades ilegales e inmorales en las que están implicados destacados ciudadanos. Algunas han sido descubiertas, otras no. Y hay gente que tiene mucho que perder.
—¿Tiene algo que ver con la sociedad secreta de científicos de la que estuvimos hablando antes?
—Posiblemente. Es un verdadero laberinto, pero no puedo acusar a nadie sin tener pruebas sólidas.
—¿Quién sospechas que está detrás de todo esto?
—No me parece adecuado hablarlo en este momento, Becca, y creo que tú ya tienes suficientes problemas como para que te agobie con más. Cuando el asesino sea capturado y tu vida haya vuelto a la normalidad, te pondré al tanto de todos los detalles. Esto es, si estás interesada. Y ahora, te sugiero que nos terminemos el café antes de que se nos enfríe. Esta noche tengo que trabajar.
Becca intentó adoptar un tono ligero de conversación, pero el ambiente había cambiado, tornándose tenso y sombrío. Cuando David se marchó, se quedó un rato sentada en la mesa, intentando imaginar la posible conexión que podría existir entre aquellos antiguos crímenes sin resolver y la muerte de Tasha.
Había gente en el pueblo que creía que David había matado a las tres mujeres. Probablemente eran los mismos que lo acusaban de los asesinatos de los últimos días. Otros, en cambio, señalaban al propio McFarland Leary, o a algún psicópata que se creía tal. Finalmente se levantó de la mesa y recorrió el largo corredor que llevaba a la biblioteca donde había encontrado el informe de Joyce Telatia. Durante una hora entera estuvo examinando los libros. Había investigaciones sobre crímenes, pero también estudios psiquiátricos sobre perfiles de asesinos múltiples. El material era espeluznante. De repente se detuvo ante una estantería que no había visto antes.
Cuando sacó un pesado tomo, detectó algo extraño en el fondo del estante. Era una especie de palanca. Vaciló por un segundo antes de tirar de ella. Al instante se abrió la estantería y apareció una puerta secreta.
Con manos temblorosas, empujó la puerta y descubrió un oscuro túnel. Cientos de preguntas asaltaron su mente. Asesinos múltiples, Joyce Telatia, los rumores de que David Bryson era un loco que había matado a inocentes mujeres a sangre fría, su prometida incluida… Preguntas sin respuesta. Solo que tenía el presentimiento de que las respuestas podían estar esperándola al final de aquel túnel. Miró en torno suyo y encontró un fanal de gas y una caja de cerillas. Justo lo que necesitaba.
El eco de sus pasos resultaba casi ensordecedor mientras bajaba los escalones del oscuro túnel. Pensó que si los fantasmas existían realmente, por fuerza tenían que estar allí. De pronto tropezó con algo. Cuando se agachó para mirarlo de cerca, se quedó paralizada de espanto: era un cráneo humano. A punto estuvo de gritar. Pero siguió adelante.
Finalmente el túnel se ensanchó. Deteniéndose bajo una puerta en forma de arco, logró distinguir un gran laberinto de columnas y arcos. Debía de tratarse de un sótano, una especie de cripta. Enfocó la luz del fanal a su alrededor. Se encontraba en una especie de gran sala de la que salían pasillos en todas direcciones.
No sabía qué rumbo tomar, así que escogió la primera galería. Lo atravesaban otros corredores, de modo que al cabo de unos minutos se dio cuenta de que se había perdido. Ya no sabía cómo salir de allí. El miedo le erizaba el vello de la nuca. Quizá aquello había sido originalmente una tumba. Eso podría explicar el cráneo que había visto. O tal vez había sido una mazmorra…
Se obligó a caminar. De repente vio una luz. Estaba solo a unos metros de ella. Era una fina línea luminosa, como la rendija de una puerta cerrada. Se detuvo, pero seguía oyendo un ruido de pasos que no era el eco de los suyos. No estaba sola.