Cuatro

 

Becca llegó a la cafetería Beachway a las siete menos diez. Había bastante menos gente que en los días anteriores. Las jóvenes parejas solían cenar los sábados en el restaurante Crow Nest’s y las familias aprovechaban el fin de semana para viajar a la montaña. Enseguida descubrió a Brie Pierce y a Elizabeth Ryan sentadas a una mesa al fondo. El hecho de ver a sus amigas la reconfortó, sobre todo después de lo mucho que la había afectado la lectura de las noticias sobre los asesinatos ocurridos hacía veinte años. Había conocido a mucha gente desde que un año atrás se trasladó a Moriah’s Landing, pero Brie, Elizabeth, Kat y Claire eran las únicas a las que podía llamar verdaderamente amigas.

Brie alzó la mirada y le hizo una seña. Devolviéndole el saludo, Becca se dirigió hacia su mesa.

—¿Has quedado con alguien?

—Con Claire Cavendish.

—Entonces siéntate con nosotras —la invitó Elizabeth—. Drew está hablando con un grupo de estudiantes de Heathrow y a Cullen le toca guardia esta noche.

—¿Y confían lo suficiente en vosotras como para dejaros solas? —se burló Becca, sentándose.

La puerta se abrió de pronto, dejando pasar una corriente de aire frío. No era Claire, sino una pareja de policías de uniforme. Becca confiaba en no haber cometido una equivocación con la hora en que había quedado con Claire.

La conversación transcurrió en un ambiente ligero y desenfadado, y apenas tocó el tema del reciente asesinato, a pesar de que Becca sabía que estaba en la mente de sus amigas. Elizabeth era pocos años más joven que Brie, aunque ambas habían ingresado en la universidad a la vez que Tasha. Becca había oído que el coeficiente de inteligencia de Elizabeth era altísimo, fuera de lo normal, y que se había licenciado en criminología a la edad en que muchos estudiantes todavía estaban terminando el instituto. Con su larga melena de color castaño y su menuda complexión, parecía más una alumna que una profesora universitaria.

Cada vez que se abría la puerta, Becca se volvía para ver si era Claire. Ya habían pasado diez minutos y seguía sin aparecer. No le importaba que se hubiera olvidado o que hubiera cambiado de idea. Lo peor era que tenía el presentimiento de que algo malo le había sucedido.

—¿A qué hora habías quedado con Claire? —le preguntó Brie, preocupada.

—A las siete —Becca estaba segura de que ambas habían percibido su aprensión.

—Entonces estoy segura de que aparecerá en cualquier momento. Solo son poco más de las diez, y la puntualidad nunca ha sido una de las virtudes de Claire —repuso Brie, removiendo su té con hielo—. Ayer mismo Drew y yo estuvimos hablando de lo bien que está Claire últimamente. Creo que el hecho de que haya intimado tanto contigo la ha ayudado mucho.

—Eso espero. No lo sé. Algunos días parece que está bien, pero otros la veo tan deprimida que no sé cómo abordarla…

—Te entiendo —asintió Elizabeth—. Y tengo la sensación de que cuando me ve a mí, se deprime más. Como yo fui una de las que estaba con ella la noche en que la secuestraron…

—Lo dudo —declaró Brie—. Estoy segura de que ahora más que nunca Claire necesita a sus amigas, a las nuevas y a las de siempre. Debe de estar muy afectada por lo que le pasó a esa chica la otra noche…

—Todas lo estamos —añadió Elizabeth.

—Es demasiado terrible. Como si el horror de lo que pasó hace cinco años se estuviera repitiendo.

—Pero hace cinco años no asesinaron a nadie.

—Ya, pero Claire fue secuestrada y, después de eso, ya nunca más volvió a ser la misma. Luego, la pobre Tasha falleció en aquella horrible explosión. Fijaos en David Bryson. El pobre resultó herido, y desde entonces vive oculto de todo el mundo, sin querer tener nada que ver con nadie…

—David no es tan diferente —la interrumpió Becca con vehemencia, dándose cuenta demasiado tarde que había llamado la atención. Había utilizado un tono defensivo, justificatorio—. Quiero decir que probablemente se siente más cómodo apartándose de las multitudes…

—Es mucho más que eso —le recordó Elizabeth—. Durante el día jamás aparece por el pueblo, y solamente baja de noche, al amparo de la oscuridad —de repente su mirada se vio atraída por algo, en el otro extremo de la cafetería—. Oye, Brie —le puso una mano en el brazo— ese hombre que está delante de la caja registradora… ¿no es el tío de Drew?

Brie se volvió.

—Sí, es Geoffrey Pierce. Me sorprende verlo aquí. Cuando yo trabajaba en la cafetería, jamás entraba.

—¿No vas a acercarte a saludarlo? —preguntó Becca.

—No. Nuestra relación no es nada buena desde que un día lo oí hablando con Drew. Lo acusó de querer casarse conmigo simplemente para evitar un escándalo. Por lo demás, tampoco tiene mucha relación con su propia familia. Ahora está viviendo en la casa que los Pierce poseen en la playa.

Becca observó a Geoffrey. Debía de tener unos cuarenta y tantos años, pero con su pelo rubio cada vez más escaso y su barba y bigote poblados, aparentaba muchos más. De hecho, si Elizabeth no se hubiera fijado en él, dudaba que lo hubiera reconocido. Vio que entrecerraba los ojos mientras pagaba a la cajera. Tenía un aire huraño, casi hostil. Aun así, había sido muy amable y atento con Becca las pocas veces que se habían encontrado.

—¿Acaso se peleó con los Pierce? —inquirió Elizabeth viendo cómo Geoffrey terminaba de pagar y se marchaba de la cafetería.

—No exactamente, pero Drew no confía en él. Creo que pudo haber tenido alguna participación en los proyectos del doctor Manning, aunque él lo niega.

Becca escuchaba atenta la conversación. Encontraba fascinantes a los Pierce. No solo era una de las familias fundadoras del pueblo, sino que además eran los más ricos y los que tenían más influencia. Formaban un clan muy unido y vivían en la misma zona del pueblo, en una extensa propiedad que se componía de una gran mansión central y varias casas más pequeñas, en una de las cuales residían Drew y Brie.

La mansión pertenecía a los padres de Drew, William y Maureeen. William era senador, y se había convertido en una especie de leyenda viva. Su hijo Drew aspiraba a la alcaldía y, según las encuestas, su triunfo sería arrollador. De todos los Pierce que había conocido Becca, Drew era su favorito, sobre todo después de que se hubiera casado con su amiga Becca. Su historia de amor era como el cuento de la Cenicienta. Brie había trabajado de camarera en la cafetería Beachway hasta que Drew se enteró de que había tenido una hija con él, la pequeña Nicole. Y ahora formaban la pareja más feliz del mundo.

La puerta se abrió de nuevo y esa vez fue Claire quien entró. Nada más verla, Becca adivinó que no había tenido un buen día. Estaba más pálida que de costumbre y tenía los ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando.

 

 

La cena con Claire fue un fracaso. Tal y como Brie había temido, la noticia del reciente asesinato la había afectado mucho. Estuvo distraída, ensimismada en sus pensamientos durante la mayor parte de la velada. Apenas probó la comida ni se integró en la conversación de las demás.

Confirmando también los temores de Becca, la única vez que Claire habló fue para suplicarle que no volviera a The Bluffs. Y a partir de ese momento, Brie y Elizabeth la acribillaron a preguntas. Ninguna tenía una mala opinión de David, pero convenían con Claire en que trabajar para él podía convertirse en una fuente de problemas.

De modo que Becca no pudo menos que suspirar aliviada cuando Claire y ella pagaron sus consumiciones y abandonaron la cafetería.

—Hace frío para esta época del año —comentó Claire, subiéndose el cuello del abrigo—. Los viejos pescadores dicen que el invierno va a ser muy duro.

Becca la tomó del brazo, cariñosa.

—A mí me gusta oler el otoño en el aire —comentó, con la esperanza de animarla—. Me hace pensar en los pasteles de calabaza, en el chocolate caliente…

—Yo odio el mes de septiembre.

—Entonces hagamos un pacto, Claire. Tú y yo.

—¿Qué clase de pacto?

—Una promesa de que cada mes de septiembre nos lo pasaremos maravillosamente bien.

—¿Y qué haremos?

—Podríamos organizar una fiesta. O irnos de compras a Boston. O acampar en la playa y hacer una barbacoa. Pasar la noche al aire libre.

—No. La última vez que pasé una noche al aire libre fue cuando… ya sabes, aquella noche.

—Oh, vaya. Lo siento. Me temo que he hablado sin pensar. Nada de noches al aire libre. ¿De acuerdo?

—Gracias.

Siguieron paseando en silencio. Becca se concentró en el sonido de sus respectivos pasos en la acera. Los de las zapatillas de Claire, apagados, contrastaban con el taconeo de sus zapatos. La sirena del faro resonó a lo lejos. Volviendo la cabeza, distinguió una luz en las ventanas de The Bluffs. Por un instante se imaginó a sí misma sentada en uno de aquellos sofás victorianos, delante del inmenso ventanal que se asomaba al mismo borde del acantilado. La única luz del salón era la de la inmensa chimenea de mármol. De repente alguien surgía de entre las sombras. Era David, con una mano extendida hacia ella.

—¿Quieres bailar? —le preguntaba.

Con el corazón en la garganta, Becca se obligó a desterrar aquella imagen de su mente. Era increíble. Ignoraba de dónde había podido surgir aquella fantasía, o por qué se le antojaba tan real. Era como si lo estuviera viviendo en aquel preciso momento…

—Es un vampiro. O un brujo.

Becca obligó a Claire a detenerse.

—¿De qué estás hablando? ¿Quién es un brujo?

—David Bryson, por supuesto. Estabas pensando ahora mismo en él, ¿verdad?

—Quizá.

—No quizá. Estabas pensando en él.

—De acuerdo, es verdad. ¿Cómo lo has adivinado?

—Estabas mirando el castillo. The Bluffs.

Becca suspiró aliviada. Por un instante había pensado que Claire tenía el don de la clarividencia. Continuaron andando.

—Oh, Becca, detesto pensar que vas a volver a ese horrible castillo. A pesar de lo que tú creas, David Bryson es un hombre temible y peligroso. Dicen que está clonando a una criatura de dos cabezas en ese laboratorio secreto que tiene…

—Haga lo que haga en su laboratorio, yo no tengo que preocuparme de eso. Su mayordomo me dejó muy claro que solamente trabajaría en las habitaciones que me ha enseñado hoy. Y todas están en el ala este, muy lejos del laboratorio. Además, tu amiga Tasha estaba enamorada de él, ¿no? No puede ser tan malo como dices…

—Tasha se dejó hechizar por él, y lo mismo te está pasando a ti.

—Yo no estoy hechizada —replicó Becca. Pero ciertamente había experimentado una emoción muy extraña cuando aquellas imágenes de David y ella en The Bluffs asaltaron su mente, hacía apenas unos segundos. Además, sentía la desesperada necesidad de volverlo a ver aunque todo el mundo se lo desaconsejaba—. Es solo un trabajo —insistió, más para convencerse a sí misma que a Claire—. Y probablemente ni siquiera vuelva a verlo. Según su mayordomo, se pasa la mayor parte del día encerrado en su laboratorio.

De repente, un gato negro salió de entre unos arbustos y pasó por delante de ellas. Claire la agarró del brazo, haciéndola detenerse.

—Un gato negro es mal presagio, Becca. Este está intentando decirnos algo…

—Solamente es un gato. Y muy bonito, por cierto —empezó a caminar de nuevo. Claire la siguió, reacia.

—No deberíamos pasar por el mismo lugar por el que ha pasado…

—Creo que no tenemos más remedio que hacerlo si queremos regresar a casa —repuso Becca.

Claire pareció tranquilizarse, o al menos continuó andando, sin volver a sacar el tema de los malos agüeros. Minutos después atravesaban el parque, con altos y sombríos árboles a cada lado del camino. Podía oírse el crujido de sus ramas bajo el embate del viento.

Pero esa noche se oía un sonido distinto, susurrante, parecido al de unos pasos pisando un lecho de hojas secas. Becca se detuvo, volviéndose. No detectó ningún movimiento, excepto el de las sombras que proyectaba la luna, medio oscurecida por las nubes.

—¿Pasa algo? —inquirió Claire.

—Me ha parecido oír unos pasos…

Claire se tensó de inmediato.

—Es él —pronunció, agarrándole una mano.

—No es nadie, Claire —Becca intentó adoptar un tono firme, aunque ni ella misma creía en sus palabras—. Sigue andando. En un par de minutos estaremos en casa.

Pero Claire no siguió andando. Se quedó donde estaba, temblando de pies a cabeza, con los ojos desorbitados.

—No puedes escapar de él. Gritas y gritas, pero es igual. Nunca se detiene…

Pobre Claire. Estaba reviviendo aquella pesadilla, como si estuviera en trance, y Becca casi pudo sentir el horror que tanto la atormentaba. Pero si realmente alguien las estaba siguiendo, necesitaban irse de allí cuanto antes.

—No pasa absolutamente nada, Claire. Vámonos. Sigue andando.

Claire parecía haberse encogido, como una chiquilla. Una chiquilla aterrorizada.

—Vamos, estamos muy cerca —intentó arrastrarla suavemente—. No pasa nada. Nada más doblar esa esquina, la casa estará a la vista. Apuesto a que tu madre ha dejado la luz del porche encendida.

Pero definitivamente alguien las estaba siguiendo, a su izquierda, ocultándose y acechándolas en la fronda oscura de árboles. Becca no podía huir y dejar allí a Claire. Así que se agachó y recogió del suelo una pequeña rama, un arma muy poco eficaz.

—Déjenos en paz —gritó, blandiendo la rama. Veía moverse algo, pero seguía sin distinguir figura humana alguna—. Está asustando a mi amiga.

—Eres tú quien debería asustarse esta vez.

—Es él —susurró Claire—. Es él —un segundo después se dejaba a caer a los pies de Becca, hecha un ovillo de terror.