Capítulo 8

 

 

 

 

 

El nuevo empleado de seguridad debía reunirse con J.C. para hablar de sus funciones. Pero J.C. no apareció en la cabaña que le habían asignado al hombre. Ren se preocupó tanto que fue a buscarlo. J.C. siempre era puntual. Siempre.

Llamó a la puerta de la cabaña. Merrie le había contado que la noche anterior Colie había ido allí para preparar la cena, de modo que seguramente habían disfrutado de un prolongado y apasionado reencuentro y J.C. se habría quedado dormido.

Pero la sospecha de que hubiese sucedido eso se desvaneció en cuanto J.C. por fin abrió la puerta.

Era un J.C. que Ren no había visto jamás. Su ropa estaba arrugada, como si hubiese dormido con ella puesta, y no se había afeitado. Sus ojos estaban rojos e inyectados en sangre, y apestaba a whisky. Eso último ya de por sí resultaba alarmante. J.C. nunca probaba bebidas fuertes.

A falta de palabras, Ren se limitó a mirar boquiabierto a su jefe de seguridad.

—Está embarazada y no es mío —anunció J.C., arrastrando las palabras—. Y no pienso decir nada más. Ella ya es historia. No quiero volver a oír mencionar su nombre o me marcharé.

Ren rechinó los dientes. Él, al igual que Merrie, sabía que Colie no había mirado a ningún otro hombre desde que comenzara a salir con J.C. Solo había salido una vez con ese contable, y todo el mundo sabía que la había llevado a su casa temprano y luego había jugado al ajedrez con su padre. Y lo había hecho únicamente porque las habladurías habían situado a J.C. en brazos de una impresionante rubia en Denver.

A saber dónde había oído J.C. que Colie lo había engañado con otro. Lo del embarazo, sin embargo, sí le sorprendía. Sabía que su jefe de seguridad no quería tener hijos, ni casarse. O bien J.C. se había descuidado o realmente existía otro hombre en la vida de Colie, por difícil que resultara creerlo, considerando lo enamorada que estaba de J.C.

—Hoy no puedo trabajar —se disculpó J.C.—. Lo siento. He… he bebido mucho.

—Tranquilo —contestó Ren—. Le pondré a trabajar actualizando el software hasta mañana.

—Mañana estaré bien.

—Claro que sí.

—¡Malditas mujeres! —exclamó J.C. con frialdad—. ¡Malditas sean todas!

Era como mirarse al espejo. No hacía muchos años que Ren solía decir eso mismo. Había tenido una mala experiencia con una mujer, y le había amargado tanto que casi había perdido a Merrie. Y allí estaba J.C. siguiendo sus huellas.

Pero Ren no podía llegar a J.C. y no quería perderlo. Por tanto, se limitó a encogerse de hombros.

—La vida sigue —sentenció filosóficamente con una sonrisa—. Te veré mañana.

—Eso.

J.C. cerró la puerta y Ren se fue a su casa.

—¿Y bien? —Merrie levantó la vista al verlo entrar en el salón.

—Tiene tal resaca que apenas puede hablar.

—¿Qué ha pasado? —exclamó ella.

—Resumiendo, Colie está embarazada y J.C. cree que es de otro hombre.

—Cielo santo, eso no es verdad. Colie está muy enamorada de él, no se habría acostado con otro.

—Nosotros lo sabemos. J.C. no. O no quiere saberlo.

—Pobre Colie —gimió Merrie—. ¡Y su pobre padre!

—Lo superarán —aseguró Ren—. Todos tenemos momentos difíciles y sobrevivimos —abrazó a su esposa y la besó—. Mi tesoro —susurró contra sus labios.

Ella sonrió y le devolvió el beso.

 

 

Colie y su padre tomaban café. El del reverendo, fuerte y solo, el de ella descafeinado.

—Quiero irme a Jacobsville —anunció Colie—. La prima Annie Mosby y su hermano, Ty, viven allí. Ella me dijo que siempre sería bienvenida.

—Cariño, Jacobsville es más grande que Catelow, pero sigue siendo lo bastante pequeño como para que la gente chismorree…

—Ya lo tengo previsto —lo interrumpió ella—. Contaré una pequeña mentira, muy pequeña. Estuve casada, pero mi marido murió, y estoy embarazada —respiró hondo—. No quiero que nadie estigmatice a mi hijo. Yo me lo merezco, pero…

—No sigas. Dios lo perdona todo.

—Y me alegro —Colie sonrió con tristeza—, pero hay muchas personas que no perdonan. Será más fácil si estoy en un sitio donde no todo el mundo sepa cómo acabé así. Y también será más fácil para ti, papá —añadió cuando el reverendo comenzó a protestar—. Ya he causado bastante daño. Conseguiré un trabajo en Jacobsville, hay varios despachos de abogados.

—¿Estás segura?

—Estoy segura —ella asintió—. Nos mantendremos en contacto vía Skype. Y podemos hablar por teléfono siempre que te apetezca —añadió con una cálida sonrisa—. Será como si no me hubiese ido.

—Salvo por las tostadas quemadas —observó él en tono burlón.

—Te enseñaré a prepararlas antes de irme —le prometió Colie.

 

 

Colie llamó a su prima Annie y le contó lo sucedido.

—Vente con nosotros ahora mismo —contestó Annie sin dudar—. Nosotros te cuidaremos. Hay un puesto vacante en el viejo despacho de abogados de Blake Kemp, con Darby Howland. El pobre tiene cáncer y no le queda mucho, pero está empeñado en mantener el despacho en funcionamiento. Te va a encantar. Tiene cuarenta años, pero parece mucho más joven y es muy dinámico. Está buscando una ayudante que sepa mecanografía y taquigrafía y que pueda atender la recepción.

—Puede que yo no le guste…

—Hablaré con él en cuanto colguemos —le prometió su prima.

—Voy a inventarme un marido muerto —añadió Colie—. Es una larga y triste historia. Cometí una estupidez. En realidad varias estupideces, pero quiero mucho a mi bebé.

—Claro que sí. No es culpa tuya que el padre sea idiota. Ponte a hacer el equipaje. Te enviaré un billete de avión online. Tu padre podrá llevarte en coche hasta el aeropuerto de Jackson Hole. Hay un vuelo directo hasta San Antonio, y allí tendrás un coche esperándote para traerte aquí. No digas nada —añadió cuando Colie empezó a protestar—. Sabes que somos asquerosamente ricos, así que cállate y vente a vivir con nosotros. Ty estará encantado de tener compañía porque dice que yo lo vuelvo loco. No abre la boca a no ser que le obligue a ello. No me extraña que no se case. ¡Nunca habla!

Colie rio. Se acordaba de Ty, tenía mucho carácter. Era dueño de uno de los mayores ranchos de Texas y, como afición, criaba pastores alemanes de pura raza. No le gustaban mucho las personas, pero adoraba a los animales. Y también quería a Colie, que para él era como una hermana.

—De acuerdo, iré. Y gracias, muchísimas gracias. Le he complicado mucho las cosas a papá en la comunidad, aunque él no dice nada. Quiero ahorrarle todo esto. Tener una hija madre soltera, él, que predica moralidad… es más de lo que estoy dispuesta a que soporte.

—Él te quiere —le recordó Annie—. No le importaría.

—Ya, pero a mí sí. Te veré en un par de días. Mis jefes me han permitido marcharme sin dar el preaviso de quince días. ¡Han sido tan amables!

—El señor Howland dice que es estupendo trabajar para gente como ellos.

—Así es. Y voy a echar de menos a mi amiga Lucy, pero puedo comunicarme con ella, y con papá, por Skype —añadió.

—Los avances tecnológicos son una maravilla —Annie rio—. Nos permiten mantenernos en contacto. Lo organizaré todo y te enviaré los detalles por correo electrónico. ¿De acuerdo?

—¡Genial!

 

 

Colie tenía el equipaje preparado. Rod no había regresado a casa desde que J.C. la había echado de su cabaña. Le habría gustado pensar que el motivo era la vergüenza que sentía por lo que le había hecho, pero seguramente se debía a que estaba demasiado ocupado vendiendo drogas. Ojalá J.C. la hubiera escuchado. Podría haber sido la salvación de Rod.

Tal y como estaban las cosas, tenía miedo por su padre, por si entregaba a su hermano a las autoridades. Había percibido algo oscuro y frío en ese amigo suyo, y no quería que su padre acabara flotando en el río porque ella hubiera abierto la boca. Esperaba que Rod se diera cuenta de que abandonaba la ciudad para poder mantener su secreto.

Bueno, por eso y por algunas cosas más. Una pequeña parte de su ser había albergado la esperanza de que J.C. al final se calmara y la llamara, le pidiera que relatara su versión de la historia. Pero no lo había hecho. No había habido ningún contacto.

El último día que había acudido al trabajo, lo había visto de lejos. Él ni siquiera había girado la cabeza en su dirección. Tal y como le había dicho, ya no existía para él. Colie deseó de todo corazón poder sentir lo mismo por él, pues le facilitaría muchísimo la vida.

Su padre la abrazó y se esforzó por contener las lágrimas mientras ella se alejaba de él por el vestíbulo del aeropuerto, tirando de su maleta de ruedas. El viaje a Texas era largo, pero no tenía elección. Tenía que pensar en empezar de nuevo, una nueva vida, dejar atrás la otra llena de dolor.

Todo iba a salir bien. Tendría a su bebé y todos pensarían que tenía un padre. Su padre verdadero no lo quería, pero Colie jamás se lo diría. Se inventaría un padre que lo adoraba, que lo quería desesperadamente, pero que había sufrido una tragedia. No sería nada bueno para la criatura pensar que su padre no lo quería.

 

 

El viaje resultó largo y Colie se pasó la mayor parte vomitando. Al llegar a la recogida de equipajes, descubrió a un conductor que sujetaba en alto un cartel con su nombre. El hombre la ayudó a recuperar el equipaje de la cinta y lo llevó hasta la limusina.

—He traído la limusina para usted, señorita —el conductor rio por lo bajo cuando ella se quedó boquiabierta ante el vehículo—. Su prima dijo que jamás había montado en una y que necesitaba algo que la animara.

—¡Cielos!, esta desde luego que es una buena manera de animar a alguien —ella rio—. ¡Me siento como una estrella de rock!

—Súbase. Jacobsville no está lejos, a unos veinte minutos. Si le apetece, puede ver la televisión —añadió el hombre.

—No, no, prefiero mirar por la ventanilla —contestó ella—. ¡Nunca había estado en Texas! —se fijó en la expresión de curiosidad del conductor—. Siempre eran mis primos los que subían a Wyoming para celebrar las reuniones familiares cuando mi madre vivía. Esta es la primera vez que salgo de Wyoming.

—Va a disfrutar de esto. Es una región hermosa con muchos ranchos, como el de sus primos —añadió.

—También tengo ganas de verlo —ella rio.

 

 

Annie la esperaba en el porche. Tenía los cabellos rubios y los ojos marrones. Era alta y delgada, muy elegante con los cabellos recogidos en un moño, y llevaba un mono beige y zapatos de tacón alto. A su lado estaba su hermano, Ty.

Él no se había vestido para la ocasión, a no ser que se tuviera en cuenta el sombrero tejano Stetson colocado sobre sus negros cabellos e inclinado sobre los ojos negros en un rostro duro y bronceado. Tenía el cuerpo de un concursante de rodeos, desgarbado, pero musculoso, con largas y fuertes piernas y enormes manos y pies. Casi nunca sonreía, a diferencia de Annie, que corrió al encuentro de Colie y la abrazó hasta casi dejarla sin aire.

—¡Qué contenta estoy de que hayas venido! —exclamó—. Esto es muy solitario —añadió mientras fulminaba con la mirada a su imperturbable hermano.

—Te dije que si te sentías sola podías dormir con uno de los perros —protestó su hermano con voz grave.

—No quiero un perro. No me gustan los perros. ¡Me gustan los gatos!

—Odiosas criaturas peludas que hacen agujeros en la tela —Ty hizo una mueca de desagrado—. Ese condenado siamés enganchó las cortinas con sus garras y tuvimos que cambiarlas.

—Estaban viejas, y Eduardo no es más que un cachorrito.

—¿Eduardo? —preguntó Colie.

—Eduardo Manostijeras —Annie rio—. Es un bebé. Perdí a Ragdoll, de diecisiete años, hace un mes. Necesitaba algo que me ayudara a reponerme, y ahora tenemos a Eduardo.

La mención del gatito le recordó a Colie el que J.C. le había regalado, Big Tom, y que había dejado al cuidado de su padre. Ya lo echaba de menos.

—Lo único que nos falta es una plaga de langostas para acompañar a ese gato —murmuró Ty—. Un gusto tenerte aquí, prima —añadió—. A ver si con suerte esa deja de hablarme sin parar ahora que te tiene a ti para preocuparse.

—Intentaré no estorbar —Colie rio y sonrió a su primo. No era la clase de hombre que se dejara abrazar.

—Me ha dicho que estás embarazada —observó él.

Colie se sonrojó y rechinó los dientes.

—Adoro a los niños —susurró él mientras sonreía. Cuando lo hacía, su rostro cambiaba por completo y sus ojos negros brillaban cálidos—. Cuidaremos de ti.

—Gracias —ella se mordió el labio inferior y procuró contener las lágrimas—. Muchísimas gracias.

—Vivimos en un maldito hotel —murmuró Ty mientras se encogía de hombros y señalaba la enorme mansión—. Dos plantas, ocho dormitorios, cinco cuartos de baño… ¡para dos personas! Nuestro padre debía de estar mal de la cabeza para construir algo así —agitó una mano en el aire—. Preferiría una bonita cabaña de madera con una chimenea…

—No le hagas caso, querida —Annie la tomó del brazo—. Phil traerá tu equipaje, ¿a que sí, encanto? —preguntó al conductor, que sonrió resplandeciente y asintió—. Es nuestro conductor, no me fío de nadie más al volante. Dese luego no de él —susurró, aunque audiblemente, hacia la espalda de su hermano.

—Soy un conductor magnífico —protestó él.

—¡Eres un desastre! —exclamó ella—. En los últimos dos años has destrozado dos Jaguar y un Lincoln.

—No por culpa mía —contestó él obstinadamente—. En las tres ocasiones me golpearon a mí.

—¡Porque te incorporaste a la carretera sin mirar!

—Culpa de ellos por no saber que iba a hacerlo —insistió Ty sin inmutarse—. Enséñale a la prima Colie su habitación y después pregúntale a la cocinera si sería capaz de conseguirnos algo para comer. ¡Me muero de hambre!

—Te ofrecí preparar el almuerzo —se quejó Annie.

—Los hombres de verdad no comen quiche —él bufó y la fulminó con la mirada—. Es lo único que sabes preparar.

—¡Pero bueno! —exclamó su hermana.

—A mí me gusta el filete con patatas. Si alguna vez aprendes a cocinar algo que no lleve huevos, me lo comeré. En quince años no ha sucedido, pero quién sabe —añadió mientras murmuraba para sí mismo y se dirigía hacia la cocina.

—¿No te parece un auténtico fastidio? —Annie rio mientras subían las escaleras—. Espero que alguien por fin se dé cuenta de lo buen partido que es y se case con él. Lo malo es que la mayoría de las mujeres no le gustan. Dice que son demasiado descaradas e interesadas. Adora a los niños.

—Pues cuánto me alegro. Pensé que iba a decir todo lo contrario —admitió Colie tras entrar en el cuarto de invitados, decorado en tonos azules y grises.

—Él no es de los que emiten juicios —le aseguró Annie—. Ni yo tampoco —su mirada lanzó un destello—. Además, aquí somos una familia fundadora. Nadie, absolutamente nadie, chismorrea sobre nosotros o nuestros parientes. Lo descubrirás cuando lleves aquí el tiempo suficiente.

—Me siento muy feliz de estar aquí —Colie dejó escapar un suspiro—. No te imaginas cuánto. Esto ha sido bastante duro, a pesar de que la culpable sea yo misma.

—Te involucraste con un hombre que no sabe perdonar —Annie le rodeó los hombros con un brazo—. Ese es su problema, no el tuyo. Lo que tienes que hacer es recuperarte, salir adelante y enseñarle lo que se ha perdido —sonrió—. ¡Nos va a encantar tener un bebé en esta casa! ¡Es como si hubiese vuelto la Navidad!

Como si hubiera estado esperando a una señal, el bonito cachorro blanco siamés entró por la puerta maullando.

—El que faltaba, aquí está Eduardo —anunció Annie mientras señalaba hacia el gato.

Colie rio.

 

 

J.C. le había dicho a Ren que volvería a trabajar a la mañana siguiente. Pero no lo hizo. Resignado, Ren volvió a la cabaña y, una vez más, llamó a la puerta. Si bien simpatizaba con el hombre, había un trabajo que hacer y solo J.C. sabía hacerlo.

El hombre que abrió la puerta era un extraño. J.C. Calhoun siempre lucía impecable. Siempre iba bien vestido, aunque solo llevara puestos unos vaqueros y una camiseta, y siempre con las uñas bien cortadas y los cabellos bien peinados.

Pero ese hombre estaba hecho un absoluto desastre. Llevaba la misma ropa que el día anterior y su pelo salía disparado en todas direcciones. Seguía apestando a whisky y, dado que J.C. nunca bebía alcohol fuerte, aquello era impropio de él. Sobre todo dos días seguidos.

—¿Qué demonios? —preguntó Ren horrorizado.

—¿Qué día es? —unos ojos gris claro inyectados en sangre se posaron en Ren.

—Es martes.

—Martes —repitió él antes de soltar un gruñido—. Ni siquiera soy capaz de emborracharme como es debido, ¡maldita sea! —murmuró—. ¡Esa bruja! Se quedó embarazada de otro y luego iba a contarme que era mío, porque yo tengo más dinero que él.

Ren se lo quedó mirando fijamente. Todo el mundo sabía que Colie estaba locamente enamorada de J.C. Si había un bebé de por medio, lo más seguro era que fuera del hombre que estaba allí negando cualquier participación en su concepción.

—Colie te ama —le recordó Ren.

—Sí claro —J.C. arrastró las palabras—. Por eso se enrolló con otro tipo mientras yo estaba en ultramar. ¡Qué cielo de mujer! Igualita que esa chica de alterne de la que pensé que era mi amor eterno cuando era joven. Menudo ojo tengo eligiéndolas, ¿eh? —rugió.

—J.C. —Ren respiró hondo—, ni siquiera ha visto a otro durante todo el tiempo que…

—¡Su propio hermano me lo contó! —estalló J.C.—. Rod, ¡mi mejor amigo! —parpadeó—. Mi antiguo mejor amigo en cualquier caso —añadió—. Me estaba esperando en el aeropuerto con el… con el padre del hijo de Colie —soltó un hipido en medio de la frase y parpadeó borracho—. Me traicionó, Ren.

Ren no supo qué decir y se limitó a mirar a su jefe de seguridad.

—Hoy no puedo trabajar —J.C. se sujetó la cabeza y gruñó—. Lo siento. Lo siento de veras. Sé que te prometí volver a mi puesto hoy, pero yo… yo necesito un poco más de tiempo. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —Ren apoyó una mano sobre su hombro—. Tómate todo el tiempo que necesites.

—Gracias.

Ren quería añadir algo más, pero no sabía qué decir. Estaba abrumado por el estado de J.C. Al final se limitó a sonreír y se marchó.

 

 

J.C. volvió poco a poco a su ser. Volvió al trabajo y continuó con su vida. Pero le dolía recordar lo que Rod le había contado sobre Colie.

Y le dolió aún más cuando por fin recuperó la cordura y empezó a pensar racionalmente. Rod, su mejor amigo, solía mentir a menudo cuando estaban juntos en ultramar. Lo hacía para librarse de servicios que no le gustaban, fingiendo estar enfermo. Una pequeña mentira no hacía daño a nadie, solía decir para defenderse. le acusaba de ser muy rígido. Una vez policía, lo eres para siempre, solía decir, aunque no en un sentido amable.

De modo que Rod estaba acostumbrado a tergiversar la verdad. Colie no tanto. De hecho, J.C. no recordaba una sola ocasión en que ella le hubiera mentido. Incluso le había hablado de esa otra cita, cuando quiso vengarse de él por salir con otra, al menos eso creía ella, con esa espectacular rubia de Denver que resultó ser una mujer casada y con dos hijos.

Y había algo más. Colie lo amaba. Lo mimaba, lo cuidada. Le importaba lo suficiente como para desafiar a su padre y todas las ideas que le habían inculcado desde que nació y mudarse a vivir con él.

En cuanto a querer alguien con más dinero, Colie incluso se había negado a que J.C. le comprara un vestido elegante para una cita. Jamás le había permitido pagarle nada, salvo invitarla a comer de vez en cuando. Y ella había pagado tantas comidas como él. Daba que pensar.

Había un bebé. Al principio, lo más fácil había sido pensar que era del otro hombre, pero lo cierto era que jamás había oído hablar de ese otro hombre, Barry, el tipo que Rod había llevado con él al aeropuerto. Había algo muy raro en todo eso. El hombre llevaba ropa de diseño y zapatos hechos a mano. No era de la zona porque, de lo contrario, J.C. lo habría reconocido.

Y Rodney también iba vestido de diseño. Curioso que hasta ese momento no se hubiera dado cuenta. Según las habladurías que circulaban, Rod conducía un Mercedes nuevo y no había manera posible de que se lo pudiera permitir con el sueldo de empleado en una ferretería local.

Cuanto más pensaba en ello, más le preocupaba. Colie no soportaba la intimidad, ni siquiera con él, a quien amaba. ¿Cómo era posible que se hubiera metido en la cama de otro? Recordó lo nerviosa que había estado la primera vez que había sangrado. Le había devuelto los besos, lo había abrazado con fuerza, disfrutado de la cercanía, aunque no del acto mismo del sexo.

Un fuerte suspiro escapó de su garganta. Colie tenía diecinueve años, criada por unos padres muy religiosos. Iba a la iglesia cada semana, salvo durante el tiempo que había vivido con él. ¿Sería tan permisiva una mujer criada en ese ambiente? Él no había oído habladurías sobre ella ante de que se mudara a su casa. Rod se había quejado durante años de su puritana y moralista hermana.

Por Dios santo, ¿y si resultaba que había sido virgen? Las piezas del puzle parecían encajar. Explicaría muchas cosas. Y J.C. la había tratado como a una mujer con experiencia, sin hacer concesiones a su falta de habilidad en la cama. Si era inocente, no era de extrañar que no le hubiera gustado la primera vez, ni las que siguieron. Él siempre había tenido prisa. A las mujeres de su vida les había gustado duro y rápido, pero si Colie era virgen…

Tomó el teléfono y llamó a su casa. Habían pasado casi tres semanas desde que la había dejado en el porche como un paquete no deseado, en medio del frío. Ella ni siquiera llevaba un abrigo adecuado. J.C. dio un respingo al recordar sus ojos tristes y anegados en lágrimas. Ni siquiera le había dado la oportunidad de defenderse, ni siquiera de explicarse. La había insultado, humillado, la había llamado de todo, burlándose de su comportamiento en la cama.

Seguramente se negaría a hablar con él, pero tenía que intentarlo.

El teléfono sonó cuatro veces antes de que el reverendo Thompson contestara.

—¿Hola? —preguntó con voz suave.

—Reverendo, soy J.C. ¿Podría hablar con Colie, por favor?

Se produjo un breve silencio antes de que se oyera el auricular bajar. J.C. recordó que el reverendo utilizaba un teléfono fijo en casa. Lo volvió a intentar, pero el contestador automático había sido conectado.

J.C. respiró hondo. Bueno, quizás tuviera más suerte con Rod. De todos modos, quería hacerle algunas preguntas sobre su conversación en el aeropuerto.

 

 

Se detuvo frente a la ferretería, donde uno de los empleados le informó de que Rod se había tomado el día libre, diciendo algo sobre que debía ir urgentemente a Jackson Hole para un asunto. El hombre añadió con amargura que mejor así. Por lo visto Rod no hacía gran cosa cuando estaba allí, salvo chatear con mujeres cuando debería estar atendiendo a los clientes.

 

 

J.C. salió a la calle, bajo la ventisca de nieve, y rechinó los dientes. ¿Cuál podía ser el siguiente paso? Podría ir a casa del reverendo y exigir ver a Colie, pero no sería inteligente. Ya le había causado bastantes problemas a ese pobre hombre al vivir con su única hija. Él no era religioso, pero sabía cómo se sentían las personas que sí lo eran ante un acto de inmoralidad. No debía haberle resultado fácil al reverendo subirse al púlpito y hablar en contra del sexo fuera del matrimonio cuando su hija estaba viviendo con un hombre y todo el mundo lo sabía.

Tampoco consiguió encontrar a Rod en Jackson Hole. Iba a tener que esperar hasta que regresara a su casa.

J.C. se sentía frustrado. Tenía que encontrar a Colie. ¿Dónde demonios se había metido? De repente se acordó de una cosa y consultó la hora en su reloj. Debía de estar comiendo. No se había acercado a la cafetería desde que habían roto, pero subió al SUV y se dirigió hacia allí.

Miró a su alrededor en el interior abarrotado, pero no encontró a Colie. Sin embargo, su compañera, Lucy, estaba tomándose una ensalada y un café, sentada sola a una mesa.

—¿Dónde está Colie? —preguntó a bocajarro mientras se sentaba a horcajadas en una silla.

Lucy se detuvo con el tenedor a medio camino hacia la boca y se limitó a mirarlo fijamente.

—Su padre no me deja hablar con ella, y no encuentro a su hermano —J.C. se sentía frustrado e irritado, y se notaba en su voz—. ¿Dónde está?

—No lo sé, J.C. —Lucy soltó el tenedor, aunque evitó la mirada de J.C.

—Sí que lo sabes —insistió él—. No puedes mentirme, Lucy. Fui policía durante dos años, reconozco una mentira cuando la oigo.

—Me hizo prometerle que no te lo diría —ella levantó la vista y respiró hondo.

—¿Está en Catelow?

Lucy no contestó.

—Necesito hablar con ella —añadió J.C. secamente—. No le di la oportunidad de defenderse…

—Ya lo sé —contestó ella con voz gélida—. La pusiste en el porche de tu casa con sus pertenencias, y cerraste la puerta. La echaste fuera como a un perro que se hubiera portado mal.

J.C. tuvo la decencia de no protestar ante la acusación. No podía, pues ella tenía razón.

Tamborileó con los dedos sobre el respaldo de la silla en la que se sentaba, el corazón pesaroso, la mente ocupada.

—Así es —admitió después de unos segundos—. Perdí los nervios. Rod me esperaba en el aeropuerto y me contó… —hizo una pausa y levantó la vista—. ¿De verdad está embarazada?

—Eso ya no es asunto tuyo —la expresión de Lucy se volvió hermética—. Colie se ha marchado, J.C. Más vale que te acostumbres a ello.

—¿Marchado adónde?

—Ya te he dicho…

—¡Por el amor de Dios! ¿Es mío? —rugió, los pálidos ojos grises taladrando los de Lucy—. ¿El hijo que lleva es mío?

—¿Y qué más te da? —el gesto de Lucy se endureció—. Le dijiste que no querías hijos, así que no vas a tener ningún hijo.

—Cometí algunos errores —J.C. parecía confuso y su arrepentimiento se reflejaba con claridad en el rostro.

—Cometiste un montón.

—Quiero arreglar las cosas, si puedo —él asintió—. La he fastidiado a base de bien —consiguió sonreír débilmente—. Pero Colie no es rencorosa. Me perdonará.

Lucy bajó la mirada y no dijo nada.

El silencio resultó de lo más revelador. J.C. sintió algo frío en su interior.

—¿Está en Wyoming? —preguntó con calma.

Lucy sacudió la cabeza.

—¿Podrías preguntarle si te da permiso para decirme dónde está? —él decidió intentarlo con otra táctica—. Solo eso.

Lucy levantó la vista. Su mirada ya no era hostil, sino triste.

—Es demasiado tarde, J.C. —contestó al fin.

—¿Qué quieres decir con que es demasiado tarde? —preguntó él.

—No hay nada que puedas decir o hacer para solucionarlo con ella. Ya no. Da igual que le pregunte. De todos modos me dirá que no.

—¿Y por qué estás tan segura de eso? —quiso saber J.C.

—Bueno, verás… —comenzó ella con inseguridad.

J.C. sintió un profundo frío en el interior, se sintió vacío. Y también sintió una premonición más fuerte que nada que hubiese sentido jamás.

—Cuéntamelo —la animó.

—De acuerdo —Lucy respiró hondo—. No hablará contigo, J.C., porque se ha casado.

Él se limitó a quedarse allí sentado, el rostro pálido bajo la piel olivácea. Los pálidos ojos grises vacíos.

—¿Se ha qué?

—Se ha casado —contestó Lucy mientras se levantaba con la bandeja—. Lo siento. A eso me refería cuando dije que era demasiado tarde. No puedes volver atrás, J.C., la vida no viene con un botón de reinicio.

Lucy se levantó y se marchó.

 

 

Casada. Colie se había casado. Estaba embarazada y no podría darle un apellido a su hijo. Su padre se sentiría aún más humillado en el púlpito con una madre soltera, su propia hija, sentada en un banco de su iglesia.

Colie lo sabía. Ya se sentía bastante culpable por haberle causado tanto dolor, J.C. lo sabía, aunque nunca lo hubiese manifestado en voz alta.

De modo que había encontrado a alguien y se había casado, para darle un apellido a su hijo. Se había situado fuera del alcance de J.C., y lo había hecho deliberadamente.

J.C. se levantó como un sonámbulo y se dirigió al SUV. Permaneció de pie bajo el gélido viento y la nieve, pero no sentía nada. Colie se había marchado para siempre. Él se había deshecho de ella como si fuese un zapato usado. Jamás volvería a su vida, jamás disfrutaría de esa ternura, de esos cuidados, que tanto había anhelado aunque hubiera protestado por ellos.

Colie se había ido, y la culpa era suya. Se había marchado con un hijo que podría ser suyo, un hijo que crecería pensando que otro hombre era su padre. Un hijo al que jamás conocería.

Él sabía muy bien lo que era no tener padre. Había dejado al suyo atrás a los diez años, y le había culpado por todos los males de su vida. Y en esos momentos estaba haciéndole lo mismo a una criatura que podría ser suya.

Aunque no del todo. Colie tenía un esposo y, con suerte, la trataría mejor de lo que la había tratado él. ¿Sabía ese hombre que estaba embarazada? De inmediato se corrigió a sí mismo. Por supuesto que lo sabía, Colie jamás mentiría, ni siquiera sobre algo así.

En su vida se había equivocado tanto al juzgar a una persona. Sentía vergüenza y la culpa lo devoraba. Su airado carácter le había costado a la única persona de su vida adulta que lo amaba de verdad. Quizás lo hubiese hecho deliberadamente, aunque de manera inconsciente. Siempre esperaba ser traicionado. No se fiaba de nadie.

Pero debería haberse fiado de Colie. Debería haber ido tras ella, mientras aún hubiera tiempo para solucionarlo.

Por culpa de lo sucedido, iba a estar solo el resto de su vida. Mientras subía al SUV y se alejaba de allí, pensó que seguramente se lo tenía merecido. Seguramente se tenía merecido todo lo que le había sucedido en su vida.