J.C. condujo a ciegas de regreso al rancho. Cuando llamó a la puerta, abrió Delsey.
—Hola, J.C. —saludó ella.
—¿Está Ren en casa? —J.C. la cortó en seco. Parecía un hombre que hubiera intentado tragarse una sandía entera.
—Sí, en su despacho…
—Gracias —él volvió a interrumpirla y se dirigió hacia el estudio.
Ren levantó la vista cuando su jefe de seguridad entró y cerró la puerta tras él.
—¿Sabías que se había casado? —preguntó a bocajarro.
—¿Disculpa? —Ren enarcó las gruesas y oscuras cejas.
—Colie. ¿Sabías que se había casado?
—¿Colie se ha casado? —Ren lo miró boquiabierto—. ¿Cuándo? ¿Con quién…?
—No lo sé —J.C. se dejó caer en una silla—. Me lo ha contado Lucy. Intentaba encontrar a Colie, su padre acababa de colgarme el teléfono y Rod no está en la ciudad. No había nadie más a quien preguntar… —tragó con dificultad—. ¡Casada! —exclamó. Su piel olivácea había palidecido.
Ren sabía muy bien por lo que estaba pasando. Él también había juzgado mal a una mujer, pero por suerte había recuperado el sentido común a tiempo para no perder a Merrie.
—Lo siento —fue lo único que pudo decir.
—¡No entiendo por qué ha tenido que hacer algo así! —los ojos grises de J.C. reflejaban tormento.
Ren titubeó unos segundos antes de inclinarse hacia delante y apoyar las manos entrelazadas sobre la mesa.
—J.C., está embarazada —señaló con delicadeza—. Seguramente pensó que su padre ya había soportado bastantes habladurías. El colmo sería tener que subirse al púlpito teniendo a una hija embarazada, y soltera, entre sus feligreses.
J.C. cerró los ojos ante una oleada de náuseas. Eso era precisamente lo que había pensado él. El reverendo ya había soportado bastantes habladurías y chismorreos dolorosos, y él había ayudado a generarlos. Le había hecho mucho daño a un hombre que solo intentaba ayudar a las personas.
Colie estaba embarazada. ¿Era suyo el bebé? Jamás lo sabría. Se había marchado, fuera de su alcance. ¡Casada! ¿Cómo no se le había ocurrido que sería lo más probable que hiciera, por culpa y vergüenza? Pero, ¿con quién se había casado? Nadie había mencionado nada sobre una boda. Claro, pensó, ella no se quedaría en Catelow, ni ningún lugar cercano. Sin duda se había marchado a algún lugar en el que nadie la conociera ni supiera que había vivido con él, y él la había echado de su vida. Había ido a un lugar en el que había encontrado a alguien que se había casado con ella para darle un apellido a la criatura.
¿Y si el bebé era suyo? Jamás lo vería, nunca lo conocería. Y todo por su culpa. Sintió el dolor taladrarlo hasta el alma. Jamás en su vida se había equivocado tanto con un ser humano. Había echado a Colie, la había insultado, la había acusado de mentir, ridiculizado su comportamiento en la cama.
—A veces cavamos nuestra propia tumba mucho antes de morir —observó sin más.
Ren, que desconocía los pensamientos de J.C., se limitó a asentir.
Las dos primeras semanas de trabajo en el despacho de abogados de Darby Howland, Colie se sintió nerviosa. Su prima, Annie, le había asegurado que le interesaba como empleada y que estaba seguro de que iba a ser un activo para la empresa. Colie no sentía tanta confianza.
Era muy consciente de su situación, a pesar de que el embarazo estaba en una fase tan temprana que aún no se le notaba. Le debía mucho al señor Howland por ser tan amable con una completa extraña. Pero no estaba segura de cuál sería su reacción cuando le revelara las verdaderas circunstancias. Se había asegurado de que Annie no hablara de ello con nadie, pues no tenía intención de comenzar una vida en Jacobsville, Texas, con todo el mundo al corriente de lo que había hecho.
Pero se equivocó por completo. El señor Howland era alto y delgado, con cabellos negros entrecanos. Tenía ojos oscuros, piel olivácea y una voz gutural y seductora. Y nunca dejaba de sonreír.
Colie contestaba las llamadas, escribía al dictado, daba citas, hacía todo lo que se le pedía sin una sola queja. La oficina funcionaba con fluidez, bastante parecida a la oficina que había dejado atrás en Catelow.
Sentía un especial aprecio hacia su jefe, que dirigía la empresa de tres abogados. El señor Howland era el hombre más amable para el que hubiera trabajado nunca. Pero cuanto más aplazaba el momento de contarle la verdad sobre sus circunstancias, más difícil le resultaba. Era consciente de que parecía culpable. Y él pareció sentir que algo iba mal, porque al concluir su segunda semana en Jacobsville, la llamó al despacho, cerró la puerta y apagó su móvil.
—Vamos a empezar por quitarnos de encima las cosas más desagradables, ¿de acuerdo? —preguntó mientras la invitaba a tomar asiento frente a su enorme escritorio de roble—. Pareces una fugitiva esperando que vengan a detenerla —añadió con un ligero humor—. ¿Te gustaría contármelo?
—Señor Howland —Colie suspiró—, debería haberle permitido a Annie contárselo…
—Adelante, Colie —él se limitó a sonreír.
Y ella titubeó.
—Ya veo —Howland sonrió de nuevo mientras se sentaba con un gesto de dolor y respiraba hondo—. Muy bien, apartemos durante un rato tus cosas desagradables. La cuestión desagradable principal no te concierne a ti, sino a mí —entrelazó las manos sobre la mesa—. Me estoy muriendo.
Colie se quedó sin aliento. Aunque Annie ya le había contado que sufría cáncer, no había pensado que se tratara de una sentencia de muerte. Había muchos tipos de cáncer que podían ser tratados con éxito.
—Lo siento. He sido bastante brusco —añadió él con una sonrisa triste—. Verás, sufro un cáncer muy raro, un mieloma múltiple. Tenía un dolor de espalda que no desaparecía, pero pensé que era artritis, porque me lo diagnosticaron cuando tenía veintitantos años. De modo que no fui al médico. Al final salió en los análisis, pero para entonces ya era demasiado tarde para hacer nada.
—Cuánto lo siento —dijo ella con impotencia.
—Me casé —él sonrió—. Ella fue la única mujer de mi vida desde sexto curso. No podíamos tener hijos, pero nos teníamos el uno al otro. El matrimonio era tan idílico que, cuando la perdí, ya no quise a nadie más. Cuando muera, volveré a verla, por eso todo esto no es tan malo —hizo una mueca—. Bueno, el dolor es cada vez peor, pero en este caso no se trata del viaje sino del destino, no sé si me entiendes.
—Entiendo —Colie pensó en cómo había sido perder a J.C., como una muerte. Había vivido un duelo por él.
Si J.C. hubiese muerto realmente, y ella tuviera que enfrentarse a una vida sin él, la muerte no le parecería una cosa tan terrible. Aunque le había hecho daño, el amor, al parecer, no podía matarse.
—Estabas pensando en otra clase de cosa desagradable —Howland ladeó la cabeza y entornó los ojos—. ¿Podría saber de qué se trata?
—Tuve una relación con un hombre, en Wyoming —ella respiró hondo y continuó—. Yo lo amaba… más que a nada en el mundo. De modo que cuando me pidió que me fuera a vivir con él, lo hice. Mi padre es pastor y vivimos en una ciudad pequeña. Fue escandaloso —sonrió con tristeza—. Pero lo peor estaba aún por llegar. Él no quería hijos y tuvimos un accidente. De modo que estoy embarazada y él no cree que sea suyo, y me echó de su casa. No podía avergonzar a mi padre aún más convirtiéndome en una madre soltera en su parroquia. Mis primos, Annie y Ty, me invitaron a venir a vivir con ellos, y sabían que había un puesto de trabajo en su oficina —bajó la mirada hasta los pies—. De modo que supongo que debería ahorrarnos a los dos más situaciones incómodas y simplemente marcharme. Iba a inventarme un esposo muerto…
—¿Y por qué no te casas conmigo?
—¿Qué? —ella lo miró boquiabierta y aturdida.
—No quiero un matrimonio de verdad —él se encogió de hombros—, y creo que tú tampoco. Pero vas a tener un hijo y necesitas un marido —sonrió de oreja a oreja—. ¡Dios, cómo adoro a los niños! Nunca pude tener uno con Mary, pero sí puedo ayudarte con el tuyo, durante el tiempo que me quede.
—Pero… no me conoce —las lágrimas rodaban por las mejillas de Colie.
—Annie me lo contó todo —admitió Howland—. No te enfades con ella. Su padre y yo fuimos muy buenos amigos durante años. No hay secretos entre nosotros. Además, soy abogado, estamos acostumbrados a no contar lo que sabemos.
—Yo también lo estoy —ella consiguió sonreír mientras se enjugaba las lágrimas—. En Catelow trabajaba para una maravillosa firma de abogados.
—Lo sé porque les telefoneé. Me contaron que todos en la oficina estaban ahogando sus penas en cerveza. Eras muy apreciada.
—¡Vaya! —Colie se sonrojó.
—Aquí también serás apreciada. Mañana sacaremos la licencia y buscaremos un reverendo que nos case.
—Todo el mundo va a pensar que se ha vuelto loco —señaló Colie—. Hace apenas una semana que nos conocemos.
—Qué demonios —él rio—. Tendrán cotilleos para meses. Pero serán cotilleos agradables. Jacobsville es una ciudad amable, y no lo digo porque sí. Aquí viven personas que han cometido toda clase de crímenes y se reincorporaron a la sociedad. Nadie los censura por ello. Han pagado su deuda. También contamos con una de las más famosas escuelas de contraterrorismo en el mundo, en Jacobs County, dirigida por un antiguo mercenario, Eb Scott. ¿Lo ves? Aquí vive toda clase de gente interesante. Y se me olvidó mencionar que nuestro jefe de policía es un antiguo asesino por orden del gobierno, y nuestro sheriff está casado con la hija de uno de los más destacados capos de la droga del continente.
Colie solo podía mirarlo boquiabierta.
—Es una ciudad maravillosa —añadió él con una sonrisa—. De modo que un matrimonio rápido entre dos extraños ni siquiera va a despertar su curiosidad. Al menos no mucho.
—¡Qué lugar tan fascinante para vivir!
—Eso me ha parecido siempre —Howland frunció el ceño—. Una cosa, sin embargo, ¿estás segura de que el padre de tu hijo no cambiará de idea y vendrá a buscarte?
Colie le dedicó una sonrisa triste y pensativa.
—No ha querido volver a verme. Dijo que el bebé que llevo dentro no es suyo. Dijo… —ella titubeó—, dijo un montón de cosas que no podré olvidar. Es un ser solitario, básicamente. No quiere una familia. De manera que no, no hay ninguna posibilidad de que venga a buscarme —levantó la mirada—. De lo cual me alegro, porque volvería con él aunque tuviera que caminar a gatas sobre cristales rotos —rio, aunque su voz se quebró—. Lo quería tanto, que no tenía orgullo.
—Así amaba yo a Mary —señaló él—. Y todavía la amo. Está presente en mi vida cada día, cada hora, cada minuto. La perdí hace tres años, pero me parece que fue ayer. Dicen que el tiempo ayuda. No es verdad.
—Supongo que una herida tan profunda no se cura —ella asintió.
—Bueno —Howland se inclinó hacia delante—. ¿Te casarás conmigo? Ronco, pero no te importará porque tendrás un bonito dormitorio para ti sola. Recibo quimio y radio periódicamente, y me encuentro mal a menudo. Tendrás que soportar eso también.
—No me importa —contestó ella con dulzura—. J.C. estuvo fatal con gripe y yo lo cuidé, incluso cuando vomitaba.
—Tienes todo el aspecto de ser esa clase de mujer —la expresión de Howland se suavizó—. Apuesto a que cualquier extraño se sienta a tu lado y te cuenta sus más horribles secretos.
—Bueno, pues sí, así es —Colie soltó una carcajada—. Y algunos son bastante embarazosos. Pero yo me limito a escuchar y no digo nada.
—Supongo que a tu padre también se le dará bien eso. Será mejor que lo llames y le cuentes esta cosa increíblemente impetuosa que estás a punto de hacer.
—Lo llamaré esta noche —ella asintió antes de hacer una mueca—. No tengo muchos vestidos. ¿Tengo que llevar vestido de novia?
—Claro que no. Si quieres puedes casarte en vaqueros —él rio—. Yo llevaré traje, pero solo porque siempre lo llevo para trabajar.
—Esto es muy repentino —soltó ella.
—Para mí no —Howland ladeó la cabeza—. En cuanto Annie me contó que su prima soltera y embarazada se venía a vivir aquí, y que necesitaba un empleo, empecé a pensar en ello. Nunca he convivido con bebés y deseaba tener uno propio. Para mí será la mayor aventura de mi vida, aparte de vivir con Mary y pasar el examen para entrar en el colegio de abogados —añadió tajante.
—Es muy amable —Colie tuvo que esforzarse por contener las lágrimas.
—La amable eres tú —contestó él—. No va a ser fácil, Colie. Te expliqué que paso mucho tiempo enfermo, y es verdad. Tampoco duermo bien, de modo que paseo por la casa y veo televisión cuando no puedo dormir.
—No me importa —le aseguró ella—. Yo solo quiero que mi bebé tenga el mejor comienzo que pueda ofrecerle. No quiero que le llamen cosas feas por lo que yo hice.
—Nos aseguraremos de que sea así.
—Entonces, si la proposición va en serio, me casaré con usted, señor Howland. Y le cuidaré mientras me necesite.
—Darby —él sonrió.
—Oh, Darby —repitió Colie.
—Me pusieron el nombre por mi tatarabuelo. Fue ayudante del sheriff en Jacobs County.
—Me encantaría conocer su historia. Quizás una de esas noches en las que no puedas dormir —añadió ella.
—Será agradable tener compañía —Darby asintió—. Lo he echado de menos.
—Tengo que llamar a mi padre.
—¿Por qué no lo hacemos ahora mismo? Tengo Skype en el ordenador de mi despacho —él lo encendió, abrió la aplicación y miró a Colie—. ¿Cuál es su número? Tengo que enviar una solicitud de contacto…
—De eso nada —Colie se levantó—. ¿Puedo usar el ordenador? Entraré con mi propia cuenta.
—Buena idea —él sonrió mientras se levantaba para apoyarse en la esquina de la mesa y observaba a Colie entrar en la aplicación y llamar a su padre. Era temprano y a esas horas solía estar en casa.
El teléfono sonó y, en cuanto reconoció el número de Colie, el reverendo contestó y encendió la cámara. Y allí estaba, sonriéndole resplandeciente.
—Hola, cielo —saludó—. ¿Cómo estás?
Darby se colocó junto a Colie, entrando en pantalla, y sonrió.
—Hola, reverendo. Soy Darby Howland y voy a casarme con su hija mañana.
El reverendo se quedó sin habla y los miró boquiabierto.
—El bebé necesita un apellido —continuó Darby con delicadeza—, y yo me estoy muriendo de cáncer. El bebé hará que merezca la pena vivir el tiempo que me quede. Perdí a mi esposa hace tres años y no tengo nada que ofrecer, en cuanto al matrimonio propiamente, pero puedo darle a Colie mi apellido y al bebé no le faltará de nada.
El reverendo Thompson al fin consiguió encontrar su voz.
—¿Señor…?
—Howland, Darby Howland. Soy el dueño del despacho de abogados de Jacobsville en el que trabaja Colie actualmente.
—Señor Howland, los dos estaremos permanentemente en deuda con usted —consiguió decir el reverendo mientras intentaba contener las lágrimas—. ¡He estado tan preocupado por mi hija…!
—Cuidaré de ella —le prometió Darby—. No le faltará de nada, ni al bebé tampoco —sonrió—. Mary y yo queríamos tener hijos más que nada en el mundo, pero ella no podía. Me encantará ser padre, aunque solo sea sobre el papel.
—Es muy noble lo que está haciendo —observó el padre de Colie con calma—. Le mencionaré en mis oraciones cada noche.
—Me vendrán bien todas las oraciones que consiga —Darby sonrió con tristeza—. Tengo fe en ellas. Soy acomodador en nuestra iglesia. Soy metodista…
—¡Nosotros también! —el reverendo Thompson soltó una carcajada—. ¡Qué casualidad!
—Y muy grata —Darby sonrió de nuevo—. Tenemos un reverendo estupendo. Es un poco excéntrico, conduce un Mustang Shelby Cobra, pero en el púlpito, o cuando alguien tiene problemas, es maravilloso.
—Igual que papá —intervino Colie sonriendo a su padre.
—¿Querrá venir a la ceremonia? —preguntó Darby—. Enviaré un coche para que vaya a recogerlo al aeropuerto.
—Ojalá pudiera, en serio —contestó el reverendo con un suspiro—. Una feligresa se va a someter a una operación de corazón por la mañana. Le di mi palabra de que estaría allí con ella.
—Y si papá da su palabra, siempre la cumple —le explicó Colie a Darby mientras contemplaba la expresión atormentada de su padre—. No pasa nada —le dijo—. Nos haremos fotos y te las enviaremos. ¿Qué te parece?
—Eso estaría bien, Colie —su padre pareció relajarse un poco—. Has aterrizado bien, mi niña —añadió mientras miraba a Darby—. Cuídate, y llámame a menudo.
—Lo haré —le prometió ella—. Te quiero, papá.
—Y yo a ti. Gracias, Darby —añadió—. Muchas, muchas, gracias. De parte de los dos.
—No hace falta darlas —Darby rio—. ¡Voy a conseguir ser padre!
Colie soltó una carcajada.
Darby y ella se casaron en la iglesia metodista local, con la única presencia de sus primos como testigos. No fue una ceremonia formal, aunque Darby le había comprado un precioso ramo de poinsettias, rosas blancas y gipsófilas. También le había comprado dos anillos. Colie había protestado por el gasto, pero él le había asegurado que no era más que calderilla.
Un anillo de pedida de diamantes de dos quilates sobre oro de dieciocho quilates, y otro a juego con una banda de diamantes. El sueldo de Colie de dos años.
—¿Calderilla? —exclamó ella.
—Se me olvidó comentártelo —contestó él mientras salían de la iglesia acompañados de Annie y Ty—. Soy rico.
—Cielo santo, y yo sin saberlo. Podría haberle contado a todo el mundo que me casaba contigo por dinero —bromeó ella con una sonrisa traviesa.
—¿Dónde me he metido? —exclamó él ante de soltar una carcajada.
—El matrimonio es un asunto serio —puntualizó el reverendo Jake Blair, que se había unido a ellos fuera de la iglesia—. No es ninguna broma.
El gesto era tan sombrío que todos se lo quedaron mirando.
—Habéis picado, ¿a que sí? —el hombre sonrió—. Vosotros dos hacéis muy buena pareja, ya se nota —estrechó la mano de Darby—. Me alegra ver que vuelves a sentir interés por la vida.
—No es que me quede mucha —señaló Darby con melancolía.
—La vida se mide en días felices, no en la anticipación de su pérdida —aseguró Jake—. En serio, ayer es un recuerdo y mañana una esperanza. Lo único que tenemos realmente es hoy, ahora mismo. Nadie tiene garantizado un día más. Ni siquiera los más jóvenes.
—Eres todo un filósofo, Jake —Darby estudió atentamente al reverendo.
—Aún no, pero estoy trabajando en ello —el reverendo sonrió a Colie—. Tengo una hija de tu edad. Está casada y tiene un niño pequeño. Ese crío es la luz de mi vida.
—Me encantará conocerla —contestó Colie—. Acabo de llegar aquí y me llevará un tiempo conocer gente.
—Darby conoce a todo el mundo, él se ocupará de presentarte —le aseguró Jake—. Esta es una ciudad pequeña, pero aquí no hay gente clasista o con prejuicios. Es uno de los lugares más agradables del mundo. Te va a encantar vivir aquí.
—Lo sé —ella asintió.
—He oído que tu padre también es pastor —continuó el reverendo—. Cuando venga a verte me encantará conocerlo.
—Se toma muy en serio su trabajo —Colie ya le había explicado antes por qué su padre no había asistido a la ceremonia.
—Yo también —contestó Jake—. Felicidades de nuevo.
—Gracias, reverendo Blair —contestó Colie seguida de Darby.
—Y ahora —anunció Darby—. ¡Vámonos a casa!
Darby vivía en una extensa propiedad, que incluía un arroyo, rodeada de mezquites, robles y árboles de pecana.
—Esto es muy distinto de Wyoming —observó Colie—. Hermoso, pero… diferente.
—Aquí no hay pinos contorta, álamos temblones ni de Virginia —él rio—. Lo sé. La vegetación es diferente, pero las personas son las mismas en todas partes. Me encanta vivir aquí. Es como tener una enorme familia.
—Ya me he dado cuenta —concedió ella mientras contemplaba boquiabierta la casa que apareció ante sus ojos.
Era una casa victoriana de dos plantas, con ornamentación elaborada, y rodeada de toda clase de árboles.
—Esto es increíble —exclamó ella sin aliento—. ¡Qué preciosidad!
—La construí para Mary —Darby sonrió con tristeza—. Es el único lugar en el que vivimos juntos.
—Porque seguramente os casasteis primero —observó Colie con melancolía—. Yo había esperado que mi vida fuera así. Convencional —sacudió la cabeza—. Pero tropecé a fondo.
—Eres muy joven, Colie. Cuando llegues a mi edad tendrás tiempo más que de sobra para lamentarlo —le aseguró él.
—Supongo —ella suspiró y lo miró—. ¿Tienes asistenta?
—Una a tiempo parcial, la señora López. El resto de la semana trabaja en una de las tres floristerías. Te gustará.
—¿Está aquí hoy?
—No. Trabaja para mí miércoles y jueves. Me deja la comida congelada para que yo me la caliente en el microondas.
—Yo me encargaré de que tengas comida casera todos los días —le prometió—. Sé cocinar.
—Ahora veo que he tomado una muy buena decisión —Darby sonrió y rio por lo bajo.
—No te imaginas lo agradecida que estoy…
—Es una colaboración —él levantó una mano en el aire—. Los dos nos beneficiamos —detuvo el coche junto a las escaleras de entrada—. Ya estamos en casa —continuó mientras señalaba el amplio porche delantero con un balancín y muebles tapizados. En un extremo incluso había una hamaca, junto a un enorme árbol—. Es un árbol de pecana —le explicó Darby mientras señalaba el árbol y subían al porche—. Pero sigo comprando pecanas. Condenadas ardillas —suspiró—. Dejan el árbol desnudo cuando aún están verdes. Llevo treinta años viviendo aquí y aún no he probado una pecana de mi propio árbol.
—Bueno, es que la ardillas no pueden ir a la tienda y comprarlas —Colie rio—. También estoy viendo comederos y casitas de pájaros —exclamó—. ¡Me encantan! En casa tenía unas pocas, y me encanta llenarlas de comida por la mañana.
—A mí también me gustan los pájaros —contestó él—. Es pronto para que empiecen a anidar, pero tenemos asientos de primera fila para ver a los polluelos en primavera.
—En primavera —ella asintió.
Colie tuvo un pensamiento para J.C., que se había marchado de su vida para siempre. Si se enteraba de que se había casado, jamás intentaría acercarse a ella. Fingió que no le importaba, pero no era vedad. Nunca dejaría de amarlo, pero no podía permitir que su hijo creciera fuera del matrimonio, en una pequeña ciudad. Había hecho lo que tenía que hacer.
Además, Darby era un buen hombre. Lo cuidaría mientras la necesitara.
El embarazo fue toda una aventura. Colie pasó de tener los pechos sensibles, a sufrir náuseas matinales y luego, a medida que el bebé crecía, ardor de estómago.
—Esto es horrible —se quejó a Darby un día mientras comían. Estaba de seis meses y se le notaba. La mayoría de las personas asumían, encantadas, que el bebé era de Darby, de modo que la comunidad se sentía muy feliz por él. A Colie ya la querían y ella nunca se había sentido tan en casa.
—¿Qué es horrible? —bromeó él.
—¡El ardor de estómago! Me muero por comer pepinillos en vinagre, ¡y tengo ardor de estómago! Es la combinación más horrorosa que hay —le explicó ella soltando una carcajada.
—No durará mucho más.
—Debería haberles dejado que me dijeran si era niño o niña —Colie respiró hondo y se acarició el vientre mientras sonreía—. La esposa del señor Kemp me está organizando una fiesta y todo el mundo traerá ropita de color amarillo.
—Me gusta el amarillo. ¿A ti no?
—Mucho —ella volvió a sonreír mientras observaba detenidamente el rostro endurecido de Darby. Habían aparecido nuevas arrugas y el dolor era más fuerte. Cada semana recibía su sesión de quimio y radio, y ella lo acompañaba. La frecuencia del tratamiento había aumentado ante el empeoramiento de su estado. Colie esperaba que aguantara lo suficiente para ver al bebé. Sabía la ilusión que le hacía.
—Todavía no me voy a ninguna parte, por si te lo estabas preguntado —añadió él riendo para sus adentros.
—Lo siento. Me preocupo.
—Soy muy duro —Darby ladeó la cabeza y sonrió a Colie—. De ninguna manera pienso largarme antes de que nazca el bebé. He dedicado demasiado tiempo a anticipar su llegada.
A su padre le sucedía lo mismo. Hablaban todos por Skype casi a diario.
—Papá dice que, pase lo que pase, vendrá cuando nazca el bebé.
—No le gusta viajar, ¿verdad?
—No —Colie sacudió la cabeza mientras se terminaba el sándwich—, lo odia. Tiene miedo de los aviones, pero también odia hacer largos trayectos en coche. Dudo que haya salido de Catelow, salvo cuando estuvo en el Ejército, pero eso fue antes de que yo naciera, al poco de que mamá y él se casaran.
—Tu madre debió de ser una mujer muy dulce.
—Era como papá —le explicó ella—. Amable, cariñosa y dulce —levantó la mirada hacia Darby—. Le he creado muchas dificultades a papá. El amor es verdaderamente ciego. Quiero decir que te implicas tanto que no te importa nada salvo estar con la persona amada.
—Es verdad —Darby asintió y sonrió—. Y a veces empuja a las personas a cometer delitos horribles.
—Ya lo he visto.
Se referían a un caso en el que un hombre, enamorado de una mujer que no lo quería, la había secuestrado e intentado obligarla a casarse con él. El despacho de Darby lo estaba defendiendo y había alegado circunstancias atenuantes. Pero la policía había pasado el caso a los federales, porque el secuestro era un crimen federal. Iban a necesitar un buen trabajo legal para conseguirle al hombre una condena razonable.
—Pobrecillo —se lamentó Colie—. Y pobre su madre —hizo una mueca. La madre de ese tipo estaba todas las semanas en la oficina, o al teléfono, hablando con los abogados, muy disgustada y sin parar de llorar.
—Si buscas un trabajo que no te deprima, procura que no tenga nada que ver con la ley —le aconsejó él con una sonrisa—. Solo vemos la parte triste, ¿verdad, cielo?
—Sí. Pero a veces la gente tiene suerte.
—No cuando está implicado el gobierno federal —continuó Darby con un suspiro—. El fiscal del caso dijo que no descansará hasta que nuestro cliente reciba una cadena perpetua.
—Supongo que nunca habrá estado enamorado —murmuró ella.
—¿Ese? —Darby sacudió la cabeza—. Dudo que se permita a sí mismo siquiera el tiempo de relacionarse con alguien. Se rige estrictamente por el reglamento, y es un fiscal condenadamente bueno —concedió—. Hace los deberes, tiene una voz elegante y hace todo lo que puede por las víctimas.
—Eso he oído.
—Últimamente te cansas mucho —él la observó con ojos cálidos y afectuosos—. Sé que no ayudo gran cosa. Cada vez que vuelvo de la quimio, echo las tripas.
—No importa —Colie posó una mano sobre la de Darby—. Más o menos nos estamos cuidando el uno al otro. ¿Verdad?
—No lo había pensado así —él rio y buscó su mirada—. Tres meses más.
—Tres meses más —ella sonrió.
El reverendo Thompson recibió la llamada a medianoche en un caluroso jueves de agosto. La estaba esperando, pero casi entró en pánico al pensar en ese largo viaje en avión.
Increíblemente, Darby tenía amigos que poseían un jet privado, que enviaron a Catelow para llevarlo a Jacobsville. Los Mosby se habrían ofrecido a ocuparse del viaje si Colie se lo hubiera pedido. Y también Sari Fiore. Pero eso era mejor. El amigo de Darby no tenía ningún contacto en Catelow, ni conocía a J.C. Colie no quería que J.C. supiera nada del bebé, aunque no tenía ningún motivo lógico para ello.
El piloto acomodó al reverendo en el interior del avión, lo sentó y comenzó la inspección para asegurarse de que el aeroplano estuviera en condiciones de volar. Uno de los mecánicos del aeropuerto de Jacobsville pertenecía a la parroquia del reverendo. El hombre vio despegar el avión y no tardó ni un segundo en compartir la noticia. Que su pastor se subiera a un avión ya era un asunto de importancia, pero, al parecer, ¡tenía conocidos que poseían un jet privado!
Se lo contó a su esposa, que se lo contó a la florista, que se lo contó a los abogados del despacho en el que Lucy seguía trabajando. Ella se lo contó a una amiga en el restaurante durante el almuerzo, vagamente consciente de que J.C. Calhoun esperaba junto a la barra un pedido para llevar, para él y sus hombres.
—¡Qué emocionante! —exclamó Lucy—. No ha querido saber si era niño o niña. Dicen que su marido tiene cáncer —añadió con tristeza—. Ella dijo que solo pedía que viviera lo suficiente para poder ver al bebé. Él está tan contento como ella, y está en muy buena situación económica. Colie ni siquiera necesitaría trabajar, aunque no ha dejado de hacerlo —añadió con una carcajada—. ¿Te imaginas a Colie en casa invitando a otras damas a tomar el té? A ella el dinero nunca le ha preocupado.
J.C. sintió que se le paraba el corazón. El bebé estaba en camino. Rechinó los dientes. Habían pasado unos meses desde que había perdido a Colie, desde que la había echado de su vida, se corrigió con amargura. Ella se había casado, otro hombre le sujetaría la mano mientras daba a luz, vería al bebé en sus brazos, ayudaría a criarlo. Mientras que el hombre que seguramente era el padre jamás lo vería.
Cerró el flujo de dolorosos pensamientos. Rod le había dicho sin rodeos que no era el bebé de J.C. Había llevado al novio de Colie para que lo conociera cuando había aterrizado tras su viaje a ultramar. Rod había llorado por la traición de su hermana.
Pero Colie no había traicionado a nadie en su corta vida. Era sincera hasta decir basta. Rod, sin embargo, no reconocería la verdad aunque le mordiera el trasero.
Solo en ese momento, después de que hubieran pasado unos meses desde que hubiera descubierto repentinamente el embarazo de Colie, y experimentado la soledad de la vida sin ella, J.C. fue capaz de pensar con cordura. Toda la alegría lo había abandonado, dejándolo frío como la nieve que había aguantado desde el invierno hasta mayo. Estaban en agosto. Todo en Catelow florecía. En Jacobsville, Texas, supuso que también. El bebé de Colie llegaría al mundo rodeado de personas que lo amaban, incluyendo a su esposo. J.C. se preguntó si alguna vez pensaría en él, aunque solo fuera para odiarlo. Era lo que se merecía.
Había vivido casi toda su vida solo, niño maltratado de formas que nunca había compartido con nadie. Pero cuando pensaba en el bebé de Colie se sentía triste y deprimido. Si realmente era suyo, había cometido una tremenda injusticia con los dos. Cierto que ella parecía haber tenido suerte. Tenía un esposo que, al parecer, la cuidaba bien y le daba todo lo que ella quería.
Pero Colie nunca había pedido nada, recordó. Ella ni siquiera le había permitido invitarla a comer. J.C. se estremeció al recordarlo. La había acusado de ser una mercenaria, lo último que podía ser ella.
La camarera le llevó el pedido y, mientras J.C. pagaba, sonó el teléfono de Lucy.
—¡Es el esposo de Colie! —exclamó Lucy—. Sí —continuó al teléfono—. El reverendo Thompson va de camino… ¿Qué? ¡Es una niña! ¡Colie ha tenido una niña!
En la mesa de Lucy se produjo un gran revuelo. J.C. se distrajo y tuvo que rebuscar en el bolsillo otro billete de cinco. Aceptó el cambio, tomó el pedido y salió por la puerta hacia la niebla.
Una niña. Quizás se parecía a Colie, con los mismos cabellos oscuros y ojos verdes. Una niña que crecería pareciéndose a su madre, dulce, amable y bondadosa. Masticó el dolor. Seguramente era su bebé. Su hija. Se detuvo junto al SUV y cerró los ojos ante la violencia de la oleada de dolor que lo asaltó en las entrañas, como un condenado puñetazo.
Podría haber estado en el hospital con Colie, dando la bienvenida a la criatura, reconfortando a Colie, tranquilizándola. Pero ella se había casado, y él estaba solo y lejos, como siempre había estado. Nadie sabría que la niñita que acababa de alumbrar Colie no era hija de su esposo.
Pero él sí lo sabía. Y se culparía durante el resto de su vida por rechazarla, por no creerla. Por arruinar la vida de Colie, y la suya propia. Y el dolor jamás iba a desaparecer.