Colie apenas fue consciente cuando colocaron al bebé en sus brazos.
El parto había sido largo y doloroso. Al cabo de varias horas de agonía, aún no había dilatado lo suficiente y el obstetra al final había tomado la decisión de practicar una cesárea.
—Es una niña, cariño —le susurró Darby al oído—. ¡Qué hermosa es!
—Una niña —ella consiguió sonreír.
Le dolía hasta el alma.
Las cosas deberían haber sido muy diferentes. Debería estar casada con J.C., él debería estar allí con ella, contemplando a su hija, tomándola en brazos por primera vez, amándola. Amando a Colie.
Sin embargo, ese hombre amable, que le había dado su apellido, estaba siendo padre por primera vez. Era él quien vivía todas las experiencias que pertenecían a un hombre rencoroso que había echado de su vida a una mujer que lo amaba, y a su hija, a la primera de cambio.
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Colie. No había sido su intención llorar.
—Cómo duele —admitió, permitiendo que el pobre Darby pensara que era un dolor físico, no emocional el que había provocado esas ardientes lágrimas.
—Les avisaré —susurró él—. Todo está bien. Todo va bien.
Pero no era verdad. No estaba bien, y jamás lo estaría.
Colie durmió y, cuando abrió los ojos, aturdida por los analgésicos, su padre se inclinaba sobre ella y en sus ojos había lágrimas.
—Es preciosa —susurró el reverendo—. Colie, es idéntica a ti cuando naciste —añadió con un nudo en la garganta.
—Íbamos a tener un parto natural —ella sonrió débilmente—. Darby y yo acudimos a clases.
—Nunca se puede prever lo que va a suceder —aseguró su padre—. Hay que confiar en que el Señor sabe lo que hace, aunque nosotros no lo sepamos —rio—. Tu pastor está aquí también.
—¿El reverendo Blair?
—Ha venido a verte —su padre asintió—, pero todos estuvimos de acuerdo en que sería mejor que yo entrara primero —añadió con un toque de humor—. Estábamos preocupados.
—Estaré bien —le aseguró Colie—. Tengo mucho sueño. Quiero verla.
—Pronto —le prometió él.
Y de nuevo se le cerraron los ojos.
—Es realmente hermosa —Colie se sintió embargada de emoción cuando le pusieron al diminuto bebé en sus brazos—. ¡Es perfecta! —le tocó los deditos de las manos y los pies, la diminuta naricilla, el mechón de cabellos rojizos sobre la cabecita—. Papá, creo que va a ser pelirroja —soltó una carcajada.
El reverendo la miró con expresión de preocupación, y ella supo por qué. En toda la familia no había ni un solo pelirrojo.
—Quizás algún antepasado —sugirió ella.
—Genes recesivos —intervino el reverendo Blair, el pastor metodista de Jacobsville, con una sonrisa—. De ahí vienen el pelo rojo y los ojos claros. El pelo y los ojos oscuros son dominantes.
—Qué hombre tan listo —observó el reverendo Thompson con una sonrisa.
—Hice un curso de biología cuando estuve en el Ejército —Jake Blair se encogió de hombros—, años antes de entrar en el seminario. Recuerdo la parte de genética.
—Genes recesivos —el padre de Colie se relajó un poco. Los dos recordaban que J.C. les había contado en una ocasión que su madre había sido pelirroja y con los ojos grises. Ni ella ni su padre se sentían cómodos pensando que el bebé pudiera parecerse a ella.
—Ahora vivo en Jacobsville, papá —le recordó ella a su padre cuando se quedaron unos minutos a solas—. Aunque J.C. la viera, jamás pensaría que es suya. Rod le dijo que otro hombre era el padre. Fue a esperarlo al aeropuerto para darle la noticia —aún sentía amargura por la traición de su hermano.
—Sigo sin entender por qué hizo algo así —la expresión del reverendo Thompson se volvió triste.
—Estoy segura de que tuvo sus motivos —respondió ella. No podía contarle a su padre a qué se dedicaba realmente Rod. No quería ponerlo en peligro. Al parecer, su hermano estaba más implicado en el tráfico de drogas de lo que había estado antes de que ella abandonara la ciudad. Su marcha le había convencido de que su hermana no iba a delatarlo. Colie esperaba al menos que así fuera, pues no soportaba la idea de que su hija estuviera en peligro.
El reverendo contempló al bebé en brazos de su madre. Colie había decidido llamarla Beth Louise, por su madre y, al igual que a su madre, la llamaban por el apodo de Ludie. La alimentaba con biberón porque se estaba recuperando muy lentamente de la cesárea y no podía amamantarla.
—Nunca te lo dije, pero J.C. llamó.
El corazón de Colie dio un brinco. Sintió rabia de que la noticia le resultara tan placentera y lo disimuló con todas sus fuerzas.
—¿En serio? —preguntó en un tono que intentaba ser indiferente.
—Sí, unas tres semanas después de que te marcharas —el reverendo suspiró y hundió las manos en los bolsillos—. No hablé con él, le colgué el teléfono —hizo una mueca—. Quizás no debería haberlo hecho, Colie. Tengo entendido que también fue a ver a Lucy. Intentaba encontrarte.
¿Al fin la había creído? ¿Lamentaba lo que le había dicho? ¿Había querido arreglar las cosas?
—Le pedí a Lucy que no le dijera adónde me iba —Colie se sintió endurecer por dentro—. Le hice prometérmelo —su amiga nunca le había mencionado que J.C. había hablado con ella, seguramente para ahorrarle más sufrimientos. Levantó la vista—. Ya te he hecho bastante daño.
—Nunca intenté verlo desde tu punto de vista —su padre la miró con expresión culpable—. Realmente estoy desfasado. Sigo viviendo en un mundo en el que la gente es moral, en el que ser honorable e íntegro significa algo. No soy capaz de cambiar…
—Jamás te pediría que lo hicieras —lo interrumpió ella—. J.C. se negó a creer que le había dicho la verdad. ¿Qué clase de relación habríamos tenido, papá? Cuando amas a alguien, cuando lo amas de veras, te crees lo que te cuenta. J.C. nunca confió en mí. No confía en nadie, y no perdona —volvió a contemplar al bebé—. No creo que quisiera reconciliarse conmigo —añadió con tristeza—. A lo mejor solo quería asegurarse de que estuviera bien —el pecho subía y bajaba, pero cualquier movimiento dolía—. No creo que pensara que Ludie fuera suya, ni que la quisiera. No es del tipo paternal, y había repetido hasta la saciedad que no quería tener hijos.
—Supongo.
—Pero Darby sí quería ser padre —añadió ella con una sonrisa—. Me acompañó a todas las clases de preparación al parto, a las citas con el obstetra, a todo —rio—. No se perdió ni una clase, ni siquiera cuando se encontraba fatal por la quimio. Estaba tan entusiasmado por Ludie como yo. Ha sido maravilloso tener a alguien que se preocupe tanto —levantó la mirada—. Amaba a su esposa, y la sigue llorando, pero el bebé le ha hecho feliz. Tengo suerte de tenerlo en mi vida, durante el tiempo que le quede.
—Es un buen hombre. Rezo por él cada noche, y por ti y por Ludie —añadió su padre con una sonrisa.
—¿Verdad que es una muñequita? —preguntó Colie casi sin aliento.
—Recuerdo cuando tú naciste —el reverendo rememoró el momento—. Tu madre y yo estábamos entusiasmados. Amábamos a Rod, pero queríamos una niña también. Yo quería un bebé que se pareciera a Louise —respiró hondo—. Y así es, querida. Te pareces mucho a ella.
—Yo también la echo de menos, papá —ella levantó la vista.
—No será más que una separación temporal —contestó él con filosofía—. Si pensamos en una vida después, entonces tenemos que creer que volveremos a ver a nuestros seres queridos. Por eso la religión resulta tan reconfortante.
—Supongo que sí —Colie acarició los rizos de su bebé y se preguntó si los cabellos de la madre de J.C. habían sido rizados como los de Ludie. Rápidamente borró el pensamiento de su mente—. Tengo que hacerle fotos para mandárselas a Lucy…
—Eso puedo hacerlo yo ahora mismo —el reverendo sacó su iPhone y empezó a hacer fotos sin dejar de sonreír.
Lucy estaba en el restaurante, enseñándoles las fotos a sus amigas. J.C. acababa de terminarse el filete con ensalada y se dirigía camino de la salida cuando oyó a la mujer hablar sobre el bebé de Colie.
Se detuvo junto a su silla, dubitativo, algo raro en él.
—¿Puedo? —preguntó muy serio.
Sorprendida, Lucy le acercó el teléfono en el que se veía a Colie con la pequeña Ludie en brazos. J.C. encajó la mandíbula. El bebé, incluso a tan temprana edad, era la viva imagen de su madre. En su vida había sentido un dolor emocional tan fuerte, ni siquiera de niño. Y supo, sin lugar a dudas, que el bebé era suyo. Rod había mentido. ¿Por qué le había mentido?
—Es muy guapa —observó casi sin aliento—. ¿Qué nombre le ha puesto Colie?
—Beth Louise —respondió Lucy—. Pero Darby y ella van a llamarla Ludie. Era el apodo de la madre de Colie.
J.C. se limitó a asentir y, tras echarle otro vistazo a la foto, le devolvió el móvil a Lucy con una sonrisa que no pasó de ser una contracción de sus labios apretados. Se volvió y salió del restaurante. La gente iba a hablar, y no debería importarle. Colie se había casado con otro…
El bebé era hermoso, de rizos rojizos y dorados, y ojos claros. Tenía algo de Colie en la forma de la boquita. Sus deditos eran largos, como habían sido los de su madre, que solía tocar el piano.
Sintiendo un gran sufrimiento, entró en el SUV. Si hubiera buscado la confirmación de que el bebé era suyo, ya la tenía. Pero llegaba meses tarde. Muy, muy tarde.
Colie fue dada de alta del hospital a la semana siguiente. El bebé le producía tal felicidad que le hacía olvidar el dolor de los puntos y la incisión. Aun así Darby insistió en contratar a una enfermera.
También sería en su propio beneficio, le explicó a Colie. Había vuelto a las sesiones de quimio y estaba peor. Cada dos días necesitaba una transfusión de plaquetas para mantener el cáncer a raya, pero su estado empeoraba. Estaba delgado y pálido y, aunque intentaba ocultarlo, ya no estaba lo bastante bien como para acudir a la oficina.
Una mañana desapareció. El hospital telefoneó para preguntar dónde estaba, pues se había saltado la cita para la transfusión. Colie no lo sabía y estuvo preocupada hasta que regresó.
Estaba muy callado y serio. Entró en el dormitorio y se tomó su tiempo contemplando al bebé, que dormía en la cama junto a la de Colie, antes de detenerse a su lado.
—He tomado una decisión —anunció con voz suave—. No te va a gustar.
Ella lo miró, expectante y triste.
—Voy a dejar las transfusiones —levantó una mano en el aire—. Colie, existe la cantidad de vida y existe la calidad de vida. Y no son compatibles. Me encuentro mal todo el tiempo, me duele todo el tiempo. Ya no puedo trabajar. Tú y el bebé hacéis que la vida que me queda resulte soportable, pero el cáncer está avanzando. Sin duda te habrás dado cuenta de que no me queda mucho más. Esto no hace más que prolongar lo inevitable, haciendo que el proceso resulte más duro.
Colie respiró hondo con dificultad. Había llegado a tomarle cariño a su esposo.
—No voy a fingir que estoy de acuerdo contigo —contestó—. Están continuamente sacando nuevos métodos y tratamientos…
—Pero ninguno llegará a tiempo para mí. No te dije nada, pero ayer hablé con el oncólogo —Darby se sentó en el borde de la cama—. Como mucho puede que tres meses, Colie. Eso fue lo que dijo.
Colie había vivido día a día, sin pensar en lo inevitable que era realmente la situación.
—¿Tres meses? —sus ojos se llenaron de lágrimas.
—He disfrutado del tiempo contigo —él asintió y le apartó el cabello revuelto de la cara—. Y con la llegada del bebé —sonrió con tristeza—. Mary y yo queríamos tanto tener hijos. Esperar la llegada de Ludie incluso hizo que el dolor fuera soportable. Pero está empeorando. Al final me tendrán que medicar tanto que ni siquiera seré consciente de lo que suceda a mi alrededor.
Ella dio un respingo.
—He sido bendecido al tenerte a ti en mi vida, Colie —continuó Darby—. Pero todo llega a su fin.
—Gracias —Colie posó una mano sobre la de su esposo—, por hacer soportable mi vida. Por darle un apellido a mi bebé.
—Ha sido una felicidad constante —él sonrió—. Pero ha llegado el momento de dejarlo estar.
—Estaré contigo cada segundo —Colie no se molestó en reprimir las lágrimas—. Hasta el final.
—Lo sé.
Cuando Ludie cumplió dos meses, necesitó atención hospitalaria a domicilio. Cada vez estaba más débil. Por lo menos, pensó Colie, tenía dinero de sobra para cubrir sus necesidades. El pago de la factura del hospital, y la de los médicos, produciría un enorme boquete en los ahorros de Darby, pero a ella le daba igual. Siempre había trabajado para ganarse la vida y le daba igual que no le quedara un céntimo después mientras que Darby tuviera todo lo necesario para ayudarlo.
Una repentina llamada le disgustó aún más. Su padre había ingresado de urgencias en el hospital para ser operado. Estaba muy grave.
Si Ty y Annie Mosby no hubieran estado en una exhibición canina, les habría pedido ayuda. De modo que Colie telefoneó a Catelow, a su amiga Sari Grayling Fiore, que era hermana de la esposa de Ren Colter, Merrie, y le suplicó por un asiento en el jet privado de los Grayling para acudir junto a su padre con el bebé.
—Podría tomar un vuelo comercial, pero Darby no puede acompañarme, está muy grave.
—No lo pienses siquiera —la interrumpió Sari—. Tendrás el avión y al piloto esperándote en el aeropuerto. ¿Cómo está de mal?
—No lo sé —contestó Colie angustiada—. Dijeron que se le había perforado el apéndice. No sé qué significa eso, pero ¡suena horrible!
Sari sí lo sabía, pero no dijo nada.
—Tú ven aquí lo antes que puedas. Avisaré para que haya un coche esperándote en el aeropuerto de Catelow para llevarte directamente al hospital.
—Qué buena eres —Colie se derrumbó.
—Tú sí que eres buena —fue la dulce respuesta—. Todos te queremos, Colie. Siento lo de Darby. Hemos oído que está empeorando.
—Muy deprisa —fue la llorosa respuesta—. Odio tener que dejarlo aquí, aunque sea solo un día, pero tengo que ver a papá. No encontramos a Rod —añadió con frialdad.
—¿Tu hermano?
—Mi hermano.
—Puede que aparezca —señaló Sari.
—En cualquier caso, yo sí estaré. Muchísimas gracias. ¡Te lo debo!
—No me debes nada. Consigue un taxi para que te lleve al aeropuerto. Morales tiene uno que funciona las veinticuatro horas.
—Lo sé. Voy a llamar ahora mismo. ¡Y gracias!
—No hay de qué.
Colie telefoneó a Jack Morales, un antiguo policía de San Antonio que había decidido que un servicio de taxis, que funcionaba las veinticuatro horas del día, en Jacobsville era menos estresante que su antigua profesión.
—Odio tener que despertarte a las dos de la madrugada —comenzó Colie.
—Para eso estoy aquí —el hombre rio—. Estaré allí en cinco minutos.
—Gracias.
Besó a Darby y le explicó adónde iba. Su esposo estaba aturdido por los medicamentos, pero le apretó la mano.
—Ten cuidado. Saluda a tu padre de mi parte y dile que le deseo lo mejor.
—Volveré en cuanto pueda, te lo prometo.
—Lo sé, mi dulce niña.
Colie luchó contra las lágrimas mientras preparaba a Ludie y su bolsa de pañales, la pequeña bolsa de viaje, hablaba con la enfermera y salía por la puerta.
A esa hora tan temprana, el hospital de Catelow estaba muy tranquilo. Colie se sentó con Ludie en la sala de espera mientras el cirujano operaba a su padre.
Llevaba unos pocos minutos cuando el médico apareció, sonriente.
—Hemos llegado a tiempo —anunció mientras sonreía al bebé—. Se pondrá bien.
—¡Gracias a Dios! —las lágrimas rodaban por las mejillas de Colie—. ¡Tenía tanto miedo!
—Pero él no, y esa fue la causa de sus problemas —el cirujano rio—. Sufría terribles dolores de estómago, pero de repente se detuvieron. Intentó anular la ambulancia que había llamado, pero cuando les explicó que se encontraba mucho mejor, lo subieron a bordo y vinieron a toda prisa. Casi no llegan a tiempo —el médico se inclinó hacia delante—. Tenía el apéndice destrozado.
—¿En serio?
—La ausencia de dolor significaba que se le había perforado —él asintió y sacudió la cabeza—. Tuve un paciente que murió porque pensó que estaba mejor y no llamó a la ambulancia a tiempo. Fue una dolorosa lección sobre el apéndice y su mal funcionamiento.
—Supongo. ¿Entonces papá se pondrá bien?
—Sí, así es —el doctor sonrió—. En cuanto salga de reanimación la llevaré a verlo —miró al bebé—. ¿Niño o niña?
—Niña —contestó ella—. Hoy cumple dos meses.
—Bonito pelo.
—Eso opino yo también —Colie titubeó—. ¿Me dejarán pasar con el bebé?
—Uno de los voluntarios del hospital la cuidará por usted —le prometió él—. No se preocupe.
Colie se reunió con su padre mientras una enfermera jubilada, voluntaria en el hospital, se quedaba en la sala de espera con el bebé.
—Menudo susto me has dado —reprendió al reverendo Thompson cuando abrió los ojos y miró adormilado a su hija.
—Lo siento —él consiguió reír—. Al parecer no sé tanto sobre apendicitis como creía.
—Menos mal que los paramédicos sí —señaló ella.
—¿Has traído a Ludie?
—Sí. Está en la sala de espera, al cuidado de una enfermera. Tuve que dejar a Darby en casa. Está mal. Muy mal. Tenemos cuidado hospitalario a domicilio.
—Tu vida es una continua tragedia, querida. Esperaba que fueras algo más feliz.
—Hacemos cosas y luego tenemos que pagar por haberlas hecho —Colie se inclinó y besó a su padre en la frente—. Así es la vida.
—Supongo. Pero Dios nos ama, hagamos lo que hagamos.
—Eso puedo asegurarlo —ella rio.
—No podrás quedarte mucho tiempo —supuso su padre.
—Hasta que vuelvas a casa del hospital y encuentre una enfermera para que te cuide —Colie asintió—. Luego tengo que volver a casa. Hay una enfermera permanentemente con Darby.
—Sé lo que te habrá costado dejarlo. Podrías marcharte ya…
—En cuanto regreses a casa —insistió ella.
—No necesito una enfermera. No es más que el apéndice. Le pregunté al médico.
Colie intentó discutir, pero la expresión de su padre indicaba que no serviría de nada.
—De acuerdo entonces —claudicó con una sonrisa.
—Rod no ha venido a casa en toda la semana —el reverendo suspiró—. Llamó para decir que su amigo y él tenían un negocio en Denver. Un gran negocio. No dijo de qué, y no estoy seguro de que siga trabajando en la ferretería.
—Seguramente tiene otras cosas en mente —fue lo único que Colie estuvo dispuesta a revelar—. Quizás haya encontrado una nueva profesión —añadió mientras intentaba evitar que se notara el desprecio en su voz.
—Supongo.
—Ahora me voy a casa, pero volveré más tarde. Tengo que darle de comer a Ludie.
—Está bien.
El reverendo cerró los ojos y se durmió.
La casa estaba tal y como la recordaba, aunque más polvorienta. Colie abrió la cuna portátil y metió en la nevera los biberones de leche y el alimento para bebé que había llevado. Si iba a quedarse hasta que le dieran el alta a su padre, seguramente un par de días en opinión del cirujano, iba a tener que hacer compra.
Telefoneó a Lucy que, siendo sábado por la tarde, no trabajaba, y le pidió que cuidara de Ludie mientras ella volvía a ver a su padre. Lucy apareció entusiasmada por ver al bebé.
—¡Cielos, es una auténtica muñequita! —exclamó—. ¡Mira qué pelo!
Colie hizo una mueca.
—Supongo que habrá algún pelirrojo en tu árbol genealógico, ¿eh? —continuó Lucy, sin darse cuenta de la incomodidad de su amiga.
—En alguna parte lo habrá —contestó Colie—. No tardaré.
—Tranquila. Ludie y yo estaremos estupendamente bien juntas.
—Gracias, Lucy.
—Para eso están las amigas. Si alguna vez me quedo embarazada, y espero que así sea algún día, podrás hacer lo mismo por mí cuando vengas a visitar a tu padre —sugirió Lucy con una sonrisa.
—Cuenta con ello —le prometió Colie, devolviéndole la sonrisa.
—Merrie dice que su hermana, Sari Fiore, envió el jet familiar para traer a Colie —observó Ren mientras tomaba café con su jefe de seguridad a media mañana.
La mano de J.C. que sujetaba la taza sufrió un pequeño espasmo. Por lo demás, no dio señal alguna de que la noticia lo afectara.
—¿En serio? ¿Y eso?
—Su padre fue operado de urgencia de apendicitis —le explicó Ren levantando la vista—. El marido de Colie está en fase terminal del cáncer. Tienen ayuda hospitalaria a domicilio.
—Eso debe de ser duro —J.C. hizo una mueca.
—Mi madre fue tratada de cáncer —rememoró Ren—. Todavía no he olvidado lo duro que fue para ella. Y para los demás. Pero su pronóstico era mejor. Se recuperó y el cáncer no se ha reproducido.
J.C. asintió y bajó la mirada a su taza.
—¿Ha traído al bebé con ella?
—Sí.
No quería admitir, no podía admitir, lo desesperadamente que deseaba ver a ese bebé. Obligó a su mente a pensar en otra cosa y Ren le ayudó al no facilitarle más información.
Más tarde ese mismo día, J.C. tuvo que ir a la tienda a comprar un paquete de pan para Delsey, la cocinera del rancho de Ren.
Y allí estaba Colie, en medio del pasillo, con el bebé en brazos, mirando paquetes de galletas saladas.
J.C. se detuvo y esperó a que ella lo viera. Cuando lo hizo, el cuerpo de Colie, entero, pareció dar un brinco. Pero J.C. estaba tan consumido por la culpa que no percibió la involuntaria felicidad que sintió ella al verlo.
Se acercó un poco más, receloso de las personas que pudiera haber alrededor. Pero era media tarde y casi todo el mundo estaba trabajando, por lo que no había mucha gente comprando en la pequeña tienda.
—¿Cómo está tu padre? —preguntó.
—Mucho mejor —ella tragó nerviosamente—. Volverá a casa pasado mañana.
—¿Qué le pasó?
—Apendicitis —contestó Colie—. Se le perforó el apéndice. No se dio cuenta hasta que casi fue demasiado tarde.
Él asintió sin apartar la mirada del bebé. Apenas podía apartarla de ella. Los cabellos dorados rojizos como los de su madre. Y cuando abrió sus ojitos y lo miró, incluso a su edad, se notaba que iban a ser grises, como los de él. Como los de su madre. Su rostro se contrajo.
—Solo puedo quedarme hasta mañana —continuó ella en un tono ronco que no pudo controlar—. Darby está muy mal. Tenemos ayuda hospitalaria en casa, pero tengo que estar allí —hizo una pausa—. Ha sido muy bueno conmigo.
J.C. respiraba entrecortadamente, intentando controlar sus emociones. Hundió las manos en los bolsillos.
—Bueno, al contrario que yo —observó secamente.
Colie desvió la mirada hacia las estanterías y eligió una caja de galletitas saladas, las preferidas de su padre. Lo siguiente sería un poco de queso, cuando llegara a la sección de refrigerados. Su padre adoraba sus tentempiés de medianoche. En realidad la había enviado a hacer la compra.
—¿Has visto a Rod? —preguntó ella, por decir algo.
—Si lo hubiera visto, seguramente habría salido en el periódico local, en la sección de crímenes —él rechinó los dientes.
Colie lo miró sorprendida y buscó sus ojos con la mirada. Pero tuvo que apartarla de él, pues el contacto resultaba desgarrador.
—¿Has tenido noticias de él? —preguntó J.C.
—No. Papá dice que no ha ido a casa desde hace más de una semana. Dice que él y su amigo tienen un gran negocio en Denver —añadió con amargura.
—Está metido en algo —aseguró J.C.—. No sé en qué, pero la gente habla.
Colie metió las galletitas en el carro de la compra. La niña estaba instalada en el portabebés, pero Ludie se había puesto tan pesada que la había tomado un rato en brazos.
—Tú sabes algo sobre Rod —supuso él con tal certeza que ella levantó la cabeza bruscamente. Tenía la culpabilidad escrita por toda la cara—. ¿Qué sabes?
—No puedo decírtelo —contestó ella bajando la mirada—. Tenía pensado hacerlo…
—Le dijiste a Rod que me lo ibas a contar —volvió a adivinar él—. Y por eso urdió un plan infalible para alejarte de mí.
El horror se reflejó claramente en la mirada de Colie.
Él asintió lentamente, el rostro endurecido.
—Al final lo deduje todo, aunque no a tiempo para que nos sirviera a ninguno de los dos —J.C. respiró hondo—. Debería haberte hablado de mi infancia, Colie… de las experiencias que me enseñaron a no fiarme nunca de nadie.
Colie no respondió. J.C. tenía secretos. Había vivido con él varias semanas, y no había llegado a conocerlo realmente.
—Y deberías haberme contado que eras virgen —él entornó los ojos y observó el rostro de Colie enrojecer. La sangre de aquella primera vez, que él había tomado por la menstruación, su desagrado por el sexo, al final lo había comprendido todo—. Por el amor de Dios —espetó—. Podría haber consultado algún libro o algo. Podría haber averiguado qué hacer —se detuvo, avergonzado.
Ella se había preguntado si alguna vez lo descubriría. Y lo había hecho. Allí, en una tienda de Catelow, un día cualquiera, se estaban haciendo muchas revelaciones. Y ya no importaba. Ya nada afectaba en lo más mínimo a su vida.
—Maldita sea, Colie —J.C. suspiró—. Las únicas mujeres con las que había estado tenían experiencia, y les gustaba duro —evitó su mirada—. Nos comportamos según nos han enseñado.
Ella recordó aquella chica de alterne de la que había estado enamorado hacía años, y supuso que a una mujer como esa seguramente no le gustaría el sexo siquiera, aunque fingiera que sí por el dinero. Las cosas empezaban a tener sentido para ella.
—Todo eso ya es agua pasada —contestó con calma—. Estoy casada, J.C.
Él giró ligeramente la cabeza, aunque encajó la mandíbula. Era incapaz de mirarla.
—Me alegro que fuera bueno contigo.
—Él y su primera esposa no pudieron tener hijos —le explicó ella—. Estaba entusiasmado con Ludie. Estuvo conmigo todo el tiempo, hasta la cesárea…
—¿Cesárea? —exclamó él.
—Algo fue mal. No saben exactamente qué —contestó Colie—. Durante unas semanas fue duro, pero me estoy recuperando. Darby contrató a una enfermera permanente para que cuidara de Ludie mientras yo me recuperaba. Y sigue allí, porque Darby no puede quedarse solo —las lágrimas amenazaban con asomar—. No es habitual encontrar personas como él en este mundo. No pide nada. Se limita a dar.
—Todo lo contrario que yo —contestó él secamente—. Yo nunca di nada. Igual que mi padre, dondequiera que esté.
—Tú no perdonas, J.C. —Colie estudió el duro rostro—. Fue una de las primeras cosas que aprendí de ti —sonrió con tristeza—. No quisiste perdonarme.
—No lo sabía —se defendió él con voz ronca.
—Rod no ha dicho la verdad jamás en su vida —ella lo miró—, y yo jamás he dicho una mentira. Pero llegado el momento, fue a él a quien creíste.
—Porque me daba… —J.C. se detuvo. Quería decir «miedo», pero eso sería debilidad. Y en su vida había aprendido a no mostrar debilidad ante nadie—. Porque no quería una familia —se corrigió.
—Pues has tenido suerte —contestó Colie—. Tu deseo se ha cumplido.
J.C. miró al bebé, que lo estaba mirando a él. Había algo de inquietante en esa especie de reconocimiento que vio en sus ojos grises. Como si el bebé lo conociera. J.C. se dio una sacudida mental. Empezaba a sufrir delirios.
—Es muy bonita —observó.
—Es muy buena. Casi nunca llora, y cuando lo hace, es porque tiene hambre o necesita que la cambien.
—Siempre quisiste tener hijos.
—Y tú nunca —ella asintió y sonrió con tristeza—. Nunca habría funcionado. Además, mi pobre padre ya había sufrido bastante vergüenza por mi comportamiento. Espero que las habladurías se hayan acallado desde que me marché. Sobre todo después de que me casara.
—Todo el mundo cree que el bebé es de tu marido —le aseguró él con más amargura de la que fue consciente.
—Y lo es —contestó ella sin mirarlo.
J.C. recibió las palabras como un golpe bajo, hasta que comprendió que no lo decía en serio. Colie se comportaba como un fugitivo, negándose a mirarlo mientras mentía.
No podía admitir lo que había deducido. No quería hacerle sentir más incómoda de lo que ya se sentía.
—Vi el anuncio de la boda en el periódico —le contó—. Lucy tenía fotos del bebé al poco de nacer. Yo estaba en la cafetería. Me las enseñó…
Colie levantó la vista y había tanto dolor en sus ojos que él se interrumpió y se limitó a mirarla fijamente.
—La fastidié —admitió él casi sin aliento mientras su mirada volvía a posarse en el bebé que sostenía ella en brazos.
—Eso ya no importa —le aseguró Colie con calma—. Darby siempre dice que ayer es un recuerdo y mañana una esperanza, que lo único que tenemos realmente es hoy —sonrió—. Y tiene razón.
J.C. se dio cuenta de que un hombre mayor, que empujaba un carrito, se acercaba por el pasillo.
—Tengo que irme —anunció mientras tomaba el paquete de pan que le habían encargado—. Delsey se quedó sin pan y me envió a comprar un paquete para hacer sándwiches.
—Sari envió el avión privado de los Grayling a recogerme y traerme hasta aquí —le contó ella—. Habría sido complicado para mí venir sola con el bebé y todas sus cosas. La bolsa de los pañales, biberones, leche —añadió con una risa.
—¿No le das el pecho? —preguntó él en voz baja antes de que su expresión se endureciera—. Claro que no, con una cesárea no.
—¿Cómo sabes tú todo eso? —Colie sintió curiosidad.
—A Merrie le hicieron una —contestó él—. Ren casi se vuelve loco. Tuve que esconder todas las botellas de whisky.
—Darby dijo que nunca había sentido tantas ganas de beber —ella sonrió—. Y eso que no tolera el alcohol.
J.C. odiaba oír mencionar a su marido. Odiaba a todo el mundo. Allí estaba Colie, el color y la luz de su vida, con el bebé de ambos en sus brazos, y él era un extraño, un espectador. Era todo lo que podía ser por el momento.
—La vida no viene con un botón de reinicio —observó pesaroso—. Que Dios me ayude, daría lo que fuera por que viniera con uno —añadió sin apartar la mirada de los ojos de Ludie.
Colie, consciente de que se acercaba el hombre mayor con el carrito, sonrió.
—Dile a Sari que le agradezco todo lo que ha hecho —le pidió a J.C.—. Y que me voy a casa mañana por la mañana temprano, si le parece bien. Su piloto me llevará de vuelta en el jet.
—Se lo diré —él asintió y dio un paso atrás—. Que seas feliz, Colie —añadió en un susurro mientras obligaba a sus ojos a apartarse de ella—. Dile a tu padre que deseo que se ponga bien.
—Lo haré. Adiós, J.C. —se despidió ella con más emoción de la que fue consciente.
J.C. no podía mirarlas. Se sentía demasiado desgarrado, asqueado por su propio comportamiento, que le había privado de la familia de la que disfrutaba Darby Howland.
—Adiós, Colie —contestó él en lo que esperaba fuera simplemente un tono amable. Asintió educadamente hacia el hombre mayor, que le devolvió el saludo y sonrió. Y salió de la tienda, con la sensación de ir arrastrando el corazón por el suelo tras él.
Colie lo vio marchar hasta que cruzó la puerta. Ni una sola vez se volvió y ella sonrió con tristeza. Nada había cambiado. Nada en absoluto.