Capítulo 13

 

 

 

 

 

Colie lloró en brazos de Lucy. Su amiga la acunó mientras le susurraba palabras de consuelo.

—Lo siento mucho, Colie —dijo con dulzura—. Lo siento mucho. Sé cuánto querías a tu padre.

—Casi nunca estaba enfermo. Sufrió una apendicectomía, pero aparte de eso… —Colie reprimió un sollozo y se apartó de su amiga para secarse los ojos—. No me puedo creer que J.C. y él jugaran al ajedrez todas las semanas.

—Estaban muy unidos —señaló Lucy para sorpresa de Colie—. J.C. cuidaba de tu padre, estaba siempre cerca cuando lo necesitaba. El reverendo le mandaba repartir alimentos donados para las familias pobres. Decía que el voluntariado era natural en J.C.

—La de cosas que no sabemos —contestó Colie con tristeza antes de ir a echar un vistazo a su antiguo dormitorio, donde Ludie dormía la siesta. Enseguida regresó al salón—. Está agotada. Me anunció que mi padre estaba enfermo —añadió—. Antes de que llegásemos al aeropuerto, antes de que J.C. me diera la noticia, ella ya me dijo que mi padre se había ido.

—Un don realmente impresionante —observó Lucy enarcando las cejas—. ¿J.C. se reunió contigo en el aeropuerto?

—Sí, y había instalado una sillita de coche para Ludie en la parte trasera de su SUV —ella sonrió y sacudió la cabeza—. El antiguo J.C. jamás habría hecho algo así.

—O a lo mejor sí, pero tú no lo sabías.

—Es posible.

—Tu padre dijo que J.C. se lo pasaba en grande viendo los vídeos que tú le mandabas de Ludie —ante la expresión de Colie, se mordió el labio inferior—. Uy, lo siento, se me escapó.

—No pasa nada. Sé que J.C. sospecha la verdad, pero yo nunca lo he admitido. A no ser que papá se lo contara…

—De haberlo hecho, nos habríamos enterado todos —Lucy hizo una mueca—. ¡Cuánto lo siento!

—No tenía ni idea de que mi padre y él estuvieran tan unidos.

—Qué redes más complicadas tejemos —señaló Lucy.

—Desde luego.

—¿Vendrá tu hermano para el entierro?

—Sí. Pero no se va a quedar aquí —anunció Colie secamente—. No le permitiré entrar en casa. Si aparece con su amigo, lo único que querrá saber es cuánto hay para él en el testamento y si voy a mantener la boca cerrada.

—Por eso te mudaste —su amiga hizo una mueca.

—Sí. Ni siquiera podía contárselo a mi padre. Tenía miedo de que le dijera a Rod y a su amigo algo que le causaran problemas. Me moría de preocupación. Yo quería estar aquí, pero había demasiados motivos para no poder volver a casa.

—Y J.C. era el principal motivo.

Colie asintió mientras se dirigían a la cocina para preparar café.

—No quería que papá tuviera que soportar más cotilleos maliciosos. Ya le había causado suficiente sufrimiento —las lágrimas regresaron amenazantes—. Si pudiera volver atrás y volver a vivir esa parte de mi vida…

—Si lo hicieras, no tendrías a Ludie —fue la respuesta de su amiga.

—No —Colie se volvió hacia Lucy con los ojos rojos y llenos de lágrimas—. Supongo que no.

—No pensarás que tu hermano sería realmente capaz de hacerte daño, ¿verdad?

Colie titubeó mientras se volvía hacia la cafetera y sacaba un filtro de papel blanco de una caja.

—No lo sé —contestó tras llenar la cafetera y ponerla en marcha—. Realmente no lo sé. El hermano mayor al que tanto quería no tenía nada que ver con el que regresó del Ejército. Se ha convertido en otra persona, no sé, en alguien a quien preferiría no conocer.

—Es lo que provocan las drogas.

—Qué desperdicio —observó Colie mientras se sentaba a la mesa de la cocina. En el salón estaría viendo el tablero de ajedrez en el que J.C. y su padre disputaban las partidas. Posó de nuevo la mirada en su amiga—. Era un buen hombre, aunque débil. Haría lo que fuera que le pidieran, sin importar que fuera bueno o malo. Era un seguidor.

—Esos suelen terminar mal —contestó Lucy—. Las dos hemos visto los resultados de esa clase de personalidad en clientes que vienen al despacho de abogados.

—Sí. Pero es muy triste.

—Espero que mi hijo tenga las agallas para ponerse del lado correcto y no necesariamente de lo que quieran los demás —Lucy suspiró—. Solo tiene un año, pero vamos a hacer todo lo posible con él.

—Lo mismo digo con Ludie —Colie asintió y sonrió—. Verás… —se interrumpió al oír abrirse de repente la puerta delantera.

Su hermano, Rodney, apareció junto a su adulador amigo, Barry, de Jackson Hole.

—Hermanita —Rodney titubeó al ver a Lucy sentada a la mesa con su hermana—. ¡Cuánto lo siento!

Colie se levantó. Ya no era la tímida e indefensa chiquilla que él conocía. Tomó el móvil y se lo mostró a su hermano.

—Puedes marcharte por las buenas o esperar a que Cody Banks te acompañe hasta la puerta.

—Esta también es su casa ahora —intervino con altivez el narcotraficante, que llevaba puesto un traje que valía más de lo que Colie ganaría en dos años.

—No hasta que el testamento sea validado. Estarás al corriente de las leyes, supongo… —añadió ella con frialdad sin recular ni un paso.

El hombre la fulminó con la mirada. Por supuesto que era conocedor de la ley. Llevaba casi toda su vida huyendo de ella.

—Hermanita —Rod se sonrojó y miró de uno a otra—, no tengo ningún otro sitio en el que quedarme —comenzó en tono quejumbroso.

—Empeña tu nuevo Jaguar y reserva una habitación en un motel —respondió ella.

—No es más que un modelo de demostración —protestó Rodney, sonrojándose aún más mientras hundía las manos en los bolsillos y miraba a su amigo con nerviosismo. Entre ellos se cruzaron una especie de señal—. Escucha, tenemos que hablar.

—Ahora no —contestó Colie cortante—. Tengo que organizar un funeral, y mi hija está durmiendo.

—¡Oh! ¿Has traído a la niña? —su hermano pareció desconcertado y volvió a mirar nerviosamente a su compañero—. Pensé que se quedaría con tu marido en Texas…

—Mi marido está muerto.

—¡Oh! —Rodney se removió inquieto—. Entiendo. Lo siento.

—Tenía cáncer, Rod. Estaba preparado para marcharse.

—Supongo que has vivido tiempos duros —él hizo una mueca.

—Tiempos duros —ella soltó un bufido y lo miró furiosa—. ¡Como si tú supieras qué es vivir tiempos duros, Rodney Thompson!

Su hermano evitó su mirada.

—Vámonos —sugirió el amigo de Rodney mientras fulminaba a las mujeres con la mirada—. Podemos volver más tarde para hablar con tu hermana. Cuando esté sola —añadió en un tono levemente amenazador.

—J.C. sabe que estoy aquí —le informó a su hermano, muy pendiente de su reacción—. De hecho, vino a buscarme al aeropuerto. Una situación muy distinta en esta ocasión, ya que no estabas tú para llenar su cabeza de mentiras —añadió.

—No te pongas tan chulita —espetó el amigo—. J.C. Calhoun no supone ninguna amenaza, a pesar de lo que tú puedas creer.

—Pero Cody Banks sí lo será —contestó ella—. Y te aseguro que será informado en cuanto salgáis por esa puerta— señaló al móvil.

—Hermanita… —comenzó Rodney con evidente preocupación.

Pero su amigo lo agarró del brazo y lo arrastró hasta la calle, cerrando la puerta de un portazo.

—Llama a Cody ahora mismo —le aconsejó Lucy a su mejor amiga—. Ese hombre te ha amenazado.

—Ya lo creo.

Colie llamó al sheriff y le contó lo que acababa de suceder.

—Si pudiera enviarte a uno de mis hombres, lo haría —contestó el sheriff—. Llama si me necesitas. En el despacho sabrán localizarme donde quiera que esté. ¿Sabe J.C. que Rodney ha vuelto?

—Todavía no —contestó ella.

—Lo llamaré yo —propuso Cody—. Tu padre y él estaban muy unidos. Nos ayudará a vigilar la situación.

—No… no se lo digas —Colie sintió una punzada de preocupación—. Lo llamaré yo y se lo contaré. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —el sheriff rio por lo bajo y titubeó antes de continuar—. Dicen que tu marido tenía cáncer.

—Mieloma múltiple —le informó ella—. Difícil de detectar —titubeó un instante—. J.C. jugaba al ajedrez con papá todas las semanas —añadió mientras reía—. ¡Menuda sorpresa!

—La gente cambia, Colie —aseguró Cody con delicadeza—. Puede que no lo creas posible, pero mi trabajo consiste en aplicar de la ley. Todos los días veo esos cambios, y en personas a las que todo el mundo había dado por perdidas.

—Supongo que tú lo sabes mejor que nadie —ella sonrió.

—Desde luego. Siento lo de tu marido, pero la vida sigue. Cuando mi esposa murió yo creía que moriría también. Pero he seguido adelante, sigo resistiendo. Con el tiempo se vuelve más fácil, y tienes una preciosa niña a través de la cual podrás recordarlo.

—La tengo —fue casi una pregunta—. Él estaba muy orgulloso de Ludie.

—Ludie —repitió el sheriff con dulzura—. La has llamado así por tu madre, ¿verdad? Se llamaba Louise, pero todo el mundo la llamaba Ludie.

—Así es. Echo de menos a mi madre, pero en cierto modo resulta reconfortante saber que papá estará ya con ella —Colie se ahogaba de emoción—. No es fácil hablar de ello.

—Descansa un poco —contestó él—. Y llama si me necesitas. Y cuéntaselo a J.C., ¿de acuerdo?

—De acuerdo, sheriff. Y gracias.

—Iba a contárselo a J.C. —Colie colgó y se volvió hacia Lucy—, pero ya oíste a ese hombre. Si se lo cuento, si le implico en esto y ellos se enteran, podrían matarlo.

—Cielo, tú también podrías acabar muerta —señaló Lucy—. J.C. entrena a policías. Por el amor de Dios, era policía. Está acostumbrado a tratar con gente violenta. Aquí tienes un problema importante, ¡no puedes manejarlo tú sola!

Aun así Colie dudó. Sin duda su propio hermano no le haría daño, ni permitiría que ese hombre lo hiciera tampoco.

—Estás pensando que Rod no te hará daño —Lucy interpretó correctamente la expresión de su amiga gracias a los años de amistad—. Pero su amigo sí lo hará. Y Rod no es lo bastante fuerte, se rendirá a la primera señal de problemas. Nunca supiste lo que le sucedió en ultramar, ¿verdad? —añadió repentinamente.

—¿Qué? ¿A Rod? —preguntó Colie.

—Sí, a Rod —Lucy masculló entre dientes—. Nadie tuvo el valor de contárselo a tu padre, o a ti, por si tú se lo contabas. El escuadrón de Rod se enfrentó a un grupo insurgente. Él soltó el rifle y salió corriendo a esconderse. Dos miembros de su escuadrón resultaron muertos. A Rod se le permitió licenciarse con deshonor antes de que concluyera su misión, en lugar de pasar por un consejo de guerra, gracias a que su comandante en jefe conocía a tu padre y dio la cara por él.

—¡Por Dios santo! —exclamó Colie horrorizada—. ¡Nunca mencionó una palabra sobre ello!

—No me extraña —Lucy suspiró—. J.C. lo sabe, pero no apuñaló a Rod por la espalda, como hicieron otros ex militares. Él es comprensivo ante una falta. Pero, cuando Rod empezó a meterse en el tráfico de drogas, J.C. cortó por lo sano con él.

—Las sorpresas no paran de llegar —Colie se sentó pesadamente.

Lucy preparó más café y lo sirvió antes de sentarse también ella.

—Cierra bien todas las puertas y mantén el móvil siempre a mano. ¿Por qué no llamo yo a J.C. y le pido que venga a pasar la noche…?

—¿Y que empiecen otra vez las habladurías? —interrumpió Colie con una sonrisa cargada de tristeza—. Si se tratara solo de mí, quizás lo haría. Pero tengo una niña que sufrirá por culpa de mis indiscreciones. Además, hay que pensar en la parroquia de papá —luchó contra las lágrimas y tragó con dificultad los alfileres que se clavaban en su garganta—. Yo me ocuparé de todo. Si algo sucediera, puedo llamar al sheriff Banks. Rod no tiene la llave de la puerta. Si pudo entrar hace unos minutos fue solamente porque la puerta no estaba cerrada con llave.

—Echa también las cadenas. No me sorprendería que cualquiera de esos dos sepa forzar un cerrojo —le aconsejó Lucy.

—Rod quiere que todos piensen que ha venido por papá. Pero, en realidad, ha venido con su amigo porque mis jefes representan a un cliente cuyo amigo es un testigo protegido en un caso de distribución de drogas a gran escala, y que tiene conexiones con Jackson Hole —le explicó ella—. Si ese hombre testifica, los federales le sacarán el máximo provecho invocando los estatutos anticorrupción, y muchos grandes narcotraficantes, incluyendo seguramente al amigo de Rod, tendrán que correr hacia la frontera, sin un céntimo.

—¿Y eso cómo te afecta a ti?

Colie miró fijamente a Lucy. No podía admitir que había visto a Rod aceptar una maleta llena de drogas de manos de ese amigo que lo acompañaba, ni que el principal motivo por el que había tenido que marcharse de Catelow había sido el de proteger a su padre, demostrar que no iba a contarle a nadie lo que había visto. Había sido la única manera de mantener a su padre vivo, y protegerse ella misma y al bebé que llevaba dentro.

—No puedo contártelo —susurró—. No quiero situarte a ti también en el punto de mira. Solo te pido que me creas cuando te digo que el peligro es serio. Mañana llamaré a mis jefes en Texas y les pediré ayuda. Tienen a un investigador de primera y, si se lo pido, lo enviarán aquí. Es un antiguo Boina Verde.

—Pues hazlo. A primera hora de la mañana —sentenció su amiga.

—Gracias por ser mi amiga —Colie la abrazó.

—¿Recuerdas el viejo dicho? —Lucy sonrió contra el hombro de su amiga—. Cuando el camino se pone duro, los duros siguen el camino.

—Esa soy yo —Colie suspiró y se apartó—. Dura —sonrió.

 

 

Fue una larga noche. Ludie, que solía parlotear durante la hora del baño y de irse a la cama, se mantenía extrañamente silenciosa y sin parar de mirar a su madre con gesto preocupado. Era muy pequeña, pero muy sabia.

—Hombre malo —dijo la niña en el momento de irse a dormir—. Hombre malo, mami. Hace daño a la gente.

—A nosotros no nos hará daño. Tenemos ayuda —le aseguró Colie con una sonrisa y un dulce beso.

—Quiero a mi papá —insistió Ludie con los ojos grises anegados en lágrimas.

Colie hizo una mueca y se inclinó para apartar los pelirrojos rizos dorados de las mejillas empapadas en lágrimas.

—Ludie, tu papá está muerto —comenzó.

—Mi papá de verdad no —anunció la niña en un susurro—. Quiero a mi papá de verdad.

Colie solo podía mirarla, buscando algo qué decir.

—Vino con nosotras. Entró en casa conmigo en brazos.

Colie era muy consciente de que la sangre había abandonado sus mejillas. J.C…. la niña le estaba diciendo que J.C. era su papá. ¡No podía saberlo! Era imposible. Colie había sido muy cuidadosa de no mencionar a J.C. ni su pasado con él cuando la niña estaba presente. Su hija enseguida lo pillaba todo.

—Ludie —repitió ella, sin saber qué más decir.

—Él quería al abelo —añadió la niña, utilizando el apelativo que siempre utilizaba para llamar a su abuelo.

—Todos lo queríamos —le aseguró Colie.

—Mi papá de verdad hará que el hombre malo nos deje en paz —Ludie cerró los ojos—. Me gusta mi auténtico papá…

Su voz se fue apagando.

Colie permaneció sentada a su lado, los dedos de la mano rozando apenas la manta que la tapaba, sintiendo el peso del mundo entero sobre sus hombros.

 

 

A la mañana siguiente preparó el desayuno y dio de comer a Ludie, que seguía inusualmente silenciosa. En cuanto terminaran, limpiaría la cocina de su padre y llamaría al despacho de abogados en el que trabajaba para pedirles que enviaran al investigador.

Nunca llegó a hacer la llamada. Antes de poder recoger los platos del desayuno, oyó el sonido de una llave introducida en la cerradura de la puerta delantera. La cadena estaba puesta, pero un fuerte empujón con un hombro la rompió. Colie apenas tuvo tiempo de dar un respingo antes de que dos hombres la acorralaran, a ella y a Ludie, en la cocina…

 

 

La nieve caía sobre Skyhorn, el rancho de Ren Colter en Wyoming. J.C. Calhoun lo atravesaba en coche sin siquiera pestañear. Le recordaba sus días locos en el territorio Yukón, cuando era niño. No era originario de Wyoming, pero un antepasado suyo era de la cercana Montana. Sonrió al pensar en ese antepasado. Algún día iba a tener que hablarle a Colie de ese guerrero pies negros que cabalgó junto a Crazy Horse, un oglala, en la batalla de Rosebud, en Montana.

Ludie. Su niña. J.C. suspiró y se preguntó si alguna vez le contaría Colie la verdad. Tenía sospechas, pero no hechos. Esperaba que Lucy siguiera con ella y que Rod no hubiese aparecido con su amigo. Más tarde se acercaría para comprobar si estaban bien.

Vio un montículo blanco junto a la carretera del rancho, junto a la valla inclinada por un árbol caído. Seguramente el peso de la nieve y el hielo habían derribado el pino contorta. Detuvo la camioneta a un lado de la carretera y se bajó. La nieve empezó a salpicar sus oscuros y cortos cabellos negros. Odiaba los sombreros. Ren siempre se metía con él por ello, pero J.C. había crecido en el territorio Yukón, hijo único de un padre pies negros y una madre irlandesa pelirroja. Era una especie de rebelde que jamás había considerado sentar la cabeza. Hasta ese momento.

 

 

A J.C. aún le dolía recordar a la pobre Colie, cuando se había enfrentado a ella tres años atrás a causa de la mentira que le había contado Rodney. Ella no había dicho ni una palabra, limitándose a suspirar y a mirarlo con esos conmovedores ojos verdes capaces de expresar tanto sin decir nada. No era una mujer enérgica, y quizás por eso se había unido a ella. Colie simplemente había aceptado el poco cariño que estaba dispuesto a ofrecerle, sin pedir más. Ella deseaba casarse, pero él no había estado dispuesto a concederle más que un compromiso. Siempre había puesto él las condiciones.

Siempre había sido así, desde niño. Su adorable madre irlandesa lo había protegido de la ira de su padre. Ella amaba a ese hombre, con sus excesos alcohólicos y todo. Resultaba triste ver cómo un educador, hombre brillante, acababa tan adicto al whisky que ni siquiera era capaz de funcionar en el mundo. Había abandonado la enseñanza por la minería porque se ganaba más dinero. El dinero y su hijo, J.C., habían matado sus sueños de convertirse en propietario de un rancho. Por muy mal que estuvieran las cosas, y estuvieron muy mal, su madre se negó a abandonarlo. Uno no abandonaba a la persona a la que amaba, le dijo en una ocasión. Uno se mantenía a su lado, pasara lo que pasara, y jamás renunciaba a poder salvarla.

J.C. había sobrevivido a una terrible infancia. Se había convertido en un adulto y había intentado acomodarse en el Ejército. Había acabado en operaciones especiales, y estaba trabajando en Irak cuando conoció a Ren Colter, un oficial, tras una devastadora incursión contra el enemigo. Se habían convertido en amigos y Ren le había ofrecido un empleo, que él aceptó.

Le gustaba Ren. Ese hombre era tan inconformista como él aunque, por supuesto, Ren se había casado, de modo que las ocasionales peleas de bar empezaban a convertirse en historia del pasado. También le gustaba la esposa de Ren. Ella tenía una afinidad innata con los animales. Igual que Colie.

El rostro de J.C. se tensó al recordar a Colie, llorando en silencio, las lágrimas desbordando sus ojos verdes como ríos silenciosos mientras él rugía contra ella. Colie, su ondulado pelo marrón oscuro, tan suave bajo la luz de su cabaña, el pálido rostro demacrado. Al final se le habían terminado los insultos, pero ella seguía sin decir una palabra, ni siquiera cuando la dejó en el porche, en la nieve, y cerró la puerta.

Se sacudió mentalmente. No servía de nada mirar atrás, solo le hacía sentir más triste. No había mirado a ninguna mujer después de Colie, y seguramente no volvería a hacerlo nunca más. Se vio a sí mismo en unos años, el pelo cano, viviendo solo, peleado contra el mundo y contra sí mismo. Era una vida solitaria, pero encajaba con su carácter. Era propietario de una pequeña cabaña junto con unos pocos cientos de hectáreas que lindaban con la propiedad de Ren, y unas pocas cabezas de vacas Black Angus de pura raza. Ren le pagaba un magnífico sueldo por encargarse de la seguridad del rancho, pero él tenía una segunda actividad. Dos veces al año seguía viajando a ultramar para entrenar policías en algunos de los lugares más peligrosos de Oriente Medio. Lo que ganaba allí lo invertía y su situación económica era bastante buena. Sin embargo, mantenía su empleo de seguridad, porque le suponía un reto, y eso era prácticamente el único aspecto de la vida que aún le hacía disfrutar.

Se bajó del vehículo y apoyó una rodilla en tierra junto a una vaca. Era una de las vaquillas preñadas, madre primeriza. J.C. hizo una mueca. Se había quedado enredada en un cable.

—Tranquila, Bessie, yo te soltaré —susurró con su suave y gutural voz mientras le daba una palmadita en la cabeza.

Regresó al coche y envió su localización por GPS antes de buscar una cizalla.

—Será mejor que traigáis el trineo —le aconsejó a Willis, el capataz—. Aparte de los cortes, parece estar bien, pero con los pura raza, mejor jugar sobre seguro que lamentarlo después.

—Entendido —Willis rio—. Enviaré a Grandy.

—Aquí lo espero.

J.C. cortó el cable y soltó a la vaquilla, ayudándola a ponerse en pie. El animal se tambaleaba. Buscó alguna rotura en las patas, pero no encontró ninguna. El embarazo estaba muy avanzado y frunció el ceño. Odiaba el recuerdo de hembras humanas embarazadas. Le despertaba demasiado dolor.

No había pensado que le importaría tanto, no hasta que ya fue demasiado tarde. Respiró hondo, sintiendo el aire gélido bajar por su garganta.

—Te pondrás bien —le aseguró a la vaca con dulzura—. Tú quédate…

J.C. se interrumpió bruscamente al oír un ruido. Un ruido muy raro. Algo parecido al lloriqueo de un niño. Sacudió la cabeza. Empezaba a oír cosas. Quizás Ren estuviera en lo cierto al decir que pasaba demasiado tiempo solo.

Regresó al coche para guardar la cizalla… y entonces lo vio. Huellas de neumáticos. Volvió a fruncir el ceño. ¿Por qué había huellas de neumáticos allí, en un camino dentro de un rancho, cuando sabía que nadie había transitado por ese camino en todo el día? Las huellas no estaban cubiertas de nieve, lo que significaba que eran recientes.

Hincó otra vez la rodilla en tierra y estudió atentamente las huellas. Eran de coche. Lo sabía porque, habiendo sido policía antes que militar, sabía distinguirlas. Una de sus tareas había sido la de investigar accidentes. Frunció el ceño al ver otra cosa. ¡Sangre!

Plenamente alerta, miró a su alrededor. Regresó al vehículo y sacó de la guantera la Magnum 44 que siempre llevaba con él por el rancho. Colgó la funda del cinturón y metió la pistola. Sus extrañamente claros ojos grises se entornaron en el rostro oliváceo mientras buscaba alguna señal.

Había huellas que se alejaban del camino, cerca de donde la vaca se había enredado en la valla derribada.

J.C. las siguió. Eran unas huellas extrañas. Muy pequeñas, como las de un niño. ¿Qué demonios iba a hacer allí un niño, en la carretera de un rancho, en medio de una ventisca de nieve? Empezaba a imaginarse cosas. Seguramente se trataba de algún animal pequeño. Aun así, había rastros de sangre…

De nuevo lo oyó. Solo un suspiro, un gemido.

Su oído era tan agudo como su vista y volvió la cabeza. Cerró los ojos para centrar toda su atención en los sonidos. Allí. A la izquierda.

Había un grupo de pequeños pinos contorta y un arbusto cubierto de nieve. Bajo el arbusto vio un abrigo blanco, inflado, como los de pluma de ganso, como el que había llevado Ludie. Ese era el montículo que había confundido con nieve caída.

Se acercó más y se agachó. Alargó una mano y tocó ligeramente el hombro del abriguito manchado de sangre. Unos ojos, grises como el cielo en invierno, lo miraron fijamente, enmarcados en unos rizos de un color rojo dorado, desde un rostro pálido en el que destacaban unas rosadas mejillas y una boca de fresa con forma de corazón. Las mejillas estaban bañadas en lágrimas.

—¡Ludie! —exclamó él—. Por Dios santo, ¿qué ha pasado? ¿Qué haces aquí, nena? —preguntó con voz ronca.

La niña se mordió el labio inferior. Sus ojos no encajaban en el diminuto rostro de un bebé. Reflejaban el mismo horror que ya había visto en los ojos de los veteranos de guerra.

—¿Me lo puedes decir? —J.C. se fijó en la parte delantera del abrigo, manchada de sangre. Frunció el ceño de nuevo—. ¿Estás herida?

—No… no —susurró ella mientras temblaba.

—¿Dónde está tu madre? —J.C. sintió de repente frío.

—No lo sé —las lágrimas regresaron a los ojos, ardientes y abundantes. La niña las enjugó con sus puñitos—. Mami me echó del coche y me dijo que corriera y me escondiera. Eso fue antes.

—¿Antes de qué?

—Antes de que él… —Ludie sollozaba—, le disparó.

J.C. se quedó sin aire.

—¿Quién le disparó? —preguntó sin aliento.

La niña no contestó. Seguía temblando.

—¿Quién le disparó, cielo? —repitió él con dulzura.

—Disparó a mi mamá —la niña parecía estar en estado de shock—. Y yo corrí y corrí. ¡Disparó a mi mamá!

—Dios santo —había rastros de pruebas por todo el cuerpecito, pero a J.C. le daba igual. Ningún ser humano con una pizca de corazón sería capaz de dejarla allí sentada en la nieve. La tomó en sus brazos y la meció, besándole los rizos rojos dorados—. Está bien, cielo —susurró—. Está bien, estás a salvo.

Sacó el móvil del bolsillo y llamó al sheriff, Cody Banks.

—¡Por Dios! —exclamó Cody cuando J.C. le contó lo que había encontrado—. Estaré allí enseguida. Estoy a menos de tres kilómetros de tu posición. Gracias a Dios que llevas GPS. No toques nada, haré que Davis se reúna allí con nosotros —Davis era su investigador.

—Dice que alguien disparó a su madre —añadió J.C.—. ¡Tienes que encontrar a Colie!

—Estamos en ello. ¿Está bien la niña? ¿Mando una ambulancia?

—Por favor.

—Estamos de camino.

J.C. colgó. Echó los cabellos del bebé hacia atrás mientras sentía el corazón convertido en piedra al pensar en lo que le había contado sobre Colie.

—Estarás bien. Nadie va a hacerte daño. Te lo prometo.

Ludie seguía mordiéndose el labio inferior mientras las lágrimas no habían dejado de rodar.

—Quiero a mi mamá —sollozó.

—La vamos a encontrar, Ludie —le aseguró él con voz dulce y profunda—. Te lo prometo.

La niña lo miró con ojos idénticos a los de él.

—El tío Rod ayudó al hombre malo.

Él envió mentalmente a Rod al infierno. Recibiría su merecido. Que Dios ayudara a Rod si Colie estaba muerta.

J.C. se levantó con la niña en brazos y miró receloso a su alrededor. Las huellas de neumáticos conducían hacia la casa de los Thompson. ¿Cómo demonios había acabado allí la niña, y dónde estaba Colie? Ludie había dicho que le habían disparado. ¿Y si estaba muerta? cerró los ojos y sintió un escalofrío por todo el cuerpo.

La niña pareció percibir su dolor. Con su manita rozó la dura y delgada mejilla de J.C. y los pálidos ojos grises lo miraron.

—Oh —exclamó antes de interrumpirse—. Bien —asintió mientras agitaba los rizos rojo dorados. A J.C. le recordaba a las muñecas de Shirley Temple que había visto. Era una niña preciosa—. Bien. Mamá está bien.

J.C. recordó la escena en el aeropuerto, cuando Ludie y Colie habían regresado para el entierro del reverendo Thompson. Ludie le había dicho a su madre que su abuelo había muerto, antes de que él les diera la noticia.

—Tú sabes cosas, ¿verdad? — preguntó con suma delicadeza.

La niña volvió a asentir. Su manita seguía apoyada sobre la mejilla de J.C.

—Tú eres mi papá —anunció con su hermosa y bonita vocecilla.

El respingo de J.C. fue audible. Ella ladeó la cabeza y lo miró.

—El hombre malo hizo daño a mi mami —insistió—. Ella está en la casa. La casa en la que vivía el abelo.

El corazón de J.C. se aceleró mientras sacaba el móvil y volvía a llamar a Banks.

—¿Podrías echar un vistazo en casa del reverendo Thompson por si Colie estuviera allí? —preguntó—. No preguntes cómo lo sé —añadió mientras miraba a Ludie, aferrada a él—. Tan solo compruébalo —suspiró—. Claro. Gracias —volvió a colgar.

—Quiero a mi mami —la vocecilla se quebró.

J.C. la abrazó con más fuerza, acunándola, besando los húmedos cabellos, mientras luchaba contra la humedad en sus propios ojos. «Por favor, Dios, que Colie esté bien», pensó. «¡Por favor!».

Ludie rodeó el cuello de J.C. con sus bracitos y se aferró a él como si le fuera la vida en ello.

—Tengo mucho miedo —susurró—. Le hizo daño a mi mami. ¡Y dijo que también me iba a hacer daño a mí…!

—Nadie te va a hacer daño —él la abrazó con más fuerza—. No mientras yo viva. ¡Te lo juro!

J.C. la sintió relajarse, solo un poco, aunque seguía sollozando.

Las sirenas estallaron como bombas en el silencio camuflado por la nieve de los altos pinos y lejanas montañas.

El sheriff Cody Banks saltó del coche patrulla, seguido de cerca por su subalterno, Matt Davis, que iba en un segundo coche.

Al ver a J.C. con la niña en brazos, Cody hizo una mueca.

—No digas ni una palabra —murmuró J.C., de pie abrazado a Ludie—. Hay rastros de sangre junto al camino, en la hondonada donde estaba tumbada, y en el abrigo. Más que suficiente para sacar pruebas, a pesar de que la he movido del lugar de su escondite. Dice que un hombre disparó a su madre. Estaba llorando —tragó con dificultad.

—No iba a decir nada —contestó Cody con delicadeza mientras daba un respingo al levantar Ludie la mirada y ver las lágrimas y los pálidos ojos rojos e hinchados—. Los técnicos de urgencias están llegando.

Mientras pronunciaba las últimas palabras, la ambulancia llegó con las luces encendidas y dos hombres uniformados descendieron del vehículo con un maletín.

Examinaron a Ludie mientras el investigador del sheriff reunía evidencias de que la niña hubiera salido de un coche allí mismo.

—Parece estar bien —anunció uno de los técnicos de urgencias mientras sonreía a la niña—. Pero sería bueno llevarla al hospital para hacerle una exploración completa…

—¡No! —Ludie se agarró a J.C. al ver que el hombre alargaba los brazos hacia ella.

J.C. sintió una sacudida de posesión que recorrió todo su cuerpo. Y él, que nunca había querido tener hijos, supo que quería a esa niña con todo su corazón.

—Yo la llevaré —anunció él.

—Podemos llevarla a un hogar de acogida temporal —sugirió Cody.

—¡No! —gritó la niña mientras empezaba a sollozar y se agarraba con más fuerza a J.C.

—Su madre y yo fuimos pareja un tiempo —le informó J.C. a Cody mientras respiraba hondo—. Soy lo más parecido a un pariente que tiene. Puede quedarse conmigo el tiempo necesario.

Los bracitos se aferraron con más fuerza a su cuello.

—Ya lo arreglaremos con el juzgado —Cody rio por lo bajo al percibir la interacción entre esa niña y el hombre que odiaba a los niños—. Tendremos que llevarla lo antes posible a un psicólogo. Ha sufrido un trauma. Davis, pongámonos a trabajar.

—¿Has comprobado ya la casa del reverendo Thompson? —preguntó J.C.

—Mi ayudante se ha dirigido hacia allí mientras yo venía aquí —contestó el sheriff—. Pronto sabremos algo.

Él se limitó a asentir. Sentía náuseas. No era capaz de imaginarse un mundo sin Colie. No quería.

 

 

Encontraron suficientes evidencias para que el laboratorio de criminalística se pusiera a trabajar. Para cuando terminaron de recoger pruebas, Cody ya disponía de la marca y el modelo del coche en el que había estado Colie Thompson Howland. Una cámara de vigilancia, colocada en las tierras de Ren, junto a la autopista, había grabado al coche deteniéndose y a la niña huyendo de él. El coche estaba a nombre de Rodney Thompson, el mejor amigo de J.C.

Desde que Rod y él se habían distanciado, J.C. había oído muchos rumores sobre ese hombre. El antiguo militar había pasado de ser un serio vendedor en la ferretería local a un vago inútil, un traficante de drogas con múltiples arrestos por posesión. J.C. lo había querido como a un hermano, pero la cercanía entre ellos había desaparecido rápidamente.

Entonces, ¿quién había disparado a Colie? La niña no lo había dicho, pero resultaba dolorosamente obvio. Ludie se había bajado del coche de su tío y su madre, supuestamente seguía en ese coche, en alguna parte, muerta. ¿Había disparado Rodney a su propia hermana? El rostro de J.C. se endureció. Quería ver a ese hombre encerrado de por vida. No fue consciente de haberlo dicho en voz alta, ni con tanta pasión, hasta que Cody le contestó.

—Esa es mi idea, siempre que podamos demostrarlo. Uno de mis hombres se dirige ahora mismo hacia su casa —continuó el sheriff con calma—. Quiero incautar el coche antes de que tenga tiempo de eliminar cualquier prueba. Y todavía tenemos que encontrar… —se interrumpió al ver que la niña lo miraba fijamente, no queriendo añadir, «el cuerpo de la mujer», delante de Ludie.

—Yo me llevaré a Ludie a urgencias —anunció J.C. secamente. Quería desesperadamente ir a la casa, para comprobar si Colie seguía allí. Pero quizás ya no estuviera, y Ludie era lo primero—. Sé que no puedo formar parte de la investigación, pero su madre y yo fuimos pareja —controló sus emociones mientras las palabras salían de su boca—. Estuve jugando al ajedrez con su padre todos los viernes por la noche durante casi dos años. Primero él, ahora ella… Dios, ¡es demasiado! —abrazó a Ludie con fuerza y miró a Banks—. Llámame en cuanto sepas algo, ¿lo harás?

—Lo haré —le prometió Cody—. Lo siento —añadió mientras daba otro respingo ante la carita manchada de lágrimas de la niña

J.C. intentaba por todos los medios contener sus temores, pero no le resultaba fácil.

—Pues nosotros nos vamos al hospital.