Colie preparaba el desayuno cuando oyó una llave en la cerradura de la puerta delantera.
—Hombre malo, mami —anunció Ludie mirando a su madre mientras daba un respingo—. ¡Hombre malo! —insistió con urgencia.
Antes de que Colie pudiera reaccionar, Rodney y su amigo, Barry, entraron por la puerta. La expresión en el rostro de Rodney era de arrepentimiento y disculpa. La de su amigo, que llevaba una pistola en la mano, era arrogante.
—Colie, llama a tus jefes y diles que no sigan adelante con ese caso de drogas —dijo Rodney rápidamente mientras miraba fugazmente a Barry—. Lo hará, sé que lo hará —añadió—. ¡No hace falta esa pistola…!
—Ella nunca lo hará —contestó Barry, interpretando acertadamente la mirada de Colie—. A ella le da igual si tú vas a prisión.
—Eso no es verdad —intervino Colie, intentando ganar tiempo para pensar, para hacer algo. Que le disparara si hacía falta, pero debía salvar a Ludie. Ojalá le hubiera pedido a J.C. que se quedara con ellas. Demasiado tarde ya.
—Pero… —protestó Rodney, con expresión de que de verdad le importaba que su hermana no sufriera ningún daño. Por una vez no tenía los ojos inyectados en sangre y se parecía al hermano que solía ser, no al que estaba bajo la influencia de las drogas.
—Cierra el pico, Rod —espetó Barry—. Es demasiado tarde. Agarra a la cría. Tú te vienes conmigo —le anunció a Colie.
—No —contestó ella mientras agarraba un cuchillo de carnicero de la encimera.
A Barry le bastó con apuntar el arma automática del 45 a la cabeza de Ludie.
—Tú decides.
Colie se sintió aterrorizada. Ese hombre no parecía estar bromeando. Si el juicio seguía adelante, en breve estaría en una prisión federal, y lo sabía. Estaba lo bastante desesperado como para hacer cualquier cosa, incluso disparar a una niña indefensa.
—De acuerdo —dijo Colie rápidamente mientras soltaba el cuchillo—. De acuerdo, haré lo que quieras. Pero no le hagas daño a Ludie
—Hombre malo —repitió Ludie, mirando fijamente a Barry—. Hombre malo.
—Lo suficientemente malo —contestó Barry con su sonrisa arrogante—. Vámonos —apuntó a Colie con la pistola—. Agarra a la cría y ven.
—¿Adónde te las llevas? —preguntó Rodney preocupado.
—Solo a dar una pequeña vuelta y a charlar un rato. Tú quédate aquí y espera hasta que yo vuelva —le ordenó—. Dame las llaves del coche.
Rodney obedeció, dispuesto a hacer cualquier cosa que le ordenara ese hombre, porque estaba hasta el cuello de problemas y sabía que Barry no dudaría en dispararle a él también. Sin embargo, hasta pasados unos segundos no fue consciente de lo que le había dicho: «Hasta que yo vuelva». Barry quería decir que volvería solo.
—Haz lo que quieras conmigo, pero no le hagas daño a mi hija —suplicó Colie mientras Barry conducía el coche por la carretera que bordeaba el rancho de Ren Colter.
—Les contaste lo que viste hace tres años, ¿verdad? —preguntó Barry—. Les contaste que me viste entregarle a Rod una maleta con drogas. Eres el único testigo que puede testificar eso.
Colie se quedó sin aliento. De modo que se trataba de eso, no era por el caso.
—Jamás se lo he contado a nadie —protestó ella.
—Sí, claro —exclamó él con vehemencia—. Pero no vas a testificar.
—No. No lo haré. Lo prometo —aseguró ella, negociando su libertad.
No había sillita de coche, de manera que llevaba a Ludie sentada en su regazo.
—Demasiado tarde para eso —él detuvo el coche y sacó la pistola—. Este sitio está muy bien, muy aislado. Sin testigos.
Colie no tenía más que unos segundos para actuar. Abrió la puerta de golpe y dejó a Ludie sobre el suelo cubierto de nieve.
—¡Corre! —gritó a la niña—. Corre como el viento —su voz se quebró mientras el hombre apretaba el gatillo.
Todo quedó salpicado de sangre, incluso el abrigo blanco de Ludie.
Ludie gritó al oír el disparo. Intentó mirar atrás, pero su madre volvió a gritar por última vez:
—¡Corre!
La niña a corrió hacia la valla, encontró un hueco hecho por un animal a través de la nieve y lo atravesó a gatas. Con lágrimas rodando por sus mejillas, corrió lo más deprisa que pudo hacia la protección del bosque.
—¡No le hagas daño a mi hija! — exclamó Colie mientras forcejeaba con el hombre.
Si bien él era fornido, ella era fuerte. Pero a pesar de la adrenalina que inundaba su cuerpo, la herida la estaba debilitando. Apenas podía recuperar el aliento y empezaba a marearse. Sentía como la vida se le escapaba a través del agujero en el pecho.
—¡No le harás daño!
—Morirá congelada en poco tiempo —le aseguró Barry con dureza—, y, de todos modos no será testigo de nada.
—Testigo —el hombre aparecía cada vez más borroso ante sus ojos. La herida del pecho hacía ruidos extraños. Colie intentó con gran esfuerzo respirar.
El disparo había sido como si un puño se hundiera en su caja torácica, pero empezaba a sentir dolor. ¡Ojalá Ludie consiguiera salvarse! Tenía que intentar permanecer consciente.
Respiró una última vez con gran dificultad y se desmayó. Barry pensó en tirarla del coche, Pero eso podría conducir a alguien hasta la niña, si encontraban pequeñas huellas de pisadas en la nieve. No quería que la encontraran. La mujer moribunda a su lado, de todos modos, sería incapaz de decir dónde estaba.
Condujo el coche de regreso a casa de Rodney.
—Rod esperaba, paseando en el porche delantero, y corrió hacia Barry.
—¿Qué has …? ¡Mi hermana! —exclamó al verla.
—He hecho lo que tenía que hacer —contestó despreocupadamente Barry—. Ya no habrá ningún testigo que declare contra mí por tráfico de drogas, Aunque su despacho de abogados tire de la manta. Podré con ello. Un testigo ocular podría haberme llevado a una prisión federal. No podía arriesgarme.
—Mi hermana —Rod la sacó delicadamente del coche mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas—. ¡Mi hermana!
—Tu coche, su sangre, adivina quién va a ser acusado de asesinato —murmuró Barry.
Rodney no escuchaba. Tumbó a Colie delicadamente en el suelo del porche.
—¡Has matado a mi hermana! —miró hacia el interior del coche y sintió arderle la sangre—. ¿Dónde está Ludie?
—Se perdió en el bosque —Barry se encogió de hombros—. Será mejor que pienses qué vas a hacer —continuó—. Yo me vuelvo a Jackson Hole. Puede que vaya a Aruba. Te quedas solo. Has sido un horrible traficante, Rod. Menos mal que ya no tendré que estar pendiente de ti para vigilar a tu hermana —Contempló a la mujer que se moría—. Esa ya no supondrá ningún problema.
—¡Asesino! —rugió Rod, mientras se lanzaba contra él.
Barry lo tumbó con facilidad, se ajustó el caro traje que llevaba puesto y se dirigió a su propio coche de lujo. Arrancó y se marchó de allí. Aunque Rodney llamara a la policía, Barry estaba limpio. No había testigos, y la sangre y el cuerpo les llevarían a su coche. No sería Barry quién iría a la cárcel por asesinato. Mientras tanto, él podía relajarse. No había testigos de lo que había hecho. Y con la nevada tan fuerte que estaba cayendo, a saber cuándo encontrarían el cuerpo de la niña.
Rodney llamó al 911 desde uno de sus móviles desechables. No se atrevía a quedarse. Barry tenía razón. Sería el primer sospechoso de asesinato si Colie moría. Su hermana…. La había abandonado, resistiéndose a apartarse de Barry y del dinero rápido, había vendido a su propia sangre. Su padre había muerto. Su hermana se moría. Y Ludie. ¿Qué pasaría con Ludie? No tenía ni idea de dónde podía estar. Barry no había estado fuera mucho tiempo, pero la zona era muy extensa. Jamás encontraría a la pobre criatura, aunque tuviera tiempo para buscarla.
Acarició el cabello de Colie. Tenía una horrible herida en el pecho. Si no recibía asistencia, pronto moriría. Le indicó a la operadora la dirección de la casa y colgó casi de inmediato. Entró en la casa y sacó una enorme bolsa de plástico de la cocina. Colocó la bolsa sobre la herida del pecho y la envolvió con una manta, apretando con fuerza para sujetarla. Durante su servicio en el Ejército había visto improvisar tratamientos para toda clase de heridas. Gracias a Dios había recordado cómo tratar esas.
Pero su hermana estaba mal, y él no se atrevía a quedarse. Quería dejar una nota, implicar a Barry, decirle a Colie que sentía haberles causado todo eso a ella y a su hija. ¡Su hija! La sangre se le heló en las venas. Era la hija de J.C. Lo sabía. Casi todo el mundo sabía que Colie solo había tenido un amante, J.C. Estaba seguro de que ningún otro hombre era el padre de esa niña, y no quería ni pensar en lo que haría J.C. cuando la encontraran muerta. O cuando encontraran muerta a Colie, si no sobrevivía.
El lugar más seguro para él sería el extranjero. Tenía dinero. Podría marcharse. Pero debía actuar rápido.
Se sentó al volante de su coche, estremeciéndose al ver la sangre en el asiento del pasajero, y arrancó alejándose a toda velocidad por la carretera. Podría detenerse en una gasolinera para limpiarlo todo con unas toallas de papel. Encontraría una en un lugar apartado, en alguna carretera poco transitada. Mientras tanto rezó en silencio para que Colie recibiera ayuda a tiempo, aunque viviera para testificar y llevarlo a él a la cárcel. Él era el responsable de todo. Su padre lo había educado para ser un buen chico, pero él se había mostrado débil y maleable, y las consecuencias habían sido trágicas. Su padre se avergonzaría de él. Él se avergonzaba de sí mismo. Pero, a pesar de todo, siguió conduciendo.
El ayudante del sheriff encontró a Colie en el porche y avisó por radio a emergencias. Estaban a menos de un minuto, tras haber comprobado el estado de Ludie en la carretera donde J.C. la había encontrado.
—Mira esto —señaló uno de los sanitarios a su compañero mientras estabilizaban a Colie, fijándose en el improvisado vendaje—. Alguien ha intentado ayudarla.
—Puede que la persona que le disparó —contestó su compañero—. Gracias a Dios nosotros llevamos mejor material. Avisaré al hospital y la prepararemos para el trayecto.
—Ya voy yo —contestó la mujer mientras corría a la ambulancia en busca de suministros.
J.C. acababa de salir de la sala de urgencias con Ludie. Salvo por el trauma emocional, le había indicado el residente, la niña estaba bien. No estaba herida, ni siquiera por la nieve sobre la que la había encontrado tumbada. Por suerte, había añadido el médico, ya que la congelación habría sido un problema si se hubiera quedado mucho más tiempo a la intemperie.
J.C. le dio las gracias al médico y abrazó a Ludie con fuerza mientras salían de la consulta.
—Mami allí —anunció la niña señalando con un dedo.
—No cielo, no está ahí —J.C miró y sonrió—. La están buscando… —aunque no tenía muchas esperanzas de que la encontraran con vida. Saberlo le devoraba el corazón como el ácido. Tenía que mantener la calma, por el bien de Ludie.
—Mami —insistió la niña.
J.C. volvió a mirar, y vio a los sanitarios entrando a la carrera con una mujer sobre una camilla.
—¡Colie! —exclamó J.C. mientras corría hacia la camilla con Ludie en sus brazos.
—Es su hija —les informó mientras seguía a la camilla—. ¿Sobrevivirá?
—Herida de bala —contestó uno de los sanitarios.
—Una herida muy fea en el pecho —añadió la sanitaria, sin dejar de correr junto a la camilla a través de las puertas batientes. Está mal. El médico tendrá que evaluarla y le dará un pronóstico. ¿Es usted un pariente?
—Su prometido —contestó él.
—Esa es mi mamá —les explicó Ludie empezando a llorar de nuevo—. ¿Mami se pondrá bien? —preguntó.
—Haremos todo lo que podamos —le aseguró el hombre.
—Este es mi papá —añadió Ludie, dándole una palmadita al rostro de J.C.
El sanitario, que vivía en la localidad, sonrió a J.C., que miró a la niña con una mezcla de orgullo y satisfacción.
—Esperaremos aquí —les informó J.C.
Colie fue llevada a la carrera a la zona de urgencias.
Pasó un buen rato antes de que un hombre vestido con equipo quirúrgico saliera para hablar con ellos, quitándose la mascarilla mientras se acercaba.
—¿Cómo está? — J.C. saltó de la silla de inmediato con Ludie en sus brazos.
—Vivirá —contestó el hombre fijándose en los dos pares de ojos, ojos idénticos, de un color gris pálido brillante.
—Gracias a Dios —J.C. suspiró pesadamente mientras Ludie sonreía al cirujano, que le devolvió la sonrisa.
—Ha sufrido algún daño en el lóbulo inferior del pulmón. La bala rebotó y se hundió en el colon. Quedó alojada en la espalda, en un lugar donde habría sido más peligroso retirarla que dejarla —añadió con calma—. El cuerpo reaccionará desarrollando un escudo a su alrededor. Ella ni se dará cuenta de que la tiene.
—Yo también llevo una en alguna parte de mi cuerpo —contestó J.C—. Oriente Medio. No es un recuerdo que hubiera deseado tener, pero el cirujano militar me dijo lo mismo que acaba de decirme sobre Colie.
—He tenido verdaderas discusiones con policías sobre la extirpación de balas que servían de pruebas. En una ocasión fui a juicio para asegurarme de que no me presionarían para hacer algo que yo consideraba un riesgo innecesario. El policía tuvo que buscar otras pruebas. Y por si se lo preguntaba, las encontró.
—¿Podemos ver a Colie? —preguntó él con voz ronca.
El cirujano parecía reticente hasta que miró a Ludie a los ojos. Entonces titubeó.
—De acuerdo, pero solo un minuto. Todavía no ha despertado de la anestesia.
Lo siguieron hasta la sala de reanimación, donde una enfermera vigilaba a dos pacientes recién operados.
—Es su hija —informó el cirujano a la enfermera que se acercó a ellos y que, tras echar una mirada al rostro empapado en lágrimas de Ludie, no pudo evitar sonreír.
—¡Mami! —exclamó Ludie.
—Dios bendito —J.C. se acercó al cuerpo inmóvil y pálido bajo la sábana—. Jamás en mi vida había rezado tanto —susurró sin aliento.
—Se ha librado por los pelos —aseguró el cirujano—. De haber sido encontrada unos minutos después, y si alguien no hubiese improvisado un tapón para la herida…
—¿Un qué? —exclamó J.C.
—Alguien la atendió antes de que llegaran los sanitarios —contestó el médico—. Llevaba un vendaje improvisado, de plástico, sobre la herida abierta en el pecho. Muy eficaz. Seguramente le salvó la vida.
—Sí —J.C. abrazó a Ludie con más fuerza y alargó una mano para acariciar el pálido rostro de Colie, apartándole los suaves y espesos cabellos del rostro con ternura—. Colie —susurró con voz ronca.
Colie abrió los ojos de golpe. Miró a los dos a través de una capa de neblina producto de la anestesia y parpadeó. De repente dio un respingo.
—¡Mami! —exclamó Ludie.
Ella miró a la niña y consiguió sonreír a pesar del dolor que poco a poco regresaba.
—Ludie —susurró—. Mi niña.
—¿Quién te disparó? —preguntó enseguida J.C.
—Barry. Iba matarnos a las dos. Saqué a Ludie del coche. Le dije que corriera —las lágrimas amenazaban con aparecer—. ¡Tenía miedo de que hubiera muerto congelada!
—Está bien. Me la llevaré a casa conmigo —le aseguró J.C. con dulzura—. Te pondrás bien, cielo. Estarás bien.
—Gracias… J.C. —Colie lo miró con los ojos verdes llenos de dolor.
—Mañana volveremos a verte —la enorme mano le acarició los cabellos—. ¿De acuerdo?
—Te quiero, Ludie —susurró Colie con una sonrisa.
—Te quiero, mami —contestó la niña—. ¡El hombre malo escapó! —añadió.
—No llegará lejos —intervino J.C. secamente—. La mitad de la policía de Wyoming lo está buscando.
—Necesito cinco minutos a solas con él —susurró Colie—. Y una llave de cruz —intentó reír, pero en cambio se desvaneció.
—Ahora dormirá —les aseguró el cirujano—. Tendrán que marcharse. Y yo también. Me espera otro caso.
—Gracias por dejarnos pasar —J.C. miró aliviado a Colie—. Estábamos muertos de miedo.
—Mami ahora bien, papi —aseguró Ludie mientras se acurrucaba contra él.
J.C. sonrió al cirujano por encima de la cabeza de la niña y se dirigió hacia el SUV.
J.C. llamó al sheriff Banks desde el móvil en cuanto Ludie y él regresaron a Skyhorn, Pero el sheriff estaba demasiado ocupado para contestar la llamada, de modo que le dejó un número para que lo llamara cuando pudiera. Banks necesitaba saber qué le había dicho Colie.
Dejó a Ludie con la esposa de Ren, Merrie, y le pidió que la bañara y lavara su ropa mientras él regresaba a la ciudad a comprar algo de ropa y un juguete o dos para la niña, que iba a quedarse con él en la cabaña. Merrie le aseguró que se ocuparía de la niña. Le divertía ver el vínculo que ya había aparecido entre padre e hija.
Banks lo llamó cuando acababa de detener el coche frente a una tienda de ropa para niños en el centro de Catelow.
—Hablé con Colie en la sala de urgencias —le informó a Banks—. Dijo que Barry Todd la disparó. Iba a matar también a Ludie, pero ella la echó del coche y le dijo que corriera.
—Eso me figuré. Debe saber algo sobre Barry Todd para que él haya intentado asesinarla, a ella y a la niña también.
—Algo que nunca le ha contado a nadie —estuvo de acuerdo J.C.—. Yo pensé que sería por el juicio en Texas. Tienen un informador que está dispuesto a hacer saltar por los aires todo el negocio de distribución de drogas y, al parecer, el propio Barry está implicado.
—Entonces puede que tuviera dos motivos.
—Alguien le vendó la herida. Alguien que sabía cómo hacerlo. Era una herida muy fea en el pecho. El cirujano dijo que le salvó la vida.
—Gracias a Dios por ese pequeño regalo —Banks suspiró—. Todd jamás habría hecho algo así —añadió.
—Lo sé. Estoy bastante seguro de que fue Rod. Estuvo en el Ejército. Sé que tenía ciertas nociones de cómo tratar una herida.
—Ya. He emitido una orden de búsqueda para él, y para Todd. Si lo encontramos, Todd será acusado de intento de asesinato. Y, dado que literalmente secuestró a Colie y a su hija en su propia casa, podré conseguir la ayuda de los federales. El secuestro es un delito federal. Todd acaba de cavar su propia tumba.
—Esperemos que sea así —contestó J.C. con frialdad—. He dejado a Ludie con Merrie mientras le compro algo de ropa y voy a comprarle un menú infantil en la tienda local de comida rápida. Sé cocinar, pero ahora mismo no estoy de humor. Ha sido un día condenadamente largo.
—Dímelo a mí —Banks soltó una risa hueca—. Voy tras un ladrón, lo creas o no. Se llevó varios cientos de dólares de una tienda de ropa a punta de pistola y salió huyendo. Lo tenemos acorralado en la casa de su abuela, pero amenaza con matarla si no nos retiramos. Por eso no he podido ir al hospital para interrogar a Colie. ¿Entonces se pondrá bien?
—Eso dice el médico. Tuvo que dejar la bala dentro.
—Eh, yo también tengo una de esas —dijo Banks.
—Y yo —J.C. rio—. Podríamos montar un club o algo así.
—Tengo que regresar con mis hombres. Te haré saber si encontramos a Todd o al hermano de Colie.
—Gracias, Cody.
—No hay de qué.
J.C. colgó. Entró en la tienda de ropa de niños, y la dependienta, que sabía de él por Lucy, que compraba allí ropa para su hijo, lo miró sorprendida.
—Necesito algunas cosas para mi hija —anunció él, sintiendo que las palabras lo impregnaban de una cálida y pura felicidad.
—Dígame qué busca —la mujer sonrió.
Comprar cosas para una niña pequeña, apenas un bebé, demostró ser toda una aventura. J.C. no tenía ni idea de la talla que comprar, de manera que lo supuso. Si algunas cosas no le valían, le aseguró la vendedora, podía devolverlas y cambiarlas por otras. Compró pijamas y un par de pantalones, y dos camisetas, además de ropa interior y un nuevo abriguito con capucha. No le gustaba la idea de que su hija llevara una prenda manchada de sangre.
Tras entregarle a la mujer su tarjeta de crédito, le dio las gracias cuando ella le devolvió todo empaquetado y se dirigió hacia el SUV negro.
Encontró a una mujer bañada en lágrimas de pie junto al coche, mirándolo con una mezcla de miedo y esperanza.
—Colie —dijo Lucy con voz ronca—. ¿Cómo está? ¿Está bien Ludie?
—Las dos se pondrán bien —aseguró él—. Colie ha sufrido una herida en el pecho. Ludie únicamente está traumatizada. Escapó a tiempo.
—¿Quién lo hizo? —preguntó Lucy con frialdad—. Fue ese baboso amigo de Rodney, ¿verdad? ¡Ese Barry Todd!
—Colie lo identificó como el que disparó. Todavía no sé por qué era ella su objetivo, solo porque su despacho de abogados estaba implicado en un juicio de drogas.
—Yo tampoco —admitió Lucy—. Colie dijo que había algo más, un secreto que llevaba guardando mucho tiempo. Ni siquiera me lo quiso contar a mí, porque dijo que podría ponerme en peligro. Pero estoy bastante segura de que ese es el motivo por el que se ha quedado todo este tiempo en Texas. Sabes de sobra que se habría quedado aquí con su padre si no hubiese habido un buen motivo que la mantuviera lejos de Catelow.
—Creo que por eso Rodney y su amigo Barry me esperaban en el aeropuerto para contarme que Colie me había engañado con otro —J.C. suspiró y su rostro se tensó—. Debería haberlos dejado secos allí mismo a los dos y confiar en Colie. Yo tenía problemas —añadió evitando la mirada de la mujer.
—A veces se nos concede una segunda oportunidad —contestó Lucy.
—A veces tenemos la esperanza de no fastidiar esa segunda oportunidad también —J.C. consiguió sonreír—. Doy gracias a Dios de que las dos siguen vivas. Se han librado por los pelos.
—Si Colie necesita mi ayuda con Ludie, me encantará quedarme con ella —se ofreció Lucy.
—Gracias. Se lo diré. Pero, de momento, Ludie se queda conmigo en Skyhorn, por si ese tarado traficante de drogas descubriera que está viva y decidiera intentarlo de nuevo —su rostro se endureció—. Voy a pedirle a Banks que coloque a un hombre en el hospital también, para asegurarnos de que Colie esté a salvo —los dos sabían que, dado que el crimen había tenido lugar fuera de los límites de la ciudad, estaría dentro de la jurisdicción de Banks. Por no mencionar que el hospital también estaba situado fuera de los límites de la ciudad.
—Buena idea. Volveré a casa —dijo Lucy—. Escuché lo del tiroteo en la radio y me crucé con tu coche de camino al hospital. Supuse que sabrías qué había sucedido.
—Sí que lo sé. Colie está en la unidad de cuidados intensivos —añadió él—. Dudo que te dejen pasar. Pero el cirujano dijo que mañana podrán trasladarla a una habitación en planta. Despertó de la anestesia mientras Ludie y yo estábamos en la sala de reanimación con ella. El cirujano hizo una excepción por nosotros.
—Me alegro mucho de que se vaya a poner bien —dijo Lucy con voz ronca—. No hago amigas con facilidad. He echado de menos a Colie desde que se fue a Texas.
—Muchos la hemos echado de menos —aseguró J.C. mientras consultaba el reloj—. Será mejor que regrese al rancho. Merrie la está bañando por mí —rio por lo bajo—. Supongo que esta noche voy a recibir un curso acelerado sobre cuidado infantil.
—Es una niña muy especial —Lucy lo observó con detenimiento—. Tiene algunas habilidades poco usuales para una niña tan pequeña.
—Ve cosas —contestó J.C.—. Mi abuela tenía el mismo don. Es muy raro.
—Me sorprende. Ella me sorprende. Es muy madura para ser una niña que acaba de cumplir dos años.
—Colie dijo que Ludie le había contado en el aeropuerto que su padre se había ido antes de que yo las encontrara —él asintió.
—Una niña excepcional —insistió Lucy.
—Y muy dulce, como Colie —contestó J.C. con un suspiro—. Tengo tanto que hacerme perdonar con ellas que apenas sé por dónde empezar.
—Paso a paso —le aconsejó ella.
Él asintió.
Ludie se mostró encantada con uno de los juguetes que le había comprado J.C. en la pequeña tienda de la ciudad. Se trataba de un osito que repetía todo lo que decía la niña.
—¡Qué mono! —exclamó la pequeña entusiasmada mientras corría hacia J.C. para que la tomara en brazos, osito incluido, y le besara la rosada mejilla—. Gracias, papi —añadió con los ojos brillantes.
J.C. todavía se estaba acostumbrando a esa palabra. Pero cada vez que ella la pronunciaba, lo inundaba de placer. Sonreía de oreja a oreja cuando se fijó en las miradas que recibía de Ren, Merrie y Delsey.
—Supongo que ya será un secreto a voces, ¿verdad? —él hizo una mueca, preguntando con resignación.
—No había mucho que adivinar, ¿sabes? —observó Merrie—. Todo el mundo sabía que Colie jamás habría permitido que otro hombre la tocara. Estaba loca por ti.
J.C. se sonrojó al recordar que él no había creído a Colie. Había preferido la mentira de Rod a la verdad. Todavía le resultaba difícil vivir con ello.
—¿Qué pasará con Colie? —preguntó Ren—. Barry Todd todavía anda suelto. Si se entera de que ha sobrevivido al disparo…
—Banks ha apostado a un hombre dentro del hospital, junto a la unidad de cuidados intensivos donde ella pasará la noche —reveló J.C.—. He hablado con él hace unos minutos. También está preocupado.
—Espero que claven a Barry Todd y a Rodney Thompson en una pared—murmuró Merrie.
—De las orejas — su marido asintió con una gélida sonrisa.
—Qué bárbaros —J.C. bufó.
—Papi, ¿qué es un bar… bar… esa cosa? —preguntó Ludie.
Los demás sonrieron a la niña.
—Bárbaro —contestó J.C.—. Tendrás que ser un poquito más mayor antes de preguntarme eso, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, papi —le prometió ella mientras asentía con solemnidad.
—Será mejor que la lleve a la cama —J.C. la cambió de brazo—. Ha sido un día muy largo —titubeó—. Gracias por bañarla y darle de comer —añadió—. No tenía ni idea de qué comprar.
—Tienes suerte de que está en la misma etapa de alimentación que nuestro hijo, y de que siempre tengo raciones extra de su comida —Merrie rio—. Pero no hay de qué.
—Iremos a ver a Colie cuando se encuentre mejor —prometió Ren—. Pero, ahora mismo, nuestro único deseo es que siga respirando.
—Amén —añadió J.C.
A la mañana siguiente, cuando J.C. fue a visitarla al hospital, encontró que Colie respiraba mucho mejor. La habían llevado a una habitación semiprivada, y estaba tumbada en la cama, vestida con unos de esos extraños camisones de hospital. Su rostro pálido parecía agotado. Sus cabellos estaban revueltos, y llevaba un vendaje en el lado izquierdo del pecho, por donde había entrado la bala.
—¿Está bien Ludie? —preguntó ella enseguida.
—Está bien —contestó él en voz baja—. Pedí prestada una cama plegable a uno de los vaqueros casados, y la he tenido pegada a mi cama toda la noche. Solo se ha despertado una vez.
—Gracias.
—Lo estoy disfrutando —aseguró él—. No es lo que esperaba… me refiero a tener a una niña a mi alrededor —añadió mientras se colocaba junto a su cama—. Siempre había pensado que los niños eran una molestia.
—Es muy diferente cuando son… cuando llegas a conocerlos —se corrigió ella.
J.C. entendió perfectamente lo que quería decir, «cuando son tuyos», pero era evidente que Colie no estaba dispuesta a admitirlo todavía, y no podía culparla por ello. No había hecho nada por ganarse su confianza. Esperaba poderlo solucionar a tiempo para evitar que ella regresara a Texas cuando la situación se resolviera.
—Lucy iba de camino al hospital cuando se cruzó conmigo frente a la tienda de ropa de niños ayer —añadió él—. Ya le conté cómo estás. Está muy preocupada. Vendrá a verte hoy.
—Es la única amiga de verdad que tengo —confesó Colie. Todavía le costaba hablar. La herida le estaba pasando factura y dio un respingo al moverse—. Ayer… no dolía tanto.
—Ayer estabas aturdida y en estado de shock —le explicó él—. Los primeros días después de sufrir una herida son bastante malos. Pero lo conseguirás. Tómate los medicamentos y haz lo que te dicen.
—Hay un hombre uniformado ahí fuera —observó ella—. Lo vi cuando uno de las enfermeras entró en la habitación.
—Es uno de los hombres de Banks —contestó J.C.—. No queremos correr riesgos, por si el amigo de Rod, Barry, lo volviera a intentar.
—Seguramente estará ya a medio camino hacia la otra punta del mundo —supuso ella con esfuerzo.
—De todos modos, tiene sobre él una orden de búsqueda —le contó él—. Y hay otra para tu hermano también. Aunque él sea seguramente el motivo de que sigas vida.
—¿Cómo dices?
—Preparó un vendaje improvisado —le explicó J.C.—. Tenías una herida muy fea en el pecho. Te habría matado muy deprisa si no te lo hubieran atendido rápidamente.
—Puede que papá tuviera razón —dijo Colie—. Puede que Rod todavía tenga algo bueno en su interior.
—Leí sobre un asesino en serie que llevaba la compra de una anciana a su casa, y reparó los escalones rotos del porche de un vecino —observó él.
Ella se limitó a mirarlo.
—Un buen rasgo no elimina a otro peor —explicó él—. Una persona puede hacer una buena obra y a continuación salir y asesinar a alguien. A la gente le cuesta entenderlo. Por eso algunos asesinos quedan libres.
—Entiendo —Colie frunció el ceño.
—He hablado con el cirujano antes de entrar aquí —dijo J.C.—. Piensa que te estás recuperando muy bien. Te llevará tiempo —añadió con firmeza—. Y eso significa que no vas a poder correr de regreso a Texas de aquí a unos cuantos días.
—Ya me lo imagino. Mi trabajo —añadió dando un respingo—. Los voy a decepcionar.
—Pídele a Lucy que los llame de tu parte y les explique lo que está pasando.
—Eso haré.
—Mientras tanto, yo cuidaré de Ludie.
—¿Y cómo vas a trabajar? —ella se mostró preocupada.
—Casi todo mi trabajo se desarrolla alrededor del rancho —él rio flojito—. Me la llevaré conmigo. Le encantan los caballos, las vacas y los perros.
—Adora a los animales.
—Lo mismo que tú —contestó J.C.—. Tu padre no se atrevía a contarte que Big Tom había muerto —añadió—. Dijo que ibas a sufrir mucho.
—Lo quería.
—Lo recuerdo.
—El dolor está volviendo —Colie respiró con mucho dolor y pulsó un botón para liberar una dosis de analgésico en la vía—. La tecnología moderna es impresionante.
—Sí que lo es.
—¿Y si Barry regresa para terminar el trabajo…? —preguntó ella preocupada, mirándolo a los ojos.
—Cuando salgas de aquí, vendrás a Skyhorn —fue la simple respuesta—. Merrie dice que tienen dos dormitorios de sobra. Ludie y tú podéis quedaros en uno hasta que sea seguro volver a casa.
—¡Qué buena es!—exclamó Colie, luchando contra las lágrimas.
—Te habría invitado a que te quedarás conmigo, pero ya he dado bastantes motivos de chismorreo en Catelow sobre Ludie y tú. Nunca más.
Ella rebuscó en los pálidos ojos, tan parecidos a los de Ludie.
—He fastidiado nuestras vidas —J.C. hizo una pausa—. ¿Te acuerdas hace mucho tiempo, cuando comparamos las predicciones que nos habían hecho?
—Sí —ella lo recordó.
—Pues yo diría que han resultado ser espeluznantemente acertadas.
—Demasiado.
—La tuya incluía algo sobre la felicidad después de la tristeza, ¿no? —él le apartó los revueltos cabellos.
—Eso creo.
—La mía también —J.C. se inclinó un poco más y delicadamente rozó con sus labios los de Colie—. De modo que, cuando salgas de aquí, podríamos considerar buscar algo de eso. Felicidad, me refería.
—Felicidad —ella lo miraba con el corazón reflejándose en sus ojos verdes.
—Nunca había creído en milagros —J.C. la besó delicadamente—. Hasta ahora.
—¿En serio? —ella intentó pegarse más a esa dura y sensual boca. ¡Había pasado tanto tiempo! Incluso a través de las capas de dolor y analgésicos, se moría por él, de nuevo.
—Antes no —susurró él mientras ella entreabría los labios—. Pero ahora…
La puerta se abrió y J.C. se irguió de golpe sonrojándose al ver entrar a la enfermera que acudía a comprobar las constantes vitales de Colie.
—Parece acalorada. Será mejor que le pongamos el termómetro —observó la enfermera con delicadeza.
Colie y J.C. intercambiaron unas divertidas sonrisas de complicidad. Colie sintió la felicidad inundar sus venas como la miel derretida. Los ojos de J.C. encerraban la tierra prometida.