Capítulo 15

 

 

 

 

 

Para cuando la enfermera hubo terminado, Lucy había entrado en la habitación. J.C. rozó la mejilla de Colie con la punta de los dedos.

—Haz caso al médico. Luego volveré con Ludie para que la veas, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, J.C. —contestó ella con una sonrisa adormilada.

—Si intenta escapar, te llamaré —le prometió Lucy.

J.C. rio por lo bajo y abandonó la habitación, pero en esa ocasión sí se volvió para mirar a Colie desde la puerta, sus pálidos ojos de plata brillando de placer.

—Eso sí que es nuevo —observó Colie cuando se hubo marchado.

—¿El qué? —preguntó Lucy mientras dejaba el bolso y el abrigo en la segunda de las dos sillas junto a la cama.

—Nunca solía mirar atrás —explicó ella.

—No es el mismo hombre que solía ser, Colie —Lucy sonrió—. En absoluto. Imagínate al viejo J.C. comprando ropita en una tienda para niños.

—No podría.

—Sinceramente, yo tampoco —su amiga se acercó a la cama—. ¿Cómo te encuentras? Casi sufrí un infarto cuando oí en las noticias lo del tiroteo. Venía corriendo al hospital cuando vi a J.C. fuera de la tienda y me detuve. Supuse que él sabría más sobre lo sucedido de lo que decían las noticias.

—Siempre supo más —recordó Colie con una pequeña sonrisa.

—¿Qué pasó? Fue ese amigo de Rod, ¿verdad? —preguntó la otra mujer con rabia.

—Así es —contestó ella casi sin aliento—. Hace tres años fui testigo de algo que los hizo entrar a Rod y a él en pánico. Rod y su amigo Barry tenían una maleta llena de drogas. Me marché de aquí en parte para demostrarle a Barry que no iba a decir nada de lo que sabía. Pero él cree que lo haré, ahora que el despacho de abogados en el que trabajo persigue a una red de distribución de drogas. Me dijo que él podría librarse de eso, pero que lo que yo sabía de la maleta podría acabar con él en una prisión federal por conspirar para distribuir sustancias ilegales. Yo era prescindible. Y mi hija también —Colie cerró los ojos y se estremeció—. Iba a matarnos a las dos. Nos metió en el coche de Rod a punta de pistola y condujo hasta una carretera solitaria. Yo abrí la puerta y empujé a Ludie fuera del coche y le dije que corriera, y en ese instante apretó el gatillo. Que Dios la bendiga, pues hizo exactamente lo que yo le pedí, de lo contrario seguramente ahora no estaría viva. Y, de no haber sido por Rod, imagino que yo también estaría muerta.

—¿A qué te refieres?

—J.C. me contó que alguien improvisó un vendaje de emergencia, y que eso me salvó la vida. A Barry ni se le habría ocurrido, pero a Rod sí, y él estuvo en el Ejército. Sabía cómo tratar heridas.

—Pero huyó y te dejó tirada en el porche —observó Lucy con frialdad—. Se lo oí decir a mi compañera de trabajo, cuya prima es una de los sanitarias que acudió a tu casa después de que te dispararan. Dicen que apenas estabas lúcida, pero que sí sabías que habías estado en el coche de Rod, que de repente desapareció. No hicieron más que sumar dos y dos.

—¿Y cómo supieron que tenían que ir a mi casa? —se preguntó ella.

—Supongo que Rod les llamaría —Lucy titubeó—. De lo contrario, no se habrían enterado hasta que ya fuera demasiado tarde.

—Eso pensaba yo.

—Puede que Rod tenga sus cosas buenas, pero, si lo pillan, no habrá manera de que se libre de ir a la cárcel, y lo sabes —observó Lucy delicadamente mientras se dejaba caer en una silla—. En el mejor de los casos, lo acusaran de conspiración para distribuir drogas. Y esa es una larga condena.

—Lo sé —Colie cerró los ojos—. Rod siempre se ha dejado llevar con mucha facilidad. Nunca aprendió.

—Qué lástima —continuó Lucy—. Es el último pariente vivo que te queda.

—No podemos elegir a nuestros parientes —Colie asintió.

—Otra lástima —Lucy frunció los labios.

Colie consiguió reír.

 

 

J.C. tuvo que ayudar a los hombres con el traslado de las vaquillas preñadas a pastos más cercanos a la casa. El trabajo era peligroso, pero se llevó a Ludie con él, advirtiéndola de que se quedara en el SUV hasta que fuera a buscarla. La niña podría mirar por la ventanilla.

Willis se acercó cabalgando sobre su yegua alazana y se detuvo junto al vehículo.

—Ya veo que hoy te has traído ayuda —observó con una sonrisa.

—¡Lobo! —exclamó Ludie, tras bajar la ventanilla—. Hombre del lobo, ¿puedo ver al lobo, por favor?

—¿Se lo has contado? —preguntó Willis tras intercambiar una mirada con J.C.

—No —él sacudió la cabeza.

—Vas a tener que contarle esto a la esposa de Tank —Willis silbó entre los dientes.

—Lo haré, en cuanto regresen de esa conferencia a la que han ido —J.C. sonrió.

—Sí, jovencita, podrás ver al lobo. J.C., ¿querrás llevarla hasta mi cabaña? Podrá verlo a través de la mosquitera. Son bastante impredecibles —añadió con cautela—. Yo subiré con vosotros.

—Iremos ahora mismo —J.C. telefoneó a Ren, le explicó el capricho de Ludie y recibió a modo de respuesta una carcajada de permiso.

 

 

La cabaña de Willis estaba situada en el interior del bosque, como la de J.C. El enorme rancho de Ren bordeaba el bosque nacional de Wapiti, de manera que estaba bastante lejos de Catelow.

J.C. se detuvo frente a la puerta y bajó del coche a una emocionada Ludie.

—No puedes entrar dentro —le advirtió.

—¿Por favor, papi? —suplicó la niña, mirándolo con ojos idénticos a los suyos.

Él sintió la súplica hasta la punta de los dedos de los pies. Willis subió al porche tras atar su montura a uno de los postes.

—Depende de su humor —Willis rio. Entraré a ver si hoy está sociable.

El hombre y la niña esperaron en el porche. Un minuto más tarde, el lobo llegó saltando desde la parte trasera de la casa y se detuvo sobre sus tres patas junto a la puerta de mosquitera. Olisqueó a Ludie y gimoteó.

—¡Por favor! —insistió Ludie.

—Cielo, no es seguro…

—¡Por favor!

—Colie va matarme —murmuró J.C., aunque abrió la puerta de mosquitera.

Ludie corrió y rodeó al lobo por el cuello, abrazándolo una y otra vez. El lobo apoyó su enorme cabeza sobre el pequeño hombro y la olisqueó mientras gimoteaba suavemente. No hizo ningún movimiento agresivo hacia ella.

—Buen chico —murmuró Ludie—. Lobo bonito.

El lobo volvió a gimotear. Tenía los ojos grises cerrados y prácticamente ronroneaba.

—Desde que estuvo aquí Merrie, y el lobo hizo esa cosa, nunca lo había visto tan dócil con otra persona salvo conmigo —observó Willis mientras sacudía la cabeza.

—Tiene… habilidades —admitió J.C. al fin.

—Desde luego —Willis asintió con emoción.

 

 

Más tarde, J.C. llevó a Ludie al hospital para que viera a su madre. Colie acababa de terminar una comida frugal. Sus ojos verdes se iluminaron de felicidad al ver correr a su hija hasta la cama.

—Con cuidado, cielo —le advirtió J.C.—. A mamá le duele.

—Ya lo sé, papi —contestó la pequeña, sonriéndole—. Mami, ¡he abrazado al lobo! ¡Le he gustado! —exclamó.

J.C. hizo una mueca y esperó a que se desatara la tormenta.

Pero Colie no saltó sobre él. Se limitó a sonreír.

—Encontró un perro junto a la carretera cerca de Jacobsville, donde vivíamos —le explicó—. Era grande y conocido por su peligrosidad. Intenté detenerla, pero ella corrió directamente hacia él, se sentó a su lado y empezó a hablarle. El perro se estiró gimoteando de dolor, y ni siquiera le mostró los dientes. El primo Ty nos ayudó a llevarlo al veterinario, y lo adoptamos. El veterinario dijo que tiene un don. He oído que la esposa de Tank Kirk también lo tiene. Encontró una serpiente de cascabel y la llevó a un rehabilitador de fauna salvaje —Colie rio.

—¿Cómo te encuentras, cielo? —J.C. suspiró aliviado y preguntó con su gutural voz suave y cargada de preocupación.

—Sigue doliendo —contestó ella—. Pero estoy mejorando. ¿Has sabido algo del sheriff?

—Aún no. Le he dejado un mensaje para que… —el teléfono sonó y él se detuvo para contestar. Cómo no, se trataba de Banks. Activó el altavoz para que Colie también pudiese oír.

—Avisamos a los federales, y ellos han seguido la pista de Barry Todd hasta el aeropuerto de Atlanta —explicó el sheriff—. Iba camino de Sudamérica. Han enviado agentes federales para llevarlo de vuelta a Denver para someterlo a juicio. Hemos oído que los jefes de Colie, de Jacobsville, tienen suficiente para colgarlo.

—Yo tengo algo que puede ayudar a colgarlo —intervino Colie—. Hola, sheriff.

—Hola, Colie, ¿estás mejor?

—Mucho mejor —ella respiró hondo, consciente de la mano de J.C. tomando la suya sobre la cama—. Vi a Barry entregarle a mi hermano una maleta llena de sustancias ilegales, y le oí darle instrucciones para su distribución.

—¡Por Dios bendito! —estalló Banks—. ¿Lo viste realmente?

—Sí —insistió ella, fijándose en la expresión furiosa de J.C.—. Me marché de aquí para que Barry comprendiera que iba a mantener la boca cerrada. Me mantuve alejada para proteger a mi padre y a mi hija.

—Ojalá hubieses acudido a mí —se quejó Banks—. Yo te habría conseguido protección.

—Tenía miedo —admitió Colie mientras bajaba la mirada—. Aparte de eso, acababa de vivir una experiencia personal bastante traumática. Estaba dolida y no pensaba con coherencia. Me limité a huir.

J.C. cerró los ojos. Sabía muy bien a qué se refería. Él la había echado de su vida arrojándola en brazos de un ladrón y de un narcotraficante. Iba a tener que vivir el resto de su vida con el recuerdo de esa traición.

—Lo entiendo —la tranquilizó el sheriff—. ¿Estarías dispuesta a testificar eso en un juicio? —añadió—. Puedo garantizar tu seguridad.

Colie sabía que no eran más que palabras en el viento, que nadie podría salvarla si Barry quería venganza. Pero estaba segura de que J.C. mantendría a Ludie a salvo, pasara lo que pasara, y ya era hora de dejar de huir.

—Sí —contestó—. Testificaré.

—Informaré a los federales —contestó él—. También tendrás que testificar por lo del tiroteo. Lo entiendes, ¿verdad?

—Sí, señor —respondió ella, respetuosa—. Lo que siento es que mi hermano se viera mezclado en todo esto. ¿Lo han encontrado?

—No —contestó Banks, contrariado—. Pero le estamos siguiendo el rastro. Tenemos un investigador capaz de seguir a un sospechoso hasta el mismísimo infierno con tal de encontrarlo. Tu hermano no escapará. Lo siento, Colie, pero el que hace algo ilegal tendrá que pagar el precio.

—Lo sé —contestó Colie—. Pero se trata de mi único pariente vivo, aparte de Ludie.

—Tuve un primo que fue acusado de asesinato —contestó Banks. Me dolió, porque éramos muy amigos. Pero la ley es la ley.

—Sí. Llevo años trabajando para abogados —le recordó ella—. Se hace uno una buena idea del cuadro general del sistema de justicia criminal.

—Así es. Cuando tenga algo más me pondré en contacto con vosotros —les prometió el sheriff.

Tras darle las gracias, J.C. guardó el móvil en su estuche. Ludie miraba de su padre a su madre con ojos dulces y llenos de amor.

—Todo irá bien —susurró—. El hombre malo no volverá a hacernos daño.

—Oh, cómo espero que tengas razón, Ludie —Colie miró a J.C. mientras alargaba una mano y Ludie se acercaba todo lo que podía.

—Te quiero, mami.

—Yo también te quiero cielo —Colie se esforzaba por no llorar. El dolor seguía siendo fuerte, y también sentía náuseas.

—Deberíamos irnos para que mamá pueda descansar, ¿de acuerdo? —sugirió J.C., inclinándose para tomar en brazos a la niña de rizos de color fresa y besarle la pequeña mejilla—. Mi propia muñeca Shirley Temple de carne y hueso —bromeó.

—¿Quién es Shirley Temple? —quiso saber Ludie.

—Encontraré una película en YouTube para que puedas verla por ti misma —le prometió él.

—J.C., gracias. Por todo —dijo Colie.

—Tengo que cuidar de los míos —J.C. se agachó y la besó con dulzura. Sus ojos decían mucho más que las palabras.

Colie se irguió haciendo una mueca de dolor al sentir el tirón de la herida, y le acarició el duro rostro.

—Tantos años.

—Después de la herida, viene el beso —contestó el mientras sonreía con ternura—. Piénsalo.

Ella lo entendió. La vida daba lecciones dolorosas, pero casi siempre seguidas de periodos de gran felicidad. Y ella tenía la sensación de que se dirigía hacia una.

—Tengo algo más que contarte —anunció J.C. con un destello de sus pálidos ojos grises—. ¡He estado leyendo libros!

—Libros —Colie se detuvo, lo miró, comprendió de qué le estaba hablando y se sonrojó.

—Libros buenos —añadió él mientras mostraba su hilera de dientes perfectos y blancos—. Podríamos hablar de ello cuando estés mejor.

—Bueno… —ella hizo una mueca—. ¡Mis jefes! —exclamó—. Ellos no saben lo que está pasando.

—Les llamaré hoy y se lo explicaré. Necesitaré el número y el nombre de alguien con quien pueda hablar —añadió él.

—Está en mi móvil, en el cajón, en mi bolso —Colie le señaló la mesilla junto a la cama.

J.C. sacó el móvil del bolso y se lo pasó.

—Es este —le indicó ella abriendo un contacto—. Es el señor Copeland, el jefe del despacho de abogados desde que… desde que Darby murió —todavía le resultaba duro recordar a Darby sin que se le saltaban las lágrimas. Había sido muy bondadoso.

—Se lo explicaré todo —le prometió J.C. mientras copiaba la información del contacto y devolvía el móvil y el bolso al cajón.

—Pórtate bien con J.C. —le indicó Colie a su niña con una cálida sonrisa.

—Seré buena, mami. Esa señora tan simpática nos dibujó —añadió de repente.

—¿Nos dibujó? —preguntó Colie.

—Merrie hizo un boceto nuestro cuando llevé a Ludie a su casa —explicó J.C.—. Tiene muy buena mano. Está pintando un cuadro, y te aseguro que será toda una revelación. Salvó su propia vida pintando a un mafioso en el este —añadió con una risa.

—Me gusta Merrie —aseguró Colie—. Siempre ha sido buena conmigo.

—Ya tienen preparada la habitación, para cuando puedas venir a casa —le aseguró él—. Mañana volveré a traer a Ludie. Se acerca otra tormenta, y todos los hombres están trabajando contrarreloj para acercar a las vaquillas preñadas y a las vacas al establo.

—Ten cuidado —insistió ella.

—Sí, señora —contestó él con una sonrisa.

Al mirarlo, Colie se sintió renacer. Era distinto de la otra vez. La atracción física era menos violenta, más profunda, tierna y afectuosa. Se moría de ganas de ver cómo irían las cosas.

Pero cuando recordó a su hermano, se entristeció.

—El tío Rod volverá —anunció Ludie con su vocecilla aguda—. Va a chivarse del hombre malo, mami.

Colie miró a J.C. Si Ludie estaba en lo cierto, en esa ocasión las cosas quizás salieran bien. Por lo menos, Rodney podría negociar un trato para conseguir una reducción de sentencia. Solo el tiempo lo diría.

—Que te mejores —le deseó J.C.—. Yo cuidaré de Ludie.

—Lo sé —Colie sonrió adormilada.

—Adiós, mami —se despidió Ludie desde la puerta.

Colie dormía antes de que llegaran al ascensor.

 

 

Colie estuvo lo bastante recuperada para recibir el alta del hospital tres días después. J.C. y Ludie fueron a recogerla.

—Me han tratado muy bien, pero me alegra volver a la normalidad —aseguró mientras se alejaban en el coche. Ludie iba sentada en la sillita de coche en la parte trasera, mientras que Colie estaba en el asiento del pasajero junto a J.C.

—¿Sigues encontrándote bien? —preguntó él mientras se alejaban.

—Un poco dolorida —admitió ella—. El doctor dijo que es normal —en el regazo llevaba una carpeta con muchas hojas.

—Pararemos en una farmacia para darle al farmacéutico esas recetas de camino a casa —le indicó él a Colie—. Volveré a recogerlas cuando estén preparadas.

—Las medicinas son muy caras —protestó ella.

—Cielo, puedo permitirme casi todo lo que puedas desear —le aseguró él con delicadeza. Giró la cabeza y le sonrió al acercarse a un semáforo—. Cualquier cosa.

—¿Puedes comprarme una vida tranquila sin ningún narcotraficante de mirada salvaje merodeando por ahí? —se preguntó ella.

—El sistema de justicia criminal —él rio— se ocupará de eso.

—No siempre funciona —contestó Colie—. A veces los jurados dejan libres a las personas.

—Si haces algo malo, algo malo te sucederá —afirmó J.C. mientras se encogía de hombros—. Tu padre me lo contagió —añadió con calma.

Colie tuvo que luchar contra las lágrimas. Aquello era demasiado. La muerte de su padre, la angustia por Rodney, el tiroteo…

Sintió la enorme mano de J.C. cerrarse sobre la suya.

—También me enseñó otra cosa. Hay que tener fe, Colie —añadió él con dulzura.

Ella casi podía oír a su padre diciendo esas mismas palabras. Le apretó delicadamente la mano.

—De acuerdo.

 

 

Se sorprendió al ver que J.C. detenía el vehículo frente a su propia cabaña y no frente a la casa grande de Ren.

—Pero… —comenzó.

—Ya se ha publicado en los periódicos —él puso una cajita de terciopelo en sus manos—. Supongo que cuando eches un vistazo a tu móvil encontrarás un montón de mensajes —hizo una mueca—. Y seguramente el primero será de Lucy, furiosa contigo porque no se lo dijiste la primera.

—Lucy…

Mientras J.C. llevaba el equipaje a la cabaña, Colie sacó el móvil del bolso. Había un mensaje de Lucy: Felicidades y, ¿por qué demonios no me has dicho nada?

Levantó la vista mientras J.C. sacaba a Ludie del asiento trasero.

—¿Por qué no le dije a Lucy el qué? —preguntó.

—Abre la cajita —contestó él.

Colie lo hizo. En su interior había un anillo de compromiso de diamantes y esmeraldas, y una alianza de oro salpicada de esmeraldas, a juego con el anillo. Las piedras estaban incrustadas. Era un conjunto muy caro.

J.C. dejó a Ludie dentro de la cabaña y regresó para ayudar a Colie.

—Lo compré hace tres años —le informó él con calma—. Lo llevaba en el bolsillo cuando tu hermano y su amigo fueron a buscarme al aeropuerto.

Colie se mordió el labio inferior. J.C. nunca le había hecho una declaración de amor, ni le había dado ninguna señal de qué tenía en mente para el futuro. Aquello resultaba de lo más revelador

Las lágrimas rodaron por sus mejillas.

—La fastidié, Colie —J.C. la tomó delicadamente en sus brazos—. Estaba muerto de miedo. Te deseaba, pero mi vida familiar era el patrón por el que juzgaba al mundo. No tuve una infancia normal. La mía fue violenta y trágica —respiró hondo mientras la llevaba en brazos a la cabaña—. Me he abofeteado mentalmente docenas de veces por haber escuchado a Rod en primer lugar. Pero no podemos volver atrás, cielo. Hay que intentar seguir adelante.

La dejó dentro de la cabaña y miró a los dulces ojos verdes.

—¿Podrás perdonarme? — preguntó—. ¿Podrás pasar página por lo que te hice?

Colie respiró hondo. Las lágrimas seguían allí.

—Podré —contestó.

—Jamás volverás a tener un motivo para dudar de mí —le aseguró él.

—Papi, quiero queso —anunció Ludie con su vocecita, mirándolo con esos ojos grises idénticos a los suyos.

—Es una fanática del queso —él rio—. Tengo la nevera llena de queso, de todas las clases de queso que existen en el mundo. Lo ha descubierto y ahora hay queso en todas las comidas.

—A mí también me gusta —observó Colie mientras se acercaba lentamente a la cocina—. Sinceramente, ¡estoy harta de la gelatina!

—Yo he estado hospitalizado una o dos veces —J.C. soltó una carcajada—. Sé exactamente a qué te refieres.

Sacó unos platos y empezó a cortar queso, que sirvió con galletitas saladas de todas clases. También sirvió leche para Ludie y refrescos para Colie y para él. No había olvidado la marca de ginger ale frío que le gustaba.

—Este siempre ha sido mi preferido —ella sonrió mientras bebía a sorbos.

—Lo sé —contestó él mientras se reclinaba en el asiento sin apartar la mirada de su hija—. Es muy brillante —observó.

—Casi demasiado brillante —Colie rio—. A veces asusta a la gente con esas cosas que suelta.

—Aquí en Catelow estaría muy a gusto, con la esposa de Tank Kirk, no viven muy lejos de aquí.

—La clarividente —recordó Colie—. Me encantaría conocerla.

—Te la presentaré. Ren le compró algo de ganado hace poco. Tank es un buen tipo. Hace unos años era patrullero de frontera. Recibió un disparo muy grave, pero se recuperó, y su hermano Mallory está casado con una chica de Texas, la hija de King Brannt.

—¡Cielo santo, he oído hablar de ella a mi prima Annie! —exclamó Colie—. Conoce a todo mundo en el sur de Texas. O eso me parece a veces.

—¿Podrías acostumbrarte a vivir aquí, Colie? —J.C. inclinó la cabeza y la observó atentamente.

Ella se detuvo con la bebida a medio camino hacia la boca. Se trataba de una pregunta profunda, y que hacía juego con el conjunto de anillos que seguía aferrando en la mano que tenía libre. Miró al único hombre al que había amado jamás, y sintió arder profundamente en su interior el viejo deseo. Salvo que en esa ocasión no se trataba de una pasión salvaje, era más profunda, más dulce. Lo que él le estaba ofreciendo era una nueva vida.

—Sí —contestó al fin, mientras contemplaba cómo se iluminaba el rostro de J.C. con sus palabras—. Sí, podría acostumbrarte a vivir aquí, J.C.

—John Calvin —le corrigió Ludie sin dejar de masticar queso. J.C. se sonrojó.

—¿Se lo has dicho? —preguntó Colie.

—No —contestó él tajante—. Nunca se lo he contado a nadie. Mi madre era irlandesa, pero sus padres venían de Escocia. Eran unos presbiterianos acérrimos que reverenciaban a John Calvin, uno de los fundadores de la fe protestante. Me pusieron el nombre por él. Mi madre se convirtió al catolicismo cuando se casó con mi padre.

—Una manera muy noble de elegir un nombre —observó ella—. A mí me bautizaron como Colleen Mary, por una tía abuela, pionera del periodismo en Wyoming.

—Jamás me dijiste tu nombre completo —observó él con una sonrisa.

—Nunca hablamos demasiado. No realmente —contestó ella.

—Pues ahora tenemos todo el tiempo del mundo para hablar —le aseguró él—. Pero, primero —añadió con pesadumbre—, hay que llevar a cabo una triste tarea, triste para los dos. He hablado con el pastor ayudante y estuvo de acuerdo en que el sábado sería un buen día para el servicio. Pensó que te daría tiempo suficiente para salir del hospital y descansar un día o dos.

—Es un buen hombre —ella asintió—. Papá lo quería —levantó la vista—. Su esposa y él vinieron a verme anoche, después de que tú te marcharas. Forman una bonita pareja.

—Ella juega al tenis —le contó J.C. mientras reía—. Siempre gana a su marido. Todos los partidos.

—Lo sé. A él le parece increíble.

—Pero es que siempre hay que dejar ganar al hombre, ya lo sabes —él suspiró y frunció los labios—. Alimenta su ego y le hace sentirse importante.

—Tonterías.

—De acuerdo, basta de propaganda —los ojos de J.C. brillaron—. ¿Te sigue gustando la serie de Sherlock? —preguntó.

—¡Desde luego! —exclamó ella.

—En ese caso cuando la pequeñaja se vaya dormir, pondré unos vídeos para que los veas.

—Eso me encantaría.

—¿Quién es la pequeñaja, papi? —quiso saber Ludie.

—Esa eres tú, bomboncito —él se inclinó y besó la naricilla de su hija.

—¡Qué gracioso eres, papi! —ella rio.

—Estoy contento —contestó él mientras acariciaba los rizos de fresa—. Mi dulce niña. La niña de papá —añadió con orgullo.

—Te quiero, papi —Ludie rodeó con sus brazos el cuello de su padre y se agarró con fuerza.

—Yo también te quiero. Ya casi es la hora de irse a la cama.

—Me pondré mi pijama —contestó ella mientras se bajaba de la silla.

—Jamás había visto a una niña de su edad capaz de vestirse sola hasta que la conocí a ella —observó J.C.

—Es precoz —Colie rio—. No para de sorprenderme. Ya se sabe el alfabeto, los colores y los números. En Texas va a preescolar —su voz se apagó—. Había forjado muchas relaciones allí.

—Hay una escuela presbiteriana de preescolar muy buena aquí en Catelow —señaló J.C.—. Y podrás comunicarte por Skype con tus primos.

—Sí. Eso es verdad.

—Jamás volveré a dejarte ir, Colie —él le tomó la mano y le besó la palma con ansia—. ¡Te lo prometo! —añadió con voz ronca.

—Ha pasado mucho tiempo, J.C. —Colie le acarició la firme mejilla con la punta de los dedos mientras lo miraba con tristeza.

—Demasiado tiempo —concedió él—. Tu padre también te echaba de menos. Al principio, él creía que yo era el motivo por el que no querías volver. Pero, luego, prestó más atención a Rodney y a sus andanzas, y llegó a otra conclusión. Creía que estabas siendo amenazada y que por eso no volvías a casa.

—Y tenía razón. Pero no podía decírselo —explicó ella con tristeza—. Le habría puesto en una situación de peligro. De haber sido otra la situación, te lo habría contado a ti. Esa era la idea que tenía, pero Rodney se encargó de que no pudiera hacerlo.

—Por fin comprendí que tú jamás me habrías traicionado como él aseguraba —los ojos plateados de J.C. brillaron furiosos—. Pero, para cuando recobré el sentido común, tú ya te habías casado. De no haber sido por tu padre, creo que me habría vuelto loco.

—Jugando al ajedrez con papá —Colie soltó una carcajada—. Al principio no me lo creía.

—Se dio cuenta de que yo no era una causa perdida del todo, y se puso a trabajar conmigo —él sacudió la cabeza—. Nunca había conocido a nadie como él. Fue lo más próximo a un padre que he conocido jamás. Habría hecho cualquier cosa por él. Cualquier cosa.

—Era muy especial —Colie asintió.

Se produjo un breve momento de dolor compartido. Él la tomó en sus brazos y la abrazó con toda la fuerza que se atrevió. No quería hacerla sentirse más incómoda de lo que ya debía estar por la herida.

—Empezamos de nuevo, aquí mismo —susurró J.C.—. Y a partir de ahora, si tú me dices que el cielo es de color verde salpicado de florecitas de cerezo, te creeré sin necesidad de ninguna prueba.

—De acuerdo —ella sonrió.

J.C. inclinó la cabeza y deslizó sus firmes labios sobre los suaves de Colie.

—Y te amaré —susurró sobre su boca—, hasta que las estrellas se apaguen. Y aún después de eso, para siempre, Colie.

—Yo jamás dejé de amarte —las lágrimas rodaban por el rostro de Colie—. No podía. Solo existías tú. Solo tú, mi vida entera…

Los labios de J.C. interrumpieron sus palabras. Le sostuvo el rostro entre las cálidas manos y la besó hasta que ella sintió la boca dolorida y el rostro acalorado. J.C. levantó la cabeza y la miró a los ojos, la tensión tan dulce y espesa que resultaba casi tangible.

Y en medio de tan conmovedor intercambio, una vocecita llamó desde la habitación de al lado:

—Mami, se me ha caído el calcetín por el váter.

—Bienvenido a la paternidad —bromeó Colie.

—No es más que un calcetín —él se encogió de hombros—. Podemos comprarle montones más.

—La semana pasada, tiró dos toallitas por el váter —le informó ella—. Al fontanero le llevó quince minutos conseguir que el inodoro volviera a funcionar.

—Curiosidad científica —aseguró él, defendiendo a su hija—. Le gusta experimentar.

—En ese caso —Colie sonrió—, y dado que te veo muy dispuesto a ejercer de padre, ¿qué te parece si vamos mañana por la mañana al juzgado y nos sacamos una de esas licencias?

—Eso me encantaría —contestó él

—A mí también —Colie suspiró apretándose contra él—. Pero, antes de poder casarnos, hay un funeral al que asistir. Y ahí fuera, en alguna parte, está mi hermano, huyendo de la justicia. Y también hay un narcotraficante con el brazo muy largo, incluso desde la cárcel.

—Deja las preocupaciones de mañana para mañana —le aconsejó él mientras le besaba la frente—. Esta noche, tenemos un calcetín en el váter del que ocuparnos.

—Todo tuyo —le ofreció ella.

J.C rio y se dispuso a pescar el molesto objeto. Por dentro se sentía como un hombre que acabara de ganar la lotería. Jamás había esperado que ella sintiera lo mismo por él, mucho menos que accediera a darle una segunda oportunidad. ¡No iba a volver a fallarle nunca más, pasara lo que pasara!