Capítulo 2

 

 

 

 

 

El domingo a las tres de la tarde, Colie ya estaba vestida y preparada para salir, y tan nerviosa que no podía parar quieta. J.C. había dicho que primero comerían en ese sitio de pescado, pero no sabía si él prefería que llevara un bonito vestido, vaqueros o qué. Nunca lo había visto vestido con traje, ni siquiera con una chaqueta formal, de modo que supuso que él vestiría sus habituales vaqueros.

Ella también los llevaba, recién planchados y con inserciones de encaje desde el bajo hasta la rodilla. Los combinaba con una bonita blusa blanca, también con encaje. Con su cabello oscuro y piel ligeramente olivácea, el resultado era exótico. La ilusión hacía brillar los ojos verdes. Estaba casi hermosa, incluso sin maquillaje, algo que detestaba. Su piel era lisa por naturaleza y la resaltaba con un toque de polvos y brillo de labios. No soportaba el rímel, en realidad era alérgica a casi todos, pero sus pestañas eran lo bastante oscuras y espesas como para parecer que lo llevaba.

Sus cabellos eran naturalmente ondulados y lo único que hacía era lavarlos y peinarlos. Sonrió al ver su reflejo en el espejo y pensó que no estaba nada mal. Quizás J.C. la besaría. El placer anticipado la dejó sin aliento. J.C. era un hombre de mundo, sin duda sabría besar. Con suerte le enseñaría a hacerlo, porque ella no tenía ni idea.

—¿Arreglándote? —bromeó Rodney al encontrarse con ella en el pasillo—. Estás muy bien, hermanita.

—Gracias —Colie rio.

—Ya sabes que J.C. no es muy de familia —señaló él inesperadamente—. No le queda ninguna. Su madre murió y no se habla con su padre. Ni siquiera estoy seguro de que sepa dónde está.

—¿Por qué? —ella se volvió y miró a su hermano.

—Nunca habla de ello —contestó él—. Una vez mencionó algo sobre la familia que lo adoptó a los diez años. Un hombre y su esposa, en el Yukón. Ella era profesora, y su madre también lo era, de modo que quizás se conocieran o algo así. En cualquier caso, vivió con ellos un tiempo. Luego creo que sucedió algo trágico, un incendio, y los dos murieron. J.C. lleva mucho tiempo solo.

—Te tiene a ti —sugirió Colie.

—No estamos tan unidos —contestó su hermano—. Es imposible estar unido a él. No se fía de las personas y no comparte nada —frunció el ceño—. Sé lo que sientes, quizás eso podría cambiar —añadió al ver la expresión dolida en el rostro de su hermana—. No dejes que te haga daño, ¿de acuerdo?

—¿A qué te refieres?

—Tuvo una experiencia terrible con una mujer, pero no me lo contó. Se lo oí a uno de los muchachos a los que instruía en ultramar. Era una chica de alterne, pero él no lo sabía. No había tenido mucha relación con mujeres y era muy ingenuo. Se enamoró locamente de ella, y entonces la oyó hablar de él con otro hombre, burlándose porque le había comprado muchas cosas bonitas y porque pensaba que ella era inocente. La chica dijo que llevaba años representando ese papel porque a muchos de sus clientes les gustaba. J.C. se volvió loco. Por lo visto, después de averiguarlo, destrozó un bar y mandó a otro hombre al hospital. Cuando abandonó el Ejército, me contó ese muchacho, estaba tan cambiado que apenas lo reconocía —añadió Rodney—. Ha sufrido unos cuantos golpes.

—Pobre —susurró ella.

—Hombre prevenido vale por dos —apuntó Rod—. La actitud de J. C. con las mujeres cambió después de aquello. No es ningún mujeriego, pero sí tiene sus mujeres.

Colie apretó los dientes. Ya sospechaba algo, pero estaba averiguando cosas muy inquietantes sobre J.C.

—Hay muchos hombres así, ¿no? Y se casan y forman familias.

—No cuentes con eso —contestó su hermano—. J.C. tiene un trabajo que invita a la violencia, ¿no te habías dado cuenta? Dirige la seguridad del rancho de Ren y viaja continuamente a ultramar para ayudar a entrenar a policías en zonas de alto riesgo de disturbios. Le gusta el riesgo. Eso no combina bien con clases de primaria y fiestas de cumpleaños, mi niña.

Colie se sentía cada vez peor.

—Sé cómo te sientes por él —Rodney hizo una mueca y prosiguió en tono más suave—. Por eso te lo estoy contando. Ya sabes que papá no es un hombre de nuestro tiempo, vive en un mundo de fantasía, de finales felices, porque era lo que tenían mamá y él. Pero no funciona así para la mayoría de las personas. Tomamos lo que podemos y seguimos adelante.

—Quieres decir que disfrutamos todo lo que podemos sin mirar hacia delante —contestó en ella en un tono vacío.

—Algo así —Rodney respiró hondo—. Colie, no intento herirte, solo quiero que sepas a qué te enfrentas. J.C. es mi amigo, pero tú eres mi hermana. Él no respeta a las mujeres, ya no.

—Y opinas que no debería salir con él —ella se encogió de hombros inquieta.

Rodney titubeó. Había varios motivos por los que quería mantener a su hermana alejada de su mejor amigo, y no tenían nada que ver con su bienestar. J.C. era riguroso con la ley y el orden y sabía que Rodney consumía drogas, por eso ya no pasaban juntos tanto tiempo como habían hecho en ultramar. Sabía cosas de él que no quería que descubriera su padre. J.C. no lo iba a delatar porque no sabía lo que estaba sucediendo en realidad. Pero su hermanita sí lo haría ante la menor sospecha. Tenía que impedir que se acercara demasiado a su amigo.

Por otro lado, y a su manera, la quería.

—Cielo, haz lo que consideres mejor —contestó al fin—. Estoy de tu parte, hagas lo que hagas. ¿De acuerdo?

Colie lo abrazó impulsivamente y apoyó la mejilla contra su pecho, y por eso no vio la expresión agónica en la mirada de su hermano.

—Gracias, Rod —ella se apartó—. Papá me dijo que siempre estaría aquí para mí, pasase lo que pasase —levantó la mirada—. Él cree que no podré resistirme a J.C.

—No hay mujer capaz de resistirse a él si la desea —contestó él antes de interrumpirse y apretar los dientes.

—Está bien —Colie le dedicó una sonrisa forzada—. Dicen que le gusta la variedad.

—Desde luego que sí —aseguró su hermano—. Antes, según me contó ese tipo—, era Don Convencional. Pero eso cambió después de que esa chica de alterne lo destrozara.

—Alguien debería darle su merecido a esa mujer.

—Las mujeres como ella no sienten nada, cielo —le aseguró Rodney—. Por dentro son frías como el hielo. La mujer que se prostituye suele hacerlo porque así consigue un dinero fácil. Puede que también intervenga un tema de control. Cuando una mujer se vende, eso le da poder sobre los hombres.

Ella se limitó a asentir. Ese mundo le era totalmente ajeno.

—A lo mejor tú consigues que J.C. vuelva a ser como era —sugirió su hermano con delicadeza—. Quién sabe.

—Así es. Quién sabe —ella sonrió y volvió a olisquear—. De verdad, Rod, apestas a humo de…

—Mi amigo de Jackson Hole vino de visita. Se aloja en el motel local. Esta noche tengo que verlo, así que volveré tarde. Muy tarde. Vamos a hablar con otro hombre que conoce de la costa oeste.

Colie frunció el ceño. Aquello sonaba muy raro.

—Cosas del negocio de la ferretería —le aclaró él rápidamente—. Muestras de herramientas.

—¡Ah! Ya entiendo —ella rio y se dio la vuelta, con lo que no vio la expresión de culpabilidad de su hermano.

 

 

J.C., tal y como ella había sospechado, vestía pantalones vaqueros, botas vaqueras, camisa de manga larga azul a cuadros y una zamarra. Al verla con su ropa, bonita aunque informal, sonrió.

—Confiaba en que comprendieras que no se trataba de una cita formal —J.C. rio—. Debería habértelo advertido.

—No hace falta —le aseguró ella—. Leo las mentes.

Él enarcó las oscuras cejas.

—De verdad —le aseguró ella con los ojos verdes chispeantes.

—Si tú lo dices —contestó él—. ¿Preparada?

—Desde luego.

El reverendo salió al recibidor, miró a J.C. y sonrió. Llevaba un libro en las manos.

—Que os divirtáis. No vuelvas muy tarde, Colie, ¿de acuerdo?

—No lo haré, papá —ella lo besó.

Aunque seguía sonriendo, la expresión de su padre al volverse hacia el estudio era de preocupación, y no dedicó ni una palabra a J.C.

—Papá no se siente cómodo con la gente —lo defendió Colie una vez acomodados en el SUV negro de J.C.—. Resulta curioso en un pastor, porque siempre está disponible para sus feligreses cuando alguien necesita un consejo o consuelo.

—Ya me he dado cuenta.

—No es que no le gustes —Colie intentaba desesperadamente explicar lo inexplicable.

—No pasa nada —J.C. la miró y sonrió—. No sufras por ello.

—De acuerdo.

—¿Te gusta el pescado?

—Sí, mucho. Frito, cocido, a la parrilla, de cualquier manera. ¿Y a ti?

—Crecí en el Yukón —él rio—. Allí hay lagos y ríos por todas partes. Mi abuelo me enseñó a pescar cuando yo tendría unos cuatro años.

Colie se dio cuenta de que no le hablaba de su padre, y recordó lo que le había contado su hermano.

—Cuando yo nací, mis dos abuelos ya habían muerto —le contó—. Solo conocí a una abuela, y murió cuando yo iba a primaria.

—Qué triste. Yo tuve a mi abuelo hasta que murió mi madre. Era un buen tipo. De la tribu pies negros —añadió con una sonrisa—. Su familia era de Calgary —se fijó en la expresión perpleja de Colie—. Está en Alberta, en la parte occidental de Canadá. ¿Nunca has oído hablar de la Calgary Stampede? Es un rodeo que se celebra todos los años. Mi abuelo participaba en él.

—¡Madre mía! Sí que he oído hablar de eso.

—A mi padre no le gustaba mucho el rodeo, pero estaba derribando novillos con mi abuelo cuando vio a una bonita irlandesa pelirroja en las gradas, animándolo. La buscó después del espectáculo y empezó a hablar con ella. Le fascinaba el color de su pelo. Ella estudiaba antropología y le fascinaba la población indígena, como la de mi padre. Salieron juntos unas semanas y luego se casaron.

—Qué gracioso que tuvieras una madre pelirroja —observó ella mirándolo fijamente. J.C. tenía el pelo negro como el carbón y unos ojos extraños, de un hermoso tono gris plata.

—Nadie lo diría, ¿verdad? —él rio de nuevo.

—Pues no.

—Mis ojos son suyos. Eran de un color gris muy pálido, como los míos.

—La querías.

—Mucho —J.C. fijó la vista en la carretera con la nieve acumulada a los lados—. Siempre estaba ahí. Se arriesgó muchísimo por mantenerme a salvo —respiró hondo. Nunca hablaba de esas cosas, ni siquiera con Rodney. Pero había algo en Colie que despertaba su confianza—. La perdí cuando tenía diez años, y fui a vivir con una familia adoptiva —sonrió con evidente esfuerzo—. Eran unas personas buenas y amables. No tenían hijos, así que me mimaron hasta la saciedad —su expresión se endureció—. Murieron en un incendio. Yo volvía del colegio y llegué justo antes que las ambulancias y el camión de bomberos —desvió la mirada. El recuerdo seguía doliendo—. No pude sacarlos, toda la casa estaba en llamas.

—Cuánto lo siento —dijo ella con delicadeza.

Su amabilidad hizo que algo se retorciera en su interior, algo que llevaba años oculto.

—No conseguí atravesar las llamas de la entrada —masculló entre dientes— lo intenté, pero un vecino me sujetó y me obligó a permanecer sentado hasta que los bomberos accionaron las mangueras. Eran buenas personas.

Colie se lo imaginó esperando inútilmente mientras las personas que amaba morían, y en su rostro asomó una expresión torturada.

J.C. la miró y vio una simpatía que no podía ser fingida.

—No presionas, ¿verdad? —preguntó él mientras devolvía la atención a la carretera—. Te limitas a dejar que la gente hable cuando quiera hacerlo.

—Yo no soy interesante —ella sonrió con tristeza—. Escucho más de lo que hablo.

—Ya me di cuenta de eso la primera vez que te vi, que escuchas más que la mayoría de la gente. Rod solía hablarme de su hermana pequeña, soñando despierta y tocando la guitarra. ¿Sigues tocando?

—No muy a menudo. No practico tanto como solía hacer. Tengo un trabajo a tiempo completo y dos días a la semana voy a clases nocturnas de Empresariales.

—Trabajas en Wentworth y Tartaglia, ¿verdad? —preguntó J.C. mencionando el conocido despacho de abogados de Catelow.

—Así es. Empecé a trabajar allí al poco de acabar el instituto.

—Supongo que hará algún tiempo de eso —él rio.

En realidad hacía tan solo seis meses. Al parecer no sabía su edad, Rod no debía haberlo mencionado, y ella tampoco iba a hacerlo. Si supiera que apenas acababa de cumplir diecinueve, a lo mejor no querría salir son ella. Él tenía treinta y dos, su hermano se lo había dicho. Lo mejor sería hacerle pensar que era más madura de lo que era. Colie no quería ni pensar que podría dejar de querer seguir saliendo con ella.

—Supongo —contestó ella con una sonrisa.

J.C. quedó conforme. Nunca le había preguntado a Rod cuántos años tenía su hermana pequeña. Sabía que había cierta diferencia de edad entre ellos, pero no cuántos años. Daba igual, pues no tenía intención de tomárselo en serio. Solo buscaba a una mujer mona y complaciente con quien pasar el rato. No parecía la clase de mujer que se aferraba a ti, y eso le convenía.

 

 

El restaurante de pescado estaba abarrotado, pero J.C. encontró una mesa que acababa de quedar libre y se hizo con ella antes que otra pareja joven. La pareja rio cuando él les sonrió.

—¡Vaya! —murmuró Colie mientras él la ayudaba a sentarse—. Menuda maniobra.

—Gracias. También soy capaz de hacerlo con las posiciones enemigas —rio.

—Tienes un don para ello —ella ladeó la cabeza y soltó una carcajada.

—Tengo hambre y esto está abarrotado. ¿Ves algo que te guste?

Ella quiso contestar, «tú», pero era demasiado tímida para coquetear descaradamente. Tomó el menú y eligió la cena.

 

 

Comieron en un apacible silencio.

—¿Sabes pescar? —preguntó él.

—Pues sí —Colie se detuvo con el tenedor en el aire—. Solía ir con papá. Permanecíamos sentados en el muelle durante horas, esperando a que algo picara. No solíamos tener mucho éxito.

—En primavera te llevaré a pescar.

El corazón de Colie dio un brinco. Era una invitación a largo plazo y se sintió conmovida.

—Me encantaría —asintió ella, el alma reflejándose en su mirada, que se deslizaba por el rostro de J.C.

—A mí también —susurró él.

J.C. le sostuvo la mirada durante tanto tiempo que el corazón de Colie comenzó a galopar salvaje y los dedos a temblar. El tenedor se cayó sobre el plato con un estruendo y ella se apresuró a recuperarlo, visiblemente azorada.

Él rio. La manera tan precipitada de reaccionar ante él resultaba encantadora. J. C. no recordaba haberse sentido tan atraído hacia una mujer, más allá de lo puramente físico. Odiaba el recuerdo de la chica de alterne que había destrozado su ego y su orgullo. Pero aquello había sucedido antes de convertirse en alguien experimentado y sofisticado. Antes de aprender a darle la vuelta a la tortilla, a hacer que las mujeres suplicaran por él antes de abandonarlas.

Los pálidos ojos grises se entornaron fijos sobre el rostro de Colie. ¿Sería capaz de hacérselo a ella? ¿Podría hacerle suplicar, obligarla a hacer lo que quisiera con ella, y luego abandonarla? La idea de renunciar a ella le resultaba inquietante, incluso en esos momentos iniciales de la relación. Mejor no pensar en ello. Había que vivir el momento.

—¿Qué tal el pescado? —preguntó para relajar la tensión.

—Estupendo —contestó ella—. Y me encantan las patatas fritas. Las preparan ellos mismos, no son congeladas.

—Siento debilidad por unas buenas patatas fritas.

—En ocasiones se las preparo a papá. Le gusta el pescado rebozado con patatas fritas.

—No le gusto a tu padre.

—No es eso —ella buscó las palabras—. Es muy protector conmigo. Siempre lo ha sido. Voy a la escuela dominical y a la iglesia, canto en el coro, doy clases de primaria en la escuela dominical —se mordisqueó el labio inferior—. Supongo que debe sonar tremendamente conservador para alguien como tú, sofisticado y que ha viajado tanto. Pero por aquí es bastante normal. Aunque no todo el mundo es conservador —le aseguró—. En nuestra parroquia hay parejas que viven juntas sin estar casados, gente que toma drogas, gente que tiene hijos fuera del matrimonio, cosas así. Papá nunca juzga, solo intenta ayudar.

J.C. desvió la mirada al plato. No buscaba una esposa. ¿Acaso ella no lo sabía?

—Pero tú no eres de los que sienta la cabeza, J.C. —soltó Colie sin más—. De todos modos me gusta salir contigo.

Él levantó la mirada y rio brevemente.

—Pues sí que sabes leer las mentes.

—También puedo adivinar el futuro —ella sonrió, los ojos verdes chispeantes—, pero no cuando papá pueda oírme —susurró—. ¡Él piensa que es cosa de brujería!

—La madre de mi padre era adivina —J.C. le devolvió la sonrisa—. Tenía visiones. Supongo que un médico diría que eran producto de las migrañas y que alucinaba, pero sus visiones eran bastante precisas. Veía el futuro.

—¿Alguna vez predijo el tuyo?

Él asintió y frunció el ceño mientras terminaba de comer y se llevaba la taza de café a los sensuales y esculpidos labios.

—Sí, pero lo que dijo no tenía mucho sentido.

—¿Qué te dijo?

—Dijo que algún día iba a desear algo fuera de mi alcance —J.C. dejó la taza sobre la mesa—, que tomaría una mala decisión y provocaría una tragedia que causaría tanto daño en mí como en la otra persona. Dijo que una tercera persona sería quien más iba a sufrir —hizo una pausa y soltó una carcajada ante la expresión de perplejidad de Colie—. A veces era un poco imprecisa. Yo era pequeño y ella me dijo que era demasiado joven para poder comprender lo que me estaba diciendo —su expresión se endureció—. La perdí a la vez que perdí a mi madre. Perdí el contacto con mi abuelo. Para cuando fui lo bastante mayor como para buscarlo, llevaba muchos años muerto.

—Cuánto lo siento —dijo ella—. Sé muy bien lo que es perder a un ser querido. Por lo menos yo aún tengo a papá y a Rod.

J.C. comprendió perfectamente lo que no le estaba diciendo. Le decía que él no tenía a nadie. Y era verdad.

—Tienes un don para sacarme los malos recuerdos —se quejó él mientras le tomaba una mano—. No estoy seguro de que me guste.

Colie sintió que el corazón le daba un brinco ante el contacto con su mano. Unas diminutas descargas eléctricas le recorrieron todo el cuerpo. Le encantaba la sensación de tomar a alguien de la mano.

—No permites que las personas se acerquen a ti. Yo soy así —admitió dubitativa—. Pero somos diferentes porque yo confío en las personas y tú no. Soy tímida y, por tanto, introvertida.

El pulgar de J.C. le acarició la suave y húmeda palma mientras su mirada la estudiaba con calma.

—Disfruto con mi propia compañía.

—Yo también —ella asintió.

—Pero también disfruto con la tuya.

—¿De verdad? —Colie sonrió, resplandeciente.

—De verdad —le sujetó la mano con más fuerza—. Tenemos que repetir esto.

—Estaría bien.

—¿Postre?

—No me gusta el dulce —admitió ella.

—Otra cosa que tenemos en común —él rio—. De acuerdo, ahora toca cine —tomó la nota, le sujetó la silla y se marcharon.

 

 

La película resultó divertida. Colie pensó que sin duda la habría disfrutado, pero todo su cuerpo estaba pendiente de la sensación de los brazos de J.C. que la rodeaban en el asiento al fondo del cine, un asiento para parejas. Lentamente, deslizaba los dedos sobre su cuello, el hombro, hasta la cintura. Caricias leves que le aceleraban el corazón, le inflamaban el cuerpo, la llenaban de ansia.

Mientras miraban la pantalla, él apoyaba la mejilla sobre los oscuros cabellos de Colie. El cine no estaba abarrotado, a pesar de las buenas críticas cosechadas por la película. Un acomodador recorrió los pasillos arriba y abajo y se marchó.

—Al fin solos —bromeó J.C. susurrándole al oído antes de deslizar los labios por su cuello hasta la unión con el hombro, bajo la blusa de encaje.

Colie se estremeció al sentir la punta de la lengua. Nunca había sufrido una reacción tan precipitada ante ningún hombre que hubiera conocido. Los chicos de su círculo de amigos no eran más que chicos. Pero el que tenía al lado era un hombre experimentado y era muy consciente de que, si él hacía subir la temperatura, ella no podría resistirse.

J.C. también lo sabía, y debería haberle complacido, pero no fue así. Ella no era la clase de mujer a la que solía frecuentar últimamente. Se parecía a su abuela, a su madre, conservadoras también. Ninguna de ellas había sido infiel a sus parejas. En una ocasión, su madre mencionó ser tan ingenua que apenas sabía besar cuando conoció a su padre. Eran mujeres religiosas, aunque su madre había sido católica y su abuela practicante de su religión nativa. Eran la clase de mujeres que amaban a sus hombres y tenían hijos con ellos. J.C. no quería nada de eso.

Pero le encantaba sentir el suave cuerpo de Colie a su lado. La deseaba, desesperadamente. Había infinitos motivos por los que debería alejarse de ella, inmediatamente, mientras aún estuviera a tiempo.

La mejilla de Colie se movió contra sus cabellos. J.C. casi sentía el latido de su corazón, la respiración agitada. Temblaba.

Tuvo que esforzarse por controlar el apremiante deseo de empujarla al suelo y tomarla allí mismo. Era la primera vez en su vida que deseaba a alguien tan desesperadamente.

Y la sorpresa le hizo retirarse un poco. Tenía que ir más despacio. Necesitaba tiempo para pensar.

Cuando se apartó, ella pareció perdida, pero J.C. le tomó una mano y la apretó con fuerza.

Y Colie se relajó, como si la estuviera consolando, calmando la situación. Ella lo agradeció, porque había percibido la necesidad masculina y pensó que quizás llevara demasiado tiempo solo y sintiera un voraz deseo. Eso le inquietaba. Colie no podía hacer lo que él quería, no sin alguna clase de compromiso de por medio. No podía avergonzar a su padre en una ciudad tan pequeña en la que los chismorreos campaban a sus anchas.

Se obligó a sonreír e intentó concentrarse en la película.

 

 

J.C. la llevó hasta su casa, sin soltarle la mano. Esa mujer le gustaba mucho, pero le estaba entrando miedo. Si dejaba que aquello continuara, sería un error. Debería haberla dejado tranquila. Colie estaba implicándose emocionalmente y él no se lo podía permitir. Le gustaba demasiado su libertad.

—La película ha sido bastante buena —observó él tras acompañarla hasta la puerta.

—Sí —asintió ella, aunque lo cierto era que no recordaba ni una sola escena.

J.C. la volvió hacia él y la miró con expresión seria bajo la luz del porche.

—No es buena idea empezar algo que no se puede terminar —señaló.

Colie se sintió decepcionada, aunque lo entendía. J.C. no buscaba un compromiso, lo había sabido desde el principio. Aun así resultaba doloroso.

—De todos modos ha sido agradable —ella le dedicó una sonrisa forzada—. El pescado y la película.

Él asintió y la miró con gesto preocupado. Le acarició la mejilla con una mano y sintió su calor, sus suaves contornos.

—Tú vives en un entorno conservador —comenzó—. Tienes un empleo convencional. Yo no. A mí me gusta el riesgo…

—No hace falta que me lo expliques, J. C. —Colie alargó una mano y le cubrió los labios—. Lo entiendo.

—Eres una mujer agradable —él tomó la mano y besó ávidamente los dedos antes de apartarla.

—Gracias.

—No ha sido un cumplido —le aclaró J.C. con sarcasmo.

Ella rio.

J.C. respiró hondo y sacudió la cabeza. Esa mujer era un enigma.

Hundió las manos en los bolsillos de la zamarra para evitar hacer lo que deseaba hacer con ella, ladeó la cabeza y la estudió a través de la mirada entornada.

—¿Qué estoy pensando?

—Que te gustaría darme un beso de buenas noches, pero crees que podría volverme adicta, y por eso vas a salir corriendo hasta tu coche y marcharte a casa —contestó ella sin más.

Él enarcó las cejas. Se acercaba tanto a la verdad que le hacía sentir incómodo.

—Y ahora estás pensando que soy una bruja —Colie rio.

J.C. dejó escapar el aire de golpe.

—Y ahora estás conmocionado —continuó ella—. No pasa nada, estoy acostumbrada. Uno de los chicos de Kirk se casó con una vidente. Yo ni me acerco a ella, pero ella decía que la gente no entraba en la oficina en la que trabajaba porque tenía miedo de ella.

—Yo no tengo miedo de videntes —contestó él.

—Simplemente te sientes inquieto, porque es una de esas cosas tenebrosas que la gente suele ocultar —explicó Colie.

—¡Dios mío! —J.C. soltó una carcajada y sacudió la cabeza.

—Yo no suelo hablar de ello con la gente. No me gustaría que mi jefe me despidiera porque los clientes han salido huyendo.

—Es un raro don —afirmó él.

—Puede llegar a serlo —contestó ella, aunque su expresión se oscureció.

—Tú ves cosas que yo no quiero ver —J.C. entornó los ojos.

—Sé cuándo le va a suceder algo malo a algún ser querido —ella asintió con tristeza—. Supe que mi abuela iba a morir. Ella también poseía el don.

—¿Qué te dijo?

—Dijo que mi vida iba a ser difícil —Colie jugueteó con el bolso—. Dijo que iba a tomar una muy mala decisión y que pagaría un alto precio por ello. Dijo que me casaría, pero no por amor, y que la tragedia me rondaría durante años como un tigre. Pero que después viviría una vida plena y feliz.

A J.C. le sorprendió la coincidencia de las predicciones de sus respectivas abuelas.

—Qué raro, ¿verdad? —preguntó ella como si le hubiese leído la mente—. Me refiero a que tu abuela te dijo a ti casi lo mismo que me dijo a mí la mía.

—Es raro —coincidió él.

—Por otra parte, puede que no hicieran más que divagar —sentenció Colie con una sonrisa—. Las predicciones no son más que eso, predicciones. Yo no veo el futuro, simplemente tengo una sensación fría y profunda cuando algo malo va a suceder. Sobre todo cuando se trata de papá.

—Yo nunca he sentido eso.

—Eres afortunado —le aseguró ella mientras estudiaba su rostro—. Has tenido una vida dura, J.C., no me hace falta saber nada de ti para verlo. Se nota. Mucho dolor…

—Déjalo ya —le interrumpió él, la mandíbula tensa.

—¿He sobrepasado los límites? Lo siento. Cada vez que abro la boca meto la pata.

A J.C. le divirtió la expresión y se echó a reír.

—Ha sido una cita muy agradable. Gracias —se despidió ella.

—Ha sido agradable —él se encogió de hombros—, pero no se volverá a repetir.

—Claro que no —Colie intentó ocultar su dolor.

—Lo mío no es una casa bonita rodeada por una cerca blanca de madera, por atractivos que resulten los accesorios.

A Colie le llevó un momento comprender, pero cuando lo hizo soltó una carcajada.

—De acuerdo.

—Eres rápida.

—No tanto —ella suspiró—. Ha sido divertido.

—Divertido. Buenas noches.

—Buenas noches.

—Dile a Rod, que sigue en pie la partida de póquer, si él quiere. Lo entenderá —añadió J.C. mientras se volvía para marcharse.

—Se lo diré.

J.C. se obligó a sí mismo a caminar hasta el SUV, abrir la puerta, entrar y arrancar el motor. No se volvió para mirarla. Si lo hacía, sabía que no podría marcharse.

 

 

Colie lo vio alejarse. J.C. no se despidió con la mano, ni miró atrás. Ella tuvo una terrible sensación de pérdida, pero él tenía razón, no tenían futuro. Sus objetivos eran totalmente diferentes. Aun así, ese hombre necesitaba a alguien. Estaba demasiado solo, demasiado atormentado.

Abrió la puerta y entró en su casa. Su padre salió del estudio y un rápido vistazo a su hija le confirmó que la cita había sido formal y que no había pasado nada. Intentó ocultar su sensación de alivio.

—¿Te has divertido? —preguntó.

—Desde luego —contestó ella con una sonrisa—. La película era estupenda. Cenamos en ese sitio de pescado. Me encantan sus patatas fritas.

—Son buenas —admitió el reverendo—. ¿Vais a volver a salir? —preguntó.

—Es muy agradable —ella sacudió la cabeza—, pero no soporta las casas bonitas rodeadas de cercas de madera.

Su padre se acercó. Colie estaba fingiendo y lo sabía. Sufría.

—Hija —dijo con dulzura—, siempre hay un motivo para todo, un plan detrás de lo que nos sucede. Tienes que dejar que la vida suceda, no puedes obligarla a ser lo que te gustaría que fuera.

—Y no podemos comprometernos con personas que no son como nosotros —ella sonrió y lo abrazó—. Todo eso ya lo sé. Es lo mismo que dijo él —cerró los ojos—. Aun así duele.

—Claro que duele. Pero el dolor se pasa. Todo pasa, con el tiempo.

—Sí. Con el tiempo.

 

 

Pero no pasó. Cada vez que Rod mencionaba a J.C., Colie sentía una puñalada en el corazón. Sabía que J.C. era completamente inadecuado para ella, pero eso no le ayudó. Lo deseaba. Lo amaba. Lo anhelaba.

Iba a trabajar, regresaba a casa, cocinaba y limpiaba, leía un libro, se iba a dormir. Al día siguiente se levantaba y hacía exactamente lo mismo. Pero por dentro se sentía tan vacía como una pelota de tenis.

 

 

Ella no lo sabía, pero a J.C. le pasaba lo mismo. Cada día iba a trabajar, atormentado por el dulce brillo de un par de adorables ojos verdes. Estaba acostumbrado a que las mujeres lo desearan, pero que lo amaran… era nuevo. Y daba miedo.

¿Sería capaz de hacerla suya y marcharse después? ¿Sería capaz de no hacerla suya y seguir viviendo? Sufría una agonía.

Su jefe, Ren Colter, percibió su preocupación en el transcurso de la inspección de una valla caída en un extremo de la propiedad.

—Hay que cortar ese árbol —observó Ren.

—Se lo diré a Willis —contestó J.C. Willis era el capataz.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Ren de repente, como el amigo que había sido desde hacía años—. No eres tú.

—Últimamente duermo mal, nada más —mintió J.C.

—Ya… ¿Y no tendrá algo que ver con Colie Thompson?

—Escucha —los pálidos ojos de J.C. lanzaron un destello—, solo porque la llevé al cine…

—Cierra el pico —le interrumpió Ren—. Llevas una semana aullando a la luna, como un fantasma en busca de un lugar en el que rondar. Y por lo que me han contado, ella está igual.

—¿En serio? —preguntó él.

La expresión de su jefe era rotunda. Ren rio por lo bajo.

—Para saber dónde termina un camino, hay que tomarlo. Pregúntate a ti mismo si ahora eres más feliz.

—No.

—Entonces, ¿por qué no hacer algo al respecto?

—Su padre es pastor —J.C. apretó la mandíbula—, y yo no quiero casarme.

—No hace falta comprometerse solo por haber salido con ella —fue la observación más sensata—. ¿Verdad?

—Complicará las cosas —él suspiró.

—La vida es demasiado corta para evitar las complicaciones.

—Supongo que sí lo es —observó J.C., soltando una carcajada, tras estudiar detenidamente a su jefe.

 

 

Colie estaba a punto de entrar en su vieja y maltrecha camioneta, aparcada en el aparcamiento del despacho de abogados en el que trabajaba, cuando un enorme SUV negro aparcó en el hueco al lado del suyo.

Mientras se volvía vio bajarse a J.C.

Se detuvo delante de ella, el gesto enfadado, en conflicto, preocupado. Respiró hondo.

—Al infierno con todo —espetó secamente.

—¿Con qué?

—Iremos paso a paso —J.C. la tomó en sus brazos, inclinó la cabeza y, lentamente, posó los labios sobre los de ella.

Colie le habría pedido explicaciones, pero su cuerpo sufrió una sacudida de placer que la dejó temblorosa. Levantó los brazos y se agarró a él como si su vida dependiera de ello, mientras J.C. convertía sus labios en un festín de cinco platos.