Capítulo 5

 

 

 

 

 

Rodney estaba sentado a la mesa de la cocina mientras Colie se afanaba en preparar la cena para él y su padre. Estaba muy callado y con el gesto sombrío.

—No deberías relacionarte con J.C. —le soltó sin más.

—¿Por qué? —ella se volvió.

—Es un alma solitaria.

—Yo también —señaló Colie.

—Tiene costumbre de juzgar a los demás —Rodney encajó la mandíbula—. Si te pasas de la raya, o haces algo que no le gusta, saldrá de tu vida sin mirar atrás.

—¿Es lo que ha pasado contigo? —ella dejó de preparar el puré de patatas.

No hubo respuesta.

—¿Rod?

—Solo mencioné que a un amigo mío le gusta fumar hierba y que no veo nada malo en ello —contestó él—. Y solo por eso, J.C. ya no quiere ir conmigo.

—¡Rod! —Colie se sobresaltó—, yo sí que veo algo malo en tomar drogas. Todos los días en mi trabajo veo el resultado del consumo de drogas. Familias destrozadas. Gente muerta. Y siempre empieza con una droga que te engancha. La marihuana es la puerta de entrada.

—Si la legalizaran, no causaría tantos problemas.

—¿Es que no has oído ni una palabra de lo que he dicho? —preguntó ella—. Cualquier cosa que te distraiga mientras conduces, aunque sea un medicamento, puede provocar un accidente. Imagínate si las drogas fueran legales y la gente pudiera tomarlas cuando les apeteciera… En qué mundo viviríamos. Sería un mundo de pesadilla.

—Tú ves los peores casos —su hermano soltó un bufido—. Un poco de droga suave no puede hacerle daño a nadie.

Colie lo fulminó con la mirada.

Y él le devolvió la misma mirada.

El reverendo entró en la cocina tras haber visitado a algunos miembros de la parroquia. Tomó asiento junto a Rod.

—Aquí huele muy bien —observó.

—Filete y puré de patata. Os voy a dar de cenar pronto porque voy a salir con J.C. —ella miró a su padre, la expresión rígida añadiendo énfasis a la frase. No estaba dispuesta a discutir, simplemente le informaba.

—De acuerdo —el reverendo sonrió con tristeza—. Es muy amable por tu parte cocinar para nosotros. Podríamos haber comido algunas sobras, a mí no me habría importado.

—A mí tampoco —intervino Rod con retraso, consiguiendo sonreírle a su hermana—. Nos cuidas tan bien, hermanita… No sé qué haríamos sin ti.

—Os las apañaríais —contestó ella.

—Moriríamos de hambre —aseguró Rod mientras se dirigía a su padre—. Yo no sé ni hervir agua, y aún recuerdo con dolor aquella ocasión en que intentaste preparar el desayuno —añadió.

—Bueno —el reverendo hizo una mueca—, estudié en el seminario, no en una escuela de cocina. Por lo menos sé preparar tostadas.

—Siempre que raspes la parte quemada —murmuró Rodney mientras tosía para intentar ahogar sus palabras.

—Supongo —el reverendo Thompson rio.

—Pues ya está —anunció Colie mientras servía los platos en la mesa, ya puesta—. Tengo que arreglarme. J.C. me recogerá a las seis. Vamos a cenar algo que no haya tenido que preparar yo —bromeó.

—Noche libre para la cocinera —su padre asintió mientras se disponía a comer—. Desde luego te lo has ganado. Esto está delicioso, Colie.

—Gracias, papá —ella lo besó en la cabeza y le guiñó un ojo a Rod mientras daba de comer a Big Tom y luego subía a su habitación para vestirse.

 

 

J.C. fue puntual. Colie se reunió con él fuera de la casa y se subió al SUV con su ayuda mientras se ponía el abrigo.

—¿Huyendo de los problemas? —bromeó él mientras se sentaba al volante.

—Evitándolos —contestó ella con una carcajada—. Rod y yo tuvimos una discusión antes de que llegara papá a casa. Sinceramente, no sé qué le pasa últimamente a mi hermano. Está… raro.

J.C. no contestó. Salió a la carretera principal y condujo en dirección al rancho de Ren.

—Tú también lo has notado, pero lo que pasa es que no quieres decir nada malo de tu mejor amigo —añadió Colie, comprendiéndolo de repente.

Él la miró con las cejas enarcadas.

—Lo sé —ella se encogió de hombros—, soy rarita. No olvides que mi abuela tenía visiones.

—Y la mía —le recordó él.

—¿Se hacían realidad?

—La mayoría sí. Pero una no, al menos todavía no —J.C. sonrió—. Ya te lo conté en el casino.

—Y yo también te conté lo que me dijo mi abuela a mí —Colie asintió y fingió un estremecimiento—. Parece que descendemos de gente rara.

—Descendemos de gente con un don —él le tomó una mano—. Y nunca he pensado que seas rara.

—Gracias —ella lo miró fijamente—. Me encanta escucharte hablar —admitió—. Tu voz es como el terciopelo, J.C. Es… bueno, muy sexy.

—Es la primera vez que me dicen algo así —él rio.

—Entiendo, las mujeres están demasiado ocupadas diciéndote lo guapo que eres y ni siquiera se fijan en tu voz.

—No suele haber mucho de qué hablar.

Colie no dijo nada.

—Podría haberlo expresado mejor —él le apretó la mano—. No era mi intención hacerte daño.

—Sabía que tenías más mujeres.

—Ya no —contestó él rápidamente—. No desde que apareciste tú. Ya te lo dije, y lo dije en serio. Yo nunca miento.

Colie respiró hondo. La sensación de los dedos de J.C. cerrándose sobre su mano le produjo cosquilleos por todo el cuerpo.

—Yo intento no mentir. Bueno, a la señora Joiner no le dije que el vestido que llevaba le estaba estrecho y demasiado corto para una mujer de cuarenta y pico, ni que se le trasparentaba todo cuando se ponía a contraluz. Supongo que eso fue mentir por omisión…

—Supongo que será una feligresa de vuestra iglesia —él rio.

—Es la pianista —ella sacudió la cabeza—. No es la clase de persona que suele vestir de manera descocada, pero su prima le compró un vestido y no quería herir sus sentimientos, de modo que se lo puso para la iglesia —hizo una mueca—. Fue muy triste. Yo no dije nada, pero el director del coro sí. La señora Joiner se fue llorando a su casa. Papá tuvo que limar las asperezas. Se le da bien.

—Tiene un corazón bondadoso —observó J.C.—. Lo respeto.

Colie deseó que su padre pudiera sentir lo mismo por J.C., pero sabía que no era así. Él jamás aprobaría la relación.

—No le gusto a tu padre —continuó él como si le hubiese leído el pensamiento, que debía reflejarse claramente en su cara.

—No eres tú. Sabe que no eres una persona de fe, y yo sí lo soy. Cree, bueno, cree que me estás corrompiendo.

—Bien sabe Dios que lo estoy intentando —contestó J.C. con una sonrisa.

—Por lo menos eres sincero —Colie rio y contempló el nevado paisaje que los rodeaba—. ¿Me permites que te pregunte adónde vamos a cenar? ¿A Denver quizás?

—Te llevo a casa a tomar estofado de venado.

—¿A casa? —el corazón de Colie dio un brinco—. ¿A tu casa?

—Es una bonita cabaña —él asintió—. Dos dormitorios, mucho espacio. Le compré el terreno a Ren. Tengo unas cuantas cabezas de ganado de pura raza. Está aislada y es muy acogedora. Es la primera vez que tengo mi propio hogar. Estoy bastante orgulloso de ello.

—¿Estofado de venado?

—Fui de caza —J.C. volvió a asentir—, y cobré un ciervo de siete puntas. Guardo la carne en un almacén congelador de la ciudad, en ese sitio de procesamiento de carne de ciervo —sonrió—. Mi abuela solía preparar estofado de ciervo cuando yo era pequeño. Vivió con nosotros en Whitehorse durante el último invierno que la familia estuvo junta. Ella me enseñó a cocinar.

—Imagino que pensó que sería una cualidad útil. ¿Era la que tenía visiones?

—Sí.

—¿Alguno de tus abuelos sigue vivo?

—No. Casi todos murieron bastante jóvenes.

—Los míos también. Lo siento. Ojalá hubiera tenido tiempo para conocerlos. Mi abuela, la que percibía cosas, era herborista. Era capaz de nombrar todas las plantas medicinales conocidas por el hombre, y sabía cómo utilizarlas. Nos mantenía sanos. Murió cuando yo estaba en la escuela primaria.

—Mi abuelo también era herborista. La mayoría de esos viejos remedios caseros acabaron por abrirse paso hasta las farmacias, pero con otro nombre.

—Así es. ¡Oh, J.C., qué bonito es esto! —exclamó Colie cuando el SUV entró en un largo camino entre pinos contorta. La casa se alzaba contra las lejanas montañas, en medio de un espeso bosque. En las ventanas se veía luz y de la chimenea salía humo. Rodeada de nieve, le recordó una postal de Navidad que había recibido un año y que había guardado por la foto.

—A mí también me lo parece —J.C. sonrió—. Reforcé las paredes y añadí aislamiento para que dentro se esté calentito aunque la temperatura de fuera sea bajo cero.

Era una cabaña de madera de gran tamaño. Tenía un porche largo y ancho sobre el que descansaban dos mecedoras. También había varias jardineras vacías, y Colie se preguntó si en primavera pondría flores en ellas.

En el interior, el mobiliario era mullido y acogedor, de colores tierra. Las cortinas eran oscuras y por todas partes había mantas estampadas desperdigadas. De una pared colgaba un atrapasueños, y de otra un arco y una aljaba de ante con varias flechas. Encima de la repisa de la chimenea, colgaba el cuadro de un hombre alto, de pie y rodeado de lobos en la nieve. Al acercarse más, ella vio que se trataba de J.C. El retrato era magistral. Era idéntico a él, salvo por la soledad y la tristeza que irradiaba, sobre todo en los pálidos ojos plateados.

—¡Vaya! —fue lo único que ella pudo decir. El retrato sacaba literalmente lo que llevaba dentro.

—Revelador, ¿a que sí? —murmuró él con las manos hundidas en los bolsillos—. Merrie, la esposa de Ren, pinta. Tiene un raro talento para atrapar a la persona verdadera. Tuvo que convencerme —rio—. No estaba seguro de estar preparado para que mi vida quedara expuesta en público.

—Esto no es público —señaló Colie mientras lo observaba detenidamente—. Tengo la sensación de que no invitas a muchas personas aquí.

—Ren y Merrie venían a comer estofado de venado antes de que naciera su hijo —contestó J.C.—. Willis y yo jugamos de vez en cuando al póquer. Él trae a su lobo, que se sienta en la esquina y gruñe cada vez que me muevo —añadió con una carcajada.

—¿Willis? ¿El capataz? —preguntó ella, recibiendo un asentimiento como respuesta—. Es verdad, tiene un lobo.

—Tiene un lobo —repitió él—. De tres patas. Willis es un rehabilitador jubilado. El lobo no podía ser devuelto a la libertad con ese problema, de modo que Willis se lo quedó. Esa maldita cosa duerme con él —añadió—. No me extraña que esté solo.

—Me gustan los lobos —ella sonrió—. Nunca he visto uno de cerca, pero sí de lejos. ¡Son tan grandes!

—Muy grandes. Y peligrosos en manada, cuando cazan.

—¿No le caes bien al lobo?

—Está celoso de Willis. Hombre, mujer, da igual. Bueno, cualquiera menos Merrie —se corrigió J.C. mientras se dirigían a la cocina.

—La esposa de Ren —recordó ella—. La que pinta.

—Sí. El lobo fue directo a ella cuando Ren y ella fueron de visita a la cabaña de Willis, antes de casarse. El lobo se le acercó y apoyó la cabeza en su regazo. Tiene un don para los animales.

—A mí me gustaría tener más mascotas —Colie suspiró—. Cuando mamá vivía, acogía animales de un refugio local. A mí me encantaba la variedad, pero papá dice que con un enorme gato ya hay suficiente.

—Un gato del tamaño de Big Tom es más que suficiente —J.C. sonrió.

—Me impresionó cuando apareciste en casa con Big Tom —admitió ella—. No me lo esperaba.

—Lo sé —él sonrió de nuevo—. No lo tenía planeado, pero el gato no se marchaba de aquí. No me molestan los gatos, pero… En cualquier caso, Rod dijo que había sido tu cumpleaños y que te encantaban los gatos. Me pareció la solución a dos problemas.

—Es una mascota estupenda —Colie frunció los labios—. Y a papá le gusta aún más desde que cazó un ratón en la cocina —añadió con una carcajada.

—¿Tu padre se lleva bien con el gato? —preguntó J.C.

—Más o menos. No es muy aficionado a los animales, aunque jamás los trata mal. Adora a las personas, supongo que es como un intercambio.

—A Rod tampoco le gustan los animales —observó él.

—Es verdad. ¿Cómo lo sabes?

—Cuando estábamos en ultramar sucedió algo mientras tu hermano estaba terminando su periodo de servicio —J.C. no añadió nada más.

Colie se preguntó si sería algo malo. Rod tenía un carácter muy explosivo, y a menudo perdía el control. De joven jamás se había comportado así. De repente sintió frío en su interior.

J.C. la miró mientras sacaba el estofado de la nevera.

—He hablado de más, no debería haberlo dicho. Ahora te vas a preocupar.

—No, no es verdad. Sé que Rod tiene un genio terrible —añadió ella—. Mamá se enfadó muchísimo con él una vez por lastimar a uno de los perros que tenía acogido del refugio. Nunca supe qué ocurrió, porque ninguno de los dos quiso contármelo. Pero mamá murió poco después de aquello, y ya no volvimos a tener animales en casa, hasta que me regalaste a Big Tom.

—Algunas personas no deberían acercarse a los animales —señaló J.C. sin añadir más—. Si te apetece, puedo preparar pan de maíz para acompañar al estofado.

—Por mí no —contestó ella—. Con el estofado está bien. No me gusta llenarme mucho para cenar, no me deja dormir.

—Pues a mí cualquier cosa me impide dormir —él rio—. Tengo suerte si consigo dormir cinco horas, normalmente es mucho menos. Pásame esa cacerola, por favor —la señaló con la cabeza.

Ella le pasó una cacerola antiadherente, de color rojo, y muy limpia.

—Tienes la casa inmaculada —observó.

—Eso intento. Lo primero que aprendes en el Ejército es a mantener limpio tu camastro —rio—. Nadie quiere suspender la inspección.

—Apuesto a que suceden cosas terribles si pasa eso.

—Sí, te toca cocina —explicó él—. Pelar patatas —hizo una mueca de desagrado.

—Adoro las patatas.

—Pues yo puedo pasarme sin ellas casi siempre. Como patatas fritas, pero no me gustan especialmente preparadas de otro modo.

Colie lo contempló calentar el estofado, que olía a gloria. Cuando lo puso sobre la mesa, se moría de ganas de probarlo.

 

 

Comieron en un confortable silencio.

—Esto está muy bueno —dijo ella entre dos bocados—. Yo preparo estofado de carne, pero no de venado.

—¿Por qué? —preguntó él con curiosidad.

—Porque es difícil darle el punto exacto. Es una carne seca.

—Puede serlo. Mi abuela me enseñó a evitarlo. Pero también tengo un libro de cocina que perteneció a la madre de mi madre —añadió—. Tiene recetas de comienzos del siglo XX. A saber quién fue su dueño original antes de caer en manos de mi madre. Tiene recetas de toda clase de carne de caza.

—Me encantaría verlo.

—Te lo enseñaré. Pero esta noche no —añadió J.C. con una sonrisa—. Es noche de lucha libre.

—¿Lucha libre? —Colie enarcó las cejas.

—WWE —él asintió mientras se terminaba el estofado.

Ella siguió mirándolo fijamente.

—No tienes ni idea, ¿verdad? —murmuró J.C.—. ¿Alguna vez has oído hablar de Dwayne Johnson?

—¡Ah, ese! Era la voz de Maui en la versión original de esa película de dibujos, Moana. ¡Me encanta!

—Empezó siendo La Roca, en WWE.

—¿Era luchador? —exclamó ella.

—Sí. Y su padre también. Echo de menos no verlo en el ring, pero disfruto también con sus películas. Hizo una llamada La montaña embrujada que he visto varias veces.

—A mí me gustó en Un espía y medio —exclamó ella—. Pero no sabía que fuera luchador. Tendré que verlo alguna vez.

—Es un deporte duro. La gente dice que está todo amañado, pero de vez en cuando algún luchador resulta seriamente lesionado. Y las luchadoras también.

—Eso sí que me fascina.

—Trae tu café al salón, ya casi es la hora.

Colie lo vio dejar los platos en el fregadero y tomar su propia taza, y luego lo siguió hasta el cómodo sofá con su mullida tapicería y cojines a juego.

—Dijiste que no tenías televisión —le recordó ella mientras dejaba la taza de café sobre la mesita de madera.

—Eso es lo que le digo siempre a todo el mundo —J.C. rio—. Así no tengo que oírles hablar de concursos de talento y programas de telerrealidad.

—Sé a qué te refieres. Nosotros solo vemos películas y esa serie de televisión de la BBC. Sale ese actor que actuaba en El Hobbit. Bueno, el otro actor también salía en El Hobbit, era la voz del dragón.

Él la miró tras encender el televisor y buscar el canal de lucha libre.

—No te referirás a Sherlock, ¿no?

—¡Sí!

—Esa es mi serie favorita —J.C. soltó una carcajada y se sentó al lado de ella—. Una de las pocas que veo.

—¡Qué casualidad! —comentó ella.

—Sí. Ven, acurrúcate contra mí —él la sentó sobre su regazo y la abrazó mientras le besaba los cabellos.

Colie suspiró. Se sentía como si hubiese llegado a casa después de haber estado separada de él durante casi una semana. Apoyó la mejilla contra el amplio pecho y escuchó el latido de su corazón. Olía a alguna colonia especiada que encajaba con su personalidad.

—Qué agradable es esto —J.C. le acarició la cabeza.

—Muy agradable —ella suspiró—. Mucho mejor que estar sentados en un restaurante oyendo las discusiones de los demás.

—¿Cómo?

—Hace dos semanas fui con Rod y papá a comer al sitio del pescado. Había una pareja discutiendo acaloradamente, tanto que el gerente se acercó a su mesa y les dijo que si no se marchaban llamaría a la policía. Se fueron discutiendo todo el camino hasta la puerta.

—Una lamentable falta de modales —murmuró él—. Por no hablar del orgullo. La mayoría de las personas no airea los trapos sucios en público.

—Díselo a los que aparecen en las redes sociales —comentó ella en tono burlón—. Ahora en serio, hablan de cosas que yo ni siquiera le comentaría a mi madre, que en paz descanse, si estuviera viva.

—Yo no participo en las redes sociales.

—¿Y por qué no me extraña? —preguntó Colie, mirándolo con una amplia sonrisa.

J.C. buscó lentamente su mirada. Sentía su cuerpo suave y cálido contra el suyo, y olía a rosas. Le rodeó los labios con un dedo y sintió cómo cambiaba el ritmo de su respiración.

—Me estás envolviendo como la hiedra —susurró él—. Siempre estás conmigo, aunque no estés.

—Lo sé —contestó ella con la voz temblorosa—. A mí me pasa lo mismo contigo —alargó una mano y dibujó el contorno de sus labios con la mano—. Cuando no estás cerca me siento vacía y fría.

—No te voy a prometer nada —J.C. frotó su nariz contra la de ella—. Pase lo que pase.

—Lo sé.

Él inclinó la cabeza y posó su boca sobre los labios entreabiertos de Colie, disfrutando de su suavidad y de la inmediata respuesta que ella le ofreció. Se lanzó de cabeza, cosa que, normalmente, él no hacía. Sin embargo, tenía menos control del que había tenido con una mujer desde aquella chica de alterne que puso su vida patas arriba y aplastó su orgullo. La había deseado desde la primera vez que la había tocado.

La giró hasta que sus caderas estuvieron íntimamente apretadas contra las suyas. Incluso a través de dos capas de vaqueros, la erección era clara y evidente. Colie debería haber protestado, pero lo único que se le ocurría era lo maravilloso que era estar tan cerca de él, ser deseada por él. Nunca antes había conocido el deseo, pero desde hacía poco le atormentaba día y noche. Por las noches permanecía despierta imaginándose toda clase de cosas eróticas que le gustaría hacer con él.

Cuando sintió la mano de J.C. deslizarse bajo la blusa, arqueó la espalda y sus labios se abrieron en un respingo que él sintió en su boca. Pero no protestó. Si acaso, la torsión de su cuerpo le indicaba a J.C. que deseaba mucho más que sentir sus manos sobre la espalda.

El beso se volvió más intenso mientras le desabrochaba el sujetador de algodón que llevaba. La sintió titubear, pero al cabo de unos segundos, al deslizar los dedos por el pecho desnudo y acariciar el pezón hasta volverlo duro, ella se estremeció y se recostó contra él, permitiéndole hacer su voluntad.

J.C. deslizó las manos hasta la cinturilla de sus vaqueros, se sacó la camisa, aflojó el cinturón y la invitó a que deslizara las manos hasta la gruesa mata de vello que cubría el cálido y duro músculo.

Colie nunca había tocado a un hombre de manera tan íntima. Resultaba embriagador, igual que la sensación de esas grandes manos sobre sus pechos. Nunca se había imaginado poder mostrarse tan desinhibida con nadie.

Y J.C., que parecía tan contenido y controlado, empezaba a perder rápidamente el control. Ella lo sintió respirar aceleradamente, oyó el fuerte latido del corazón en medio de un silencio roto por el murmullo de las voces de la televisión y la respiración agitada que acompañaba a la creciente pasión entre los dos.

J.C. la colocó debajo de él y deslizó la boca hasta uno de los suaves y erguidos pechos.

Pero se sobresaltó cuando ella le agarró la cabeza y la apartó. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos y llenos de miedo.

—¿Qué sucede? —preguntó él, bajando la vista para admirar la suave carne rosada con sus duros picos.

—Lo… lo siento, es que me ha sorprendido —susurró ella.

—No voy a morderte —bromeó él con voz ronca—. Solo quiero meterte en mi boca y saborearte —añadió mientras comenzaba de nuevo—. ¡Dios, qué dulce!

Colie dejó de protestar. No tenía mucha idea de qué esperar, pero eso era muy diferente de sus expectativas de intimidad. La boca de J.C. era cálida y se movía despacio y con ansia. La chupó y ella se despegó del sofá, inundada de deseo en una ardiente oleada de olvido.

—¡Madre mía! —exclamó, la espalda arqueada, el cuerpo tembloroso.

—Nena —susurró él indeciso mientras se deslizaba hacia abajo—. Nena, te deseo. ¡Siénteme…!

J.C. estaba entre sus piernas metidas y lo único que ella pudo hacer fue titubear un instante. Lo deseaba, su cuerpo ardía. Le dolía todo.

Solo hubo un instante en el que ella podría haberse apartado, haberlo detenido. Pero J.C. bajó la cremallera de sus vaqueros y se deslizó al interior, bajo las braguitas de algodón, a un lugar que ningún hombre había tocado.

Colie se estremeció mientras él la excitaba, la empujaba a la temeridad. En la vorágine de la pasión ella le mordió el hombro, con fuerza, mientras la necesidad estallaba en su interior como fuegos artificiales.

—¡Oh, Dios…!

Él la tomó en brazos y la llevó hasta la cama. Le besó todo el cuerpo mientras la iba desnudando prenda a prenda, poco a poco, hasta que estuvo completamente desnuda. A Colie le daba igual, le gustaba sentir el aire sobre su cuerpo. La piel le ardía. Se sentía hambrienta. Necesitaba… más.

Entre una y otra caricia íntima, J.C. consiguió desnudarse él también. Hasta esa noche se había mostrado reticente y él no le iba a dar ninguna oportunidad de rechazarlo. Si tuviera que dejarla ir, se moriría. Su cuerpo palpitaba de angustiosa necesidad. Hacía mucho que no había estado con una mujer. Jamás había deseado a ninguna como deseaba a Colie en esos momentos.

Fue un milagro que consiguiera sacar lo necesario de la mesilla de noche. Normalmente no lo guardaba allí. Se lo colocó entre besos cada vez más ardientes y apasionados.

La sintió titubear, pero supuso que estaba yendo demasiado deprisa. Intentó ir más despacio, en su favor. Le besó el interior de los muslos, sintiéndola arquear la espalda y gritar ante la intensidad del erótico ardor que le estaba mostrando.

La tocó íntimamente y sintió su respuesta. Estaba preparada para él. Le extrañó un poco lo apretada que la sentía, pero había llegado demasiado lejos para preocuparse por eso. Sabía que iba muy deprisa, pero todo iría bien.

Se hundió dentro de ella rápidamente, conteniendo el débil grito de sorpresa de Colie. Deslizó una mano bajo sus caderas y la levantó para que recibiera la embestida de su cuerpo.

—¡Oh, nena, qué bueno! —gimió sobre su boca—. Nunca ha sido tan dulce, nunca, con nadie.

Ella oía las palabras a través de varias capas de dolor. ¿Era normal que doliera tanto? Había leído libros, pero no habían sido lo bastante explícitos. Intentó no resistirse, sin duda en algún momento dejaría de doler. Deseaba a J.C. Era su primera vez. ¿Lo sabía él?

Quiso decírselo, pero tenía miedo. Sabía que él esperaba que tuviera experiencia, lo había mencionado en alguna conversación anterior. Si supiera la verdad, se quedaría lívido y seguramente la echaría de su vida.

De modo que respiró hondo y le dejó hacer. J.C. gritó de placer y ella se alegró de que su cuerpo le estuviera proporcionando tanta felicidad. Tan solo desearía poder compartirla, pero se sentía desgarrada e incómoda.

Por lo menos aquello no duró demasiado, pues no estaba segura de haber podido aguantar mucho más sin echarse a llorar.

J.C. se apartó de ella y rodó de espaldas mientras soltaba un fuerte y tembloroso suspiro.

—Creía que iba a morir, qué bueno ha sido —susurró mientras la acercaba a él y la envolvía en sus brazos para besarle los párpados, cerrándole los ojos—. Gracias —añadió con voz ronca—, sé que no estabas preparada para mí. Lo siento. Te compensaré por ello.

—Está bien —contestó ella ocultando su incomodidad. Estar así en sus brazos, recibir tanta ternura, era la gloria, como una droga. Cerró los ojos y se acurrucó contra él—. Me encanta estar así contigo —susurró.

Él la sujetó con más fuerza. No lo dijo, pero lo sintió. Había una conexión entre ellos, una que nunca antes había experimentado. Sus mujeres eran sofisticadas. Exigían, daban indicaciones. Pero Colie adoraba cualquier cosa que él le hiciera. Y eso le hacía sentirse más grande.

Sin embargo, le preocupaba haber perdido el control con ella. Era evidente que necesitaba más tiempo, pero estaba agotado y seguramente Colie se había dado cuenta. Algunos hombres eran capaces de seguir toda la noche, pero él no.

—La próxima vez —susurró—, iremos más despacio. Te lo prometo.

El corazón de Colie dio un brinco. Al parecer no se sentía decepcionado ante su falta de reacción. Colie se sentía aliviada y culpable, y decepcionada, todo a la vez. Culpable porque las chicas buenas no hacían lo que ella acababa de hacer. Aliviada porque él aún la deseaba. Decepcionada porque no había sentido ningún placer, más allá de los preliminares. ¿Era así el sexo? ¿Una acumulación de sensaciones que desembocaba en una enorme decepción? Era demasiado tímida para atreverse a hablarlo con él. Y no había nadie más con quien pudiera hablar. A lo mejor habría algún libro…

—Estás muy callada —observó él mientras le besaba la cabeza.

—Estoy feliz —contestó ella.

Y lo estaba. De hecho, nunca se había sentido tan en paz. J.C. se volvió hacia ella y le besó suavemente los labios, los párpados, la nariz, la suave e hinchada boca.

—Debería llevarte a casa —susurró—. Pasa tú al baño primero.

—Gracias.

Colie agradeció que la habitación estuviera a oscuras. Al parecer J.C. no era como esas personas a las que les gustaba dejar las luces encendidas. Ella tampoco. Pasada la ardiente pasión, le resultaba embarazoso estar allí desnuda con él.

Corrió al cuarto de baño y cerró la puerta. Vio sangre. No mucha, pero sí lo bastante como para saber por qué le había resultado incómodo. ¿Acaso no había una barrera que había que atravesar la primera vez? Seguramente por eso le había dolido. Quizás la siguiente no fuera así.

Se limpió y se vistió. Al regresar al dormitorio, él también se había vestido y las luces estaban encendidas. J.C. parecía incómodo.

—Te llevaré a casa antes de ducharme —anunció y, tras dudar un instante, la sujetó por los hombros e hizo una mueca—. Deberías habérmelo dicho, Colie.

El corazón de Colie se aceleró. De modo que se había dado cuenta de que era virgen.

—De haber sabido que te había bajado la regla, habría esperado —añadió—. Lo siento.

Colie sintió alivio, y algo más, algo que le preocupó. A lo mejor no le gustaba ser el primero. Lo mejor sería no decírselo. Al menos de momento.

—La próxima vez te lo diré —le prometió ella con una sonrisa forzada.

—Mi dulce niña —él se inclinó y la besó con ternura—. Nunca había disfrutado tanto como esta noche.

—Yo también —mintió Colie, apretándose contra él.

Bueno, era verdad que había disfrutado con la ternura. Lo que le había resultado incómodo era lo otro. A lo mejor se acostumbraría a ello.

—Vámonos.

 

 

J.C. la ayudó a bajarse del SUV y permaneció junto a ella un minuto antes de hablar.

—Echan una nueva película de dibujos —anunció—. Ya que durante unos días vamos a ser amigos nada más, podríamos ir al cine —añadió con una sonrisa.

—Eso me encantaría —ella rio.

—A mí también. Te llamaré.

J.C. la besó delicadamente en la boca y se dirigió hacia el SUV. Como de costumbre, se marchó sin agitar la mano ni mirar atrás.

Colie titubeó antes de abrir la puerta. Esperaba que no se le notara lo que había hecho. Se sentía tremendamente culpable. Su padre se sentiría decepcionado y demostraría que tenía razón al afirmar que J.C. la estaba corrompiendo.

Por otro lado, podría evitar que se notara, y la suposición de J.C. le había proporcionado una coartada.

Entró en la casa, inclinándose hacia delante y quejándose mientras colgaba el bolso detrás de la puerta.

—¿Colie? —llamó su padre en voz baja mientras salía de la cocina con una taza de café en la mano—. ¿Estás bien?

—Calambres —anunció ella haciendo una mueca—. Necesito acostarme.

—Pobrecita —se apiadó el reverendo—. ¿Tienes algo para tomarte?

—Los medicamentos sin receta que suelo tomar —Colie asintió—. Funcionan. Pero me voy a la cama.

—¿Qué tal la cena?

—Sabe cocinar —rio ella sin volverse—. Me llevó a su casa a tomar estofado de venado. Estaba delicioso. Dijo que su abuela le había enseñado a prepararlo.

—Estofado de venado —su padre suspiró—. Recuerdo perfectamente su sabor.

—Buenas noches, papá.

—Buenas noches, cielo.

Colie consiguió llegar a su habitación sin que él notara que su vida acababa de tomar un nuevo rumbo. Sacó un pijama limpio, y ropa interior limpia, del cajón y fue directa a la ducha. Todavía olía la colonia de J.C. sobre su cuerpo. Por lo menos había conseguido mantener las distancias de modo que su padre no se diera cuenta. Pero, por otro lado, él seguramente supondría que simplemente había besado a su novio, no que se había acostado con él.

No era más que la primera de las muchas mentiras piadosas que iba a tener que inventarse si seguía viendo a J.C., y sabía que no podía dejar de hacerlo. Estaba cada vez más enamorada. Pasara lo que pasara, no era capaz de renunciar a él. Ni siquiera aunque su propia conciencia la despellejara cada noche.