Capítulo 7

 

 

 

 

 

Desde que Colie había hecho correr la voz de que J.C. y ella estaban prometidos, los chismorreos en Catelow habían cedido notablemente. Y aunque fuera mentira, le proporcionaba cierto alivio de la censura.

Su padre no se lo tragaba. Aceptaba lo que ella contaba, pero su mirada indicaba que no se creía ni una palabra.

Sin embargo, el reverendo estaba tan feliz de tenerla de vuelta en casa que no cuestionaba nada.

—Esto ha estado muy solitario sin ti, Colie —le aseguró mientras ella se afanaba en la cocina después de haber deshecho el equipaje—. Rod sale tanto últimamente que es como si yo viviera solo.

—Y yo no he venido de visita —contestó ella—. Lo siento. Estamos tan absortos cada uno en nuestra propia vida que no pensamos en los demás —se volvió hacia su padre—. Siento haberte complicado las cosas en Catelow, papá —añadió—. No me había dado cuenta de lo malo que era hasta que la señora Meyer habló conmigo.

—Yo no le dije nada —contestó el reverendo.

—Ya lo sé. Y, además, ella tenía razón. No pensé en cómo te afectaría.

—La vida es dura —señaló él—. Tomamos decisiones y luego tenemos que vivir con ellas. Algunas tienen más consecuencias que otras.

Colie asintió y lentamente volvió a sus tareas.

—¿Cuánto tiempo estará fuera? —preguntó su padre.

—Dijo que unas cuantas semanas —ella se mordisqueó el labio—. Es un trabajo peligroso. Le pagan mucho dinero, pero se lo gana.

—Conozco a dos hombres de nuestra parroquia que hicieron lo mismo en el pasado. Es una zona bastante segura —aseguró el reverendo para tranquilizar a su hija—. Seguro que estará bien.

—Seguro que sí —ella consiguió sonreír débilmente.

—¿Va a casarse contigo, Colie? —preguntó el reverendo en voz baja.

Ella respiró hondo y muy despacio, sin apartar la mirada del estropajo que tenía en la mano y con la que estaba limpiando la cocina.

—Me gustaría pensar que sí —contestó tras una pausa—. Pero en realidad no lo sé. J.C. es una persona hermética y no comparte gran cosa.

—Puede que tú influyas en él.

—Eso es una quimera, papá —ella rio—. Él es lo que es, pero lo amo —se volvió hacia su padre—. De modo que ya me ocuparé de ello. No es como me gustaría que fueran las cosas, es como son.

El reverendo asintió. Todavía tenía esperanzas de que algún día su hija viera la luz y abandonara a J.C. Sabía que era poco probable que funcionara. Años atrás él también había amado así, amado a la madre de Colie. Pero él se había casado con ella, había tenido hijos con ella. Su vida siempre había sido un ejemplo de moralidad. Penaba por su hija, porque sabía mejor que ella cuál iba a ser el resultado probable de esa unión. No era un hombre que se atara, y no era de los que sentaba la cabeza.

Colie lo iba a aprender del modo más duro, pero, cuando eso sucediera, él estaría allí para ella, y haría todo lo posible por ayudarla. En eso consistía la vida, en no juzgar, ni siquiera en su posición, y en intentar aliviar el dolor de la pérdida y el desamor de sus feligreses. Era su trabajo, y se lo tomaba muy en serio.

 

 

Echar de menos a J.C. pronto se convirtió en el menor de los problemas de Colie. Se levantó como de costumbre y preparó el desayuno antes de vestirse e irse a trabajar. Pero, en cuanto recogió la mesa del desayuno e iba a dirigirse al dormitorio para vestirse, tuvo que echar una carrera hasta el cuarto de baño.

Perdió el desayuno, y lo que parecía la cena de la noche anterior. Era un virus. Tenía que ser un virus. J.C. se volvería loco si se quedara embarazada, y no volvería a verlo nunca más. Se largaría de su vida, tal y como le había insinuado en numerosas ocasiones.

No podía tratarse de un bebé, no cuando solo habían tenido un accidente. Una sola vez. Colie respiró hondo antes de limpiarlo todo y cepillarse los dientes. Sin duda se trataba de un virus. Había uno circulando por ahí. Había oído a su padre mencionarlo. Todo iba a salir bien, solo tenía que conservar la calma, no entrar en pánico.

Ya vestida, regresó al pasillo. Se había cepillado el pelo y el bolso colgaba de su hombro. Tras descolgar el abrigo, asomó la cabeza al despacho de su padre.

—Me voy. ¿Necesitas algo más?

—No, gracias, el desayuno estaba muy bueno —añadió él, riendo por lo bajo—. Ya estaba harto de tostadas negras.

—Mañana prepararé bollitos. Te veo esta noche.

—Conduce con cuidado, esta mañana hay mucha nieve.

—Iré despacio —le prometió ella. Podría haber añadido que J.C. le había dado clases de conducción en la nieve, pero no lo hizo. Las cosas iban muy bien sin necesidad de estropearlo.

 

 

Había abrigado esperanzas de tener noticias de J.C. Sabía que tenía un teléfono con cobertura en ultramar, pero no le gustaba hablar por teléfono. Aun así, quizás si la echaba de menos lo suficiente, la llamaría.

Pero no llamó. Los días pasaron sin saber nada de él. Colie lo echaba tanto de menos que tenía la sensación de que le habían amputado una extremidad. Comía sin saborear nada. Las náuseas, afortunadamente, habían pasado, aunque tenía algunos síntomas extraños, como el cansancio. Se iba a la cama antes que de costumbre y tenía los pechos sensibles. Por otra parte, ya le tocaba que le bajara la regla y algunos de esos síntomas encajaban con el ciclo. Debía pensar en positivo.

Colocó el árbol de Navidad y lo decoró. No disponía de mucho dinero para comprar regalos, pero hizo lo que pudo. Un jersey para su padre y una billetera para Rod, y la mitad de un llavero para J.C. Tenía forma de corazón, partido en dos mitades. La inscripción estaba en francés. Ponía Plus que hier, moins que demain. «Más que ayer, menos que mañana». Una promesa de amor. El llavero estaba dividido en dos partes, una para cada amante. Sus padres habían tenido uno así cuando ellos eran pequeños. Quizás ejerciera un efecto mágico sobre J.C.

 

 

Se tropezó con Merrie Colter en la ciudad. Merrie había dejado al bebé con su padre para poder hacer las compras de Navidad. Catelow estaba engalanado con luces y adornos con motivo de la festividad. Merrie entraba en el coche cuando vio a Colie en la acera.

—Hola —llamó.

—¡Hola! —Colie le dedicó una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Estás sin el bebé? ¡Cielos! ¡Es el fin del mundo!

—Ren se ocupa de él mientras yo hago algunas compras y compro algo especial para la cena —Merrie rio ante la exclamación de Colie—. Es la noche libre de Delsey. ¿Cómo estás? —añadió.

—Echando de menos a J.C. —Colie hizo una mueca—. Me siento sola.

—Sé a qué te refieres —contestó Merrie—. Ren y yo tuvimos un noviazgo muy movido. Cuando lo conocí, era un horror.

—Eso dice la gente.

—Te estás preguntando si he tenido noticias de J.C. —Merrie ladeó la cabeza.

Colie se quedó sin aliento.

—Lo siento —se disculpó la otra mujer—. De vez en cuando tengo percepciones. Pero también es de sentido común. Si Ren estuviera en ultramar, lo echaría de menos.

—No sería tan malo si escribiera o llamara —reconoció Colie—. Supongo que para él será duro encontrar tiempo para hacer esas cosas.

Merrie no se atrevió a contarle que J.C. había llamado en dos ocasiones para hablar con Ren sobre asuntos que tenían que ver con el rancho.

—Supongo que sí —fue lo único que fue capaz de contestar—. En cualquier caso, no estará fuera tanto tiempo. Sinceramente, el rancho no funcionaría sin él.

—Y mi vida tampoco —admitió Colie con una carcajada.

—Hombres. A veces no podemos vivir con ellos, pero tampoco sin ellos. Supongo que habrá que tomar lo bueno junto con lo malo y seguir adelante.

—A veces es lo único que se puede hacer —Colie asintió—. Tengo que irme o llegaré tarde al trabajo.

—Hasta pronto.

—Hasta pronto.

 

 

Tras la conversación con Merrie, Colie se sintió deprimida. De algún modo sabía que J.C. había hablado con Ren después de su marcha y eso la ponía enferma. Si realmente sintiera algo por ella, habría llamado. Habría escrito. Habría sentido tantos deseos de hablar con ella como los que ella sentía de hablar con él.

Pero se mostraba contenido. Altivo. J.C. no se implicaba con las personas, no se fiaba de ellas. Colie sabía que, si le diera algún motivo, no volvería a verlo. Era rencoroso y nunca lo había ocultado. Se negaba a hablar sobre su padre que, presumiblemente, seguía vivo en alguna parte. No perdonaba, ni siquiera después de veintidós años. Resultaba inquietante.

J.C. la deseaba, de eso estaba segura. Pero el deseo no bastaba para mantener unida a una pareja durante años y años. El deseo era algo fugaz, algo que recibía fácilmente satisfacción y luego se perdía. Tenía miedo de que J.C. se cansara de ella, se notaba que no le gustaba su comportamiento en la cama. Él sabía que no le entusiasmaba acostarse con él. A lo mejor tenía razón en lo del látex. Pero la incomodidad iba más allá.

Quizás, si hubiera sido sincera con él desde el principio, si le hubiese confesado su edad y que era virgen, las cosas podrían haber tomado otro derrotero. A lo mejor ni siquiera la habría invitado a salir. Ella estuvo loca por él desde el principio, pero desde que comenzaran a salir se había enamorado profundamente.

La vida no había sido complicada para ella. Iba a trabajar, a clases nocturnas de empresa en la universidad local, cocinaba y limpiaba para su padre y para Rod. Había llevado una vida vagamente satisfactoria, aunque rancia y aburrida.

Y J.C. había cambiado todo eso. Había convertido cada día en una aventura. Colie se moría de ganas de levantarse por las mañanas, porque sabía que casi todos los días lo iba a ver.

Cierto que no lo había visto demasiado. J.C. se había ido de viaje a Denver, un viaje que casi había provocado la ruptura de su relación. Y en esos momentos estaba en Irak entrenando policías. En ocasiones daba la sensación de que habían pasado más tiempo separados que juntos.

Colie tenía la sensación de que J.C. había estado intentando apartarse de ella antes de que las cosas se volvieran demasiado serias. Se preocupaba por ella, eso no lo podía disimular. Le había sorprendido, y encantado, cómo lo había cuidado cuando había estado enfermo. No le gustaba depender de nadie, sobre todo de una mujer. ¿Era eso lo que le hacía querer salir huyendo? ¿O era solo que estaba decidido a permanecer soltero y estaba resentido ella por desear cosas que él no podía darle?

 

 

Cuando las náuseas regresaron el día de Nochebuena, Colie se preocupó. Iba con un mes de retraso, y ella era una persona muy regular, jamás se había retrasado ni un solo día. Y el cansancio también iba en aumento.

Había albergado esperanzas de que J.C. la llamara en Nochebuena. Él sabía lo importante que era la Navidad para ella, pero, como solía decir su padre, J.C. era un hombre que evitaba la religión. Merrie Colter telefoneó para contarle que Ren estaba tirando de los hilos para conseguir hacerle llegar una llamada a J.C. Se había producido un corte en las comunicaciones y J.C. no había podido llamar. Ren, gracias a sus contactos militares, había conseguido comunicarse y J.C. le había pedido que Merrie la llamara para desearle feliz Navidad de su parte, y para que supiera que la echaba de menos y que pronto regresaría a casa.

Con eso consiguió salvar el día. Mientras preparaba la cena para su padre y ella, resplandecía de felicidad. Rod había llamado para disculparse de una forma algo brusca por no poder cenar con ellos por algún problema con el coche. Pero ni siquiera eso fastidió su buen humor. J.C. la echaba de menos. Todo iría bien. Se había preocupado por nada.

Condujo hasta la ciudad más próxima y adquirió una prueba de embarazo. A continuación se dirigió a un centro comercial y realizó la prueba en el lavabo de señoras.

Cuando el papelito cambió de color, Colie sintió que se le helaba el corazón en el pecho. Sin duda se trataba de un falso positivo. Pero, dados los otros síntomas, en el fondo estaba segura de que no era así. Estaba embarazada.

Su primera reacción fue de desbordante felicidad. Jamás se había sentido tan feliz en toda su vida. La segunda reacción fue de absoluto terror. No podía tener un bebé en Catelow, Wyoming, sin estar casada. Destruiría la reputación keychain de su padre. Bueno, quizás destruirla no, pero sí lo avergonzaría, lo humillaría. Era un hombre muy bueno. Le haría aún más daño del que ya le había hecho.

Existía la ligera posibilidad de que J.C. cambiara de opinión, a pesar de lo que había dicho sobre no querer sentar la cabeza. Sin duda, cuando supiera que iba a tener un hijo, su sentido de la responsabilidad se manifestaría. ¡Sin duda haría lo correcto!

Colie se convenció a sí misma de que simplemente tendría que exponerle la situación a J.C. de la manera correcta. Le prepararía una cena estupenda cuando regresara de ultramar, se acurrucaría en sus brazos, le haría sentirse cómodo. Y entonces se lo contaría con delicadeza. Era un buen hombre y no la echaría de su vida por un embarazo no planeado.

Arrojó la prueba de embarazo a la basura y regresó a su casa.

 

 

Lo más difícil iba a ser mantener el secreto. Su padre sabía cómo se comportaba una mujer embarazada, pues había vivido dos embarazos con su esposa. Así pues, tuvo mucho cuidado con comer lo justo de la cena de Nochebuena como para no levantar sospechas, y de abrir el grifo del lavabo antes de vomitar para que él no lo oyese.

El reverendo aceptó la explicación de que los calambres eran tan fuertes que le apetecía acostarse temprano, y no le preguntó más. Estaba feliz con su jersey nuevo. A Colie le había comprado un bonito albornoz de chenilla muy suave. Rod no había regresado a casa por Navidad. Había vuelto a llamar, deseándoles un feliz día, pero había colgado casi de inmediato.

Colie agradecía que Rod apenas estuviera en casa, aunque de todos modos él no se habría dado cuenta de que estaba embarazada. Su comportamiento era cada vez más imprevisible y ella empezaba a pensar que estaba metido en algo muy peligroso. Apenas les dirigía la palabra a su padre y a ella durante la cena en las raras ocasiones en que comía con ellos, y todos los fines de semana iba a Jackson Hole.

Colie y su padre brindaron juntos con ponche de huevo por el nuevo año. Su padre se sentía triste porque en esa ocasión su hijo ni siquiera había llamado y se fue a la cama arrastrando los pies. Colie sintió pena, pero no había nada que pudiera hacer por su hermano. Tan solo se preguntó por qué se comportaba de forma tan extraña.

 

 

Había vuelto a asistir a la iglesia. La ayudaba a volver a encajar en una comunidad que había empezado a rechazarla. Las personas religiosas eran muy dadas al perdón, y Colie era muy querida.

Pero un domingo de enero por la mañana se encontró demasiado mal para ir a la iglesia. Le echó la culpa a un virus estomacal que había sufrido durante la noche y se disculpó, pero su padre se limitó a sonreír y a darle una palmadita en la espalda. Ya había tres miembros de la parroquia enfermos con ese virus y estaba seguro de que su hija se encontraría mejor pronto.

Tras despedirse de él, ella se volvió a la cama.

Estaba medio adormilada cuando oyó ruido de coches frente a la casa. La puerta se abrió y se cerró. Y a continuación se oyeron voces.

Curiosa, se levantó de la cama y se puso una gruesa bata antes de bajar al salón. Lo que vio la horrorizó hasta el punto de que fue incapaz de hablar.

Rodney tenía una maleta llena de drogas. Había infinidad de botes de medicamentos y varias bolsitas de algo parecido a un polvo blanco.

—Ya sabes cómo distribuirlo —le dijo su amigo del traje caro—. Asegúrate de que tus contactos la repartan gratis a la salida de los colegios locales, así se enganchan… ¿¡Qué demonios!?

Había mirado hacia la puerta y visto a Colie allí de pie, pálida y horrorizada. Rod se quedó boquiabierto.

—Ocúpate de esto —le ordenó el hombre a Rod—. ¡Ahora mismo! Si esto se descubre, eres hombre muerto, ¿me oyes?

Y sin más salió por la puerta dando un portazo.

—¿Qué demonios haces en casa? —Rod fulminó a su hermana con la mirada—. ¡Los domingos nunca estás aquí!

—Tengo un virus —contestó ella—. Rod, ¿qué estás haciendo? —lloriqueó—. ¿Traficas con drogas?

Durante unos segundos su hermano pareció sentirse culpable, pero enseguida la miró aún más furioso.

—Mira quién fue a hablar —espetó—. Viviendo con un hombre, ¡y papá es un pastor de la iglesia!

—Amo a J.C. —contestó ella a la defensiva.

—Nunca se casará contigo —le recordó con frialdad antes de soltar una carcajada—. Papá no sospecha nada, pero apostaría a que lo que te mantiene en casa no es ningún virus. Estás embarazada.

Colie se quedó sin aliento y palideció.

Había sido una suposición, pero había dado en el clavo. Rod alzó la barbilla.

—Guárdate para ti misma lo que acabas de ver, o haré que lo lamentes. Estoy ganando mucho dinero. Estoy harto de trabajar por una miseria cuando puedo comprarme cosas bonitas, como hace mi amigo. Voy a conseguir lo que quiera…

—¡Estás envenenando a los niños!

—Si se enganchan, es su problema, no el tuyo —contestó él—. Ya no son niños, son adolescentes.

—La gente muere por consumir drogas —insistió Colie.

—No es asunto tuyo —repitió Rod mientras cerraba la maleta—, de lo contrario haré que te arrepientas. ¡Y ni se te ocurra acudir al sheriff!

—No hace falta que vaya al sheriff —respondió ella con frialdad—. Lo único que tengo que hacer es contárselo a J.C.

Como amenaza era la mejor. Rod conocía a J.C. mejor que Colie y no sentía ningún deseo de acabar en una prisión federal por traficar con drogas duras.

—Será mejor que no lo hagas, Colie. Lo digo en serio.

—¿Quieres dejar eso ya? Devuélvele esa… —señaló la maleta—, a ese hijo del demonio con el que vas.

—Ni lo sueñes —contestó él.

Colie alzó la barbilla, pero no dijo nada más.

No le hizo falta. Rodney sabía muy bien qué significaba ese gesto. Se dio la vuelta. Iba a tener que detener a su hermana, pues no estaba dispuesto a ir a prisión o morir porque su hermanita hubiera vuelto a desarrollar su sentido de la moralidad. Y sabía exactamente qué hacer.

 

 

J.C. le envió a Colie un mensaje a través de Ren, que le pidió a Merrie que la llamara.

—Quiere que sepas que vuelve el domingo —le anunció Merrie entre risas ante la felicidad que reflejaba la voz de Colie—. No, no quiere que vayas a buscarlo. Tiene el SUV en el aeropuerto en Jackson Hole. Dice que, si te apetece ir a su casa y preparar la cena, le encantará. El vuelo es largo y tendrá hambre.

—Voy a preparar algo maravilloso —contestó ella con voz soñadora.

—Creo que lo que quiere realmente es verte —Merrie sonrió para sus adentros—. La comida está bien, pero Ren dijo que J.C. hablaba de ti cada vez que llamaba. Quería asegurarse de que estuvieras en casa de tu padre, y que estuvieras bien.

—Ojalá me hubiera llamado —Colie suspiró.

—Odia hablar por teléfono —le explicó la otra mujer—. Le dijo a Ren que nunca sabe qué decir y que odia intentar verbalizar sus pensamientos en una llamada a larga distancia. Dijo que prefería decírtelo en persona cuando te viera. Te ha echado de menos —añadió—. A Ren le pareció desternillante, aunque no le dijo nada. Ninguno de nosotros pensó jamás ver a J.C. Calhoun volverse loco por una mujer.

—¿Lo está? ¿Loco por mí, quiero decir? —preguntó Colie con voz ronca.

—Por lo que he visto, sí, desde luego que sí. Le han traicionado demasiadas veces como para que confíe en las personas, Colie. Eso es todo. Con el tiempo aprenderá a confiar en ti.

—Yo jamás lo defraudaré —prometió ella—. Cielos, ¡tengo que ponerme en marcha! Es sábado, ¡y mañana estará aquí! ¡Me voy a volver loca esperándolo!

—La anticipación está bien —observó Merrie con recato—. Genera impresionantes recuerdos.

—Eso sí que lo estoy anticipando —Colie rio—. ¡Muchísimas gracias por llamarme!

—No hay de qué. Estaremos pendientes de ver cómo evoluciona todo. Estoy segura de que habrá estupendas noticias en un futuro cercano —añadió secamente.

—¡Eso espero!

 

 

Su padre estaba sentado a la mesa de la cocina, terminando de cenar. Rod también estaba allí, mirando furioso a Colie.

—Pero, bueno, ¿a qué viene ese brillo en tu mirada? —preguntó su padre divertido.

—¡J.C. vuelve a casa mañana! —contestó ella entusiasmada—. El avión llega a Jackson Hole mañana por la tarde. Voy a prepararle la cena. ¡Estoy tan feliz!

—Me alegro por ti —el reverendo disimuló su recelo—. Déjanos algunas sobras frías para mañana por la noche —añadió—. Así tendrás un poco más de tiempo.

—Gracias, papá —Colie le besó la mejilla.

Rod no dijo nada, y mantuvo la mirada baja. Tuvo una revelación, y supo exactamente qué debía hacer.

Después de la cena incluso sonrió a su hermana antes de dirigirse a su habitación. Sacó el móvil del bolsillo e hizo una llamada.

 

 

Colie había preparado rosbif, patatas guisadas con guisantes, y tarta de cereza de postre. Tras comprar los ingredientes los había llevado a casa de J.C., entrando con la llave que él le había dado cuando se había trasladado a vivir con él.

Estaba tan emocionada que estuvo a punto de quemar las patatas. Se moría de ganas de volver a ver a J.C. Habían pasado casi dos meses, dos largos y solitarios meses sin él. Colocó una mano sobre su vientre plano. Aún era demasiado pronto para notar un abultamiento, pero ella sabía que ahí dentro había un bebé. Los síntomas eran tan claros que no había equivocación posible, aunque no hubiese utilizado la prueba de embarazo. Pronto iba a tener que pedir cita con un médico. Si J.C. no quería casarse con ella, buscaría algún médico del servicio de salud y le obligaría a mantener el secreto. Cómo iba a hacer para ocultar su estado era un enigma, pero ya se le ocurriría algo. Seguro que había una solución.

Aunque quizás se estuviera preocupando sin razón. En cuanto J.C. lo supiera, si de verdad la había echado de menos tanto como le había contado Merrie, quizás no habría nada de qué preocuparse.

 

 

A medida que se hacía de noche, Colie estaba cada vez más nerviosa. La nieve había empezado a derretirse, pero aún persistía en las zonas más sombrías de la propiedad y brillaba bajo la luz de la luna, sumiendo las cabañas en un paisaje de cuento de hadas. Esperaba que su propio cuento de hadas tuviera final feliz.

Ahuecó los cojines y vio las noticias, pero J.C. seguía sin aparecer. Eran casi las nueve de la noche y acababa de recalentar la carne, otra vez, cuando por fin oyó el SUV acercarse por el camino.

Le resultó un poco extraño el portazo con el que cerró el coche, pues normalmente no lo hacía. Oyó las pisadas en el porche y la puerta se abrió bruscamente. Y allí estaba, vestido con su pelliza, botas, vaqueros, todo.

Colie echó a correr hacia él hasta que pudo ver su rostro lo bastante bien como para reconocer la expresión de ira que reflejaba.

—Ho… hola, J.C. —saludó inquieta.

J.C. tenía la mandíbula encajada con tanta fuerza que los dientes corrían serio peligro de romperse. Los pálidos ojos grises brillaban como el sol ardiente.

—¿Qué sucede? —preguntó ella, acercándose un paso más.

—Dímelo tú —contestó él con frialdad, la mirada clavada en su vientre.

¡Lo sabía! ¿Cómo lo sabía? ¡No se lo había contado a nadie!

Las manos de Colie cubrieron protectoras su barriga. Sentía náuseas.

—¡No se lo he dicho a nadie!

—¿Y cuándo tenías pensado decírmelo a mí? —preguntó J.C. mientras levantaba la cabeza y olisqueaba el aire—. ¿Después de una buena cena casera y una apasionada sesión de sexo? —añadió antes de reír con frialdad—. Aunque tú no reconocerías la pasión si se te sentara encima, pedazo de hielo.

—¿Quién te lo ha contado? —toda la felicidad abandonó a Colie de golpe.

—Tu hermano.

—¿Rod? —ella intentó pensar. Su hermano la había amenazado, y sabía lo del bebé—. ¿Cuándo has tenido noticias suyas? —preguntó.

—Me estaba esperando en el aeropuerto, con el padre de ese hijo que llevas dentro —añadió con una voz más gélida que una tumba.

—¿Qué? —ella lo miró boquiabierta, horrorizada.

—Llevó con él a tu novio, Barry. Rod dijo que se sentía totalmente asqueado con tu comportamiento. Le disgustó saber que habías engañado a su mejor amigo con otro. Y aún más le dolió saber que tenías intención de hacer pasar a ese crío por mío, y todo porque tu novio no tiene tanto dinero como yo.

—¿Qué… qué novio? —exclamó ella—. ¡Yo no tengo ningún novio!

—Déjalo ya —espetó J.C.—. Te he pillado, Colie —añadió—. De todos modos ya estaba harto de ti —continuó mientras se dirigía al dormitorio—. Tú nunca me deseaste, ni siquiera eras capaz de fingir que sí. Supongo que tu novio era mejor que yo en la cama, a pesar de ser pobre. Rod me contó que no podías apartar las manos de él, ni siquiera delante de tu padre.

Colie lo miraba horrorizada, asqueada, incapaz de hablar.

J.C. empezó a sacar las cosas de Colie de los cajones y las metió en la bolsa que ella había dejado allí. Y, junto con la ropa, todos los objetos y la foto de sus padres y de Rod.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella.

—¿A ti qué te parece?

J.C. terminó de recoger todo y cerró la cremallera. Después llevó la bolsa hasta la puerta de la entrada y la dejó sobre el escalón del porche delantero.

—¿Tienes aquí tu móvil? —preguntó él con gélida amabilidad.

—Sí.

—Bien. Pues llama a tu padre para que venga a buscarte. Adiós, Colie. Siento no haber sido lo bastante ingenuo como para que te funcionara.

—Te ha mentido —consiguió decir ella entre lágrimas.

—Claro que sí —J.C. recorrió su cuerpo con la mirada, una mirada de odio—. Y casi me lo creí. La dulce y tierna Colie, que me amaba más que nadie en el mundo y que lo único que quería era vivir conmigo y cuidar de mí. ¡Menuda actuación!

—Era sincera.

A J.C. no le impresionó su palidez, ni las ardientes lágrimas que rodaban por sus mejillas.

—Solo para que lo sepas, no me habría casado contigo, aunque ese niño fuese mío —añadió—. Te lo dije. Amo mi libertad.

Ella se limitó a mirarlo, tan dolida que era incapaz siquiera de defenderse.

—Puede que tengas mejor suerte con tu nuevo amante —J.C. seguía mirándola furioso.

Hacía frío. Colie solo llevaba una chaqueta ligera, pues no había contado con necesitar algo más abrigado. La camioneta se había negado a arrancar y por eso había llegado hasta allí en taxi. En el interior de la cabaña hacía calor y había supuesto que seguiría allí, en casa de J.C. Con lo que no había contado era con que la echara de casa así. Estaba helando.

—Mujeres —terminó él, poniendo todo el veneno del mundo en sus palabras—. ¡Unas furcias estafadoras, es lo que sois todas! Pensé que tú serías diferente. En serio que lo pensé. Pero tú, como todas las demás, solo intentabas sacarme todo lo que pudieras.

Colie desvió la mirada hacia el porche. «Dios, por favor, no permitas que me desmaye a sus pies», rezó en silencio.

—¿Cuánto tiempo esperaste para meterte en su cama? —el silencio de Colie enfureció aún más a J.C.—. ¿Esperaste a que me hubiese marchado del país, o ya estabas con él mientras yo estaba en Denver? Dijiste que habías salido con otro hombre, ¿era ese y no el supuesto contable de otra ciudad?

—Te dije la verdad —fue la única respuesta de Colie.

—¿Y qué sabes tú de lo que es verdad, Colie? —preguntó él—. Tenías que apretar los dientes cada vez que te acostabas conmigo. Nunca me correspondiste, tenía que hacerlo yo todo. Y siempre me hacías sentir inadecuado. ¡Llegué a odiar tener que tocarte!

Colie tragó con dificultad. Podría haberle explicado el motivo, pero él no la escuchaba.

—Espero que no haga falta que te diga que no quiero volver a verte —concluyó J.C.—. Si te encuentro en la ciudad, haré como que no te he visto. No te hablaré. A partir de este momento, ya no existes para mí.

Ella respiró hondo. Se encontraba tan mal que apenas sentía el frío.

—Vete a casa —le ordenó él con frialdad mientras entraba en su casa y cerraba de un portazo, furioso por no haberle arrancado una disculpa.

Colie encendió el móvil y llamó a su padre.

—¿Podrías acercarte a casa de J.C. y recogerme, papá? —preguntó en un susurro.

—Voy ahora mismo, cielo —el reverendo supo de inmediato lo que había sucedido y colgó.

Colie empezó a llorar. El viento la atravesaba como un cuchillo, pero le daba igual. Su vida había terminado.

 

 

El reverendo la llevó a casa y le preparó un chocolate caliente. Después se sentó a su lado y escuchó. Ella le contó que Rodney había acudido a J.C. para contarle una mentira que había provocado su ruptura, pero no le dijo en qué había consistido esa mentira.

—¿Rodney te hizo eso? —preguntó su padre sin aliento—. Pero ¿por qué? —añadió incrédulo.

—Pregúntaselo tú —contestó Colie—. No voy a andar con chismes.

—No entiendo para qué iba a mentirle a su mejor amigo sobre algo tan importante —insistió el reverendo Thompson—. Eso no está bien, Colie. Llamaré a J.C. y …

—¡No!

Él la miró dubitativo.

—Estaba buscando una excusa para deshacerse de mí, papá —ella posó una mano sobre la de su padre—. Me lo dijo. Se había cansado de mí.

El reverendo hizo una mueca.

—Y hay algo más —continuó Colie, avergonzada y angustiada—. Papá… estoy… embarazada.

El reverendo soltó un gemido.

—¡Lo siento muchísimo! —las lágrimas corrieron por las mejillas de Colie en un silencioso torrente—. He arruinado mi vida, y la tuya, y todo porque estaba enamorada. Pensaba que él me amaba. Pensaba… —se tragó las náuseas que afloraban de nuevo—. He sido una idiota. ¡Lo siento! —repitió.

Su padre se levantó y la tomó en sus brazos, meciéndola como solía hacer cuando era una niña y alguien la había lastimado.

—Ya nos apañaremos —le aseguró—. No te preocupes por eso. ¡Nos las apañaremos!

—Esto es muy vergonzoso —sollozó ella.

—Esto es un bebé —la corrigió el reverendo con dulzura—. Los bebés no son vergonzosos.

—No tiene padre —le recordó Colie.

—Pero tiene una madre —insistió su padre—. Y vas a ser una madre maravillosa. La mejor.

Las palabras de su padre solo consiguieron que se sintiera aún peor. Había esperado censura, ira. Pero el reverendo se había mostrado cariñoso, preocupado y protector. Como siempre había sido. Colie comprendió que en realidad no conocía a su padre. Lo que había tomado por desaprobación era en realidad su conocimiento sobre cómo iban a salir las cosas, su pena por ella. El reverendo sabía lo que iba a suceder, cómo iba a terminar, y ella no. Pero seguía queriéndola igual que siempre. Colie comenzó a sollozar.

—Intenta dormir esta noche —le aconsejó su padre cuando ella al fin consiguió dejar de llorar—. Por la mañana hablaremos y tomaremos las decisiones necesarias. Mientras tanto, ¡voy a mantener una charla muy larga con mi hijo!

—No servirá de nada —respondió ella con calma—. Anda con malas compañías, papá. Lo mejor será que no hables de esto con él.

—Colie…

—Prométemelo —insistió Colie.

Ella sabía en qué estaba metido su hermano. Si su padre lo presionaba, o descubría lo que estaba pasando, se pondría en peligro, y ella no lo podía consentir. Rodney no era el hijo que su padre recordaba. Se había convertido en un extraño.

—¿Qué es lo que sabes, Colie? —preguntó él.

—Cosas que jamás contaré. De momento no —y era verdad.

Si se lo hubiera contado a J.C., él se habría ocupado de todo. Pero J.C. ya no la creía, había aceptado la palabra de Rodney por encima de la suya, a pesar de que sabía que Rod no contaría la verdad aunque le fuera la vida en ello. Ya no había vuelta atrás.

—De acuerdo entonces —contestó el reverendo—. Lo dejaré estar. Las cosas suelen arreglarse.

—Así es —Colie no lo creía, pero era más sencillo aceptar la palabra de su padre—. Gracias por no enfadarte conmigo.

—Eres mi hija. Te quiero. Puede que no apruebe lo que has hecho, pero eso no significa que vaya a darte la espalda. Eso nunca.

—Gracias, papá —ella sonrió y volvió a abrazarlo—. Buenas noches.

—Buenas noches. Procura descansar —él titubeó—. Colie, quizás lo mejor sería que mañana no fueras a trabajar. Llama a la oficina y di que estás enferma. Vamos a tener que hablar unas cuantas cosas.

—Eso haré —ella asintió.