Salimos una semana después, todos excepto Emily, quien enfermó por algún tipo de insecto estomacal.
—Apuesto a que está embarazada —susurra Xander en tono conspirador cuando hacemos una revisión final de provisiones.
Liam escucha.
—No por mí —dice con tono fresco. Ver a estos dos chicos bromear sobre el destino de una chica, incluso una que no me cae particularmente bien, me produce un escalofrío. ¿Hubo un tiempo en que la gente era más considerada? Siglos atrás quizás. Ahora hay peleas a puñetazos por la comida y corren rumores de que alguien fue violado en el perímetro. A veces, cuando no consigo dormir, fantaseo que alguien intenta algo conmigo y lo mato. ¿Soy una desgraciada o este lugar me está transformando? Me siento realmente feliz de dejar la supuesta seguridad de nuestro refugio, de abandonar a todas estas ratas desesperadas en una jaula.
Antes de la invasión, siempre me pareció que la naturaleza estaba en contra nuestra, con el frío o la lluvia o las plagas. Ahora veo que nosotros hemos sido siempre nuestro peor enemigo.
Liam trae otros cinco voluntarios con él. Una chica llamada Britney, que creo que podría ser la nueva… lo que sea de Liam, un tipo llamado Dinesh, y tres chicos blancos cuyos nombres suenan todos igual. Estoy segura de que personas mayores se ofrecieron como voluntarios, pero Liam hizo la selección final y de alguna manera se las arregló para elegir a otros adolescentes. No estoy segura de lo que esto dice de él. No está contento de que Sawyer sea mayor que él, eso está claro.
Estamos fuertemente armados. Kim me entrenó con una pequeña —pero según ella, muy poderosa— pistola, con la que mi puntería es un poco mejor. Parece potente, pero ¿con qué podría compararla? Sé que casi sacó mi brazo del hombro la primera vez que la usé. Sin embargo, tenemos pocas municiones. Tengo tres cargadores para la pistola. Cuando se agoten, me quedará mi cuchillo. Si pierdo eso, estoy muerta.
Además de las armas, nuestros paquetes son ligeros. Llevamos toda nuestra ropa y, si no encontramos comida en Calgary, estaremos muy hambrientos en el camino de regreso. Mandy rechaza una caja de agua embotellada para poder llevar en su lugar más suministros de primeros auxilios.
—El suelo está cubierto de nieve, Liam —le explica cuando él se queja—. Todo el mundo tiene una cantimplora, ¿cierto?
Liam hace todo un espectáculo para confirmar esto con todos nosotros y revisa lo que llevamos en nuestros equipos personales con tanta pedantería que estoy lista para estrangularlo.
Finalmente salimos, once de nosotros, en dos Humvee. Después de toda su fanfarronería sobre la preservación de combustible, es claro que Kim quiere que su hijo viaje con estilo y comodidad. Él y dos de sus amigos están equipados con lo mejor en accesorios militares que la base pudo proporcionar: chalecos antibalas, cámaras montadas en sus cascos para videograbar la misión, y armas, por supuesto.
Topher, con un uniforme improvisado, está en silencio, con la ballesta en el regazo y un rifle a su lado. Mis armas están enfundadas como me instruyeron, a pesar de que me resulta incómodo sentarme.
—Demasiados soldados sin experiencia sueltan sus armas por sorpresa —me dice Liam, como si él ya hubiera estado en alguna batalla—. Dudo que un Nahx te dé oportunidad de recogerlas y no creo que todo este asunto tuyo de Jackie Chan te ayude —me está incitando, pero no muerdo el anzuelo. Necesito concentrarme en mantenerme viva.
Ver un Nahx, sacar mi arma, disparar. Cuello, hombro o articulaciones de cadera. El pecho, la espalda y la cabeza son a prueba de balas, a menos que tengas proyectiles blindados, y no es el caso. Los videos nos enseñaron eso. Disparar es lo primero que debemos hacer, gritar, lo segundo, pensar más tarde, dice Topher, como si fuera una opción fácil. Código negro es la llamada de advertencia que acordamos. El escenario probable es que si tienes que usarlo, serán tus dos últimas palabras.
El viaje es lento, a través de caminos remotos llenos de nieve y autos abandonados, sorprendentemente intactos. No nos encontramos con los Nahx, pero vemos suficiente evidencia de su trabajo para alimentar las pesadillas de cien personas. La muerte está en todas partes. En cada parada para tomar un descanso, cada pueblo está lleno de cuerpos, la mayoría en perfecto estado de conservación. Hay algunos en descomposición, algunos bebés en sus cochecitos, por ejemplo, y perros con su correa, congelados y muertos de hambre. Algunos adultos y niños mayores también, que murieron de otras maneras. Vemos cuellos rotos, cráneos aplastados y algunos cuerpos tan deteriorados que no podemos saber qué causó su muerte.
En lugar de levantar nuestras tiendas especiales para invierno la primera noche, nos acurrucamos en los Humvee, temblando, y no sólo por el frío.
Llegamos a los límites de la ciudad cerca de la medianoche del segundo día. Los guardias vieron transportes de Nahx flotando y aterrizando al anochecer, y despegar una hora más tarde, así que nos mantenemos ocultos y nos acercamos desde la dirección opuesta; montamos nuestro precario campamento dentro de un granero abandonado. Comemos y sorteamos los turnos de vigilancia. De todas maneras dormiremos poco o nada, porque Liam quiere que nos movamos al amanecer. Mi suerte es mala y buena. Me toca primero a mí, pero con Sawyer.
Liam no nos dejará usar las cámaras.
El aire gélido de la noche me recorre mientras los demás duermen. Me estremezco, cierro mi chamarra y me pongo una gorra tejida; guardo mi arma y mi cuchillo en sus fundas. Las abrocho en su lugar y luego me pongo los guantes. Sawyer y yo tomamos direcciones opuestas alrededor del granero para empezar nuestra ronda.
Marcamos el ritmo y nos encontramos con el otro cada pocos minutos. Sawyer asiente a manera de saludo cada vez. Cuando esto se vuelve aburrido, comienza a contar largos y caóticos chistes, una línea a la vez. Tengo que ahogar una risa cada vez que llega al gran final, aunque apenas puedo recordar el comienzo. Eventualmente, él se queda sin chistes y seguimos la ronda en silencio.
Mi mente se desplaza aquí y allá mientras camino a través de la nieve. Pienso en mis padres otra vez. Podrían haber sobrevivido. No tengo forma de contactarlos a menos que consigamos algún tipo de comunicación adecuada. Trato de imaginar lo que están pasando, no por primera vez. Alguna vez un terapeuta me dijo que debía hacerlo. Imagina cómo se sienten tus padres cuando haces estas cosas, ella se refería a las peleas y a las drogas y a quedarme fuera de casa toda la noche con chicos cuestionables. Imagínate lo preocupados que están.
Mientras camino, tengo un momento tranquilo para pensar en eso. En realidad, nunca hubo tantas peleas fuera del dojo. Y las drogas sólo eran un poco de hierba. ¿Y qué tan cuestionables eran los hermosos hijos gemelos de un agradable médico? Es posible que todas las otras cosas que me dijo la terapeuta que me impuso el tribunal también sean una mierda. TDA. Trastorno de déficit de atención. Problemas con el manejo de la ira… etiquetas con las que a todos los terapeutas les encanta abofetear a cualquiera que sea como yo.
Combativa, voy a conceder que ésa era bastante precisa. Pero en cuanto al resto, tal vez nadie me conocía realmente, ni siquiera mis padres. Intenté imaginar su preocupación, pero lo único que veía era la decepción de que nunca podría ser como ellos, una amada profesora de inglés y un respetado activista métis. Tal vez imaginé la decepción, también.
Es difícil imaginar a alguien cuando no estás segura de que está vivo. De alguna manera, es más fácil imaginar a los que ciertamente están muertos. Pienso en Tucker, en su tumba, y en Felix y Lochie tendidos en la capilla. Paso junto a Sawyer, que finge ser un zombi. Pienso en Topher en su saco de dormir, con Xander resoplando a su lado. Tengo tanto frío y me siento tan cansada que me dan ganas de ir gateando hacia ellos y quedarme dormida. La próxima vez que paso a Sawyer, me estoy riendo de lo lamentable que soy. Él bosteza y sigue caminando.
El bostezo es contagioso. De repente, mis párpados se sienten pesados, pegajosos, como si se hubieran adherido a mis globos oculares con pegamento. Tomo una respiración profunda en el aire frío de la noche y trato de despertar. El aire huele a heno y un poco a caballo desde el granero. También hay un tenue olor a quemado, como a carbón, tal vez procedente de la casa quemada.
El olor es un poderoso recuerdo, he oído. El más potente. Con ese leve aroma a carbón, el Nahx en la casa rodante flota en mi cabeza otra vez. Me duelen las muñecas y el corazón, y mi mente se agita como una tormenta. Siento que hay algo importante en lo que sucedió, pero no logro entenderlo. Me detengo, escucho. Puedo oír los pasos de Sawyer del otro lado del granero. Cerrando los ojos, recuerdo la perseverante marcha del Nahx balanceándose mientras me llevaba. No recuerdo haber sido levantada o puesta sobre el piso, pero recuerdo que me cargaba, recuerdo haber mirado su forma sombría, con las estrellas detrás. Era alto, con la espalda erguida, y cálido. Recuerdo la calidez.
Cuando abro los ojos, él está allí.
Una sombra apenas visible permanece en la oscuridad junto a la casa quemada y me mira directamente, un invasor Nahx con armadura de noche, a seis metros de distancia.
Estoy paralizada. Código negro, grita mi mente, pero nada sale de mi boca. Busco mis armas, en lo que mis pulmones intentan tomar el aire suficiente para gritar. Mi arma se pega en su funda y miro hacia abajo para liberarla; cuando vuelvo a levantar la mirada, el Nahx se ha ido.
—¿Rave?
Doy media vuelta con ambas armas levantadas. Es Sawyer, parado, con una manta para caballos colgada sobre sus hombros.
—Hey, soy yo, Sawyer.
Finalmente suspiro, mientras mi aliento alcanza mi corazón galopante. Debo parecer salvaje, porque Sawyer levanta las manos y se acerca poco a poco.
—Está bien, soy yo.
—Había un N-Nahx —tartamudeo, señalando hacia atrás con mi pistola—. Justo ahí, parado justo ahí.
Sawyer frunce el ceño, mira por encima de mi hombro y da otro paso hacia mí.
—Guarda tus armas, por favor —dice con tono firme, y yo lo hago, aturdida. Sawyer se estira y toca mi hombro. Su firme agarre me hace volver a mis sentidos.
—No hay nada ahí —dice, soltando mi hombro—. Si un Nahx hubiera estado allí, tú estarías muerta. Y yo también.
—Lo vi —insisto.
Sawyer da un paso atrás y me mira. Luego me gira y revisa mi espalda.
—¿Qué estás buscando?
—En los videos decía que los dardos a veces son municiones fallidas. ¿Sentiste algo? —busca en el suelo alrededor de mí.
—Él no tenía un arma —digo.
—¿Él?
—El Nahx —trato de recordar la forma de la sombra en la oscuridad.
Sawyer frunce el ceño por un momento. Creo que está a punto de decirme que lo imaginé, pero luego se encoge de hombros bajo su manta, saca su arma y le quita el seguro.
—Muéstrame el lugar donde lo viste —dice.
Lo llevo al lugar de la casa. Con su mano libre saca una pequeña linterna de un bolsillo en su pantalón y alumbra tenuemente el suelo.
—No hay nada aquí —ilumina la nieve sobre el claro terreno—. Como desearía que ese imbécil te hubiera dado una cámara. ¿Estás segura de que viste algo?
No sé qué decir. Estaba pensando en el Nahx cuando apareció frente a mí. Estoy exhausta y paranoica, medio hambrienta y débil de frío.
—Tal vez… —empiezo. ¿Tal vez qué? Tal vez el Nahx que me capturó y me liberó al borde de la montaña, a más de ciento cincuenta kilómetros de distancia, que me salvó la vida, ¿me siguió hasta aquí? Es absolutamente ridículo. Ni siquiera termino mi frase.
Sawyer pone el seguro a su pistola otra vez y la guarda en su funda, luego mete la linterna en su bolsillo. Retrocede, recoge su manta del suelo y la pone con cuidado alrededor de mis hombros. Huele a heno y a caballo, pero no a carbón.
—Creo que estabas caminando dormida, Rave —dice, como si yo fuera una niña, pero no sé cómo discutir.
—Tal vez tengas razón —digo.
Nos dispersamos fuera del granero por la mañana y cubrimos nuestros rastros lo mejor que podemos. Tomamos lo que necesitamos para el día, y dejamos los Humvee y la mayoría de los suministros. Cuando el cielo se aclara, partimos. Veo a Topher y Sawyer caminando juntos, hablando en voz baja. Después de unos minutos, Sawyer se apresura hasta la parte delantera de la fila, y Topher vuelve hacia atrás hasta que está a mi lado, y sigue mi ritmo en un silencio pesado.
—Te contó Sawyer —digo por fin.
—Muchos de nosotros vemos cosas —dice—. Xander ve a su viejo perro.
—No estoy viendo cosas —digo—. Creo que fue el Nahx de la casa rodante. El que me dejó junto al fuego.
—¿Cómo pudo encontrarte?
—No lo sé. Tal vez nos ha estado siguiendo.
Topher se quita su gorra tejida, la guarda en su cinturón de armas y se rasca la cabeza bajo su diminuta coleta.
—Digamos, sólo como hipótesis, que lo que dices es verdad —concede.
—Bien.
—Eso sólo puede ser malo. Si este Nahx desarrolló algún tipo de interés en ti por la razón que sea, sus motivos sólo pueden ser hostiles.
—¿Por qué?
—Porque es un Nahx —dice Topher, exasperado—. ¿Qué clase de criatura trataría de aniquilar a una especie entera, destruir una civilización, y luego sentir un interés benevolente por una chica ordinaria?
En vez de protestar por haberme dicho ordinaria, dejo que la palabra cuelgue entre nosotros por un momento.
—Debería llevarte de regreso al establo, o a la base —dice Topher.
—¿Qué? ¿Para qué?
Se acerca a mí y se inclina para hablar en mi oído.
—Si hay un Nahx siguiéndote, incluso si eso significa que no te hará daño a ti, ¿cuál crees que sea su plan para el resto de nosotros?
Me estremezco. No había pensado en esto.
—Creo que deberíamos hablar con Liam al respecto —dice Topher.
—¿Con Liam? ¿Estás bromeando? Es un idiota.
—Pero es nuestro comandante en esta misión.
—Uf, Toph. No somos el ejército. En realidad, no es un comandante. Todo esto es pura actuación.
—Con armas reales y un enemigo extraterrestre real, debe mantenerse algún tipo de orden, ¿no crees?
Tiene razón. Pero que Liam sepa sobre el Nahx sólo puede ser malo. Él me enviará de regreso, me acusará de conspirar o algo peor. Sea como sea, no es probable que me deje continuar en la misión. Y no voy a dejar a Topher.
—Mira, olvídalo —digo.
—Raven…
—No, lo digo en serio. Olvídalo. No hay forma de que yo regrese a la base. Tenemos un plan: buscar a los supervivientes, buscar suministros. Ésa es la única cosa que me impide resquebrajarme por completo —echo un vistazo y veo a Topher con el ceño fruncido—. No le digas a Liam, por favor.
—Bien, pero mantente cerca.
Le doy un empujón amistoso.
—¿Por qué? ¿Estas asustado?
Suena como una broma, pero sé que es verdad. Ambos lo estamos. Me armo de valor para enfrentar lo que vamos a encontrar hoy. Y Topher no responde a mi broma; caminamos en un silencio tan persistente que se comienza a sentir melancolía.
—Tucker querría que te protegiera —dice finalmente.
Dios. Eso realmente no ayuda.
Lo primero que vemos es el cartel que nos da la bienvenida a Calgary. POBLACIÓN: 1.1 MILLONES ¡Y CRECIENDO!, proclama con orgullo.
Liam posa frente a la señal, con una sonrisa estúpida en su rostro. Varios de los otros soldados se ríen mientras lo videograban con su cámara. No me parece muy gracioso, en especial cuando recorremos los escombros de casas y calles bombardeadas.
Dejamos las calles iniciales y marchamos colina abajo, en una autopista ancha que corta en la ciudad como un cañón. Altos muros de piedra se levantan a cada lado de nosotros y eso nos cubre un poco, pero todavía me siento horriblemente expuesta. El cielo es brillante y azul, y aunque no hay viento, hace mucho frío. La marcha rápida es todo lo que me impide congelarme en donde estoy. Después de unos minutos nos encontramos con algunos coches esparcidos desordenadamente por la carretera, como juguetes para niños.
Hay restos en cada auto, cada uno puntuado con precisión con un dardo en la frente, cada uno en perfecto estado de conservación. Liam abre el maletero de uno de los autos. Está lleno de cajas de comida, botellas de agua, ropa y mantas, provisiones para una fuga que nunca inició.
—¡Jason! —llama a uno de sus reclutas—. Cuando hayamos terminado, vuelve aquí y sube todo esto al auto que tenga más combustible. Y luego… síguenos.
—Anotado —dice Jason sin agregar lo que estoy segura de que todos estamos pensando: si salimos de ésta con vida.
Llegamos a un ancho túnel, donde la carretera viaja bajo las calles de la ciudad, y marchamos hacia ella, tras encender nuestras linternas. El túnel es oscuro y frío, a diferencia de nuestra casa subterránea, pero es plano y está sorprendentemente vacío. Caminamos a lo largo de la oscuridad, en silencio, salvo por el chapoteo de nuestras botas.
—¿Alguien sabe adónde lleva esto? —pregunta Liam—. Creo que no lo habían terminado la última vez que estuve aquí.
—Llega cerca de los terrenos de la Stampede, creo —responde Mandy.
—¿Qué más hay por ahí? ¿Algún centro comercial?
—No —responde ella—, pero hay un supermercado —cierra los ojos y señala alrededor en el mundo perdido que está imaginando—. Al oeste de los terrenos, bajo el paso superior.
Después de unos minutos la luz cambia, y pronto llegamos a una curva que conduce a la salida del túnel. Otro túnel serpentea en una dirección, y una rampa sube hasta el nivel del suelo. Liam se vuelve y camina hacia atrás.
—Necesitamos revisar la tienda —dice, señalando hacia la rampa.
Sawyer lo detiene. Todos nos ponemos detrás de él.
—¿Qué? —dice Sawyer—. Estamos empezando al otro lado del río. Su vecindario —nos señala a mí y a Topher—. Tomemos el otro túnel. Va por debajo del centro.
Liam nos mira con desdén.
—La misión es buscar supervivientes, alimentos y suministros, no visitar amigos. Los lugares más propensos están aquí, en el centro de la ciudad, donde hay una densidad más alta. Es lo más alejado de las áreas incendiadas y hay un montón de lugares para esconderse. Podemos extendernos después a los suburbios cercanos.
Tiene toda la razón, y es irritante. El centro de la ciudad está plagado de profundos estacionamientos subterráneos en espiral y centros comerciales. Son propensos a llenarse de agua durante las tormentas, pero lugares perfectos para ocultarse durante un bombardeo. Lo más cercano que teníamos a refugios públicos en tiempos más pacíficos. Y para ocultarse de una especie que ha admitido que prefiere los lugares elevados, ¿qué mejor lugar que bajo tierra? Miro a mis compañeros de campamento. Ninguno de ellos parece capaz de formular un argumento.
Liam parece satisfecho.
—¿Voluntarios para explorar? —pregunta.
Mi mano se levanta de golpe.