Amigos.
No en este mundo, sin embargo. No en este universo, en otro lugar. Pero supongo que eso es suficiente. Es más de lo que merezco después de haberla asustado tanto.
Cuando sale el sol, tengo una sorpresa para ella. No era tan difícil de conseguir, y finalmente supe cómo darle algo que estoy seguro de que va a amar, sin tener que robarlo de un humano muerto. Le doy un codazo para que despierte. Mientras se mueve, me muevo hacia atrás. Sé que no le gusta que la toque.
—Hola —dice, abriendo los ojos. Se sienta un poco y mira a su alrededor, por la ventana—. Un buen día para una caminata, ¿eh?
Asiento, el sentimiento feliz en mi mente hace que concentrarme sea fácil. Hago la seña de su nombre.
—Raven.
—¿Sí? —responde con una sonrisa. Ah, es hermosa.
Hago un gesto, me levanto y camino hacia atrás.
—Seguir —digo.
Ella parece entender. Con la manta envuelta todavía alrededor de ella, me sigue por el pasillo hasta el cuarto de baño. Sostengo la puerta abierta para ella. El vapor perfumado emerge.
—Eso es… ¿agua caliente? ¿Un baño caliente?
Asiento. Estoy empezando a sentirme un poco mareado.
—Vaya, Augusto, no sé qué decir. ¿Cómo hiciste esto? Es asombroso…
Ella está sonriendo tan brillantemente que casi duele mirarla. Ésta es la felicidad que he estado buscando desde siempre. Dulce Diente de León con una sonrisa en su rostro. Es demasiado para soportar. Doy media vuelta y extiendo mi mano izquierda hacia la pared.
—¿Estás bien?
—Bien. Feliz. ¿Tú?
—Muy feliz, gracias. Voy a bañarme ahora.
Creo que olvidé cómo moverme. La sonrisa se desvanece de su rostro.
—No estarás esperando ver, ¿cierto?
—No. No. No. No. Lamentar. No.
Salgo y cierro la puerta detrás de mí. Estúpido Augusto. Eso fue en verdad estúpido.
Cuando sale envuelta en su manta, con el cabello en una toalla, ya hice una pila de ropa nueva en el sofá, cosas que busqué durante toda la noche. Me quedo allí y observo su reacción mientras ve las ofrendas. Ropa interior térmica, un buen abrigo, pantalones para la nieve, guantes impermeables…
—Botas —dice, y luego, por alguna razón, se ve triste. Cubre su boca.
No estoy muy seguro de qué hacer o decir. Estoy tratando de no mirar su muslo desnudo, que se asoma debajo de la manta. Huele fenomenal, exquisito, como una mezcla de flores silvestres y abejas y su olor, pero limpio y nuevo. Tan humana, tan una parte de su hermoso planeta. Me acerco sin pensarlo siquiera. Ella da un paso atrás.
—Lamentar.
—No, está bien —olfatea—. En verdad, estoy bien. Voy a vestirme ahora, ¿podrías…?
Salgo por la puerta principal y la cierro detrás de mí.
En el pasillo lucho por no imaginarme la manta deslizándose, a ella tirando la toalla de su cabeza, los mechones dorados de Diente de León surgiendo de nuevo y cayendo sobre sus hombros. Diente de León es aún más hermosa en mis pensamientos, si eso es posible.
Mi mente se abre y veo cosas, misteriosas pero familiares, que sé que vienen de atrás de la puerta. La sensación abrumadora de verla feliz la abrió de nuevo, y veo a otros como yo, cientos de otros alineados, algo casi recordado sobre verme en un espejo, una hilera de espejos. Mi corazón salta en mi pecho cuando la puerta se desliza para cerrarse, la astilla de luz se desvanece.
Estoy arrodillado, con todo mi cuerpo apoyado en la pared cuando ella me encuentra.
—¿Estás bien?
Está completamente vestida con la ropa que recolecté para ella, de color negro y gris oscuro, porque tendremos que mantenernos en las sombras, una ajustada gorra negra que tira y amarra debajo de la barbilla, un pañuelo negro sobre su boca y nariz, chamarra impermeable, guantes, pantalones de nieve atados a las botas. Ella es muy pequeña, comparada conmigo, pero si otro la mirara desde lejos, podría parecerse a uno de nosotros. Ésa es la idea. Si somos vistos, no demasiado cerca, los otros podrán ignorarnos. Verla me hace sentir mejor sobre salir al mundo.
Me libero de la inquietud de la visión y me levanto.
—Bien siempre. ¿Tú?
—Estupendo. ¿Cómo me veo?
Te ves lista para dejarme, Diente de León. Pero ella no sabe todas las señas para eso, así que sólo digo:
—Bien.