No estoy segura de por qué no me enojé con Augusto por dejarme sola y a merced de un Nahx en la oscuridad. Quizá por fin me di cuenta de que nada de esto es culpa suya. Nada de esto es mi culpa tampoco, ahora lo sé. Nada que cualquiera de nosotros pudiera haber hecho lo habría cambiado. Yo no podría haberlo sabido, y él no tiene poder o influencia con los suyos. Ni siquiera estoy segura de cómo lo sé ahora, sólo lo sé. Está claro que es un subalterno, un soldado raso. Está ausente sin permiso, es un desertor, y estoy segura de que eso no es bueno para ninguno de los dos.
Ambos estamos corriendo ahora, pero sólo uno de nosotros tiene adónde ir. Mientras nos movemos a través de las calles oscuras, me pregunto qué será de él cuando nos separemos. Me pregunto, y me pregunto, y empiezo a preocuparme y obsesionarme, y luego me reprendo y recuerdo que él no es mi problema. Camina ligeramente detrás de mí, con el rifle levantado en una mano y la otra descansando en mi hombro. Me libero de cuando en cuando, pero siempre encuentra su camino de regreso. Eventualmente, lo ignoro. Está acostumbrado a caminar así, o quiere que parezcamos una pareja normal de Nahx, o lo que sea. Es irritante, pero al menos no habla todo el tiempo como Xander.
Incluso en la noche puedo ver que estamos caminando a través de una pesadilla. Concentro mis ojos en mis pies, para no tener que ser testigo de la devastación que me rodea. Después de una hora de caminata, empiezo a darme cuenta de que una pequeña voz en la parte posterior de mi cabeza ha estado contando, a pesar de mis esfuerzos, cada uno de los humanos muertos que encontramos. Me doy cuenta cuando el número ya alcanza los quinientos. Muchos están tan cubiertos de nieve que parecen formas indistintas de pelusa blanca. Pero yo sé lo que son.
La oscuridad sigue siendo profunda cuando llegamos al estadio. Se eleva sobre nosotros como amenazantes acantilados contra el cielo estrellado. Siento un deseo perverso de entrar, de examinar el lugar donde peleé con el Nahx, donde Augusto me rescató. No estoy segura de lo que espero encontrar. Mis manchas de sangre, tal vez. El cuerpo de ese Nahx. ¿Lo mató Augusto? Nunca se lo he preguntado. ¿O lo hice yo? El atacante y el salvador se revuelven juntos otra vez. Augusto me sostiene del brazo cuando tropiezo en la nieve.
—¿Sentir rota?
—Todo bien, sólo me resbalé.
Me digo que lo que sucedió en el estadio no importa. Y es así. Todo lo que necesito es un escolta para regresar a la base, de vuelta a la seguridad, y entonces Augusto ya no importará, ni lo que hizo o por qué.
Damos una vuelta por el estadio, manteniéndonos cerca del muro. No hemos hablado sobre de dónde salieron esos dos Nahx. Augusto no parece muy preocupado al respecto, y no parece haber alguna señal de que hubiera más Nahx detrás de ellos. Tal vez eran una patrulla de rutina o algo así. Cuento con que Augusto sabrá si es probable que encontremos más. Cuento con él para detectar los transportes, pues pueden volar en silencio. Cuento con él para todo. Si escapara, ¿me seguiría? ¿Me dejaría hacer algo tan estúpido?
Cuento con que la respuesta sea no.
Augusto me entrega una pequeña linterna cuando llegamos a la entrada del túnel. Duda cuando comienzo a descender por la rampa, pero me sigue hacia abajo, con la mano en el hombro.
El túnel está oscuro y frío, y huele a combustible y humedad, algo que no noté la última vez que estuve aquí. Mi linterna, y una que Augusto sujetó a su rifle, proporcionan un pequeño punto de luz para guiarnos. Camino por delante y siento el ritmo dudoso de Augusto a la zaga, casi como si no quisiera estar aquí abajo conmigo.
—¿Es demasiado bajo para ti? Prefieres el terreno elevado, ¿cierto? —dirijo mi linterna mientras asiente—. ¿Vas a estar bien?
Con su dedo dibuja un círculo, que interpreto como Seguir adelante. Es extraño lo familiares que muchas de estas señas son para mí ahora.
Si es algún tipo de máquina, pienso mientras camino, entonces ¿por qué lo harían?, ¿para que no pueda hablar? Seguramente ésa es una limitación en la que sus creadores pensaron. Quizá podría preguntarle sobre eso más adelante. Tal vez ahora no es el mejor momento. Pienso en las semanas que pasamos en el cómodo penthouse cuando pude haber aprendido a comunicarme mejor con él, cuando podría haberle hecho todas las preguntas posibles. Pero en vez de eso, yo hervía de rabia, lo evitaba porque me daba miedo y asco, o perdía el tiempo tratando de atormentarlo. Todos esos años de esfuerzo que puse en tratar de contener y canalizar mi rabia a través de las artes marciales y la filosofía se fueron al diablo, supongo, cuando esto era importante. Pensar en ello me hace querer patear algo.
Caminamos a través de un charco fétido y pronto estamos mojados hasta los tobillos de un líquido sospechosamente aceitoso. Me retracto de lo que dije sobre el parloteo. Es espeluznante estar aquí abajo sin nada que escuchar, salvo mis pensamientos. Para llenar el silencio empiezo a charlar y espero que a Augusto no le moleste.
—Solía temer a la oscuridad, ¿sabes? —algo estúpido para hablar, pero el eco de mi voz en las paredes mojadas proporciona un poco de ambiente—. Supongo que en un mundo sin electricidad es una fobia bastante agobiante. Después de todo, la oscuridad es algo natural. Como la muerte —sus pies resuenan detrás de los míos—. ¿Por qué no hay electricidad, es a propósito? ¿Ustedes bombardearon las centrales eléctricas? Espera, ¿fue como uno de ésos, como les llamaban, PEM? ¿Un pulso electromagnético? Los locos antiterroristas solían hablar de eso. Ustedes les enseñaron, ¿eh? La manera de incitar el terror. Matar a todos. Eso es bastante aterrador.
Caminamos en silencio durante varios minutos durante los cuales mi rostro arde. Ni siquiera sé si es por la ira o la vergüenza. Dios, si tenemos que caminar de regreso a la base, nos tomará semanas. Voy a perder la cabeza, dividida entre el resentimiento y la necesidad, entre sentir pena por él y desear que esté muerto. Y desear que yo esté muerta también. Cuando ya no puedo evitar un suspiro tembloroso, él da un apretón en mi hombro. Incluso a través de mi abrigo y los suéteres puedo sentir su mano caliente, anormalmente caliente, como una plancha o una tetera. Si no fuera por las gruesas capas de ropa, se sentiría como si pudiera quemarme.
Me detengo y dirijo la luz de mi linterna hacia él. En la oscuridad, sus placas blindadas desaparecen como sombras, así que apenas lo veo. Deja caer su mano de mi hombro y baja el rifle, inclinando su cabeza hacia un lado.
—¿Eres una máquina? —lo he preguntado antes, pero ésta es una de las preguntas frente a las que se alejó—. Contesta esta vez.
Hace una seña con la mano, moviendo los dedos como si presionara botones o palancas.
—Máquina, correcto. ¿Entonces? ¿Eres una máquina?
Suspira y, después de un momento, se encoge de hombros.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo puedes no saberlo?
Se estira y da un golpecito en mi hombro.
—Tú. ¿Máquina?
—No, yo no lo soy. Soy un ser humano, por supuesto. Levanta la mano para formular una pregunta, sin ninguna otra palabra. De alguna manera sé que está preguntando: “¿Estás segura?”. Camino, incapaz de encontrar la respuesta correcta a eso. Un momento después, su mano aparece de nuevo en mi hombro. ¿Es tan extraño que él no sepa lo que es? Si alguien me hubiera preguntado hace un año cuál era mi propósito y por qué estaba aquí, no habría tenido ni una pista. Me habría encogido de hombros como la adolescente malhumorada que soy, renuente a hacer mis deberes, tumbada en una silla para perder más tiempo haciendo explotar zombis espaciales, mientras poco a poco me convertía en una. Fuera del dojo, ¿era menos una máquina descerebrada que Augusto? Y dentro del dojo todo lo que siempre quise fue una victoria para mí. Augusto era parte de una misión al menos, parte de un ejército invasor que tenía un objetivo compartido, una estrategia y un plan de operaciones.
Zombis del espacio. Eso es gracioso.
Sacudo su mano fuera de mi hombro, pero un minuto después está ahí otra vez. Me pregunto cómo nos veremos desde lejos, si parecemos dos Nahx caminando por su trabajo de librar a la Tierra de la escoria humana. Me imagino uniéndome a esta misión, disparando dardos y arrasando con una civilización. Sé que se necesitaron miles de años para construir, pero tal vez no era tan grande de todos modos. Quizá merecemos lo que tenemos. Y podría gustarme ser una Nahx. Siempre he preferido usar colores oscuros.
Como si supiera lo que estoy pensando, me aprieta el hombro otra vez.
Con nada más que el círculo de luz delante de nosotros, le resulta fácil a mi mente conjurar otras imágenes. Imagino a Augusto estirando la mano izquierda, apoyándola en la pared, en los muebles, buscando algo que no está allí. Algo, o alguien. Alguien. Pienso en la manera en que los Nahx caminaban en esos videos borrosos, unos con su mano en el hombro de otros. Ése en donde la cabeza se desintegra. Y esa chica que la perdió tuvo a alguien apoyado en ella también, alguna vez, me imagino.
En verdad odio este túnel. Está oscuro y húmedo y me pone sentimental y estúpida.
—¿Quién era? —le pregunto a Augusto, cuando ya no puedo resistir—. ¿A quién buscas? Cuando estás trastornado o adolorido, te estiras a la izquierda. ¿A quién estás buscando? ¿Alguien con quien solías caminar así?
Aprieta mi hombro con fuerza y me jala para que me detenga.
—No importa —digo rápidamente—. Olvídalo, no es mi asunto.
Vuelvo la linterna hacia él y puedo ver que está mirando más allá de mí, aunque su mano todavía está sobre mi hombro. No sé por qué me mantengo hablando. Es como si hubiera un puente que necesitamos atravesar y que debo atraer hacia nosotros si queremos llegar adonde vamos.
—¿Era una chica? ¿La chica con la que viajabas?
Asiente, con la mirada todavía distante. Mi linterna ilumina su perfil, que en su falta de detalle, parece apabullantemente humano. Una barbilla fuerte, el rastro de una nariz, incluso unas leves cejas en un ceño siempre fruncido. Suspira entonces, un largo suspiro de gruñido que resuena por el túnel.
—¿La amabas? —no sé qué diablos le está pasando a mi boca. Parece estar actuando sin ninguna conexión con mi cerebro o lo que podrían ser cosas sensibles que preguntarle. Transcurren varios largos segundos antes de que vuelva a asentir, lentamente.
Apenas me tomo el tiempo para procesar que esta criatura, que puede o no ser una máquina, ha admitido amar a alguien.
—¿Dónde está ella?
Quita su mano de mi hombro y la lleva a través de su garganta.
—Morir.
Pone su mano en mi hombro y lo aprieta, luego deja caer su cabeza, que queda colgando. Y me da un pequeño empujón. Apunto mi linterna hacia el frente y camino, parpadeando, parpadeando, y pensando en Edgar Allan Poe.
Cero repetir siempre. Nada otra vez para siempre. Nunca más.
—Mi novio también murió —digo unos minutos después, sólo porque creo que él merece saberlo. Me detiene, golpetea su hombro donde Topher le disparó con la flecha, y sacude la cabeza.
—No, ése no era mi novio. Él era Topher, un amigo. Su hermano, Tucker, era a quien yo amaba. Pero murió. Fue asesinado por… uno de ustedes, un Nahx. Hace tiempo.
—¿Ver Topher? —pregunta golpeando ligeramente su ojo y su hombro. Es linda la forma en que le ha dado una seña al nombre, como si nada.
—Lo estamos buscando, sí.
—Ver Topher repetir.
—Espero que sí. Espero volver a verlo. Es un buen amigo —lo digo con convicción, aunque ya no estoy segura de saber qué es la amistad. Tal vez sólo llame a Topher amigo porque es de la misma especie que yo.
Augusto me mira por un momento, luego asiente y, agarrándome el hombro, me empuja hacia adelante una vez más.
Frente a nosotros, veo una forma oscura en el túnel. Apunto mi linterna hacia adelante y allí, cuidadosamente estacionada, sobre los dos carriles, en medio de la carretera lejana, está una camioneta rojo brillante de estilo antiguo. Y estoy segura de que no estaba la última vez que caminé por aquí. Me separo de la mano de Augusto y corro. Con sus ruidosos pasos detrás de mí, llego hasta la parte trasera de la camioneta y salto para mirar la caja de carga trasera.
Está llena de recipientes con combustible. Botes llenos, descubro cuando sacudo uno. Suficiente gasolina para conducir cientos de kilómetros.
—¡Sí! ¡Sí! —salto hacia abajo y abro la puerta del conductor. Milagrosamente, la luz se enciende. En el asiento hay un sobre blanco. Tiro de mis guantes y lo abro con dedos temblorosos, mientras trepo al asiento del conductor. Augusto aparece en la puerta abierta, pero lo ignoro.
Hay un mapa dibujado a mano en una hoja de papel blanco. Comienza en el campamento, dice. Conozco el camino de la ciudad al campamento. El mapa muestra el camino desde allí hasta la base. La base secreta. Nadie que no sepa en qué campamento estábamos podría utilizar este mapa. Es brillante.
También hay una carta. De Topher.
Querida Raven,
te he estado buscando desde hace tres días y Liam dice que no podemos esperar más. No puedo creer que estés muerta. No lo creeré. Perseguí a ese Nahx por kilómetros, pero era demasiado rápido y lo perdí. Por favor, perdóname por haber permitido que te llevara. Por favor, perdóname por no buscarte hasta el final.
Estoy perdiendo la cabeza por no saber lo que fue de ti, y soy un idiota al esperar que sigas viva. Pero deseo que lo estés y que regreses aquí y encuentres esta camioneta, este mapa y esta carta. Xander hizo el mapa. La ruta se mantiene principalmente a través de tierra baja y carreteras secundarias, por lo que debería ser más segura. Encontramos la camioneta en un estacionamiento. Sólo junta los cables y se encenderá. Como es tan vieja, el arranque es simple. Debe ponerse en marcha. Rezo para que así sea.
Espero que nos encontremos de nuevo. Te extraño, Raven, y prometo que nunca te olvidaré.
Por favor, regresa a mí.
Toph
La leo una y otra vez para asegurarme de que no imaginé las partes más sorprendentes. La parte en donde dice que nunca me olvidará. La parte en donde dice regresa a mí. Augusto permanece ahí estoicamente, mirando hacia el túnel mientras leo la nota una última vez, antes de doblarla y guardarla en mi bolsillo junto a la pistola. Luego pongo mi frente en el volante y resisto el impulso de gritar.
¿Regresa a mí? ¿A MÍ? Hay una sensación de inevitabilidad: Topher tomaría el lugar de su gemelo con tanta facilidad, al final, como si se pusiera en sus botas. Me pregunto si será tan sencillo para mí.
Mi corazón late con tanta fuerza en mi pecho que me duelen las costillas. Jalo de la bufanda alrededor de mi cuello para aflojarla, y respiro profundamente.
Después de unos minutos siento la mano de Augusto en mi hombro.
—¿Sentir rota?
Por una vez, no tengo lágrimas en los ojos. Creo que estoy demasiado conmocionada para llorar.
—Estoy bien —digo, una mentira más de los millones que ya he dicho—. Es emocionante, significa que puedo conducir. Por lo menos parte del camino. Llegaré en un día o dos, en lugar de semanas.
Augusto asiente con la cabeza. Su mano aparece para formar una pregunta, pero no sé a qué se refiere.
—Lo siento, yo…
Golpetea en su pecho y con la otra mano forma una pregunta.
—¿Yo?
—¿Qué pasa contigo?
Augusto se estira más allá de mí y señala el asiento del pasajero.
—¿Yo?
Quiere saber si todavía quiero que venga. Como si fuera a dejarlo aquí solo en el túnel, como si yo fuera ese tipo de persona.
Como si eso no fuera exactamente lo que yo tendría que hacer.
—Por supuesto, Augusto. Quiero decir, si tú quieres. Aún es muy peligroso allá afuera, ¿cierto?
Asiente y mira hacia el túnel de nuevo. Luego cierra con suavidad la puerta del conductor y camina alrededor de la camioneta. Me inclino y abro la puerta del pasajero para él.
—Sube.
Duda en la puerta. Me doy cuenta de que nunca lo he visto sentarse. Se ha arrodillado y se ha sentado sobre sus talones, pero nunca lo he visto sentarse en el suelo o en una silla. Además, es muy alto. No estoy segura de que vaya a caber. Inclina la cabeza y lo oigo respirar hondo. Yo también respiro y noto que la cabina huele a cigarrillos y cerveza. No es mi olor favorito, pero lo soporto.
Augusto, sin embargo, que vivió con mi olor cuando estaba muriendo, durante una semana, al parecer prefiere no hacerlo. Cierra la puerta, camina hacia la parte de atrás y entra hábilmente sobre la caja de carga de la camioneta, en donde se acurruca entre las latas de gas.
Bajo la ventanilla y me inclino para mirarlo.
—¿Estás seguro?
Asiente y apaga su linterna cuando enciendo el motor, tras deslizar un cable contra el otro. La camioneta ronronea maravillosamente, y los faros brillan al frente, iluminando el túnel húmedo, la salida y los pensamientos en mi cabeza que se arremolinan como una ventisca.
Estoy casi allí. Voy a regresar con Topher, con otros humanos, a un lugar seguro, un lugar en donde Augusto me dejará y nunca nos veremos de nuevo. Me concentro en el camino, presionando mis labios para que ese último pensamiento no me destroce.