El diablo ciervo

En los montes de Oliena, entre los contrafuertes calizos con picos agudos de un color leche azul que se confunde con el cielo, existen grandes barrancos – recuerdos de convulsiones volcánicas muy antiguas – de que en algunos ya no se distingue el fondo. Se le llaman sas nurras, y vulgarmente se cree que son misteriosas comunicaciones del infierno con el mundo. Desde allí salen los diablos para corretear en las blancas montañas en busca de almas y de aventuras. Entre las otras leyendas que se refieren a las nurras he encontrado esta, muy peculiar y, parece, no muy antigua.

Pues estaba un pastor de Oliena, muy devoto y pío y por eso malmirado por el demonio que, saliéndole mal todas las tentaciones para llevarlo al mal, se vengó de él de esta forma. En los días un poco más tranquilos el pastor, encomendando el rebaño a un compañero suyo, se iba a cazar el ciervo y el muflón allí arriba en los montes. Durante un bonito día de invierno, mientras cazaba, vio un ciervo magnifico y no muy lejos de él: le disparó, y lo hirió levemente, pero no pudo cogerlo. Así se puso a perseguirlo. El ciervo saltaba de roca en roca, muy rápido; pero el pastor no era menos ágil, y todo el rato se le quedaba pegado atrás, decidido a matarlo. Llegaron así a la cima de la montaña. La nieve cubría los picos, las rocas, los barrancos; pero el cazador, experto de los lugares, seguía su caza sin tropezar en ninguna piedra, embrujado por el ciervo maravilloso, hermoso, cuyos cuernos, como ramas, eran altos más de seis palmos. De repente el animal desapareció, improvisamente, hundiéndose en la nieve.

El cazador alcanzó el lugar y se encontró en el borde de una nurra terriblemente profunda.

El ciervo ya no se veía más, pero desde el fondo de la nurra subía un eco tétrico de risas infernales. El pobre pastor entendió entonces que el ciervo era el diablo en persona y trató de escapar, pero la nieve donde ponía sus pies se hundió y antes de santiguarse precipitó en la inmensidad del abismo…

Su compañero le esperó dos días, pero al no verle volver temió alguna desgracia y se puso a buscarle por los montes. Las huellas dejadas del desgraciado en la nieve les indicaron su triste fin. Regresó a la aldea y cogida una gran cantidad de cuerdas se fue con otros tres pastores a la nurra. Una vez llegados allí juntaron las cuerdas y, atado el compañero del pastor caído por debajo de las axilas, le bajaron en la nurra. Pero, por mucho que fueran muy largas las cuerdas el extraño buzo no tocó el fondo. Los pastores los sacaron y cuando salió tenía la cara lívida y temblaba como una vara verde. Un profundo terror trastocaba sus sentimientos, pero al principio no quiso revelar la causa. Llevado encima de los hombros por los compañeros volvió a su casa, y nada más llegar le cogió una fiebre muy fuerte que después de tres días se lo llevó al hoyo…

Antes de morir reveló la causa misteriosa del susto. A medida que bajaba dentro de la nurra le aparecía por las paredes ásperas un hombrecito negro con los cuernos y con una hoz en la mano. Y de vez en cuando la desplegaba hacia la cuerda amenazando de romperla y de dejar caer al pastor en el infierno, ¡juntos a su compañero!