Capítulo 16

Como cada mañana Jorge esperaba a Berta para despachar con ella; sin embargo, no era una mañana más, no después de la salida y la cena que habían compartido la noche anterior.

Se sentía tan impaciente que había finalizado la anterior entrevista antes de lo habitual, con el consiguiente asombro del jefe de cocina que lo miró como si tuviera tres cabezas cuando le dijo que habían terminado y podía marcharse. Necesitaba ese breve espacio de tiempo para recomponerse un poco y adoptar la pose del rígido director de hotel a la que tenía acostumbrados a sus empleados. Berta incluida. Necesitaba recuperar al Míster, que aquella mañana tendía a difuminarse. No quería que ella pensara que la noche anterior había cambiado algo en su relación laboral, aunque así fuera. Había cambiado, al menos para él, desde el momento en que lo descubrió en la playa y comenzaron a encontrarse cada noche.

La anterior había sido toda una prueba, porque había acompañado a cenar a una mujer preciosa, que además le gustaba mucho, pero se vio incapaz de demostrárselo de alguna forma. A pesar de todo, de que ambos afirmaron que eran solo Berta y Jorge, solo un hombre y una mujer sin ningún tipo de vínculo profesional, la realidad era que ella formaba parte de sus empleados y no consideraba ético hacer ningún avance en lo personal. Ni siquiera cuando le dijo que le gustaba. Tampoco cuando al despedirse lo besó en la comisura de los labios haciendo que se estremeciera de pies a cabeza. Tuvo que hacer un esfuerzo hercúleo para contenerse, para no rodearla con sus brazos y besarla hasta que ambos perdieran el aliento. De demostrarle que Jorge, el hombre, podía ser tan apasionado como frío era el director del hotel.

Estaba preciosa aquella noche, con aquel vestido sencillo y elegante, en absoluto provocativo, pero que le desató la imaginación. Durante toda la cena le costó apartar la mirada del escote, nada exagerado, solo insinuante, pero que lo invitaba a desplegar su fantasía sobre lo que ocultaba.

Tampoco ayudaba que ella lo estuviera mirando como a un hombre, no como a su jefe, y mucho menos que le hubiera dicho que lo consideraba atractivo. Había estado a punto de perder su contención, esa de la que siempre hacía gala, en varias ocasiones. Una de ellas, cuando le agarró la mano. Otra, cuando se durmió en el Uber con la cabeza recostada en su hombro, inundando sus sentidos con su perfume y con su cuerpo muy cerca. Dejarla en la puerta de su habitación y marcharse a su suite había sido una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida. Porque le gustaba mucho. Pero seguía siendo su jefe y no consideraba ético hacerle ni siquiera una insinuación sobre sus sentimientos. Mucho menos, besarla o hacerle cualquier tipo de proposición.

Bebió un vaso de agua y se preparó para verla entrar. Esperaba ser capaz de comportarse como siempre.

Los discretos golpes en la puerta le hicieron levantar la cabeza del documento que fingía leer, y murmuró:

—Pasa.

Ella entró con paso más cauteloso de lo habitual. Era evidente que se sentía tan insegura como él respecto a aquella entrevista.

—Buenos días, Jorge.

—Buenos días, Berta.

Ella se sentó como solía, y aguardó a que él iniciara la conversación. Su cara no parecía acusar demasiado la bebida de la noche anterior.

—¿Cómo estás? —No pudo evitar preguntarle, a pesar de que en el despacho solo trataban temas de trabajo.

—Bien. Mejor que la última vez que salí. Hoy al menos no tengo resaca, solo estoy un poco cansada.

—Me alegro.

—¿Cómo lo hiciste ayer? Bebimos lo mismo y en todo momento mantuviste la compostura. En cambio yo… resulté bastante patética.

—No lo fuiste en absoluto. Respecto a tu pregunta, aguanto bien el alcohol, sobre todo si lo acompaño de comida. Otra cosa hubiera sido si me hubieran hecho un control de alcoholemia. Mi carné hubiera perdido varios puntos, por eso preferí no conducir.

—¿Cómo que no? Me dormí en el Uber como una cría que no ha probado el alcohol en su vida. Patética es poco.

—A mí no me lo pareció.

—Te había ofrecido invitarte a una copa y no pude cumplirlo.

—No hubiera sido prudente que bebieras más. —«Ni yo».

Estuvo a punto de decir que ya lo invitaría en otra ocasión, pero no sabía si sería sensato, si deseaba mantener la relación dentro de lo laboral. No lo deseaba, pero era lo correcto.

—Gracias por traerme al hotel a pesar de que decidimos regresar por separado.

—No podía dejarte volver sola en tus condiciones.

—Por suerte, no nos vio nadie.

—En efecto. —No hubiera sabido cómo explicar que entrase en el hotel, por la puerta trasera y con su animadora agarrada por la cintura.

—Jorge… —Berta pareció titubear antes de seguir hablando—. ¿Dije o hice algo poco conveniente? Mi cabeza es una nebulosa de recuerdos entremezclados, pero tengo la sensación de que sí.

«Me agarraste la mano, me besaste y me mirabas como si quisieras devorarme, pero me encantó que lo hicieras».

—En absoluto. Durante toda la cena y el trayecto fuiste la corrección en persona.

—También tú.

—Esa era mi intención.

—La mía también.

—En ese caso, todo está como debe. ¿Algo que comentar respecto a tus animaciones de hoy? —preguntó cambiando de tema. No debía olvidar que estaban en el despacho y había que hablar de trabajo.

—Nada relevante. Como todos los martes, habrá algunos niños nuevos y los evaluaré con dibujos para saber sus gustos y así poder elaborar las actividades que más les apetezca. Con los adultos organizaré directamente el karaoke, es la actividad preferida de casi todos los huéspedes. La fiesta temática del sábado la decidiré en función del comportamiento y las inclinaciones musicales. Como siempre.

—Bien.

Las actividades de Berta iban como la seda; contra lo que imaginó en un principio, no generaban ningún problema ni queja. La sala insonorizada evitaba molestias a quienes deseaban dormir y permitía la diversión a los participantes.

—¿Necesitas saber algo más? —preguntó ella dispuesta a dar por finalizada la reunión.

Miró el reloj de reojo. Aún les quedaban diez minutos y no tenían nada más que comentar. Sin embargo, no estaba dispuesto a desaprovechar ni un segundo en su compañía.

—Solo una cosa. ¿Te sientes a gusto trabajando en el hotel?

La mirada que le devolvió era de asombro.

—¿Por qué me preguntas eso?

—Porque quiero saberlo.

—Muy a gusto, desde que tú dejaste de rechazar todas mis propuestas — respondió con una sonrisa burlona.

Se comportaba como siempre, sin asomo de las miradas intensas que le dedicara la noche anterior durante la cena. Respiró aliviado. Tal vez solo habían sido imaginaciones suyas. O deseos.

—¿Yo te hacía sentir incómoda? —preguntó frunciendo el ceño de forma exagerada, para hacerle saber que todo estaba como antes, que la cena no había cambiado la relación laboral que mantenían.

—Tú no; el Míster.

—Somos la misma persona.

—¿Seguro?

Ya no estaba seguro de nada. Ella estaba sacando una faceta de él desconocida.

—¿Y ahora? ¿El Míster te genera incomodidad?

—Bastante menos.

—¿Y eso por qué?

—Porque he descubierto sus puntos débiles.

—No tiene puntos débiles —afirmó contundente.

—Eso es lo que piensas, pero te equivocas. Y ya sé que vas a negarlo, anoche me lo advertiste, pero las animadoras pesadas ejercen cierta influencia sobre su ceño fruncido. Lo sé de buena tinta. Y a veces consiguen lo que quieren.

—¿Y qué quieres ahora? —preguntó un poco a la defensiva, porque sabía que era verdad, que ella conseguiría cualquier cosa que le pidiera.

—Verte en el karaoke.

—Antes se congelará el infierno —gruñó.

—Ya veremos. Nuestro tiempo ha terminado, me voy que mis niños me esperan.

Era cierto, el reloj marcaba las once y cuarto y ella debía abrir la sala roja donde la esperarían los niños y él recibir a su siguiente empleado.

—¿Nadarás esta noche?

—Por supuesto. ¿Y tú?

—También.

—Hasta luego entonces.

La vio salir con paso elástico, y su mirada se posó en las caderas, que el día anterior había rozado cuando la ayudó a soltarse el cinturón de seguridad.

«Es mi empleada, y los pensamientos que tengo ahora mismo son del todo inapropiados. Debo contenerlos. La cena ha generado un cambio en mi forma de verla, y tal vez ha sido un error aceptarla. Pero no lo cambiaría por nada del mundo. Sin embargo, no debe volver a repetirse. No debo volver a verla fuera de las paredes del hotel. Solo en la playa, porque las reuniones de la playa las tengo controladas».

Suspiró y se preparó para la siguiente reunión.