Después del beso a Berta le costó dormir. Jorge se había excusado en la bebida para justificar su comportamiento, pero también había bebido bastante la noche que cenaron juntos y, cuando ella le rozó la comisura de los labios con su boca, no reaccionó, limitándose a despedirse.
Su loco corazón enamorado trataba de encontrar mil argumentos para sus disculpas, se resistía a pensar que él no deseara besarla por otro motivo más personal, que solo se hubiera dejado llevar por el alcohol. Su beso había sido intenso y le había transmitido sensaciones íntimas y turbadoras.
Tendida en la soledad de su habitación analizaba una y otra vez el comportamiento del hombre, inusual durante toda la noche, pero al final tenía que asumir que se había disculpado después de besarla, y que, por lo tanto estaba arrepentido. Y después parecía tan frío y comedido como siempre.
A ella se le había desbocado el corazón después de la sorpresa inicial y se había lanzado a devorar su boca con todo el amor y la pasión que sentía por él. Jorge había mantenido cierto control, explorando la de ella con una maestría que nunca hubiera imaginado en alguien como él. Sabía besar sin duda, y cuando le comentó que solía hacerlo como preliminares a las relaciones sexuales sintió celos de esas mujeres con las que había tenido intimidad, aunque solo se tratara de encuentros fugaces y no hubieran significado nada en su vida.
Se durmió tarde y soñó que Jorge estaba en su cama, que hacían el amor y que amanecía en sus brazos. Cuando despertó sola y con las disculpas de él como último recuerdo sintió un vacío doloroso en el pecho, pero se levantó dispuesta a comenzar la intensa jornada de trabajo que tenía por delante y ¡cómo no! a enfrentarse un día más al Míster.
***
Jorge se levantó temprano, como cada día, después de una larga noche sin haber descansado. No podía comprender que se dejara llevar por sus sentimientos hasta el punto de besar a Berta. Sin duda el alcohol había tenido la culpa, pero no de que la besara sino de haber perdido el autocontrol que mantenía para no hacerlo. Eso lo había tenido desvelado buena parte de la noche. Eso y la respuesta física de Berta, que sin duda había correspondido a su beso, y totalmente contraria a su silencio posterior.
Pospuso sus reuniones con los empleados para desayunar con su familia antes de que se marchasen y recibir los regalos que sin duda intercambiarían. Él no tenía nada para sus hermanos, pero encontró una solución de compromiso entregándoles unas tarjetas regalo para que se comprasen lo que quisieran. Debían excusar la poca originalidad del obsequio puesto que la celebración había sido una sorpresa para él.
Durante el desayuno, sus padres les hicieron entrega de un viaje para los tres, al lugar que desearan. La única condición: debían ir juntos y fuera de la temporada alta del verano, para que tanto él como Daniel, que también trabajaba en la cadena hotelera como responsable de marketing, pudieran dejar sus puestos de trabajo por unos días.
Agradeció el regalo, soportó con estoicismo las bromas de sus hermanos sobre su súbita desaparición de la fiesta la noche anterior y volvió a entrar en el despacho para comenzar su rutina con los empleados. Se sentía cansado, ojeroso y también inquieto por su encuentro con Berta. A ella le había mantenido su hora habitual para no interferir en las actividades de los niños, pero debería dedicarle menos tiempo.
Esta llegó puntual, con aspecto también agotado y una sonrisa tensa en la boca. Volvió a lamentar haberse dejado llevar la noche anterior. La simple idea de que ella estuviera molesta con él le resultaba insoportable. Debía, por todos los medios, hacer que lo olvidara, que lo perdonara. Que no quisiera suspender los encuentros nocturnos pensando que él volvería a actuar de forma inapropiada con ella. Por eso estaba decidido a comportarse como el Míster en su encuentro de aquella mañana, sin asomo de Jorge ni de sus sentimientos.
—Buenos días, Berta —la saludó con frialdad cuando ella entró en el despacho.
—Buenos días, Jorge.
—Me temo que disponemos de menos tiempo que otros días —comentó con cara seria. Mucho más seria de lo que deseaba—. He desayunado con mi familia antes de que se marchen y eso me hace acortar las reuniones.
—No hay gran cosa que comentar hoy. He empezado mi jornada un poco antes para controlar el cambio de decorado en el salón de la fiesta de anoche.
—Se te abonarán las horas extra, por supuesto —aseguró tratando de dar a sus palabras un aire de profesionalidad, cuando lo que deseaba era abrazarla para aliviar su aspecto cansado, e incluso ofrecerse a ayudarla. Con sus manos, si era preciso.
—Gracias —respondió Berta apretando los labios.
—Puedo enviarte a uno de los empleados de mantenimiento para que te ayude.
—No es necesario, Jorge. Puedo apañármelas sola. Solo necesito un poco más de tiempo.
—¿De qué temática es la fiesta esta noche?
—He pensado algo sencillo. Todo el mundo con sombrero, gorro o lo que quiera. Pero con la cabeza cubierta.
Quiso preguntarle qué se iba a poner ella, pero no lo hizo. Necesitaba que volviera a verlo como un jefe y no como el hombre de la noche anterior. Que volviera a confiar en él.
—Me parece bien. ¿Algún problema con las actividades infantiles?
—Ninguno. En un rato los llevaré a la piscina, si no tienes inconveniente.
—Lo dejo a tu criterio. Tú sabes qué grupos puedes sacar sin que den problemas.
—Los niños no suelen dar problemas. Solo hacen un poco de ruido, porque son niños y tienen mucha alegría y vitalidad. —Estuvo tentada de preguntarle si él no había sido niño, pero su expresión adusta se lo impidió. Estaba claro que volvía a ser el director del hotel y que había olvidado por completo su desliz de la noche anterior. Y ella debía hacer lo mismo—. Se comportarán, no te preocupes.
—Perfecto.
—Si no tienes nada más que comentar, me marcho. Me gustaría pasar un momento por el salón antes de comenzar con las actividades infantiles.
—Nada más. Dejo todo en tus manos, y si necesitas ayuda, solo tienes que decirlo.
—No te preocupes, lo tengo controlado —aseguró consiguiendo al fin dar a su voz un tono de normalidad. Aún le quedaban un par de semanas de trabajo antes de que su contrato terminase y no quería agriar su relación con Jorge durante ese tiempo.
Se levantó y se dirigió a la puerta del despacho, pero cuando estaba a punto de abrirla, la voz de él la detuvo.
—Berta…
Se volvió. Había perdido toda la dureza anterior y parecía tímido e inseguro.
—¿Sí?
—¿Bajarás esta noche a la playa?
—Es mi intención. Ya sabes que me gusta nadar.
—¿Seré bienvenido si lo hago yo también?
—Por supuesto —admitió—. Siempre lo eres.
No había rastro del Míster en aquella mirada anhelante. Le sonrió olvidando todos sus recelos y su decepción.
—Hasta luego entonces.
—Hasta luego, Jorge.
Salió del despacho dispuesta a reanudar su trabajo, sin pararse a analizar el cambio brusco de su jefe en cuestión de segundos. Siempre la sorprendía la actitud de aquel hombre introvertido que a veces se mostraba como un directivo rígido y estricto y otras como un hombre cercano y un poco vulnerable. Ya fuera del despacho, y al comprobar que no había ningún otro empleado esperando para entrar, lo desafió una vez más.
—Llévate el bañador porque pienso darte una paliza nadando esta noche.
Él esbozó una leve sonrisa, tan leve que podría haber dudado de su existencia. Pero había estado en su boca, estaba segura, y eso hizo que de nuevo las mariposas aletearan frenéticas en su estómago. Cerró la puerta del despacho y se dispuso a aguardar que llegara el esperado momento de un nuevo encuentro secreto.
Jorge se sirvió un vaso de agua, que bebió de un trago para calmar la ansiedad que sentía. Había temido con inquietud que Berta no quisiera que se reuniese de nuevo con ella en la playa. Su actitud tensa del principio de la reunión le hacían temer que deseara poner distancia entre ellos. Se había prometido a sí mismo hacerlo también, pero no fue capaz de continuar con su actitud fría y distante. La idea de renunciar a sus encuentros se le hacía insoportable y al final había cedido a la tentación de preguntar si lo aceptaría de nuevo en su momento de relax.
Cuando lo hizo, se sintió como un náufrago que espera que le tiendan un cabo para sobrevivir. Y Berta se lo había lanzado, con una sonrisa. En aquel momento su ansiedad se disipó y se sintió el hombre más feliz del mundo, y se prometió a sí mismo no estropear esa segunda oportunidad de amistad que le brindaba. Mientras tanto, se devanaba la cabeza tratando de encontrar una propuesta que hacerle para que se quedara en el hotel, algo especial y tentador que no pudiera rechazar.
***
Se reunieron en la playa como cada noche. Nada más encontrarse entraron en el agua para aliviar la elevada temperatura que los había tenido exhaustos y acalorados durante todo el día. Comenzaron a nadar, pero pronto se olvidaron del ejercicio y se limitaron a disfrutar de un baño tranquilo y refrescante. Se dejaron flotar en silencio, contemplando el cielo estrellado y la luna que bañaba de plata la superficie del agua.
Después salieron y, tras secarse un poco, se sentaron en la arena. Jorge se aseguró de hacerlo manteniendo una distancia prudencial, lo bastante apartado para no sentir la tentación de volver a besarla. Tentación que lo había torturado durante todo el día.
—¿Qué tal esta mañana con tu familia? —preguntó Berta rompiendo el silencio.
—Bien. A todos les encantó la fiesta y me han encargado que te transmita las gracias en su nombre. Mi tío, que es quien dirige la cadena hotelera, me ha sugerido que te ofrezca una compensación económica por tu trabajo, de modo que no la puedes rechazar. Viene del más alto cargo en este momento.
Podía aprovechar la ocasión para decirle que también le había recomendado que le ofreciera un puesto permanente en el hotel, pero no quiso que Berta pensara que era solo cosa de Andrés. Cuando lo hiciera, lo presentaría como idea —y deseo— suyo. Porque él lo deseaba más que su tío.
—Imagino que, a pesar de que no te entusiasmen las celebraciones, te habrá gustado ver a tu familia. Me han parecido todos muy agradables.
—Sí, me ha gustado. Tengo pocas ocasiones de pasar un rato con ellos.
—Yo echo de menos a la mía. Tengo muchas ganas de verlos, sobre todo a mi hermano. Tenemos una relación muy estrecha. Soy siete años mayor y he cuidado de él mientras los mayores trabajaban. Aunque los horarios de los adultos se cuadraban para que siempre hubiera alguien libre para ocuparse de los niños, yo me sentía responsable de Darío.
—En el centro de multiaventura de tu familia.
—Toda mi familia trabaja en él y en verano tiene mucha actividad. Incluso más que el Imperial. Yo también lo he hecho en vacaciones, y me encanta.
—¿Y por qué este año has terminado en este rincón de Tarragona?
—Quería probar algo diferente. Emanciparme por unos meses, vivir algo distinto y trabajar para alguien que no fuera mi familia. Vivir de verdad el mundo laboral.
—¿La experiencia ha sido positiva o negativa? Porque has topado con un jefe un poco tirano, según creo.
—No es tan fiero el león como lo pintan. También tiene su lado humano. Muy escondido, pero lo tiene. La experiencia ha sido positiva, sin duda.
—Pero tu intención es regresar a tu casa y trabajar en el negocio de tu familia.
Berta quiso decirle que le encantaría seguir en el Imperial, bregando con ese jefe hosco que ocultaba a un hombre muy diferente y que anhelaba conocer más a fondo. Pero no le correspondía a ella ni siquiera sugerirlo.
—Sí, regresaré a La Cañada y supongo que me incorporaré a la temporada de invierno. No hay tanto trabajo como en verano, pero la actividad no cesa por completo, siempre hay excursionistas de fin de semana. Y, por supuesto, disfrutaré de la familia.
La frase que Jorge deseaba pronunciar, ofreciéndole un puesto permanente de trabajo, que debería inventar para ella, murió en sus labios. No obstante, no cerró del todo la puerta a que volviera a trabajar en el hotel.
—Si el verano que viene quieres repetir experiencia como animadora en el Imperial, solo tienes que llamar. Sé que no ha sido fácil trabajar para mí, pero trataré de ofrecerte mejores condiciones si decides repetir. Más autonomía… más independencia y responsabilidad.
—No sé qué haré el verano que viene, Jorge. Aún falta mucho para eso.
—Claro. Solo quiero que sepas que, si deseas el puesto, es tuyo. No buscaré ningún otro animador o animadora hasta poco antes del verano.
—Gracias.
—No hay de qué. Has cumplido de sobra con tus atribuciones.
—¿Tú qué sueles hacer después de la temporada alta? —preguntó Berta deseosa de saber más de él, de su vida al margen del hotel.
—Vivir la temporada baja —admitió.
—¿Nunca te tomas vacaciones?
—Suelo ir algunos días a la casa de mis abuelos. Les gusta reunir a toda la familia, y somos muchos, para el cumpleaños de mi abuela. Resulta bastante caótico y agotador, y después regreso a mi santuario. Aunque este año mis padres nos han regalado un viaje a mis hermanos y a mí con motivo de nuestro cumpleaños.
—¿Dónde?
—Aún tenemos que decidirlo. Nico querrá algún lugar exótico, Daniel preferirá hacer kilómetros por carretera y yo… me adaptaré a lo que decidan.
—¿Y por qué no sugieres tú algún sitio?
—Porque me da igual. No soy muy viajero.
—¿Nunca has tenido ganas de conocer ningún lugar?
—Tengo curiosidad por conocer uno, lo confieso, pero no se adapta al tipo de viaje especial que mis padres han regalado —admitió.
—Pues proponlo, nunca se sabe. A lo mejor te sorprende, o sorprendes a tus hermanos y lo aceptan.
Jorge sacudió la cabeza.
—No lo creo. Tampoco querría ir con ellos.
—¿Y qué lugar es ese? Si no es indiscreto preguntarlo…
—La Cañada del puente tibetano.
Berta lanzó una carcajada que resonó en la quietud de la noche.
—¿En serio? Para eso no necesitas un viaje especial, solo tienes que hacer una reserva y conducir unas horas. ¿Te gusta conducir?
—Sí, me gusta.
—Pues te espero allí algún fin de semana. Te haría recorrer la sierra como una cabra montesa, te lanzaría en tirolina y pondría a prueba tu vértigo en el puente tibetano.
—Suena terrorífico.
—No más que un míster ceñudo detrás de una mesa de despacho.
No pudo evitar reír ante la comparación.
—Lo pensaré. De momento, veré dónde me llevan mis hermanos. Me da igual el destino, lo importante es hacer algo juntos. Aunque somos muy diferentes, nos queremos muchísimo y hace años que nuestras actividades y profesiones no nos permiten vernos demasiado.
—Seguro que lo disfrutáis.
—No tengo ninguna duda.
Se hizo un breve silencio, que Berta interrumpió con un leve bostezo.
—Estás agotada. ¡El Míster ceñudo te manda a la cama! —ordenó más que sugirió.
— Pero se está muy a gusto aquí.
—Mañana… porque volveremos, ¿verdad?
—Sí.
Se levantaron con presteza y, tras sacudirse la arena, se dirigieron al hotel. Ambos cansados, pero satisfechos de haber superado la incomodidad que el beso de la noche anterior les había generado.