Capítulo 8

Una mañana más, Berta acudió al despacho de Jorge. Después de varios días nadie se había apuntado a las actividades de adultos. Por su cuenta y sin decirle nada al director, había instalado un buzón de sugerencias junto a recepción para que los huéspedes expresaran sus deseos.

Llamó a la puerta con los papeles que había extraído del mismo pensando que no tendría más remedio que aceptar las peticiones de los huéspedes. Ya no era ella, sino los clientes quienes harían oír su voz.

Como de costumbre, vestía el traje y tenía una corbata discreta anudada a la perfección. Se preguntó si se la quitaba alguna vez, o si dormía con ella. Sentía una curiosidad tremenda por saber qué aspecto tendría vestido con otro tipo de ropa. ¿Perdería su sobriedad? ¿O esta era algo intrínseco y la mantendría incluso vestido con un atuendo informal? Le había preguntado a Jaume —que en el turno de tarde permanecía en el hotel hasta las once de la noche— si alguna vez lo había visto con otra ropa, pero le dijo que no, que incluso cuando entraba al gimnasio, después de la jornada de trabajo para hacer ejercicio, lo hacía con el traje. Se cambiaba en los vestuarios y volvía a salir con su atuendo impecable. Le gustaría verlo de esa guisa, sudando y con ropa de deporte. El traje le sentaba muy bien, pero también podía disimular su complexión física. ¿Estaría muy musculado o sería más bien delgado y fibroso? Si hacía ejercicio a diario, se mantendría en forma.

Jaume le informó también de que se hacía servir las comidas en su habitación, y de tarde en tarde, bajaba a tomar una copa al bar del hotel, siempre impecablemente vestido, con su traje y su corbata.

Aquel hombre le intrigaba cada día más. ¿Era adicto al trabajo y por eso no tenía vida social mi familiar, o era al revés? ¿No tenía vida personal y por eso se pasaba el día en el despacho? Imaginaba que dirigir un hotel como el Imperial debía ser una tarea ardua y complicada pero, por lo que parecía, el hombre que lo regentaba no hacía ninguna otra cosa, y se pasaba la vida entre las paredes de aquel edificio. Era una lástima, teniendo un mar precioso a las puertas del mismo y una ciudad llena de vida al alcance de la mano.

Entró en el despacho tras recibir la habitual invitación y se sentó en la silla destinada al visitante.

—Buenos días, Jorge.

—Buenos días, Berta.

Esa frase se había convertido en el saludo habitual de cada mañana. Él reparó en los papeles que llevaba en la mano y preguntó señalándolos:

—¿Algún problema?

—Depende de cómo lo veas tú. Las actividades con los niños van de maravilla, aunque a última hora de la tarde me cuesta tenerlos quietos en la habitación, pero las de los adultos no funcionan. Nadie se ha presentado en el salón para participar en el club de lectura. He anunciado también juegos de mesa, incluso un bingo, juego que aborrezco, pero me he pasado las últimas tardes sentada en el salón esperando en vano que aparezca alguien.

Él la observaba en silencio, lo que empezó a ponerla nerviosa.

—Me he tomado la libertad de poner junto a recepción un buzón de sugerencias para que los huéspedes soliciten las actividades que les apetezca realizar; no sé si lo habrás visto.

—Por supuesto que lo he visto.

—Eso imaginaba, que nada sucede en este hotel sin que tú lo sepas.

—Así es.

Se preguntó si también sabría que había continuado saliendo a nadar por las noches, desobedeciendo abiertamente sus órdenes. No había insistido, por lo que dudaba si lo sabría o no, y si en caso de tener la certeza, había decidido no intervenir.

Jorge tendió la mano para que le entregara los papeles que había extraído del buzón y los leyó con expresión enigmática.

Ella sabía qué solicitaban: baile, karaoke, actuaciones en directo. Todas las actividades que él no deseaba tener en su hotel. Había hecho lo que había podido por ofrecer lo que sugería, pero no había funcionado. La decisión estaba en su mano y tenía dos opciones: dar su brazo a torcer y ofrecerles a los huéspedes lo que deseaban o eliminar las actividades de los adultos.

Guardó silencio mientras su jefe leía las peticiones, pero no sabía qué pensaba pues su rostro no había cambiado un ápice al verlas.

«¿Cómo puedes tener cara de palo sin expresar la mínima emoción? ¿Te descontrolas alguna vez? ¿Te descontrolas cuando follas? ¿Follas?».

Se sacudió esos pensamientos y volvió a centrarse en el tema que le había llevado hasta el despacho.

—Tú me dirás qué hago.

—Las actuaciones en directo están descartadas, se encuentran fuera del presupuesto. El karaoke puede valer y el baile también. No entiendo la manía de la gente de contonearse al ritmo de la música para aparentar que encuentra algún tipo de placer en ello.

—¿Tú no lo encuentras? —preguntó extrañada.

Era muy bailona, le encantaba dejarse llevar por la música. Cuando salía a la pista de baile dejaba que el ritmo se apoderase de ella. Con su hermano Darío y sus primos solía ir a las discotecas cuando tenían tiempo libre y disfrutaba muchísimo.

—En absoluto.

—¿Has bailado alguna vez? En ocasiones hay que probar las cosas para saber si nos gustan.

—Lo intenté cuando era joven y me sentí ridículo.

—¿Cuándo eras joven? —preguntó sin poder evitarlo—. ¿Qué edad tienes?

—Veintinueve años.

—Ya veo; todo un vejestorio.

—Un hombre serio más bien, no un jovenzuelo alocado.

Se estaba extralimitando y lo sabía. Jorge nunca le había dado pie para que le hablara de esa forma tan distendida, como si fuera un amigo, y mucho menos para burlarse a su costa. Era su jefe, y un jefe más bien cascarrabias. Sin embargo, no la recriminó.

Calló, pero sus pensamientos debieron reflejarse en su cara, porque le preguntó clavando en ella una mirada inquisidora:

—¿Qué?

Se sintió descubierta.

—¿Qué, qué?

—¿Qué estás pensando? Dilo.

—No creo que sea conveniente —afirmó—; aún no estoy contratada y mi puesto de trabajo podría peligrar.

Sin cambiar de expresión, él abrió un cajón de la mesa y sacó unos documentos de su interior. En todas las ocasiones en que había estado en el despacho nunca había visto un papel encima de su mesa, siempre lo tenía todo guardado en los cajones, y cualquier cosa que ella le traía lo metía en ellos al instante de haberlos leído.

—Este es tu contrato. Si lo firmas ahora lo estarás y podrás decirme lo que estás pensando. Porque veo unos engranajes girando en tu mente y siento mucha curiosidad por saber qué es lo que piensas.

Cogió los papeles. Aún faltaban dos días para que acabara el periodo de prueba y él ya tenía el contrato preparado.

—¿Vas a darme el puesto? ¿He superado la prueba?

—Digamos que, a estas alturas, a punto de empezar la temporada, sería complicado encontrar a otra animadora, y tampoco me apetece volver a hacer entrevistas y todo lo que eso conlleva. Tu trabajo estos días ha sido aceptable. Firma y dime lo que estás pensando.

Se sintió atrapada. Si se lo decía, tal vez rompiera el contrato sin darle la oportunidad de firmarlo. Debería tener cuidado y mantener una cara de póker cuando hablara con él. Era muy sagaz el señor Luján.

—No recuerdo de qué estábamos hablando.

—Te refrescaré la memoria: hablábamos de mi edad.

Decidió decirle la verdad porque probablemente lo sabría si le mentía.

—De acuerdo —admitió—. Pensaba que tú no has debido ser joven ni siquiera con quince años, y mucho menos alocado. Y ahora, si quieres, puedes romper el contrato.

—Firma —sugirió empujando los papeles hacia ella.

—Antes quiero leerlo.

—Muy bien —concedió—. Llévatelos y los traes mañana, pero no hay letra pequeña ni cláusulas problemáticas. En mi hotel las cosas se hacen de acuerdo a la legalidad y es el contrato estándar que se ofrece en cualquier establecimiento de este tipo.

—Lo leeré y te lo traeré mañana firmado. Ahora dime qué hago con las actividades de los adultos.

—Organiza un karaoke y baile un par de noches por semana. Tal vez el viernes o el sábado.

—Como ordenes, pero hay un pequeño problema: los niños se las apañan bien con un karaoke que tengo instalado en el ordenador, pero los adultos probablemente lo encontrarán bastante pobre. Si vamos a organizarlo habrá que hacerlo bien y comprar un karaoke en condiciones, con un micrófono con un mínimo de calidad, una pantalla y algunas otras características. Supondrá una inversión, pero será inicial, y podrás seguir utilizándolo en las siguientes temporadas, por lo que lo amortizarás rápido.

—Busca presupuestos y me los pasas mañana. ¿Te dará tiempo?

—Por supuesto, paso las tardes muertas de aburrimiento en el salón esperando que aparezca alguien. Hoy dedicaré ese rato a mirar qué hay en el mercado y mañana te paso un informe detallado de todo.

—Perfecto. Hemos terminado por hoy —la informó mirando el reloj.

Tuvo la sensación de que tenía prisa por echarla del despacho. Se levantó y se despidió sin decirle que, si probaba a bailar de nuevo ahora que ya no era joven, tal vez se sorprendiera y lo disfrutara. Pero pensó que ya había tentado demasiado a su suerte aquel día.

Jorge la vio salir con paso rápido. ¿Lo había llevado al huerto? ¿De verdad había aceptado celebrar bailes y comprar un karaoke, ambas actividades ruidosas y que no deseaba en su hotel? Pero cuando las exponía Berta no parecían tan terribles… Esperaba no tener que arrepentirse.

Tampoco pensaba ofrecerle un contrato antes de que finalizara la prueba, pero cuando se negó a decirle lo que pensaba, y para él era muy evidente que sus pensamientos tenían que ver con él, actuó por impulso. Tal vez por primera vez en su vida, actuó por impulso. Y no sabía si le agradaba o le desagradaba. Lo evidente era que Berta conseguía de él lo que nadie había logrado antes.

«Es porque estamos casi en temporada alta y no tengo tiempo de buscar a nadie más que cubra la plaza. El año que viene, con tiempo, encontraré a alguien más acorde con mi forma de ver las animaciones. Y que no me diga que siempre he sido un viejo». Y se sorprendió esbozando una leve sonrisa.

Unos discretos golpes en la puerta lo sacaron de su abstracción.

—Adelante —invitó dispuesto a continuar con su trabajo.