23. VICTORIA DE LOS HOMBRES DEL CID
Martín y Diego González se arremeten con sus lanzas,
y tales fueron los golpes que se les quebraron ambas.
Martín Antolínez luego echó mano de la espada:
todo el campo relumbró cuando apareció Colada,
porque la espada del Cid así es de limpia y de clara.
Un tajo da a su adversario que le llegó de pasada:
el casco con que se cubre cae, inclinado, en la cara,
pues las correas que tiene todas quedaron cortadas.
Otro tajo nuevamente dejó al infante sin habla
al tocarle la cabeza, y hasta la carne pasaba.
Cuando tal golpe ha sentido con la preciada Colada,
vio don Diego que con vida de aquella no se escapaba.
Tiró la rienda al caballo para ponerse de cara;
lleva la espada en la mano, pero no se atreve a usarla.
Y así Martín Antolínez le recibe con su espada;
un golpe le dio de plano aunque el filo no le alcanza.
El infante de Carrión a grandes gritos clamaba:
«¡Valedme, Señor glorioso, libradme, oh, Dios, de esa arma!».
Y refrenando el caballo de la espada se resguarda,
saliendo fuera del campo mientras Martín se quedaba.
Entonces dijo así el rey desde lo alto de la grada:
«Venid, Martín Antolínez, venid con los de mi casa,
por cuanto habéis hecho vos vencedor sois en batalla».
Y los jueces confirmaron la verdad de estas palabras.