Hardin
El padre de Tessa está despierto, sentado en el sofá con los brazos cruzados y mirando por la ventana.
—¿Te llevo a alguna parte? —le pregunto.
No me apasiona la idea de llevarlo a ningún sitio, pero aún me hace menos gracia dejarlo a solas con ella.
Gira la cabeza, como si lo hubiera asustado.
—Sí, si no es molestia.
—No lo es —me apresuro a responder.
—Vale. Iré a despedirme de Tessie. —Mira hacia nuestro dormitorio.
Me dirijo a la puerta sin saber qué voy a hacer cuando haya soltado a este pobre diablo, pero no nos conviene a ninguno de los dos que me quede aquí. Sé que ella no tiene toda la culpa, aunque estoy acostumbrado a pagarla con los demás y ella siempre está conmigo, así que es un blanco fácil. Lo que me convierte en un hijo de perra patético, soy consciente de ello. No aparto la vista de la entrada de nuestro apartamento, esperando a Richard. Si no viene pronto, me iré solo. Sin embargo, suspiro porque no me apetece nada dejarlo aquí con ella.
Por fin, el padre del año sale por la puerta bajándose las mangas de la camisa. Esperaba que se fuera con mi ropa, que Tessa le prestó, pero ha vuelto a ponerse la suya, sólo que ahora está limpia. Bendita Tessa, es demasiado buena.
Subo el volumen de la radio cuando abre la puerta del acompañante con la esperanza de que la música le quite las ganas de charlar.
No hay suerte.
—Me ha pedido que te diga que tengas cuidado —dice en cuanto se mete en el coche. Se abrocha el cinturón de seguridad como si estuviera enseñándome cómo se hace. Como si fuera una auxiliar de vuelo.
Asiento y arranco.
—¿Qué tal la reunión? —pregunta a continuación.
—¿Es coña? —Enarco una ceja en su dirección.
—Era por curiosidad. —Tamborilea con los dedos sobre su pierna—. Me alegro de que te acompañara.
—Ya.
—Se parece mucho a su madre.
Lo miro de reojo.
—Ni de lejos. No se parece en nada a esa mujer.
«¿Es que quiere que lo deje tirado en mitad de la autopista?»
Se echa a reír.
—Sólo en lo bueno, claro está. Es muy testaruda, como Carol. Quiere lo que quiere, pero Tessie es mucho más dulce y cariñosa.
Ya estamos otra vez con esa mierda de «Tessie».
—Os he oído discutir. Me habéis despertado.
Pongo los ojos en blanco.
—Perdona que te hayamos despertado a mediodía mientras te echabas una siesta en nuestro sofá.
Vuelve a responderme con una carcajada.
—Lo pillo, tío, estás cabreado con el mundo. Yo también lo estaba. Qué coño, aún lo estoy. Pero cuando encuentras a alguien que está dispuesto a aguantar tus mierdas, ya no hace falta seguir enfadado.
«Vale, abuelo, y ¿qué me sugieres que haga cuando es tu hija la que me cabrea tantísimo?»
—Mira, confieso que no eres tan malo como pensaba —digo—, pero no te he pedido consejo, así que no pierdas el tiempo dándomelos.
—No te estoy dando consejos, te lo digo por experiencia. No me gustaría que rompierais.
«No vamos a romper, capullo.» Sólo estoy intentando que entienda mi perspectiva. Quiero estar con ella, y lo estaré. Sólo tiene que dar su brazo a torcer y venirse conmigo. Aunque estoy que muerdo porque ha vuelto a meter a Zed de por medio a pesar de que me prometió lo contrario.
Apago la radio.
—No me conoces y a ella tampoco, la verdad. ¿Cómo es que te importa?
—Porque sé que le convienes.
—¿Ah, sí? —respondo con todo el sarcasmo del mundo. Menos mal que estamos cerca de su zona, estoy deseando que termine esta espantosa conversación.
—Sí, eres bueno para ella.
Entonces me doy cuenta, aunque jamás lo confesaré, de que es muy agradable que alguien diga que soy bueno para ella, aunque ese alguien sea el capullo borracho de su padre. A mí me vale.
—¿Te apetece volver a verla? —le pregunto y, rápidamente, añado—: Y ¿dónde quieres que te deje exactamente?
—Cerca del local donde nos vimos ayer. Ya se me ocurrirá algo cuando llegue. Y, sí, espero volver a verla. Tengo que compensarla por muchas cosas.
—Sí, eso es verdad.
El aparcamiento que hay junto a la tienda de tatuajes está vacío; normal, tan sólo es mediodía.
—¿Te importa llevarme hasta el final de la calle? —pregunta Richard entonces.
Asiento y dejamos la tienda atrás. Lo único que hay al final de la calle es un bar y una lavandería vieja.
—Gracias por el viaje.
—Ya.
—¿Te apetece entrar? —me pregunta señalando el pequeño bar.
Tomarme una copa con el padre borracho y sin techo de Tessa no parece lo más inteligente del mundo en este momento.
No obstante, soy famoso por tomar pésimas decisiones.
—A la mierda —mascullo, apago el motor y lo sigo al bar. Tampoco tengo otro sitio mejor en el que estar.
El local está oscuro y huele a humedad y a whisky. Lo sigo a la pequeña barra, cojo un taburete y dejo uno vacío entre ambos. Una mujer de mediana edad vestida con una ropa que espero que sea de su hija adolescente se acerca a nosotros. Sin una palabra, le sirve a Richard un pequeño vaso de whisky con hielo.
—¿Y para ti? —me pregunta con una voz más ronca y grave que la mía.
—Lo mismo.
La voz de Tessa advirtiéndome que no lo haga resuena en mi mente clara como el repique de una campana. La hago callar, la aparto de mí.
Levanto el vaso y brindamos y le echamos un trago.
—¿Cómo puedes permitirte beber si no tienes trabajo? —le pregunto.
—Limpio el bar de vez en cuando, así que bebo gratis —dice avergonzado.
—Entonces ¿por qué no dejas la bebida y que te paguen?
—No lo sé. Lo he intentado mil veces. —Mira su vaso con los párpados caídos y por un segundo se parecen a los míos. Puedo verme reflejado en ellos—. Espero que me resulte más fácil si puedo ver a mi hija de vez en cuando.
Asiento sin molestarme en hacer un comentario sarcástico. Rodeo el vaso frío con los dedos y doy las gracias por la quemazón familiar del whisky en mi garganta cuando empino el codo y me lo bebo de un trago. En cuanto lo deslizo por la superficie medio pulida de la barra, la mujer me mira a los ojos y se dispone a prepararme otro.