Capítulo 126

 

 

 

 

Hardin

 

Por suerte para los dos, Landon no se la está cascando cuando abro la puerta de su habitación. Como había imaginado, está sentado contra la pared en el sillón reclinable, con un libro de texto en la mano.

—¿Qué haces aquí? —pregunta con voz ronca.

—Ya sabías que iba a venir —replico tomándome la libertad de sentarme en el borde de su cama.

—Me refiero a mi habitación —me aclara.

Decido no contestar a eso. En realidad no sé qué hago en su habitación, pero lo que está claro es que no quería seguir abajo con esas tres mujeres obsesionándose las unas con las otras.

—Estás de puta pena —le digo.

—Gracias —responde, y vuelve a mirar su libro de texto.

—¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí arriba lloriqueando por los rincones? —Echo una ojeada a su normalmente impoluta habitación y descubro que está algo desordenada. Limpia para mis estándares, pero no para los de Landon y Tessa.

—No estoy lloriqueando.

—Si algo va mal, puedes contármelo. Se me da muy bien lo de consolar a los demás y eso —digo esperando que el humor ayude un poco.

Él cierra el libro de golpe y me mira fijamente.

—¿Por qué debería contarte nada? ¿Para que puedas reírte de mí?

—No, no lo haré —le aseguro.

Probablemente lo haría. De hecho, he estado esperando que me dijera alguna tontería acerca de haber sacado una mala nota para pagar mis frustraciones con él, pero ahora que lo tengo enfrente, con esa pinta de perro apaleado, meterme con él ya no me apetece tanto como antes.

—Tú dímelo. A lo mejor puedo ayudar —me ofrezco.

No tengo ni puta idea de por qué he dicho eso. Ambos sabemos que se me da de pena ayudar a los demás. Mira qué puto desastre acabó siendo lo de anoche. Las palabras de Richard me han estado carcomiendo toda la mañana.

—¿Ayudarme? —Landon me mira boquiabierto, obviamente sorprendido por mi oferta.

—Oh, vamos, no me obligues a sacártelo a palos —digo. Me tumbo en su cama y examino las aspas del ventilador del techo, deseando que fuera ya verano para sentir el aire frío desde arriba.

Oigo su leve risa y el sonido del libro cuando lo deja en el escritorio a su lado.

—Dakota y yo lo hemos dejado —admite dócilmente.

Me incorporo de golpe.

—¿Qué? —Eso era lo último que habría imaginado que lo oiría decir.

—Sí, intentamos hacer que funcionara, pero... —Frunce el ceño y los ojos se le empañan.

Si se echa a llorar, me largo cagando leches.

—Oh... —digo, y miro hacia otro lado.

—Creo que hace tiempo que ella ya quería cortar.

Lo miro de nuevo, tratando de no fijarme demasiado en su expresión triste. Realmente es como un cachorrillo, especialmente ahora. Nunca me han gustado los cachorrillos, pero éste... De pronto siento odio hacia la chica del cabello rizado.

—¿Por qué crees eso? —pregunto.

Él se encoge de hombros.

—No sé. No es que me soltara de golpe que quería dejarlo..., es sólo que... ha estado muy ocupada últimamente y nunca me devuelve las llamadas. Es como si, cuanto más se acercara el momento de irme a Nueva York, más distante se volviera.

—Probablemente se esté follando a otro —suelto a bocajarro, y él se encoge.

—¡No! Ella no es así —dice en su defensa.

Probablemente no debería haberlo dicho.

—Lo siento. —Me encojo de hombros.

—Ella no es de ese tipo de chicas —señala.

Tampoco lo era Tessa, pero la tuve retorciéndose y gimiendo mi nombre mientras aún estaba saliendo con Noah..., aunque me guardo ese hecho para mí por el bien de todo el mundo.

—Vale —acepto.

—Llevo saliendo con Dakota tanto tiempo que no puedo recordar cómo era la vida antes de ella. —Lo dice en voz tan baja y apenada que se me contrae el pecho. Es un sentimiento raro.

—Sé a qué te refieres —le digo.

La vida antes de Tessa no era nada, sólo ebrios recuerdos y oscuridad, y eso es exactamente lo que sería la vida si nosotros la dejáramos.

—Ya, pero al menos tú no tendrás que averiguar cómo se vive «después».

—¿Qué te hace estar tan seguro? —pregunto. Sé que me estoy apartando del tema de su ruptura, pero debo saber la respuesta.

 

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—No puedo imaginar nada que pueda separaros..., nada lo ha conseguido hasta ahora —contesta Landon como si fuese la respuesta más obvia del mundo. Tal vez lo sea para él; sin embargo, desearía que fuera tan obvio para mí.

—Y ¿ahora qué? ¿Aún piensas ir a Nueva York? Se supone que te vas... ¿cuándo? ¿Dentro de dos semanas?

—Sí, y no lo sé. He trabajado tan duro para poder entrar en la NYU..., y además ya me he matriculado en las clases de verano y todo. Sería una lástima no ir después de tanto sacrificio, pero al mismo tiempo ahora no parece tener ningún sentido que vaya. —Sus dedos trazan círculos en sus sienes—. No sé qué hacer.

—No deberías ir —digo—. Sería muy incómodo.

—Es una ciudad muy grande, nunca nos cruzaríamos. Además, aún somos amigos.

—Claro, todo el rollo de «ser amigos» —replico, y no puedo evitar poner los ojos en blanco—. ¿Por qué no se lo has contado a Tessa? —le pregunto. Seguro que lo va a pasar fatal por él.

—Tess ya... —comienza.

—Tess-a —lo corrijo.

—... tiene suficiente con lo suyo. No quiero que encima se preocupe por mí.

—Quieres que no se lo cuente, ¿verdad? —apunto. Por su expresión de culpabilidad, deduzco que no.

—Sólo por ahora, hasta que ella tenga un respiro. Últimamente está tan estresada..., y temo que uno de estos días algo la lleve al límite.

Su preocupación por mi chica es fuerte, y ligeramente irritante, pero decido aceptar y cerrar la boca.

—Me va a matar por esto, y lo sabes —gimo, aunque lo cierto es que yo tampoco quiero contárselo. Landon tiene razón: Tessa ya tiene bastantes preocupaciones, y yo soy el culpable del noventa por ciento de ellas.

—Hay más... —dice él entonces.

Claro que lo hay.

—Es mi madre, ella... —empieza a decir, pero un ligero golpe en la puerta lo silencia.

—¿Landon? ¿Hardin? —llama la voz de Tessa al otro lado de la puerta.

—Entra —la invita Landon, mirándome con ojos suplicantes para reafirmar la promesa de mantener en secreto su ruptura.

—Ya, ya —lo tranquilizo mientras la puerta se abre y Tessa entra trayendo un plato y el espeso olor a sirope consigo.

—Karen quiere que probéis esto. —Deja el plato en el escritorio y me mira, para después volverse de inmediato hacia Landon con una sonrisa—. Prueba los cuadraditos de arce primero. Sophia nos ha enseñado a glasearlos correctamente... Mira las florecitas que llevan. —Su meñique apunta a los pegotes de glaseado apilados sobre la corteza marrón—. Nos ha enseñado a hacerlas. Es tan maja...

—¿Quién? —pregunta Landon alzando una ceja.

—Sophia; acaba de marcharse de vuelta a casa de sus padres al final de la calle. Tu madre se ha vuelto loca sacándole un montón de trucos de horneado. —Tessa sonríe y se lleva un cuadradito a la boca.

Sabía que le gustaría esa chica. Lo supe en el momento en que las tres han comenzado a lanzarse grititos la una a la otra en la cocina. Por esto he tenido que largarme.

—Oh. —Landon se encoge de hombros y se sirve un cuadradito.

Tessa sostiene el plato con aprensión ante mí y yo niego con la cabeza, rechazándolo. Sus hombros caen un poco pero no dice nada.

—Tomaré un cuadradito —murmuro esperando que su ceño desaparezca. Me he comportado como un capullo toda la mañana. Ella se anima y me alcanza uno. Lo que ella llama flores parecen mocos amarillos—. Seguro que tú has glaseado éste —me burlo, tirando de su muñeca para sentarla en mi regazo.

—¡Éste era de práctica! —se defiende alzando la barbilla en actitud desafiante. Me doy cuenta de que mi repentino cambio de humor la ha confundido. A mí también.

—Claro, nena. —Sonrío, y ella restriega un trozo de glaseado amarillo por mi camiseta.

—No soy ningún chef, ¿vale? —dice con un puchero.

Observo a Landon, que tiene la boca llena de cupcake mientras mira al suelo. Paso el dedo por mi camiseta para quitar el glaseado y, antes de que Tessa pueda detenerme, se lo restriego por la nariz, extendiéndole toda la horrible pasta amarilla por encima.

—¡Hardin! —Trata de limpiarse, pero le cojo las manos con las mías y los dulces caen al suelo.

—¡Venga ya, chicos! —Landon sacude la cabeza—. ¡Mi habitación ya está hecha una pocilga!

Ignorándolo, decido lamer el glaseado de la nariz de Tessa.

—¡Te ayudaré a limpiar! —se ríe ella mientras le paso la lengua por la mejilla.

—¿Sabes? Echo de menos aquellos días cuando ni siquiera la hubieras cogido de la mano delante de mí —protesta Landon. Se agacha para recoger los cuadraditos partidos y los cupcakes aplastados del suelo.

Y, desde luego, no los echo de menos, y espero que Tessa tampoco.

 

 

—¿Te han gustado los cuadraditos de arce, Hardin? —pregunta Karen mientras saca un jamón cocido del horno y lo coloca sobre la tabla de cortar.

—Estaban bien —digo encogiéndome de hombros mientras me siento a la mesa. Tessa me lanza una mirada desde la silla de al lado y yo puntualizo—: Estaban muy ricos —y me gano una sonrisa de mi chica. Por fin he empezado a captar que las pequeñas cosas la hacen sonreír. Es raro del carajo, pero funciona, así que seguiré haciéndolo.

Mi padre se vuelve hacia mí.

—¿Cómo va el tema de tu graduación? —Alza el vaso de agua y le da un trago. Tiene mucho mejor aspecto que cuando lo vi en su despacho el otro día.

—Bien, ya he acabado. No voy a ir a la ceremonia, ¿recuerdas? —Sé que lo recuerda, sólo espera que haya cambiado de idea.

—¿Qué quieres decir con que no irás a la ceremonia? —interrumpe Tessa, lo que provoca que Karen deje de cortar el jamón y nos mire.

«Joder.»

—Que no voy a ir a la ceremonia de graduación. Me enviarán el diploma por correo —contesto con sequedad. Esto no se va a convertir en un acorrala-a-Hardin-y-hazlo-cambiar-de-opinión.

—¿Por qué no? —pregunta Tessa, lo que hace que mi padre parezca complacido. El muy cabrón lo había planeado todo, lo sé.

—Porque no quiero —replico. Miro a Landon en busca de ayuda, pero él evita mi mirada. A la mierda la camaradería de antes; está claro que es parte del Equipo Tessa—. No me presiones ahora, no voy a la ceremonia y no voy a cambiar de idea —la aviso, en voz lo suficientemente alta como para que todo el mundo lo oiga y no haya duda de lo definitivo de mi decisión.

—Hablaremos de eso más tarde —me amenaza ella con las mejillas sonrojadas.

«Claro, Tessa, seguro.»

Karen se acerca con el jamón en una bandeja de servir, bastante orgullosa de su creación. Supongo que tiene razones para ello; debo admitir que huele muy bien. Me pregunto si habrá encontrado una forma de usar el sirope también en esto.

—Tu madre dijo que has decidido ir a Inglaterra —comenta mi padre. No parece incómodo hablando del tema delante de Karen. Supongo que llevan juntos lo suficiente como para que no les resulte raro hablar de mi madre.

—Sí —contesto con monosílabos, y cojo un trozo de jamón en señal de que se ha acabado la charla para mí.

—¿Tú también irás, Tessa? —le pregunta.

—Sí, tengo que acabar de sacarme el pasaporte, pero iré.

La sonrisa en su cara hace desaparecer mi enfado en segundos.

—Será una experiencia increíble para ti; recuerdo que me contaste lo mucho que te gustaba Inglaterra. Aunque odio tener que ser yo el que te desilusione: el nuevo Londres no se parece mucho al de tus novelas. —Le sonríe y ella se echa a reír.

—Gracias por el aviso, soy consciente de que la niebla del Londres de Dickens era, de hecho, humo.

Tessa encaja tan bien con mi padre y su nueva familia..., mejor que yo. Si no fuera por ella, no estaría hablando con ninguno de ellos.

—Pídele a Hardin que te lleve a Chawton, está a menos de dos horas de Hampstead, donde vive Trish —sugiere mi padre.

«Ya tenía planeado llevarla, muchas gracias.»

—Eso sería fantástico. —Tessa se vuelve hacia mí, su mano se mueve bajo la mesa y me aprieta el muslo. Sé que quiere que sea un buen chico durante la cena, pero mi padre está poniéndomelo difícil—. He oído hablar mucho de Hampstead —añade ella.

—Ha cambiado mucho a lo largo de los años. Ya no es el pequeño y tranquilo pueblo que era cuando yo vivía allí. Los precios del mercado inmobiliario se han disparado —explica mi padre, como si a ella le importara un comino el mercado inmobiliario de mi pueblo natal—. Hay un montón de sitios que ver. ¿Cuánto tiempo os quedaréis? —pregunta entonces.

—Tres días —contesta Tessa por los dos. No tengo planeado llevarla a ningún sitio excepto a Chawton. Pienso mantenerla encerrada durante todo el fin de semana para que ninguno de mis fantasmas pueda alcanzarla.

—Estaba pensando... —dice mi padre llevándose la servilleta a los labios—. He hecho algunas llamadas esta mañana y he encontrado un sitio para tu padre muy bueno.

El tenedor de Tessa resbala de entre sus dedos y cae repicando sobre el plato. Landon, Karen y mi padre la miran, esperando a que hable.

—¿Qué? —rompo yo el silencio para que ella no tenga que hacerlo.

—He encontrado una buena clínica de tratamiento; ofrecen un programa de desintoxicación de tres meses...

Tessa solloza a mi lado. Es un sonido tan bajo que nadie más lo oye, pero resuena a través de todo mi cuerpo.

«¡¿Cómo se atreve a sacar esa mierda frente a todo el mundo en mitad de la cena?!»

—... el mejor de Washington. Aunque podríamos mirar en cualquier otro sitio, si lo prefieres. —Habla en voz baja y no hay ni una sombra de censura en ella, pero las mejillas de Tessa se encienden de vergüenza y yo quiero arrancarle la puta cabeza a mi padre aquí mismo.

—Éste no es momento para venirle con toda esa mierda —le advierto.

Tessa da un ligero respingo ante mi tono duro.

—Está bien, Hardin. —Sus ojos me suplican tranquilidad—. Sólo me ha pillado con la guardia baja —añade por educación.

—No, Tessa, no está bien. —Me vuelvo hacia Ken—: ¿Cómo sabías que su padre es un yonqui, para empezar?

Tessa se encoge de nuevo; podría romper todos los platos de esta casa por haber sacado el tema.

—Landon y yo hablamos sobre ello anoche, y los dos pensamos que discutir un plan de rehabilitación con Tessa sería una buena idea. Para los adictos es muy duro recuperarse por sí mismos —explica.

—Y tú lo sabes mejor que nadie, ¿verdad? —escupo sin pensar.

Pero mis palabras no tienen el efecto deseado en mi padre, que simplemente deja pasar el comentario con una pequeña pausa. Cuando miro a su mujer, la tristeza es evidente en sus ojos.

—Sí, un alcohólico rehabilitado lo sabe bien —replica por fin mi padre.

—¿Cuánto cuesta? —le pregunto. Gano lo suficiente como para mantenernos a Tessa y a mí, pero ¿una rehabilitación? Eso vale un huevo.

—Yo lo pagaría —contesta mi padre con calma.

—Y una mierda. —Intento levantarme de la mesa, pero Tessa me agarra del brazo con fuerza. Vuelvo a sentarme—. No vas a pagarlo tú.

—Hardin, estoy más que dispuesto a hacerlo.

—Tal vez deberíais hablarlo en la otra habitación —sugiere Landon.

Lo que realmente quiere decir es «No habléis de ello delante de Tessa». Ella me suelta el brazo y mi padre se levanta al mismo tiempo que yo. Tessa no alza la vista del plato mientras entramos en la sala de estar.

—Lo siento —oigo decir a Landon justo antes de aplastar a mi padre contra la pared. Me estoy enfadando, estoy furioso..., puedo sentir cómo la rabia va tomando el control.

Mi padre me empuja con más fuerza de la que esperaba.

—¡¿Por qué no podías hablar de esto conmigo antes de soltárselo en mitad de la puta cena... delante de todos?! —le grito apretando los puños a ambos lados del cuerpo.

—Creía que Tessa debería tener algo que decir al respecto, y sabía que rechazarías mi oferta de pagarlo. —Su voz, al contrario que la mía, suena calmada.

Estoy furioso y me arde la sangre. Recuerdo las muchas veces que he abandonado las cenas familiares en casa de los Scott dando un portazo. Podría ser una maldita tradición.

—Tienes toda la razón al decir que lo rechazo. No hace falta que vayas echándonos en cara tu puto dinero..., no lo necesitamos.

—Ésa no es mi intención. Sólo quiero ayudarte de cualquier manera posible.

—Y ¿cómo va a ayudarme que envíes a su jodido padre a rehabilitación? —pregunto, aunque ya sé la respuesta.

Él suspira.

—Porque, si él se pone bien, entonces ella también estará bien. Y ella es la única forma que tengo de ayudarte. Yo lo sé y tú también lo sabes.

Dejo escapar el aire sin discutir siquiera con él porque sé que esta vez tiene razón. Sólo necesito unos minutos para calmarme y recapacitar.