Capítulo 138

 

 

 

 

Tessa

 

El hombre tras el mostrador le entrega a Hardin la llave de nuestra habitación con una sonrisa que Hardin no le devuelve. Me esfuerzo por ofrecerle una que se lo compense, pero me sale rara y forzada y el recepcionista desvía la mirada rápidamente.

En silencio, atravesamos el vestíbulo en busca de nuestra habitación. El pasillo es largo y estrecho. Pinturas religiosas cubren las paredes de color crema: en una, un ángel muy apuesto se arrodilla ante una doncella; en otra, se abrazan dos enamorados. Me estremezco cuando mis ojos llegan al último cuadro y encuentran los ojos negros del mismísimo Lucifer justo al salir de nuestra habitación. Me quedo de piedra mirando los ojos vacíos y me apresuro a entrar detrás de Hardin y a encender la luz para iluminar la oscuridad. Deja mi bolso en un sillón orejero que hay en un rincón y la maleta junto a la puerta, a mi lado.

—Voy a ducharme —dice en voz baja. Sin mirar atrás, se mete en el baño y cierra la puerta.

Me gustaría seguirlo, pero tengo dudas. No quiero presionarlo ni alterarlo más de lo que ya está, pero también me gustaría asegurarme de que está bien y no me apetece que tenga que pasar por esto, al menos que tenga que pasarlo solo.

Me quito los zapatos, los vaqueros y la sudadera y lo sigo al baño, completamente desnuda. Cuando abro la puerta ni se vuelve. El vapor ha empezado a llenar el pequeño espacio, a cubrir el cuerpo de Hardin con una neblina de entre la que destacan los tatuajes; la tinta claramente visible a través del vapor me atrae hacia él.

Piso la pila de ropa sucia y me quedo de pie detrás de él, a un metro de distancia.

—No necesito que... —empieza a decir Hardin con voz monótona.

—Lo sé —lo interrumpo.

Sé que está enfadado y está empezando a ocultarse tras la muralla que tanto he luchado por derribar. Ha estado controlando la ira tan bien que podría matar a Trish y a Christian por haberle hecho perder la cabeza de esa manera.

Sorprendida por el giro siniestro de mis pensamientos, me los quito de la cabeza.

Sin decir nada más, descorre la cortina de la ducha y se mete bajo la cascada de agua. Respiro hondo para sacar fuerzas y seguridad en mí misma de donde no las hay, y me meto en la ducha tras él. El agua quema tanto que apenas es soportable, y me escondo detrás de Hardin para evitarla. Debe de haberlo notado, porque regula la temperatura.

Cojo la pequeña botella de gel y vierto el contenido en una esponja. Con cuidado, la llevo a la espalda de Hardin, que hace una mueca de dolor e intenta alejarse, pero lo sigo y me acerco más a él.

—No tienes por qué hablarme, pero necesito estar aquí contigo —digo casi en un susurro que se pierde entre su respiración profunda y el agua corriente.

Silencioso e inmóvil, no se aparta cuando le paso la esponja por las letras grabadas en tinta de su espalda. Mi tatuaje.

Luego se vuelve para observarme y permitirme que le enjabone el pecho. Su mirada sigue la trayectoria de la esponja. Siento cómo la rabia mana de él, mezclada con las nubes de vapor. Sus ojos se clavan como ascuas ardientes en mí. Me mira como si estuviera a punto de explotar. Antes de que pueda pestañear, tengo sus manos en mi cuello y mi mandíbula. Su boca choca desesperadamente contra la mía y mis labios se entreabren ante la brusca caricia. No tiene nada de dulce y cariñoso. Mi lengua encuentra la suya y le muerdo el labio inferior, tiro de él evitando la herida. Gruñe y me empotra contra los azulejos húmedos.

Gimo cuando retira la boca pero vuelve a la carga con un aluvión de besos salvajes que salpican la base de mi cuello y mi pecho. Me coge los senos y los masajea con sus manos magulladas mientras su boca lame, muerde, chupa, asciende y desciende. Echo la cabeza hacia atrás, hacia los azulejos, y hundo las manos en su pelo para poder tirarle de él como sé que le gusta.

Sin avisar, se pone de rodillas bajo el agua y un vago recuerdo cruza mi mente. Pero vuelve a tocarme y se me olvida lo que era.