Tessa
En cuanto se cierra la puerta y Zed desaparece para siempre, cierro los ojos y echo la cabeza atrás. No sé lo que siento. Todas mis emociones están hechas un lío, un remolino que me envuelve en una nube de confusión. Una parte de mí se alegra de haberle puesto punto final al tira y afloja con Zed. Pero otra parte, mucho más pequeña, llora una gran pérdida. Zed es el único de los supuestos amigos de Hardin que ha estado siempre ahí para mí, y se me hace muy raro pensar que no volveré a verlo. Las lágrimas me arden en las mejillas. No son bienvenidas, lo que quiero es recobrar la calma. No debería llorar por esto. Debería alegrarme de poder cerrar el capítulo de Zed, archivarlo, dejarlo coger polvo y no abrirlo nunca más.
No es que quiera estar con él. No es que lo quiera. No es que vaya a cambiarlo por Hardin. Sólo es que me importa y me habría gustado que las cosas hubieran sido de otra manera. Me habría gustado ser sólo amigos, así tal vez no habría tenido que exiliarlo de mi vida.
No sé por qué ha venido hoy, pero me alegro de que se haya ido antes de que dijera algo que me confundiera más aún o de hacerle más daño a Hardin.
El teléfono de mi despacho suena de nuevo y me aclaro la garganta antes de contestar. Cuando saludo, sueno patética.
Es la voz de Hardin, alta y clara:
—¿Se ha ido ya?
—Sí.
—¿Estás llorando?
—Estaba a punto —respondo, y empiezo a hacerlo.
—¿Qué? —me implora.
—No lo sé. Me alegro de que todo haya terminado. —Me enjugo las lágrimas una vez más.
Suspira y me sorprende cuando sólo dice:
—Yo también.
Las lágrimas ya no corren por mis mejillas, pero tengo una voz horrible.
—Gracias —hago una pausa— por haber sido tan comprensivo.
Ha ido mucho mejor de lo que esperaba, y no sé si debería preocuparme o sentirme aliviada. Me decido por lo último y por acabar mi último día en Vance en paz.
A eso de las tres, Kimberly se pasa por mi despacho. Detrás de ella va una chica a la que creo que no he visto nunca.
—Tessa, mi sustituta, Amy —dice Kimberly presentándome a una chica callada pero preciosa.
Estoy leyendo, sin embargo me levanto e intento sonreírle a Amy con la mayor amabilidad posible.
—Hola, Amy. Soy Tessa. Te encantará trabajar aquí.
—¡Gracias! Ya me encanta —dice muy emocionada.
Kim se echa a reír.
—Sólo queríamos pasarnos a saludar mientras fingimos que le estoy enseñando el edificio.
—Ah, ya. Ya veo lo bien que la estás preparando para sustituirte —la pincho.
—¡Oye! Ser la prometida del jefe tiene sus ventajas —bromea Kimberly.
Amy se ríe a su lado y luego Kimberly la conduce por otro pasillo. Mi último día toca a su fin y desearía que no se me hubiera pasado tan rápido. Voy a añorar este lugar y me pone un poco nerviosa volver a casa y ver a Hardin.
Echo un último vistazo a mi primer despacho. Lo primero en lo que me fijo es en mi mesa. Me invaden los recuerdos del día que Hardin y yo lo hicimos aquí, en horario de trabajo, cuando cualquiera podía pillarnos. Fue un poco radical. Me tenía tan enloquecida que no podía pensar en otra cosa... Parece ser el pan nuestro de cada día.
De camino a casa paro en Conner’s a hacer la compra. Lo justo para preparar la cena, ya que nos iremos por la mañana. El viaje me hace mucha ilusión, pero estoy algo nerviosa. Espero que Hardin pueda controlar su mal carácter durante los días que vamos a pasar de vacaciones con su familia.
Como no parece probable, me conformo con que el barco sea lo bastante grande para que podamos convivir los cinco sin agobios.
De vuelta al apartamento, abro la puerta y la empujo con el pie. Recojo las bolsas de la compra del suelo al entrar. La sala de estar está hecha un desastre. La mesita de café está cubierta por una montaña de botellas de agua vacías y envoltorios de comida. Hardin y mi padre están sentados cada uno en un extremo del sofá.
—¿Qué tal te ha ido en la oficina, Tessie? —pregunta mi padre levantando el cuello hacia mí.
—Bien. Ha sido mi último día —le digo, aunque eso ya lo sabe. Empiezo a recoger la basura de la mesita y del suelo.
—Me alegro de que hayas tenido un buen día —repone él.
Miro a Hardin, pero él no me mira a mí. Sólo tiene ojos para la televisión.
—Voy a preparar la cena y a ducharme —les digo, y mi padre me sigue a la cocina.
Saco la compra de las bolsas. Dejo la carne picada y una caja de tortillas para tacos en la encimera. Mi padre me observa con interés. Al final, dice:
—Uno de mis amigos puede venir a recogerme un poco más tarde, si te parece bien. Sé que mañana os vais de viaje un par de días.
—Claro, no hay ningún problema. Podemos dejarte donde quieras por la mañana, si lo prefieres.
—No, ya habéis sido muy generosos conmigo. Prométeme que me avisarás cuando vuelvas del viaje.
—Vale... ¿Cómo puedo contactar contigo?
Se frota la nuca.
—Pasaros por la avenida Lamar. Suelo estar por allí.
—Vale.
—Llamaré a mi amigo para que venga a por mí. —Desaparece de la cocina.
Hardin se burla de mi padre porque, como no tiene móvil, debe aprenderse de memoria los números de teléfono, y pongo los ojos en blanco en el momento en que mi padre empieza con eso de que cuando él era pequeño no existían los móviles.
Los tacos con carne picada son fáciles de preparar y no dan mucho trabajo. Estaría bien que Hardin se acercara a la cocina a hablar conmigo, pero imagino que es mejor que espere a que mi padre se haya marchado. Pongo la mesa y los llamo. Hardin entra primero, sin apenas mirarme a los ojos, seguido de mi padre.
Cuando se sienta, mi padre dice:
—Chad no tardará en llegar. Gracias por haber dejado que me quedara con vosotros. Habéis sido muy amables. —Nos mira a Hardin y a mí—. Muchas gracias, Tessie y Bomba H —añade.
El modo en que Hardin pone los ojos en blanco me indica que se lo dice de broma.
—No ha sido nada —aseguro.
—Me alegro de que nos hayamos reencontrado —dice, y empieza a devorar su plato.
—Yo también... —Sonrío, aunque todavía no sé cómo asimilar que este hombre es mi padre.
El hombre al que no había visto en nueve años. El hombre al que le guardaba tanto rencor está sentado a mi mesa, cenando con mi novio y conmigo.
Miro a Hardin, esperando que diga algo de mal gusto, pero come en silencio. Me vuelve loca. Ojalá dijera algo, cualquier cosa, la verdad.
A veces, sus silencios son peores que sus gritos.