Capítulo 3

 

 

 

 

Tessa

 

Llevo una almohada, una manta y una toalla en las manos cuando Hardin aparece en el dormitorio.

—¿Qué ha pasado? —pregunto esperando que explote, que se queje de que haya invitado a mi padre a quedarse con nosotros sin haberlo consultado antes con él.

Se tumba en la cama y me mira.

—Nada. Nos hemos hecho amigos. Luego me ha parecido que ya he pasado bastante tiempo con nuestro invitado y he decidido venir a verte.

—Por favor, dime que no has sido muy desagradable con él. —Apenas conozco a mi padre, lo último que necesito son más tensiones.

—Tranquila, me he metido las manos en los bolsillos —dice cerrando los ojos.

—Voy a llevarle la manta y a pedirle disculpas por tu comportamiento, como siempre —replico molesta.

Mi padre está en la sala de estar, sentado en el suelo, tirando de los hilos de los agujeros de sus vaqueros. Levanta la vista al oírme llegar.

—Puedes sentarte en el sofá —le digo, y coloco los bártulos en el reposabrazos.

—Es que... no quería mancharlo. —Se ruboriza avergonzado y se me parte el corazón.

—Descuida... Si quieres, puedes darte una ducha. Seguro que Hardin puede prestarte algo de ropa para esta noche.

No me mira pero protesta débilmente:

—No me gustaría abusar.

—No pasa nada, de verdad. Voy a por algo de ropa. Ve a ducharte, te he traído una toalla.

Me regala una sonrisa demacrada.

—Gracias. Me alegro mucho de volver a verte. Te he echado mucho de menos... Y aquí estás.

—Perdona si Hardin ha sido maleducado contigo, es muy...

—¿Protector? —acaba la frase por mí.

—Sí, supongo que lo es. A veces da la impresión de ser un maleducado.

—No pasa nada. Soy un hombre, puedo soportarlo. Quiere cuidar de ti y no lo culpo. No me conoce y tú tampoco. Me recuerda a alguien... —Sonríe y deja de hablar.

—¿A quién?

—A mí... Hace mucho tiempo. Yo era igual que él. No respetaba a quien no se lo ganaba y pasaba por encima de todo aquel que se interpusiera en mi camino. Me lo tenía tan creído como él; la única diferencia es que él lleva muchos más tatuajes que yo.

Se ríe, y el sonido me trae a la memoria recuerdos que hacía mucho que había olvidado.

Disfruto de esa sensación y me río con él hasta que se levanta y coge la toalla.

—Voy a aceptar tu oferta y a darme una buena ducha.

Le digo que iré a buscarle una muda y se la dejaré en la puerta del baño.

De vuelta en el dormitorio, Hardin sigue en la cama, con los ojos cerrados y las rodillas flexionadas.

—Se está duchando. Le he dicho que podía ponerse algo tuyo.

Se incorpora.

—¿Por qué le has dicho eso?

—Porque no tiene nada que ponerse. —Me acerco a la cama con los brazos abiertos para calmarlo.

—Genial, Tessa, adelante, dale mi ropa —dice en plan borde—. ¿Quieres que le ofrezca también mi lado de la cama?

—Para de una vez. Es mi padre, y quiero ver cómo evoluciona esto. Que tú no seas capaz de perdonar al tuyo no significa que tengas que sabotear mis intentos por tener algún tipo de relación con el mío —le contesto con el mismo tono borde.

Hardin se me queda mirando. Entorna sus ojos verdes, sin duda por el esfuerzo que está haciendo para no gritar todas las cosas horribles que me está llamando por dentro.

—No es eso —dice—, es que eres demasiado ingenua. ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? No todo el mundo se merece tu bondad, Tessa.

Salto:

—Sólo tú, ¿no, Hardin? ¿Tú eres el único a quien debo perdonar y dar el beneficio de la duda? Menuda gilipollez y qué egoísta por tu parte. —Hurgo en su cajón en busca de unos pantalones de chándal—. ¿Sabes qué? Prefiero ser una ingenua capaz de ver lo bueno de la gente a portarme como un cretino con todo el mundo y creer que todos están contra mí.

Cojo una camiseta y unos calcetines y salgo del dormitorio hecha una furia. Coloco la pila de ropa en la puerta del baño y oigo a mi padre canturrear bajo el agua de la ducha. Pego la oreja a la puerta y no puedo evitar sonreír, es un sonido maravilloso. Recuerdo a mi madre hablando de cómo cantaba mi padre y lo molesto que le resultaba, pero a mí me parece adorable.

Enciendo otra vez la tele en la sala de estar y dejo el mando en la mesita para animarlo a ver lo que quiera. ¿Verá normalmente la televisión?

Recojo la cocina y dejo parte de las sobras en la encimera, por si todavía tiene hambre. Me pregunto, una vez más, cuándo fue la última vez que comió caliente.

El agua sigue corriendo en el cuarto de baño. Debe de estar disfrutando con su ducha, lo que me indica que es probable que sea la primera que se da en mucho tiempo.

Cuando vuelvo al dormitorio, Hardin tiene el archivador de cuero negro que le compré en el regazo. Paso junto a él sin mirarlo, pero noto que sus dedos se aferran a mi brazo para que me pare.

—¿Podemos hablar? —me pregunta, y tira de mí para colocarme entre sus piernas. Rápidamente, aparta el archivador.

—Adelante, habla.

—Perdóname por haber sido un capullo, ¿vale? Es que no sé qué pensar de todo esto.

—¿De qué? Nada ha cambiado.

—Sí que ha cambiado. Ese hombre que ninguno de los dos conoce de verdad está en mi casa y quiere volver a tener relación contigo después de todos estos años. No me cuadra, y mi primera reacción es ponerme a la defensiva, ya lo sabes.

—Entiendo a lo que te refieres pero no puedes ser tan odioso y decir ese tipo de cosas delante de mí, como lo de llamarlo mendigo. Eso me ha dolido de verdad.

Me abre las manos con las suyas y entrelaza los dedos con los míos para acercarme más a él.

—Perdona, nena. Lo siento de verdad.

Se lleva mis manos a la boca y me besa los nudillos despacio. Mi enfado desaparece con la caricia de sus suaves labios.

Levanto una ceja.

—¿Vas a dejar de hacer comentarios crueles?

—Sí. —Le da la vuelta a mi mano y resigue las líneas de mi palma.

—Gracias.

Observo cómo su dedo viaja por mi muñeca para acabar de nuevo en la punta de mis dedos.

—Pero ten cuidado, ¿vale? Porque no dudaré en...

—Parece buena persona, ¿no crees? Quiero decir que es amable —digo en voz baja, interrumpiendo lo que seguro que era una promesa de más violencia.

Sus dedos dejan de moverse.

—No lo sé. No está mal, supongo.

—Cuando yo era pequeña no era tan amable.

Hardin me mira con fuego en los ojos, aunque sus palabras tienen un tono dulce.

—No hables de eso mientras lo tenga cerca, por favor. Estoy esforzándome todo lo que puedo, no tientes la suerte.

Me encaramo a su regazo y se tumba con mi cuerpo pegado al suyo.

—Mañana es el gran día —dice.

—Sí —suspiro contra su brazo, emborrachándome con su calor.

Mañana se reúne el comité de expulsiones para decidir la suerte de Hardin por haberle pegado una paliza a Zed. No fue nuestro mejor momento.

De repente me entra el pánico al recordar el mensaje de texto que me ha enviado Zed. Me había olvidado de él después de encontrarme a mi padre al salir de la tienda. Mi teléfono se puso a vibrar en el bolsillo mientras esperábamos a que volvieran Steph y Tristan, y Hardin se me quedó mirando en silencio mientras lo leía. Por suerte, no me preguntó por el contenido.

 

Tengo que hablar contigo mañana por la mañana, a solas.

 

Eso me ha escrito Zed.

No sé qué pensar del mensaje. No sé si debería hablar con él, teniendo en cuenta que le dijo a Tristan que presentaría cargos contra Hardin. Espero que sólo lo dijera para impresionarlo, para salvaguardar su reputación. No sé qué haré si Hardin se mete en un lío, en un lío de verdad. Debería responder al mensaje, pero no sé si es buena idea quedar con Zed o hablar con él a solas. Hardin ya tiene bastantes problemas, no necesita que yo empeore la situación.

 

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—¿Me estás escuchando? —Me da un codazo y levanto la cabeza, lejos de su reconfortante abrazo.

—No, perdona.

—¿En qué estás pensando?

—En todo: mañana, los cargos, la expulsión, Inglaterra, Seattle, mi padre... —Suspiro—. En todo.

—¿Vendrás conmigo? ¿A lo de la expulsión? —No le tiembla la voz, pero está nervioso.

—Si tú quieres... —digo.

—Te necesito.

—Allí estaré. —Necesito cambiar de tema, así que declaro—: No me puedo creer que te lo hayas tatuado; ¿me dejas verlo?

Me aparta con cuidado para poder darse la vuelta.

—Levántame la camiseta.

Le levanto la camiseta negra hasta que descubro toda su espalda y luego tiro de la venda blanca que cubre la tinta fresca.

—Hay un poco de sangre en la venda —le digo.

—Es normal —explica burlándose un poco de mi ignorancia en estos temas.

Rodeo la zona enrojecida con el dedo y admiro las palabras perfectas. El tatuaje que se ha hecho por mí es mi nuevo favorito. Las palabras perfectas, palabras que significan mucho para mí, y parece que también para él. Pero me las ha estropeado la noticia de que me voy a Seattle, esa que aún no le he dado. Se lo contaré mañana, en cuanto sepamos qué pasa con la expulsión. Me he prometido mil veces que se lo contaré. Cuanto más espere, más se va a enfadar.

—¿Te parece suficiente compromiso, Tessie?

Le lanzo una mirada asesina.

—No me llames así.

—Odio ese nombre —dice volviendo la cabeza para mirarme, tumbado boca abajo.

—Yo también, pero no quiero decírselo. En fin, a mí con el tatuaje me basta.

—¿Segura? Porque puedo volver y tatuarme tu cara justo debajo.

—¡No, por favor! —Niego con la cabeza y él se parte de la risa.

—¿Seguro que con esto te basta? —Se sienta en la cama y se baja la camiseta—. Nada de matrimonio —añade.

—¿De eso se trata? ¿Te has hecho un tatuaje como alternativa al matrimonio? —No sé qué pensar al respecto.

—No, no exactamente. Me he hecho el tatuaje porque quiero y porque hacía tiempo que no me hacía ninguno.

—Qué considerado.

—Y también por ti, para demostrarte que esto es lo que quiero. —Hace un gesto para explicar que se trata de nosotros y me coge la mano—. Sea lo que sea lo que hay entre nosotros, no quiero perderlo jamás. Lo he perdido antes, e incluso ahora no estoy seguro de tenerlo del todo, pero sé que vamos por buen camino.

Su mano está tibia y es perfecta para la mía.

—Por eso, de nuevo, he empleado las palabras de un hombre mucho más romántico que yo para que captaras el mensaje. —Me dirige su mejor sonrisa, aunque veo el terror que se oculta tras ella.

—Creo que Darcy se quedaría horrorizado de ver lo que has hecho con sus palabras.

—Yo creo que me chocaría los cinco —presume.

Mi risa parece un ladrido.

—¿Te chocaría los cinco? Fitzwilliam Darcy jamás haría nada parecido.

—¿Crees que es demasiado bueno como para chocar los cinco? De eso, nada. Se sentaría conmigo a tomarse una birra. Nos haríamos amigos charlando de lo cabezotas que son las mujeres de nuestra vida.

—Sois afortunados de tenernos en vuestra vida, porque Dios sabe que nadie más os aguantaría.

—¿Eso crees? —me reta con una sonrisa rodeada de hoyuelos.

—Salta a la vista.

—Supongo que tienes razón. Pero yo te cambiaría por Elizabeth sin pensarlo.

Aprieto los labios, enarco una ceja y espero una explicación.

—Porque ella comparte mi opinión sobre el matrimonio.

—Y, aun así, se casó —le recuerdo.

Con un gesto muy poco propio de él, me coge de las caderas y me tumba otra vez en la cama. Mi cabeza aterriza en la montaña de cojines decorativos que él tanto detesta (cosa que no deja de recordarme).

—¡Se acabó! ¡Que Darcy os aguante a las dos! —Su risa inunda la habitación y la mía no se queda corta.

Estos pequeños dramas en los que peleamos por personajes de ficción y él se ríe tan a gusto como un niño son los momentos que hacen que todo el infierno por el que hemos pasado valga la pena. Son instantes como éstos los que me resguardan de las duras realidades que hemos vivido a lo largo de nuestra relación y de todos los obstáculos que aún tenemos por delante.

—Parece que ya ha salido del baño —dice entonces Hardin en voz baja.

—Voy a darle las buenas noches. —Me revuelvo para que me suelte y le doy un beso furtivo en la frente.

Es raro ver a mi padre con la ropa de Hardin, pero al menos de talla le queda mejor de lo que esperaba.

—Gracias por la ropa. La dejaré aquí mañana antes de irme —me explica.

—No es necesario, puedes quedártela... si te hace falta.

Se sienta en el sofá con las manos en el regazo.

—Ya has hecho mucho por mí, más de lo que merezco.

—No es nada, de verdad.

—Eres mucho más comprensiva que tu madre. —Sonríe.

—Ahora mismo creo que no comprendo nada, pero lo estoy intentando.

—No puedo pedirte más, sólo un poco de tiempo para conocer a mi pequeña... Bueno, a mi hija, que ya es una adulta.

Sonrío tensa.

—Eso estaría bien.

Sé que le queda un largo camino por recorrer y no lo voy a perdonar de la noche a la mañana, pero es mi padre y no tengo energía para odiarlo. Quiero creer que puede cambiar. Sé que es posible, no hay más que ver al padre de Hardin, que le ha dado la vuelta a su vida, incluso a pesar de que su hijo es incapaz de olvidar el pasado. También he visto cambiar a Hardin. Es cabezota como pocos, así que creo que hay esperanza para mi padre, por muy mal que le haya ido.

—Hardin me odia —dice—. Creo que es la horma de mi zapato.

Su sentido del humor es contagioso, y me río.

—Sí. No te quepa duda.

Miro al final del pasillo. Mi chico, malcarado y vestido de negro, nos observa con mirada recelosa.