El sol se ponía en el horizonte cuando el Jeep entró por fin en el camino de grava que daba al garaje de casa de Tyler. El trayecto de vuelta lo habían hecho en silencio, pero no en soledad. Tyler hablaba con Jenny a través de la mirada, prestándole tanta atención como a la carretera. Él había mantenido una mano sobre el volante y la otra sobre la pierna de ella, como si temiera que pudiera desaparecer. Estaba exhausto, atónito aún ante la fiereza de la pasión que los había llevado a ambos al borde del abismo. Y había descubierto que el verdadero deseo jamás tenía fin. Cada vez que la miraba, volvía a sentirlo. Y aunque ella no decía nada, no dejaba de sonreír. Jenny estaba dulcemente absorta, como alguien que tuviera un sueño particularmente sensual. Y así siguió soñando Jenny, hasta que Tyler se dio cuenta de que tenían compañía. El paraíso recibía visitas no deseadas.
Había un Geo aparcado en el camino, junto al coche de Rosie. Un Geo diminuto, era increíble. Y no era de Grady, que tenía un coche grande, como casi todos los amigos de Tyler. No había nadie en el pueblo con un coche así.
–¿Es de algún amigo tuyo? –preguntó Jenny tratando de no demostrar su desilusión, después de haber estado esperando que Rosie hubiera desaparecido, dejándoles la casa para los dos.
–Yo soy sheriff y cowboy, y mis amigos no tienen coches diminutos. Ni siquiera creo que cupieran. Quizá Rosie tenga visita –Tyler salió del Jeep, dio la vuelta y le abrió la puerta a Jenny. Luego, sin decir palabra, la besó–. Puedo preguntar de quién es y pedirle que se marche, o podemos fingir que somos invisibles y subir directamente al dormitorio.
–Prefiero la segunda opción –declaró Jenny, pensándolo luego mejor–. No, la verdad es que no. Sería muy descortés. Compórtate, ¿quieres?
–No tengo ganas.
–Solo temporalmente.
–Sí, señorita –sonrió Tyler–. Lo que usted diga. ¿Ves lo fácil que soy de manejar cuando me tratan correctamente?
–Si me lo hubieras dicho desde el principio, no habríamos tenido tantos problemas.
El salón estaba vacío, pero la cocina parecía un campamento. Tyler podía oír la voz de Rosie, los gritos de los niños y… una voz masculina nada familiar. Debía ser la de Dearbourne, el abogado. La pieza perdida del puzzle de Jenny. Solo que no podía haberle dado tiempo a llegar desde California, a menos que estuviera ansioso por volver a ver a su amor. Tyler entró en la cocina ansioso.
Los gemelos habían regado el suelo de cazos y sartenes. Rosie estaba sentada a la mesa, frente a un hombre al que jamás había visto. Debía tener unos cuarenta años, era muy delgado, y vestía un traje muy caro. Y llevaba corbata, cosa que Tyler creía que ya nadie usaba.
El extraño miró a Jenny, y sus ojos se encendieron. Se puso en pie, apartó la silla y se acercó a ella, diciendo:
–¡Jenny! ¡Oh, Jenny!, he venido en cuanto me he enterado. ¿Te encuentras bien? Cariño, tienes mal aspecto. Esas heridas…
Tyler tomó nota enseguida del apelativo cariñoso, y volvió la vista hacia Jenny con el ceño fruncido. No es que Jenny estuviera pálida, estaba blanca. Y su mano, agarrada a la de él, temblaba.
–Jenny… ¿te encuentras bien? –preguntó Tyler.
–Eliot Dearbourne –susurró ella–. Eliot, por supuesto. Ahora me acuerdo.
–¿De qué? –preguntó Tyler–. Jenny, siéntate. Pareces a punto de desmayarte.
–¿Cómo me has encontrado? –preguntó Jenny sin hacer caso–. ¿Cómo demonios…?
–Yo lo llamé –afirmó Tyler.
Jenny se volvió a cámara lenta para mirarlo. La habitación le daba vueltas. El dolor reflejado en sus ojos era evidente. No parecía en absoluto agradecida a Tyler.
–¿Tú?, ¿cuándo?
–Esta mañana, después del dolor de cabeza. Me sentía tan impotente… necesitaba descubrir todo lo que pudiera, Jenny. Llamé a los números de esa tarjeta que encontré en tu equipaje, era la única manera de ayudarte…
–¿Qué tal estás? –preguntó Dearbourne–. Rosie me lo ha contado todo: el accidente, la pérdida de la memoria…
–Ahora mi memoria está bien –afirmó Jenny, seca–. Lo he recordado todo nada más verte, Eliot. Todas las piezas del puzzle. Estoy… bien.
Pero por su forma de decirlo, Tyler sabía que no era verdad. Jenny parecía detestar todo aquello que había recordado. Apartó la mano de él y se metió ambas en los bolsillos de los pantalones.
–Cuéntame, Jenny –rogó Tyler–. ¿Qué sucede?
–El médico tenía razón –respondió ella, emocionada, con los ojos nublados–. Necesito más tiempo para recuperarme.
–Jenny, ¿por qué no me llamaste antes de abandonar Los Angeles? –preguntó Dearbourne con infinita compasión en la mirada–. No me avisaste de que pensabas salir de viaje. Cariño, ¿tienes idea de lo preocupado que he estado? Ni llamadas telefónicas, ni mensajes…
–Ha sufrido una contusión –la defendió Tyler–, no es momento de reproches.
–Claro, es cierto –respondió el hombre de la corbata–. Lo importante es que ahora estás bien. ¿Te encuentras bien?
–Por supuesto –respondió Jenny con frialdad, sin emoción alguna–. Te he visto, y… lo he recordado todo. De todos modos, comenzaba ya a recordar.
–¿Y por qué no me habías dicho nada? –inquirió Tyler, que no dejaba de preguntarse si habría hecho el amor con él porque sabía que se le acababa el tiempo.
Jenny se encogió de hombros y se cruzó de brazos. Era una postura que ella había adoptado muchas veces, antes del accidente. Volvía a encerrarse en sí misma.
–No tenía nada concreto que contarte. Sencillamente, me daba cuenta de que era inminente que volviera a recordar –explicó Jenny–. Probablemente lo hubiera recordado todo mucho antes si…
–¿Si qué? –preguntó Tyler tocando su brazo y notando que estaba tensa. Volvía a estar a la defensiva, volvía a ser la misma mujer a la que había conocido en el restaurante mejicano: distante, indiferente, tensa–. ¿Si qué, Jenny?
–Si hubiera querido –respondió Jenny sonriendo débilmente. Luego, volviéndose hacia el abogado, añadió–: Lamento que hayas tenido que hacer un viaje tan largo, Eliot. Tenía pensado llamarte antes de que… de que ocurriera todo.
–Tú sabes que siempre puedes contar conmigo, Jenny. Cuando recibí el mensaje, no sabía si sentirme aliviado de haberte encontrado o atemorizado por el accidente. Solo sabía que habías cobrado un cheque y habías desaparecido. Y te aseguro que, desde entonces, mi imaginación no ha dejado de fantasear. ¿Seguro que estás bien?
–Claro. Compré una Harley con el dinero que me diste el mes pasado.
–¿Una Harley? –repitió Dearbourne, horrorizado–. ¿La moto de ahí fuera?
–Sí. Bueno, si no os importa… –respondió Jenny, a punto de estallar–… subiré a cambiarme de ropa. No me había dado cuenta de lo sucios que llevo los vaqueros. Me los he manchado de hierba.
–También tienes hierba en el pelo –indicó Rosie poniéndose en pie, mirándolos a todos, expectante–. ¿Me he perdido algo? Parece que aquí todo el mundo sabe unas cuantas cosas que yo ignoro. Jenny, ¿adónde habéis ido Tyler y tú esta tarde?, ¿y por qué un abogado está dispuesto a cruzar medio país siguiendo tus huellas? Un abogado que, además, te da grandes sumas de dinero. ¿Por qué tienes hierba en el pelo?
–Sí, ¿por qué? –repitió Dearbourne, pensativo, mirando a Tyler.
–Eso no es asunto vuestro –respondió Tyler, poco dispuesto a mostrarse amable. La mujer que tenía ante sí se parecía muy poco a la mujer con la que había hecho el amor. Tyler tenía la sensación de que había dado un paso adelante, y doce atrás–. Rosie, ocúpate de Eliot mientras subo arriba con Jenny. Enseguida vuelvo.
–Llevo tres horas ocupándome de Eliot, Tyler. Y él no ha venido a verme a mí –respondió Rosie.
–No discutas, entretenlo cinco minutos más –respondió Tyler tomando de nuevo a Jenny en brazos, y diciendo–: Ya sé que puedes andar, pero me apetece cargar con alguien, ¿de acuerdo?
Cuando Tyler volvió a la cocina, se encontró con el hombre de la corbata sentado a la mesa mientras su hermana le limpiaba los zapatos, agachada ante él.
–¿Qué demonios está ocurriendo aquí? –preguntó Tyler.
–Eso no es asunto tuyo –soltó Rosie, aún enfadada–. Uno de los niños se ha metido debajo de la mesa, y le ha pintado los zapatos a Eliot con un rotulador. Por desgracia, me temo que era un rotulador permanente –añadió poniéndose en pie, ruborizada–. Lo siento, Eliot… supongo que no estás acostumbrado. A menos que tengas niños, claro.
–Nunca me he casado –afirmó Eliot–. Pero no te preocupes por los zapatos, por favor.
–Pues parecen caros –señaló Rosie.
–¿Qué tal está Jenny? –preguntó Dearbourne sin darle importancia–. Necesito hablar con ella.
–Está muy cansada, dijo que quería estar un rato a solas. Rosie, por el amor de Dios, sal de debajo de la mesa. ¿Dónde están los niños?
–Creo que justo delante de… –Rosie se puso en pie y miró a su alrededor–. ¡Vaya, estupendo! Ya se han escapado. Disculpa, Eliot, tengo un código rojo.
–Debe ser un trabajo muy duro cuidar de esos dos –comentó Eliot siguiendo a Rosie con la mirada–. Seguramente tu hermana se pasa la vida deseando que su marido vuelva a casa para ayudarla. ¿Viven aquí, contigo? Me refiero a tu hermana y a su marido, a todos.
–¿Me estás preguntando si Rosie está casada? –inquirió Tyler sentándose a la mesa.
–Pues… creo que sí –sonrió débilmente Dearbourne–. Tengo muchas preguntas que hacerte, pero esa es una de ellas.
–¿Quieres saber si Rosie está casada? –repitió Tyler, incrédulo.
–Sí –asintió Dearbourne.
–No, Rosie jamás se ha casado. Tiene su propia casa, y vive con esos dos diablillos que te han coloreado los zapatos. ¿Podemos hablar de Jenny ahora?
–Desde luego –respondió Dearbourne, haciendo una pausa–. Al fin y al cabo, es la razón por la que he venido.
–Pues no parece que Jenny se alegrara de verte –señaló Tyler–. ¿Tenéis relaciones?
–¿Románticas, quieres decir? No.
–Entonces, ¿eres su abogado?
–Sí, entre otras cosas.
–Bueno, ¿y qué otras cosas? –siguió preguntando Tyler, perdiendo la paciencia.
–Esa información es confidencial entre un abogado y su cliente.
–¿Estás de broma? ¿Sabes?, si me conocieras, no tratarías de quitarme de en medio –respondió Tyler–. Hace unos días, tu cliente entró en el pueblo con un monstruo de Harley–Davidson que apenas podía controlar. Sola. Luego… perdió la cartera, y entró a comer en un restaurante mejicano que no pudo pagar. Tuve que arrestarla para conseguir mantenerla de una sola pieza. Y eso solo un par de horas después de llegar. Esa noche, se las ingenió para que la atropellara un Pontiac mientras trataba de cruzar la calle principal. Yo lo vi todo, pero no pude hacer nada para evitarlo. Y por si eso fuera poco, la contusión la dejó amnésica. He sido yo quien ha estado cuidando de ella, Dearbourne. No recordaba nada de su vida, pero seguro que tú sí.
–¿Y por qué no le has preguntado cuando has subido con ella arriba? Es evidente que ahora recuerda… todo lo que había olvidado.
–Se lo he preguntado –respondió Tyler, serio–, pero me ha dicho que no quería hablar de ello en este momento. Solo quedamos tú y yo.
–Pues pareces muy preocupado para ser simplemente un buen samaritano –observó el abogado.
–Ni soy tan bueno, ni soy simplemente un samaritano. Me importa, es cierto. ¿Qué diablos hacía Jenny aquí, en un lugar desconocido, con esa estúpida moto que podía haberla matado?
–A Jenny le gusta viajar –explicó Dearbourne tras una pausa en la que sacó un chicle y se puso a masticar–. Todo el tiempo. A cualquier parte. Por lo general me avisa con antelación, pero esta vez no lo ha hecho.
–¿Y viaja sola?
–Sí, siempre sola.
–Pero entonces, ¿qué pintas tú en todo esto?, ¿por qué le diste un préstamo para la Harley?
Dearbourne se puso en pie y comenzó a caminar en dirección a la ventana de la cocina, tomándose su tiempo antes de responder:
–No, Jenny no necesita préstamos. Es rica. Yo simplemente voy dándole fondos de una de sus cuentas. No tenía ni idea de qué iba a hacer con el dinero. Trabajo para ella, pero además somos amigos. Me ocupo de sus finanzas, de sus inversiones, impuestos… esas cosas. Ella prefiere no tener que ocuparse de eso.
–¿Y su familia? –continuó preguntando Tyler–. ¿Por qué su familia no se ocupa de ella?
–Jenny te contará la historia de su familia cuando quiera –respondió Dearbourne tras una larga pausa en silencio–. Es evidente que ahora no es el momento, y yo no soy quien para hacerlo –añadió dándose la vuelta hacia Tyler–. Y ahora deja que te pregunte yo algo, si no te importa. Bueno, en realidad voy a preguntártelo te importe o no. Si no eres solo un buen samaritano, ¿qué eres exactamente para ella?
–No sé qué soy para ella –respondió Tyler tras otra pausa en silencio, reacio a contestar–. Solo sé qué es ella para mí.
–¿Y qué es?
–Todo –confesó Tyler–. Ella para mí lo es todo.
–Comprendo –musitó Dearbourne, poniendo impaciente a Tyler con sus largos silencios–. Antes de que Jenny me viera al llegar aquí, tuve tiempo de observarla. Aparte de las heridas y las vendas, jamás la había visto tan feliz… y te aseguro que la conozco hace mucho tiempo. Algo me dice que esa felicidad te la debe a ti.
–Pero ¿qué ocurrió? –preguntó Tyler poniéndose en pie impaciente y comenzando a caminar por la cocina, con la clara sensación de que todo su mundo iba a venirse abajo–. ¿Qué ocurrió cuando te vio? Antes de que tú llegaras, estaba feliz, relajada. ¿Por qué de pronto volvió a convertirse de nuevo en un alma triste, a la defensiva, como cuando la conocí? Yo quiero su felicidad, pero no puedo luchar contra un fantasma. Tengo que saber qué ocurre, ¿comprendes? Y necesito ayuda. Si Jenny te importa, por favor, dime algo.
–Me estás pidiendo que viole el principio de confidencialidad entre abogado y cliente.
–No, te estoy pidiendo que me cuentes algo de tu amiga, por la que casualmente yo estoy muy preocupado –lo corrigió Tyler resoplando, frustrado–. Escucha, te lo pondré fácil. No tienes que decir nada. Yo haré suposiciones en voz alta. Jenny vive sola.
–Caliente.
–Y apenas tiene contacto con su familia.
–Frío.
–¿No tiene ningún contacto con su familia? –preguntó Tyler, extrañado.
–Caliente, caliente. Algo así.
–Bien, perfecto –afirmó Tyler dando dos zancadas para colocarse a escasos centímetros de Dearbourne–. Se me está acabando la paciencia. Si ella te importa, dime algo. Lo suficiente como para que pueda ayudarla. Me da igual la confidencialidad entre cliente y abogado. De hecho, si eso te hace sentirte mejor, puedes pensar que esto es una investigación policial. Pero me lo vas a contar… de un modo u otro.
–Parece que te lo tomas muy en serio –sonrió débilmente el abogado, sorprendiendo a Tyler con su reacción.
–Sí, terriblemente en serio.
–Está bien, no aprietes los puños así. No voy a pelearme contigo. Eres más fuerte que yo –comentó el abogado, con aire divertido, poniéndose serio después–. Bueno, siéntate. La historia es larga, y nada fácil.
Jenny no encontraba razón alguna para salir de aquel dormitorio. Abajo la esperaban su pasado y su presente. Ninguno de los dos sabía demasiado del otro. El futuro le pisaba los talones. Su breve momento de ignorante felicidad había terminado, y había pocas posibilidades de sufrir una nueva amnesia.
Jenny pensó en aquella tarde mágica en la que había descubierto la vida y el amor bajo un cielo azul. Se alegraba de tener ese recuerdo. Podría aferrarse a él durante los largos y solitarios días, meses y años por venir. Había sido algo muy distinto a lo que estaba acostumbrada, pero no lo lamentaba.
Excepto quizá por la despedida, que sería más dura. Tyler no tardaría en volver a subir, estaba segura. Habían pasado poco tiempo juntos, pero sabía lo que haría. Sobre todo en ese momento.
La puerta se abrió. Al subir Jenny estaba en un estado de angustia tal, que había olvidado cerrarla. De todos modos, ¿de qué habría servido? Todo lo que la asustaba estaba dentro de esa habitación, en su mente y en su memoria.
Aun así, cuando Tyler entró, se le encogió el corazón. Él lo sabía. Un simple vistazo a sus preciosos ojos, sombríos, y fue evidente. Obviamente, el divertido cowboy que le había hecho el amor aquella tarde había sido informado acerca de ella, de la solitaria hippie pelirroja. Y en lugar de amor o pasión, sus ojos expresaban simpatía y compasión.
–Debería matar a Eliot –afirmó Jenny–. Habría preferido contártelo yo. Eliot es demasiado dramático.
Tyler se sentó a su lado, al borde de la cama. Igual que Jenny, dejó las manos sobre el regazo y miró por la ventana, en la pared de enfrente.
–¿En serio? Entonces cuéntamelo tú. Con tus palabras. Quiero oírtelo contar de todos modos.
–¿Por qué?
–Quiero saber lo que sientes, todo lo que sientes.
Jenny no esperaba esa respuesta. Cerró los ojos un momento, tratando de concentrarse, y comenzó:
–Bueno, ahora ya sabes que tenía una hermana gemela. Éramos idénticas. Se llamaba Becca. Rebecca, en realidad, pero yo siempre la llamaba Becca. Siempre íbamos los cuatro: papá, mamá, Becca y yo. Todo era perfecto, como en esas series de televisión en las que todo el mundo hace y dice exactamente lo que debe. De verdad, lo era. Recuerdo las cosas más extrañas de aquella época de mi vida, pero no las importantes. Recuerdo a Becca tocando la flauta. Recuerdo a mi padre salpicándonos cuando lavaba el coche. Y todas las noches, cuando nos íbamos a la cama, mi madre nos contaba un cuento a Becca y a mí. Eran siempre de suspense, así que apenas podíamos esperar a la noche siguiente para saber cómo acababa. ¿Sabes a qué me refiero?
–Sí, lo sé –contestó Tyler tratando de evitar expresar tristeza–. Eliot me ha dicho que tu padre era constructor, ¿no?
–Sí, él decía que salpicaba de tropezones el horizonte –sonrió débilmente Jenny–. A veces, los domingos, salíamos de paseo y él iba señalándonos todas las casas que había construido a lo largo de los años. Decía que eran su herencia, que cuando fuéramos mayores y tuviéramos hijos, podríamos pasar por esas preciosas casas y decir: «mira, eso lo construyó tu abuelo» –contó Jenny volviendo la vista hacia Tyler–: Cuando tenía doce años, mi padre, mi madre y Becca murieron en un accidente de avión. Iban a Washington, a una competición anual de flauta en la que Becca iba a participar. Yo tenía varicela, así que no pude ir.
–Es terrible –susurró Tyler–. Demasiadas pérdidas de golpe.
–¿Sabes qué lamento más? –continuó Jenny–. Cuando se marcharon, estaba tan enfadada con ellos por abandonarme en casa, lloré tanto y me enfadé tanto que… al final esa fue mi despedida.
–Pero tú no podías saberlo.
–Ahora ya no importa. Me quedé sola. Eliot era amigo de la familia, y lo nombraron mi tutor. Y desde entonces, el pobre no ha hecho más que cuidar de mí. De mí, y del dinero. Me dieron mucho dinero por el seguro del accidente –sonrió Jenny–. ¿Concuerda con la versión de Eliot? Seguro que no. Eliot lo ha pasado mal, tratando de separar los sentimientos del trabajo. Siempre ha querido ser un buen abogado, pero es demasiado bueno. ¿Sabes? Creo que debería haber sonado una música de violines mientras te contaba la historia.
–Ya basta.
–¿Basta?
–Hablas como si todo eso no tuviera importancia para ti, como si te diera igual. No hace falta que finjas conmigo, Jenny. Puedes decir lo que sientes.
–Te estoy contando lo que siento –alegó Jenny–. Hace mucho, mucho tiempo de eso. Más de diez años. Créeme, he tenido tiempo de hacerme a la idea. Todos llevamos nuestra cruz de un modo u otro. Nadie escapa de ello en esta vida, Tyler. He encontrado modos de superarlo. Quizá me cueste comunicarme con los demás, enraizar en un lugar, pero así soy yo. Así es como logré superarlo, como consigo superarlo. Moviéndome. Moviéndome en cuerpo y alma. ¿Acaso tu infancia fue perfecta?
–No –negó Tyler. Pero tampoco había sido tan traumática como la de ella–. Tú me importas, Jenny. Me importas mucho…
–Solo me conoces desde hace unos días.
–Cariño, bastaron unos minutos.
–¡No! No voy a complicar más las cosas. No puedo… no puedo, Tyler.
–Yo nunca te haría daño, Jenny.
–Eso no puedes prometerlo –lo contradijo Jenny con un brillo intenso en la mirada–. Nadie puede. Cuando alguien nos importa, corremos el riesgo de perderlo y resultar gravemente heridos. Yo no puedo perder a nadie más, Tyler. No puedo soportar más dolor. No sobreviviría.
–Pero aún tienes un futuro, Jenny. Tu familia solo desearía tu felicidad…
–Quizá, pero yo no quiero ser feliz. ¿Cómo podría? Ellos se han ido, Tyler. ¿Acaso quieres que lo olvide? Merecen algo más que eso. Nadie puede ocupar su lugar. Ni tú, ni nadie.
–Lo siento, Jenny –la compadeció Tyler que, instintivamente, comprendió que ella no recibiría su cariño ni sus caricias de buen grado. Por eso decidió darle lo único que ella quería: su ausencia. Tyler se puso en pie y se dirigió a la puerta–. Eliot va a registrarse en el Cotton Tree esta noche, dijo que le había afectado mucho el cambio horario. Pero mañana por la mañana, a primera hora, vendrá a verte. Ahora necesitas descansar. Yo vendré a verte más tarde, ¿de acuerdo? Y otra cosa, Jenny…
–¿Qué?
–Quiero formar parte de tu vida –continuó Tyler–. Y no voy a ceder. Tendrás que encontrar el modo de enfrentarte a eso.
Antes de que Jenny pudiera responder, Tyler cerró la puerta.