La casa estaba en silencio, era extraño. Rosie debía haberse marchado con los niños; de otro modo las paredes habrían seguido temblando. Eliot debía haberse ido al infame Cotton Tree, y a Tyler no había vuelto a verlo desde que le subió la cena en una bandeja.
–No es casera, pero como si lo fuera –había comentado Tyler–. La sopa de pollo es buena para el alma. Que duermas bien.
Y eso había sido todo.
Pero los viejos e incansables fantasmas habían vuelto a apoderarse de Jenny, que no podía dejar de dar vueltas por la habitación. Estaba cansada en muchos sentidos. Se sentía frágil, dolida, agotada. Pero a pesar de ello, no podía dormir.
Jenny recogió el ejemplar del American Cowboy y lo leyó tres veces. Un párrafo en particular llamó poderosamente su atención:
Más de uno se ha quedado boquiabierto con el increíble talento de este hombre. Su tenacidad no tiene parangón: ha mordido el polvo más veces que ningún otro. Ya sea sobre un potro salvaje, ensillado o no, o sobre un toro, Cook demuestra más determinación y decisión a la hora de ganar que muchos cowboys profesionales que dedican su vida y su carrera a estos campeonatos. Este chico nos ha demostrado a todos que los rodeos son su vida.
Al leerlo, Jenny comprendió que tenía problemas.
Eran las dos de la madrugada la última vez que Tyler miró el reloj de la mesilla. No había dormido nada, pero tampoco tenía pensado hacerlo esa noche. Tenía demasiadas cosas en qué pensar, demasiados conflictos emocionales. Reprimía constantemente sus deseos de ir a ver a Jenny a su dormitorio. Y no era la salud de ella lo que lo preocupaba, sino la propia. ¿Qué haría, qué sentiría si cruzaba el pasillo y se encontraba la habitación vacía?
Por eso continuó tumbado en la cama, en ropa interior, con los brazos cruzados bajo la cabeza. ¿Qué sentía? En primer lugar, frustración ante la idea de que la persona a la que amaba había sido abandonada a tan tierna edad. Después ira, mucha ira, aunque Tyler no sabía realmente contra quién, o qué hacer. Y por último, miedo. Miedo ante la idea de que las heridas de Jenny fueran excesivamente profundas y no le permitiera formar parte de su vida. Y por extraño que pareciera, sentía también aprensión, temor ante el siguiente paso que tenía que dar. ¿Qué era mejor para Jenny? Evidentemente, ella no estaba preparada para una vida como la de él. Él había tomado muchas decisiones tiempo atrás, su vida estaba hecha. Tenía un trabajo, una hermana, sobrinos gemelos y una abuela a la que cuidar. Sin él, Justin y Jamie se quedarían sin figura paterna, y Rosie no tendría en quien apoyarse. Le gustara o no, Tyler estaba bien anclado a Bridal Veil Falls. Pero Jenny era tan producto de su pasado como lo era él, solo que el resultado había sido el opuesto. Mientras Tyler aceptaba y asumía la responsabilidad, Jenny era una ardiente seguidora de la perpetua libertad. A juzgar por lo que le había contado Dearbourne, Jenny siempre se echaba atrás, jamás había pretendido ser feliz. Sentía que no tenía derecho a ello, que era como traicionar a su familia. Era evidente que necesitaba cambiar su vida de arriba abajo, pero también que jamás lo haría. Y tras conocer los sufrimientos por los que había tenido que pasar, su reacción no era de extrañar. Según ella, todo el mundo tenía su cruz.
A pesar de todo, la puerta que ambos habían abierto aquella tarde seguía siendo para él una posibilidad. Tyler seguía sintiendo exactamente lo mismo por ella, y hasta su cuerpo parecía incapaz de olvidar. Jamás se había sentido tan solo. Hacía solo cinco horas que no la veía, pero la echaba de menos.
De pronto, como si el hecho de pensar en ella pudiera conjurar su presencia, Tyler la vio de pie en el umbral de la puerta. Estaba entre las sombras, con el camisón rosa de Rosie, aferrada al lobo–oveja de peluche.
–¿Qué estás haciendo? –preguntó él con voz ronca.
–No hagas preguntas, Tyler. No sé qué estoy haciendo.
–Yo tampoco sé qué hacer, Jenny. Estoy perdido –respondió Tyler incorporándose en la cama y observándola entrar.
–No importa. Esta noche, al menos, nos perderemos juntos. Sujétalo, por favor –añadió tendiéndole el muñeco con una extraña sonrisa–. No pensaba traerlo, pero estaba abrazada a él cuando decidí venir. Tenía que verte.
–¿Por qué?
Jenny se quitó el camisón por encima de la cabeza. No llevaba nada debajo. La luz de la luna entraba en la habitación inundándola de una atmósfera etérea que confería brillo a sus cabellos.
–Yo también te quiero –contestó ella con ojos sensuales y a la vez tristes.
–Entonces ven y piérdete conmigo.
Ambos rodaron por la cama besándose apasionadamente. Aquella noche los dos parecían deliberadamente enfebrecidos, como si esperaran que la realidad los sacara del sueño por la mañana. Piel contra piel, se tumbaron juntos enredando las piernas, apartando las sábanas. Las manos de Tyler estaban por todas partes: en el rostro de Jenny, en sus pechos, más abajo. Ella tiró de su cabeza para que le besara los pechos, reanudando la magia. Perdida en un mundo de sensaciones, Jenny descubrió que todo lo que habían sentido aquella tarde despertaba nuevamente revitalizado, más fuerte. Aquella noche ninguno de los dos vaciló, no hubo preguntas ni respuestas. Él le besó los párpados, el cuello, las sienes, la tocó y la besó por todas partes.
Desde el primer momento de tocar sus cuerpos desnudos, Jenny apenas podía pensar. Era lo que ella quería: gozar de un instante fuera del tiempo, de una oportunidad para saber qué se sentía siendo amada incondicionalmente. Y correspondió a Tyler procurándole el mismo placer, sin vergüenza y sin sentirse violenta, mientras sus manos y su boca exploraban aquel cuerpo masculino.
Tyler Cook parecía conocer su alma íntimamente, tan íntimamente como comenzaba a conocer su cuerpo. Conocía sus puntos más sensibles, sabía qué hacer para volverla loca y, después, para procurarle satisfacción. A la luz de la luna, sobre aquella cama, Jenny memorizó su imagen: los ojos brillantes, llenos de pasión, los músculos, los cabellos oscuros y sedosos. Rosas en invierno…
Tyler extendió las manos sobre sus pechos mientras se colocaba entre sus piernas. Vio el deseo reflejado en los ojos de Jenny, escuchó sus gemidos y la oyó llamarlo una y otra vez. Su nombre… oírselo pronunciar a ella lo hacía sentirse más amado que nunca. Entonces Jenny cerró los ojos y gimió mientras él la penetraba íntimamente.
–Quiero que me mires –dijo él con voz ronca–. Mírame, Jenny.
En medio de aquella tormenta de deseo, Jenny apenas lo oyó. Trató de concentrarse, de fijar la vista en sus salvajes ojos azules. Y la pasión que vio en ellos la emocionó. Desde ese momento no pudo desviar la mirada. No habría podido, ni aunque su vida hubiera dependido de ello. Su cuerpo y su mente se hallaban en trance. Jenny se sentía poseída por la fuerza, el peso y la fragancia de aquel hombre. Hasta que, de pronto, cesaron de ser dos individuos separados. Eran uno solo, buscando las mismas respuestas, el mismo fin. Se movían rítmicamente, al unísono, gimiendo y jadeando de necesidad. Jenny se aferró a los hombros de Tyler al borde de aquel exquisito abismo. Estaba fuera de control, en medio de un cielo azul de fuegos artificiales, cayendo por el remolino de la pura satisfacción. Pero mantuvo la vista fija en los ojos de Tyler. Sabía que, aunque solo fuera en ese instante, no estaba sola.
Tyler estaba absolutamente aterrorizado. Se había despertado y había descubierto que estaba solo. No había oído a Jenny marcharse por la noche, lo cual lo asustaba aún más. ¿Se habría escabullido en silencio, a propósito?, ¿se habría marchado de Bridal Veil Falls, además de abandonar su cama? Jenny se había entregado a él la noche anterior, pero Tyler no podía apartar de su mente la idea de que no podría retenerla. Posiblemente porque en el fondo estaba convencido de ello. Incluso en el abismo más profundo de la pasión, Tyler sabía que ella no se lo había entregado todo.
Tyler se apresuró a ponerse los vaqueros y salió al pasillo. En el dormitorio de invitados, la cama estaba hecha. Y Jenny no estaba. Tenía el corazón en un puño. Bajó las escaleras de dos en dos, y se tranquilizó por fin al verla en la cocina. Iba vestida con vaqueros y un top blanco corto, enseñando el diamante del ombligo. Volvía a ser la hippie de antes de la amnesia. Leía el periódico y tomaba café.
–Buenos días –saludó Jenny alzando una ceja inquisitiva–. Creo que nunca había visto a nadie bajar unas escaleras tan deprisa. ¿Te encuentras bien?
–¿Y tú?
–Claro –sonrió Jenny pasando por delante de él–. Entra, he preparado algo para desayunar. No sé cocinar, pero sí hacer tostadas.
–Jenny…
–Vamos, se está quedando frío. Tu hermana llamó por teléfono mientras dormías. Quiere que la llames.
Tyler entró en la cocina y trató de tomarla de la mano. Pero no lo consiguió. Entonces su miedo se transformó en aprensión. Jenny no quería que la tocara. Evidentemente, su actitud había cambiado mucho desde la noche anterior.
–Jenny, ¿qué diablos…?
–Tu tostada se enfría –lo interrumpió ella sentándose de nuevo–. Iba a hacer zumo, pero no hay naranjas.
–¡Qué interesante! –exclamó Tyler sin moverse–. Me siento como si estuviera viendo una película empezada. Y muy complicada. ¿Me he perdido algo?
–En absoluto –contestó Jenny sin darle importancia–. Eres sheriff y cowboy, ¿recuerdas? No creo que se te escape nada. ¿Vas a comerte la tostada?
–¡No, no voy a comerme la tostada! ¿Cuándo te has levantado?
–No lo sé. Hacia las cinco, creo –respondió Jenny sin mirarlo–. Padezco de insomnio. Desde… siempre. ¿Puedo comérmela yo entonces? Estoy muerta de hambre.
–¿Qué pasa hoy contigo? –preguntó Tyler, impotente, sacudiendo la cabeza.
–Los nervios del día después, supongo. No lo sé. Es difícil ponerle una etiqueta –continuó Jenny, evitando sus ojos–. No soy precisamente una experta cuando se trata de…
–¿Cuando se trata de qué?
–De lo que hicimos anoche.
–Lo que hicimos –repitió Tyler, serio–, fue hacer el amor. Física y emocionalmente. ¿Tan difícil es pronunciar esa palabra?
–No, por supuesto que no.
Jenny seguía sin mirarlo y, a pesar de su respuesta, seguía también sin pronunciar aquella palabra. Tyler estaba helado. Algo muy serio estaba pasando y, según parecía, era incapaz de manejar la situación.
–Jenny, retrocedamos un poco. Lo último que recuerdo de anoche es haberte oído decir «te quiero», pero esta mañana solo quieres hablar de tostadas. Ayer eras una persona, y hoy otra.
–No –negó Jenny poniéndose en pie para ir a por el azúcar–. Ayer estaba confusa. Hoy vuelvo a ser la misma de siempre. Esa es la única diferencia. Así que no te preocupes tanto, estoy bien.
–No estoy preocupado por ti, sino por mí –soltó Tyler–. Esta mañana, cuando me he despertado, estaba solo. Aún ahora, que estoy contigo, me siento solo. Y eso me da miedo, mucho miedo. Sobre todo ahora, que he arriesgado mi corazón. Dime sencillamente… –de pronto alguien llamó a la puerta–. Aún no hemos terminado –advirtió Tyler–. Voy a deshacerme de esa visita y seguimos hablando, ¿de acuerdo?
–Como quieras –respondió Jenny observándolo caminar, de espaldas, con el cabello revuelto.
Pero no podía llorar. Jenny cerró los ojos con fuerza. Necesitaba mantener sus nuevos y extraños sentimientos bajo llave, bien guardados. Abandonar a Tyler en la cama aquella madrugada había sido una de las cosas más duras que había tenido que hacer nunca. Sabía que esa iba a ser la última vez que estuvieran juntos, pero Tyler no lo sabía.
Jenny trató de distraerse pensando en otra cosa. ¿Qué hacer?, ¿qué lugares nuevos visitar? Pero no funcionó. Abandonar a Tyler no suponía ningún consuelo. Solo le producía miedo, un profundo miedo. Llevaba toda la mañana aterrorizada, había sido incapaz de planear nada. Y el miedo le hacía aún más difícil decir lo que tenía que decir. Por otro lado, además, se sentía culpable. Culpable por dejar que Tyler pensara que lo ocurrido la noche anterior significaba algo más que… su última noche. Por primera vez en años, Jenny había deseado algo apasionadamente. Y se había dejado llevar para bien o para mal. Había deseado atesorar recuerdos. El invierno se acercaba, y necesitaba alguna rosa a la que aferrarse.
Tal y como esperaba Jenny, Eliot entró tras Tyler en la cocina. El abogado iba vestido de sport.
–Buenos días, Eliot –saludó Jenny con una sonrisa falsa–. Veo que te has vestido para pasar unas vacaciones, sin traje ni corbata.
–También yo puedo relajarme si se prestan las circunstancias –contestó Eliot–. ¿Qué tal estás?
–Bien. He preparado café, por si querías una taza.
–No, gracias –rechazó Eliot el ofrecimiento, bajando la vista–. Tengo una cita para desayunar.
–¿Una cita para desayunar?, ¿en Bridal Veil Falls? –preguntó Tyler enarcando una ceja.
–Sí, exacto.
–¡Pero Eliot, si no conoces a nadie en Bridal Veil Falls! –exclamó Jenny.
–Permíteme que no esté de acuerdo contigo –la contradijo Eliot–. Te conozco a ti, al sheriff y a… su hermana. Y a sus hijos. Conozco a cinco personas aquí.
–¿Y con cuál de esas cinco personas vas a desayunar? –preguntó Tyler.
–Con las tres últimas.
–Comprendo –comentó Tyler tras un silencio–. ¿Cuándo fijaste esa cita?
–Anoche –confesó Eliot–. Fui yo quien llamó a Rosie en realidad. Pero no es esa la razón por la que he venido aquí. Jenny, ¿has pasado buena noche?
–¿Qué? –preguntó ella atragantándose.
–Que si has pasado buena noche –repitió Tyler–. Este hombre quiere saberlo. En realidad, yo también querría saberlo. ¿Y bien?
–Estuvo bien –respondió ella, ruborizada.
–¿Solo bien? –continuó Tyler preguntando con aires de inocencia–. Pues yo he pasado una noche fantástica. Fue…
–Eliot no te lo ha preguntado a ti –lo interrumpió Jenny–. ¿Verdad, Eliot?
–Espero que él también haya pasado una buena noche, claro –sonrió el abogado–. Jenny, necesito preguntarte una cosa. Desde que he llegado aquí, me he dado cuenta de que últimamente estoy trabajando mucho. Demasiado. Y como aún no estás curada del todo, se me ha ocurrido que quizá pueda quedarme un día o dos, para relajarme. Podemos hablar de tu vuelta a casa más adelante. Nos vendría bien a los dos.
Jenny se quedó completamente inmóvil. No esperaba ese cambio de actitud en su abogado. Eliot jamás hacía otra cosa que trabajar, vivía para su trabajo. ¿Por qué de pronto decidía tomarse un descanso? Jenny esperaba que él insistiera en volver a Los Angeles de inmediato.
–¿Te has dado un golpe en la cabeza, Eliot? –preguntó al fin Jenny.
–¡Claro que no! –exclamó Dearbourne–. Yo también puedo ser espontáneo de vez en cuando. Este lugar es muy bonito, ¿por qué no disfrutarlo? Lo digo en serio: disfrutarlo.
–Lo que tú digas –musitó Tyler–. Es asunto tuyo. Pero te diré una cosa: no se te ocurra llevar ropa cara si no quieres verla llena de manchas. La casa de Rosie es una jungla.
–Me las arreglaré –contestó Eliot sin darle importancia–. Jenny, te llamaré esta tarde para hacer planes, ¿de acuerdo?
–Claro. Que disfrutes del desayuno. Y saluda a Rosie de mi parte.
Cuando Tyler volvió de acompañar a Eliot a la puerta, Jenny estaba fregando platos. Por su postura rígida y tensa, era evidente que no tenía ganas de seguir discutiendo. Por otro lado, Tyler tenía que marcharse si no quería llegar tarde al trabajo.
–Jenny…
–¿Puedes creerlo? ¡Eliot y Rosie! Si lo conocieras tan bien como yo…
–No quiero conocer a Eliot –la interrumpió Tyler–. Quiero conocerte a ti. Quiero saber todo lo que sientes, todo lo que piensas y, sobre todo, qué planes tienes.
–Lo dices como si pensaras que voy a robar un banco.
–Prométeme una cosa.
–Claro. ¿Qué? –preguntó Jenny terminando de fregar y dándose la vuelta, molesta.
–Que no te marcharás mientras esté en el trabajo.
–Bien.
No, pensó Tyler. Aquella respuesta había sido demasiado rápida. Tyler se acercó a ella, colocando las manos sobre el fregadero, a ambos lados del cuerpo de Jenny, haciéndola su prisionera y diciendo:
–Jenny, solo voy a estar fuera un par de horas. Eso es todo lo que te pido, dos horas. Hay muchas cosas de las que todavía no hemos hablado. Prométeme que esperarás hasta entonces para tomar una decisión –terminó Tyler, besándola de pronto con pasión–. Prométemelo. Júrame que te quedarás hasta que podamos hablar.
–Te lo prometo –respondió ella medio ronca–. Aquí estaré.
Tyler se quedó mirándola un largo rato, tratando de descifrar la expresión de su rostro. Pero Jenny sabía disimular sus emociones demasiado bien. Él no vio en sus ojos ni sinceridad, ni falsedad. Ni siquiera seguridad de que ella cumpliría su promesa. No tenía más elección que creerla.
Tyler volvió a besarla una vez más, larga y dulcemente. La complació el hecho de que ella le correspondiera, devolviéndole el beso con la misma dulzura y pasión de la noche anterior. No tenía elección, de modo que subió las escaleras, se duchó, y se marchó.