Capítulo Diez

 

Tyler no se había dado cuenta de que Jenny tenía el equipaje hecho, guardado en el armario del dormitorio de invitados. Le ofreció revistas, libros y películas de DVD, y se marchó a trabajar. Jenny lo observó desde la ventana del dormitorio y permaneció allí un rato, con las manos apoyadas en el cristal. Tyler tenía que volver.

Pero el hecho de que él volviera no cambiaría las cosas, y Jenny lo sabía. También sabía que había mentido cuando lo había mirado a los ojos y le había dicho que lo esperaría. Era imposible que cumpliera su promesa, por mucho que quisiera. Aquello era una tortura. Se sentía dividida: necesitaba marcharse, pero quería quedarse.

La había sorprendido el hecho de que Eliot hubiera decidido quedarse. Jenny esperaba que él insistiera en volver de inmediato a Los Angeles con la excusa de ir al médico. Sobre todo después de pasar una noche en el Cotton Tree. Todos en Bridal Veil Falls parecían haberse vuelto locos. ¿Había algo en el aire que hacía que las personas cambiaran por completo de carácter?

Dadas las circunstancias, se imponía recurrir… al plan B. Lo cual significaba que tenía que planearlo de inmediato. Jenny sacó el equipaje del armario con la respiración entrecortada, abriendo un compartimento pequeño del interior de la bolsa. Guardaba allí unos cuantos dólares para emergencias, lo suficiente como para ir a… cualquier parte. Y en cuanto a Tyler… podía dejarle una nota. Qué le diría en esa nota, eso tendría que pensarlo. El corazón le latía tan acelerado, que apenas podía pensar. Jenny no era capaz más que de sentir una tremenda y urgente necesidad de desaparecer. Cuanto antes. Si se quedaba, si pasaba demasiado tiempo en Bridal Veil Falls… volvería a convertirse en una persona vulnerable, volvería a haber alguien en su vida sin el cual no podría vivir. La idea le resultaba insoportable. Sabía demasiado bien que las personas más queridas podían desaparecer, y no estaba dispuesta a correr ese riesgo por segunda vez.

Tyler lo superaría. Tenía una familia, trabajo. Y un día tendría un rancho con vistas a Bridal Veil Falls. No estaba solo, como ella. Formaba parte de algo más grande, de algo más fuerte que él, de una comunidad. Y Jenny sabía lo que eso significaba: era lo más precioso del mundo. Tyler estaría siempre rodeado de rostros de personas que lo amaban, que compartían sus sueños y esperanzas. Mientras ella… llevaba más tiempo a la deriva de lo que podía siquiera recordar, pero era la única forma en que sabía vivir. En su interior sentía una especie de ceguera, de pánico irracional: el resultado de haber permitido que Tyler llegara a ser casi necesario para ella. Pero eso había sido la noche anterior, y la noche anterior era agua pasada. Aun así, Jenny tenía la sensación de que ya nunca podría volver a adaptarse a su antigua vida sin él. Tyler había herido profundamente su corazón en solo unos días. ¿Cuánto más podía herirla en una semana? Jenny estaba aterrorizada ante la idea de que pudiera llegar a necesitarlo. Mucho antes de conocerlo, ella sabía que tenía poco que perder y menos aún que dar.

Pero no debía pensar en ello. No debía pensar en lo que dejaba. En nada.

Jenny se colgó la bolsa al hombro y miró por última vez a su alrededor. Cuando sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, los cerró. Y entonces vio el rostro de Tyler. Sabía que lo vería en sueños durante toda la vida.

Jenny bajó las escaleras y llamó por teléfono a un taxi; después dejó un mensaje telefónico para Eliot en el Cotton Tree: «Estoy bien, pero me marcho hoy. Me aburre estar demasiado tiempo en el mismo lugar. Te llamaré dentro de un par de días. Lamento haberte causado tantas molestias». La nota para Tyler, en cambio, le resultó mucho más difícil. Jenny encontró un bloc de notas en la cocina y comenzó a escribir. Escribió cuatro notas distintas, pero las tiró todas a la papelera. Entonces comprendió que jamás encontraría las palabras. Finalmente decidió escribir algo muy simple: Lo siento. Tendría que bastar.

Jenny tomó el taxi con el corazón en un puño. Parecía incapaz de respirar. Por fin consiguió pedirle al taxista que la llevara a la parada del autobús.

–No hay parada de autobús, que digamos –contestó el conductor–. La gente espera sentada en el banco frente al American Legion Hall.

–Bien, entonces lléveme al American Legion Hall.

–¿Se dirige a Greyhound? Se lo digo porque es el único lugar al que puede ir.

–Sí, a Greyhound, está bien.

–Tendrá que cruzar la calle hasta Piggly Wiggly para comprar el billete. ¿Adónde se dirige?

–No lo sé, pero no llegaré a ninguna parte si no arranca.

–Señorita, tranquilícese. No pienso sobrepasar el límite de velocidad. Aquí la ley se cumple a rajatabla.

–Conozco la ley en esta ciudad –respondió Jenny con tristeza–. Cinco dólares extra si acelera.

–Eso está hecho.

 

 

Jenny compró un billete para Saint Paul, Minnesota, porque allí era a donde iba el primer autobús que pasaba. Tuvo suerte, porque solo pasaban dos autobuses por Bridal Veil Falls: uno con dirección al este, y el otro al oeste. Solo tendría que esperar una hora. Jenny vagó por la tienda de Piggly Wiggly con el corazón en un puño, esperando poder subir a aquel autobús antes de que apareciera Tyler.

Si es que Tyler aparecía. Porque después de darse cuenta de que ella se había marchado, Tyler podía perfectamente mandarla al infierno. No sería de extrañar.

Jenny subió al autobús con los nervios de punta. No recordaba que nunca le hubiera costado tanto abandonar ningún lugar. Pero se repitió una y otra vez que pronto se sentiría mejor, en cuanto consiguiera llegar a otro lugar desconocido.

Echaba de menos a Tyler. Terriblemente. Jenny se volvió hacia la ventanilla. De pronto fue como si lo hubiera conjurado con la fuerza de su pensamiento. Tyler salía corriendo de Piggly Wiggly en dirección al autobús. La mandíbula tensa, los ojos helados: el perfecto Gladiador. Jenny comenzó a sudar. Tyler estaba de pie, frente a ella, apretando los puños.

–Es curioso que te encuentre aquí –soltó él–. Bonita nota la que me dejaste. Sencillamente, me abrumó. Quiero que te bajes de este autobús.

–No puedo.

–Sí, sí puedes. Y lo harás.

–¿Es que vas a obligarme? –preguntó Jenny, aterrorizada.

–Este no es lugar para discutir, Jenny –contestó Tyler, serio, suavizando inmediatamente la voz–. Podemos solucionarlo, pero para eso tienes que quedarte. Tienes que ayudarme. No puedo hacerlo yo solo.

–Estás retrasando a toda esta gente –musitó Jenny mirando a las personas sentadas en el autobús, que no dejaban de observarlos–. Tyler, no hay nada más que de…

–No –negó Tyler cerrando los ojos brevemente. Sentía pavor, ira. Estaba confuso. Los ojos de Jenny expresaban dolor, pero él se alegró. Al menos aquello la afectaba–. Te quiero. Te quiero –repitió en voz alta, para que todos lo oyeran–. ¿Qué tengo que hacer para demostrártelo?

–Nada. No se trata de amor.

–¡Al diablo con que no se trata de amor! ¿Piensas que lo que hay entre tú y yo se encuentra todos los días?, ¿tienes idea de cuánto tiempo he estado esperándote?, ¿crees que voy a dejarte desaparecer así, sin más?

–No voy a desaparecer, me marcho a Duluth.

–Saint Paul –la corrigió una mujer sentada en el autobús.

–Me marcho a Saint Paul –repitió Jenny–. Me voy porque quiero. No he visto gran cosa del Este. Ya es hora de que vaya a verlo.

–¿Así de fácil? Después de… de todo, ¿te marchas así, sin más? –preguntó Tyler, desesperado, añadiendo después con ironía–: «Sí, aquí estaré cuando vuelvas, Tyler. Bueno no, creo que mejor me voy a Minnesota, Tyler».

Los ojos de Jenny estaban llenos de lágrimas, fijos en él. Era inútil que siguiera rogando en silencio por encontrar el coraje suficiente para hacer las cosas bien. Se conformaba con hacerlo, simplemente. Aquella despedida era mucho peor de lo que había imaginado, mil veces peor.

–Tengo que marcharme. Quiero marcharme. Así de simple.

–Dame una razón. Dame una buena razón para que te deje marchar –exigió Tyler.

–¿Qué pretendes?, ¿forzarme a decir cosas que podrían herirte? Es tu vida, Tyler, no la mía. Yo solo pasaba por aquí. Y tú lo sabías desde el principio.

El conductor gritó desde la parte delantera del autobús. Tenía un horario que cumplir. Pero Tyler ni siquiera lo oyó.

–Es más que eso, y tú lo sabes, Jenny. Sencillamente, no puedo abandonar a mi familia. Si pudiera, te juro que lo haría. Subiría a este autobús y me marcharía al Este contigo. Dame un poco de tiempo para que pueda arreglar las cosas.

–¡Yo no quiero que abandones a tu familia! –exclamó Jenny, asustada ante la idea de que él lo dejara todo por ella. Jamás le pediría algo así, jamás lo esperaría de él. Jamás querría aceptar tal responsabilidad–. Tyler, los dos tenemos todo cuanto podemos tener. Yo no quiero llevar las cosas más allá. No quiero. Me gusta mi vida tal y como es.

–No te creo –contestó Tyler con sencillez.

–No tienes elección. Sentía curiosidad por ti, Tyler. Pero una vez satisfecha, jamás pensé que nuestra relación pudiera llegar a ser permanente. Nunca. Tú me importas, y te estoy agradecida, pero no puedo darte nada más, ni puedo fingir. Acéptalo.

–Mientes.

Sí, era cierto. Jenny mentía, pero mentía por amor.

–Lo siento, Tyler –continuó Jenny, callando sus sentimientos–, pero ni yo encajo aquí, ni tú encajas en mi vida.

–¿Sabes lo que creo? –preguntó Tyler, decepcionado–, que eres demasiado cobarde para enfrentarte a lo que hay entre tú y yo. Arriesgarte te produce pavor. Prefieres huir antes que permitir que algo te importe.

–Tienes razón –respondió Jenny esforzándose por sonreír–. Siempre elijo el camino más fácil, deberías saberlo. El conductor de este autobús se va a enfadar como no lo dejes arrancar.

Tyler permaneció completamente inmóvil, con los ojos brillantes, llenos de dolor. Sin embargo, no había ira en ellos.

–¿Y ya está?, ¿así de simple?

–El camino más fácil –repitió Jenny deseando terminar cuanto antes con aquella despedida, antes de que se derrumbase–. Así soy yo.

Tyler dio un paso atrás, mirando a su alrededor, sorprendido, como si viera a los pasajeros de aquel autobús por primera vez. Sacudió la cabeza, tratando de buscar algo que decir, pero no se le ocurrió nada. Su mente era un caos.

–Adiós –añadió Jenny mirándolo a los ojos un instante, y apartando la vista enseguida.

–Tú sabrás –contestó Tyler al fin–. Esperaba más de ti, Jenny. Creí que eras una luchadora. Pero he cometido un error.

–Es ella la que comete un error –musitó alguien desde el asiento de atrás del autobús.

–Por favor, márchate –insistió Jenny alzando la cabeza.

–Será mejor que estés bien segura de que eso es lo que quieres, Jenny –dijo Tyler, completamente tenso, con la mirada fija en ella.

Por un instante, el mundo pareció desaparecer. Para Jenny, solo existía su vacío interior. Pero la experiencia le había enseñado algo tiempo atrás: que la vida no consistía en qué quería cada cual. Jenny tragó, sintiendo un nudo en la garganta, y añadió:

–Cuídate, Tyler.

–Cuídate tú también, ya que no me dejas hacerlo a mí. Según parece, prefieres los recuerdos a la realidad.

–Piénsalo bien –aconsejó la mujer que había intervenido en la conversación con anterioridad–. Será mejor que estés bien segura, preciosa.

Jenny no podía pensar. Sentía un enorme peso sobre sus espaldas. Tyler tenía que marcharse. De inmediato. Llevada por la desesperación, dijo al fin:

–El conductor del autobús va a llamar a la policía como no te bajes. Y tendrás que meterte en la cárcel. Vete –añadió con voz ronca.

Tyler caminó de espaldas lentamente, sin dejar de mirarla. De pronto, al llegar a la puerta, se dio la vuelta bruscamente y bajó los escalones de un salto. Una vez fuera, con los pulgares en los bolsillos del pantalón, observó partir al autobús. Jenny también lo observó. Conforme el autobús se alejaba, se iba haciendo más y más pequeño. Pero no ocultó sus lágrimas, tapándose la cara, hasta que él desapareció. Sabía que aquel recuerdo jamás le bastaría. Pero Tyler no lo sabía.