Tyler tenía el Jeep en el garaje, con la capota levantada. Ayudó a Jenny a subir y arrancó, dirigiéndose al oeste. Atrás dejaron Bridal Veil Falls sobre Su Cabeza. Jenny llevaba una visera de Tyler para resguardarse del viento. En el asiento de atrás, una manta y un termo de café. A pesar de la excitación de minutos antes, el ambiente era despreocupado. Habían dejado a Rosie con los gemelos, preparando algo de comer. Su hermana no había hecho preguntas.
–¿Adónde vamos? –gritó Jenny.
–Lejos, ¿te parece bien?
–Estupendo.
Ambos parecían de buen humor. Ninguno de los dos tenía ganas de hablar de nada serio. Encendieron el reproductor de CD del coche a todo volumen, y Tyler comenzó a cantar. Jenny no sabía la letra, pero aplaudía con entusiasmo tras cada actuación. La tensión de días pasados pareció disolverse lentamente, quedando por completo olvidada.
Pero otra cosa era la tensión sexual. Era constante entre ambos, urgente. Jenny estaba nerviosa, sentada al borde del asiento. Tyler se aferraba al volante, con los nudillos blancos de tanto apretar. Cantaban, reían… y se lanzaban miraditas el uno al otro, a escondidas. Algo iba a ocurrir, Jenny lo sabía. Y pronto. Era un alivio poder pensar en ello en lugar de pensar en su misterioso pasado. Las respuestas estaban ahí, en algún lugar de su mente. Al alcance y, sin embargo, tan lejos. Jenny se sentía reacia a indagar en ese pasado, y no por primera vez. Pero en lugar de torturarse, aquella tarde prefería respirar con libertad. Ya se enfrentaría a sus fantasmas más adelante.
Tyler sabía exactamente adónde llevaba a Jenny. Tiempo atrás, cuando necesitaba relajarse, acudía a Lamb’s Canyon, a una aislada pradera en lo alto de la montaña, al este del pueblo. Allí había pasado horas preguntándose por su futuro y deseando que ocurriera algo, cualquier cosa. Por supuesto, de eso hacía mucho tiempo, y Lamb’s Canyon había cambiado. El Jeep siguió el ondulante sendero girando a la izquierda y desviándose del camino principal hasta detenerse. Tyler abrió la puerta de una alambrada en la que había un cartel que decía «No pasar», y suspiró.
–No puedes pasar, eres el sheriff –objetó Jenny.
–Tengo la llave, tontita. Conozco al dueño –afirmó Tyler–. ¿Y por qué de repente te importa tanto la ley?
–Me he reformado –sonrió ella.
Condujeron otro kilómetro más allá, esa vez por un estrecho camino de grava. Jenny vio dos ciervos a la sombra de un árbol, madre e hijo. Eso la entusiasmó. Era casi como si hubiera visto un milagro. A Tyler lo divirtió mucho tanta excitación. El sendero terminó bruscamente. Tyler aparcó y se volvió hacia Jenny sonriendo.
–¿Lo ves?
Jenny siguió con la vista el gesto de la mano de Tyler, que señalaba hacia el prado salpicado de flores silvestres. Jamás había visto tan vivos colores: rojos, amarillos y lavanda, sobre el fondo verde. Al final del prado había un diminuto lago, alimentado por un mágico manantial que salía de las rocas, cayendo en cascada. Y si volvía la vista y miraba atrás, Jenny podía contemplar las calles y las casas en miniatura de Bridal Veil Falls.
–Sí, lo veo –susurró Jenny, inmóvil en su sitio, helada ante tanta belleza en un valle tan pequeño–. Tyler, esto es increíble. Escucha… parece como si los árboles susurraran. Y esa pequeña cascada que sale de las rocas… ¿de dónde viene? ¿Hay ciervos por aquí? ¿Qué te parece si recogiéramos unas cuantas flores para Rosie? ¿De quién es…?
–Silencio, ángel. Eres una charlatana –observó Tyler, divertido ante tanto entusiasmo–. ¿No quieres salir? Tengo otra cosa más que enseñarte.
Jenny se apoyó sobre Tyler, que la rodeaba con el brazo, y juntos cruzaron la pradera exuberante de flores silvestres y hierba tierna. Jenny adoraba el ruido que hacían al caminar, adoraba la fragancia del aire y el calor del sol en la cara. Había dejado la visera en el Jeep, soltándose los cabellos. Aquel lugar era como un ensueño, un cuento de hadas.
–No creo que nunca, en mi vida real, haya cruzado muchas veces un prado como este, lleno de flores. Me siento como Dorothy en El mago de Oz.
–Tú eres mucho más guapa –respondió Tyler tomando su rostro entre las manos y acariciando sus mejillas.
Los ojos de Tyler estaban nublados, conmovidos, llenos de deseo y emoción. Adoraba ver a Jenny así, libre y en paz con el mundo. Por supuesto, la adoraba estuviera como estuviera, en cualquier circunstancia, pero sobre todo adoraba estar con ella a solas, feliz. Y por primera vez, su mente articuló en silencio una frase: «te quiero».
Hubo un tiempo en el que la mera idea lo habría asustado. En ese instante, sencillamente, lo sorprendía. Lo había sabido desde el principio, pero a pesar de todo era maravilloso disfrutar de ese momento de plena sinceridad.
De pie, en medio del prado, Tyler abrió la boca para decírselo. Quería contárselo, pero no le salían las palabras. Algo en los ojos de Jenny, algo en la forma de estar de ella, relajada y serena, lo hizo pensárselo dos veces. Jenny ni siquiera sabía quién era, y menos aún si amaba a alguien. Podía incluso tener novio. Tenía que ser paciente, se dijo. Pensar en ella, no en sí mismo. Más tarde, con un poco de suerte, el misterio se resolvería y él tendría su oportunidad. Era lo que deseaba: tener la ocasión de decirle lo que sentía. Sus sentimientos eran tan fuertes, que Tyler no podía siquiera imaginar que Jenny no sintiera lo mismo.
Tyler extendió la manta en medio del prado. La hierba les proporcionó una mullida almohada. Era como estar en la cama fuera de casa. Jenny rio.
–No creo que haya hecho esto antes tampoco –dijo Jenny–. Lo habría recordado. Te lo juro, si este prado fuera mío, viviría siempre en una manta extendida como esta.
–Sería peligroso cuando nevara.
–Detalles –sonrió Jenny–. Y ahora no me apetece pensar en detalles. En nada. ¿Cómo se llama este sitio?
–Mío –contestó Tyler.
–¿Cómo, es tuyo?, ¿todo el prado?
–Toda la montaña –respondió Tyler–. Tenía que invertir los beneficios de los rodeos si no quería que el tío Sam me persiguiera, y una de mis inversiones fue esta montaña. Es parte de lo que yo llamo «El Gran Paisaje».
–¿Y qué es «El Gran Paisaje»?
–Ya que lo preguntas, te lo diré. Ahora mismo estás sentada en el porche.
–¿En serio?
–Sí, es un porche amplio, que rodea toda la casa.
–¿Qué casa? –continuó preguntando Jenny.
–Podías echarle un poco de imaginación, ¿no? La casa está construida con la piedra y la madera de los árboles de esta montaña. Tiene un tejado verde como el de las hojas de los árboles, para que esté a juego con el paisaje. Dos chimeneas, una en la habitación grande y otra en el dormitorio. Y de la puerta principal cuelga un cartel que dice: «Prohibida la entrada a gemelos y madres de gemelos».
–No hablas en serio, adoras a esos niños. Y a tu hermana.
–Pero todo hombre necesita tener su espacio –explicó Tyler–. Ah, se me olvidaba lo más importante. En el porche, en la parte de delante, hay mecedoras. Cuando sea viejo, me sentaré en una de ellas y contemplaré el paisaje. Sencillamente.
–¡Vaya! ¿Y masticarás tabaco y lo escupirás, como en las películas del Oeste?
–¡Por favor!, ¿te parece que soy de esos que mastican tabaco?
–No, no lo pareces. Pero sí parece como si pertenecieras a este lugar, un lugar… salvaje, lleno de cosas que domesticar.
–Antes solía pensar que se me daba bien domesticar –declaró Tyler tras un largo rato en silencio, mirándola–. Hasta que te conocí. Tú me has hecho replanteármelo, nena.
–Bueno, no me gustaría que acabaras aburriéndote conmigo.
–Eso es imposible. Absolutamente –repitió Tyler, convencido–. Jenny, tú me has inspirado muchos sentimientos, pero ninguno de ellos se parece ni remotamente al aburrimiento. Eres por completo impredecible. Dios sabe que nunca sé qué vas a hacer.
Jenny apartó la vista y se quedó mirando el cielo azul hasta que sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba emocionada, su mente estaba ocupada con demasiadas ideas, demasiados recuerdos. Recuerdos recientes, vívidos. Otros vagos, misteriosos, inquietantes. Pero prefería olvidarlo todo y concentrarse en el momento, en la magia del lugar.
–Inténtalo –se escuchó a sí misma decir, con voz ronca–. Trata de adivinar. Dime qué crees que estoy sintiendo en este momento.
Un pesado silencio cayó, desvaneciendo las risas. Tyler escrutó el perfil de Jenny mientras sentía cómo el pulso se le aceleraba. La sensualidad de su voz femenina era inconfundible. Y la curiosidad. Y, a menos que se equivocara, también intuía en ella la respuesta silenciosa a una pregunta que nadie había hecho. Tyler no esperaba de ella tanto candor. Pero ¿cuándo había hecho Jenny algo que él pudiera adivinar con antelación?
–¿Qué quieres sentir?
–¿Es que aún no lo sabes? Lo quiero todo. Quiero sentirlo todo.
–Eso puedo dártelo yo –dijo Tyler.
Ese fue el último pensamiento claro y lógico de Tyler. La excitación recorrió todo su cuerpo mientras rodaba por la hierba colocándose encima de Jenny. Ella jadeó, sintiendo el cuerpo masculino excitado sobre sí. Cerró los ojos y sintió las manos de Tyler, acariciándole la cintura y deteniéndose bajo sus pechos. Él no dejaba de murmurar algo, su nombre, pero Jenny no podía concentrarse. Estaba perdida en aquel nuevo camino que ambos habían decidido tomar. La serenidad de ambos se transformó en excitación mientras se besaban vorazmente. Jenny vio la expresión del rostro de Tyler, teñida de pasión, y su mirada ardiente sobre ella. Se besaron como si fuera la primera vez, la última vez, la mejor. Y todo sobre un manto de flores.
Tyler enlazó una de sus manos con la de ella, agarrándola con fuerza. Con la otra tiró del suéter hacia arriba, abrazando su pecho. Jenny no llevaba ropa interior. Tyler solo encontró piel, dulce piel. Escuchó satisfecho los gemidos que ella emitía, y sintió su espalda arquearse, presionándose instintivamente contra él. El cuerpo le ardía. Entonces sustituyó la mano por la boca, acariciándole los pechos con fuego líquido. Jenny respiró hondo, enredando las manos en sus cabellos. Las sensaciones que él le procuraba eran tan vívidas, tan poderosas, que sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Todo, pensó. Lo quería todo.
Sin dejar de besarla apasionadamente, Tyler rodó en un solo movimiento y se colocó de espaldas, poniéndola a ella encima. Poco a poco ambos fueron hundiéndose más y más en aquella cama, en su fantasía. Al principio les bastó con abrazarse, besarse y tocarse. Resultaba exquisita hasta la frustración, fruto de la excitación contenida y el suspense. Pero de pronto ambos comenzaron a sentir la necesidad de algo más, algo que llenara ese vacío.
Jenny se estrechó contra él al dar la vuelta. Las manos de Tyler acariciaban su espalda y su trasero, abrazándola contra él. No importaba en absoluto que no estuvieran en la intimidad del dormitorio. La Naturaleza era el fondo perfecto para un acto tan elemental y bello. Por primera vez, Jenny reconoció en silencio qué significaba Tyler para ella: una dirección que necesitaba seguir, el inexplicable sentimiento de sentirse unida a alguien, de reunirse de nuevo con algo que la había abandonado hacía mucho tiempo.
–No sabía que pudiera ser así –comentó ella con voz ronca, mirándolo a través de la cortina de sus cabellos–, tan maravilloso…
–Pues deberías habérmelo preguntado –musitó Tyler con el pulso acelerado.
Tyler volvió a cambiar de posición, colocándose debajo de ella. Su torso se presionaba contra el pecho de Jenny, produciéndole un placer que recorría sus venas, una urgente ansiedad. Jenny no sabía que fuera capaz de tanta emoción, de sentir experiencias tan vibrantes. Las caderas de ambos se estrecharon, sus lenguas se acariciaron imitando instintivamente el movimiento que ambos realizarían minutos después. Jenny se sorprendió a sí misma colocando las manos de Tyler sobre su cuerpo, y diciendo:
–Tócame, por favor…
El último vestigio de autocontrol de Tyler murió al oír aquel susurro suplicante. Tyler hundió el rostro en los cabellos de Jenny y gimió, sintiendo cómo ella arqueaba la espalda mientras sus manos comenzaban con la magia. Jenny jadeó, gimió, metió las manos en los bolsillos de él y lo abrazó con fiereza. Sabía lo que quería, necesitaba más de esa magia. No sentía vergüenza, solo deseo. Jenny tiró de la camisa de él, deseosa de acariciar su piel. Anticipándose a sus deseos, Tyler se alzó y se sacó la prenda por la cabeza, tirándola a la alfombra de flores. Luego, suavemente, levantó a Jenny de manera que ambos quedaron arrodillados, el uno frente al otro. Sin dejar de mirarla, tiró del suéter y se lo quitó. Jenny cerró los ojos brevemente, sintiendo el aire fresco y fragante acariciar su piel desnuda. Un sentimiento de deseo y excitación la invadía por entero, con la fuerza de una ola. Le gustaba sentirse así, lasciva. Resultaba embriagador.
Jenny abrió los ojos, mostrándole a Tyler con su expresión la fuerza de sus emociones. Ambos se unieron apasionadamente, pecho contra pecho, en una profunda y excitante explosión de sensaciones. Manos, lenguas, piernas, caderas… sus pulsos se aceleraron en un tumulto de besos. Jenny comenzó a sentirse ansiosa por alcanzar el clímax. Aquel oscuro río de pasión era asombroso, nunca era posible contenerlo. Jenny no habría podido parar ni aunque su vida hubiera dependido de ello. No podía pensar en nada más allá de la pura necesidad.
La ropa voló, con movimientos impacientes, mientras el uno ayudaba al otro a desnudarse. Juntos se tumbaron sobre la manta, mientras él no dejaba de besarla. Piel contra piel, cuerpo contra cuerpo, hueso contra músculo… nada bastaba. Jenny tenía la piel ardiente, estaba ruborizada…
Tyler la besó una y otra vez, y luego, lentamente, se deslizó hacia abajo buscando las puntas de sus pechos, succionándolos y produciéndole un delirio de sensaciones. Jenny murmuraba incoherencias, tratando de decirle lo que quería, incapaz de pronunciar las palabras correctas. Entonces se dio cuenta de que él sabía perfectamente lo que necesitaba. Las manos de Tyler resultaban tan adictivas como sus labios, deslizándose por la cintura de Jenny y derramando miel. Él mantenía mucho más control sobre sí que ella, porque al menos conseguía gemir y susurrar con voz ronca mientras la torturaba de placer.
–Cariño… he esperado tanto. Toda mi vida… es tan maravilloso… ¿te gusta esto? Dime… oh, cariño, no puedo esperar más…
Y, lentamente, con el rostro de Jenny entre las manos, Tyler se hundió en ella poco a poco.
Los ojos de Jenny estaban muy abiertos, pero apenas podía ver algo más que el sol en medio de un cielo azul brillante. Jamás antes la vida había recorrido sus venas produciéndole tan increíble y perfecto placer. Jenny se sentía invadida, llena, completa. Solo esa sensación estuvo a punto de llevarla al clímax. Tyler llenaba su mente, los ojos de él brillaban como diamantes. Jenny lo notó tenso, sus manos le apartaban el pelo de la cara una y otra vez. Tyler se mordía el labio como si tratara de controlarse. Sus ojos escrutaban el rostro de Jenny de arriba abajo. Memorizando, pensó Jenny. Rosas en invierno…
Jenny también estaba tensa, el corazón se le salía del pecho. Apenas podía creer que Tyler la mirara de ese modo, como si ella fuera un milagro. Y de pronto fue incapaz de seguir pensando, porque algo fiero y maravilloso estaba ocurriendo muy dentro de ella. Radiantes olas de calor la invadían, la hacían tensarse en una emoción creciente. Jenny cerró los ojos, entregándose por completo al profundo y primitivo ritmo de los tambores de su sangre.
–Eres tan preciosa –susurró Tyler–, que me rompe el corazón solo mirarte.
Jenny tocó sus labios con dedos temblorosos. Y entonces, casi como si hubiera estado planeado, sus cuerpos comenzaron a moverse al unísono, al son de la más antigua de las danzas. Era lo más increíble que pudiera suceder, Jenny podía sentir el color de las flores salvajes, brillantes como una puesta de sol, en su mismo ser. Pero había más… mucho más. Gradualmente, Tyler fue aumentando el ritmo hasta el frenesí. Con cada embestida Jenny sentía que necesitaba más, hasta que finalmente creyó morir. Atrapada en el deseo, apenas era capaz de pensar. Entonces trató de concentrarse en algo que le resultara familiar: en el azul de los ojos de Tyler. Él estaba ruborizado, parecía más joven. Pero no había nada de inocente en su forma de moverse, en los sentimientos y emociones que suscitaba en ella.
Jenny sintió su cuerpo arder contra el de Tyler. No quedaba en ella el más mínimo resquicio de prudencia. Ni siquiera sabía adónde había podido ir a parar la mujer que siempre estaba a la defensiva. Ni le importaba. Se había entregado y se sentía completamente femenina, poderosa y llena de energía. Jenny se aferró a los hombros de Tyler.
–Por favor –susurró dejándose llevar–, ayúdame…
–Sí, lo haré.
Los músculos del pecho de Tyler se tensaron cuando la llevó hasta lo más alto, más allá de todo control. Jenny abrió los ojos inmensamente, atónita ante la fuerza de las sensaciones. Estaba desesperada, su cuerpo temblaba por llegar al punto al que solo él podía llevarla. Entonces sus ojos se llenaron de lágrimas y gritó, y Tyler perdió por completo el control.
Al oír aquel grito ronco, él la penetró hasta el mismo centro de su ser. Jenny tembló, echó la cabeza hacia atrás y se mordió los labios. Saber que había sido capaz de hacerla sentir aquello lo llevó hasta el borde del abismo. Era uno con ella, compartiendo cada instante, cada pulsación, cada respiro entrecortado. Hombre y mujer, luz y oscuridad, cielo e infierno… todo se unía en un solo y arrollador instante de placer. El sol, el cielo, los árboles susurrantes y las flores silvestres balanceándose con la brisa… todo era parte de ellos. Era algo más que placer. Era un acto de perdón, una promesa, dulce belleza.
Era un acto de amor.